sábado, 21 de noviembre de 2009

Capitulo 11. Presentación.


11 PRESENTACIÓN
Después de haberse marchado, me entró la risa floja recordando los momentos anteriores que acabábamos de vivir. En realidad, algo dentro de mí me decía que sabía que iba a ocurrir algo entre nosotros dos. Estaba alegre, contenta. Sentía mis mejillas estiradas de tanto sonreír.
Esto… no se lo podía decir a mis padres. Hay ciertas cosas que los hijos deben guardar para sí. Guille era un chico realmente gracioso y simpático, a parte de sus cualidades físicas, que a la vista estaban.
Me acordé entonces que me había dejado todo encendido arriba. La tele, la Play, el aire… Subí arriba y lo apagué todo. Revisé que todo estuviese en su sitio y fui a mi habitación. Ya se me habían pasado las ganas de leer y no sabía lo que hacer, así que me puse el bikini negro y plateado y bajé a la piscina. Nada más salir a la puerta del jardín ya se podía notar los rayos del sol atizando en mi cuerpo. Ese calor me recordó al mismo de hace tan solo dos horas, de nuevo otra sonrisa afloró por mi rostro. Pero no se debía a la misma procedencia. Cogí la toalla de círculos de colores que estaba tendida y me puse en la hamaca fuera de la sombrilla.
Solo se escuchaba el choque de las hojas entre sí en aquellos arbustos recortados con forma rectangular debido a la brisa que afloraba suavemente como el susurro de los pájaros y el golpe del agua contra las paredes de la piscina. Me relajé por completo ante tal silencio hasta el punto de echar una cabezada. Me desperté medio mareada ocasionado por estar tanto tiempo al sol. Por suerte no me había quemado. Fui a incorporarme pero la cabeza me dio vueltas y mi estómago rugió. Las tres de la tarde. Se me había hecho un poco tarde para prepararme algo con fundamento así que me hice una ensalada de pasta. Fregué el plato y la cacerola y me fui a darme un baño en la piscina.
Ya me encontraba más espabilada. Coloqué en el equipo de música del salón, el disco de recopilatorio con todas las canciones favoritas. Empezó a sonar Never Alone de BarlowGirl al volumen lo suficientemente alto para que se oyera desde el jardín. Me llevé el móvil fuera por si alguien me llamaba y no me enteraba. Me metí en la ducha y de cabeza a la piscina. Estuve haciendo largos durante una hora con intervalos de descanso. El pitido de un mensaje me hizo salir de la piscina.
--WoO! Cuanto tiempo!! =P Q haces guapa? Estoy aburrido. Sabes? Esta mañana ha sido bastante aburridilla no? =P Joder… q cutre estoy siendo, no se q decir… las gilipolleces q dice uno cuando nada más se piensa en volver a ver a tu chica xD. Un beso feaa! tqq --

¿Su chica? ¿Estamos saliendo? La verdad es que no me importaría. Me sequé las manos para no mojarlo y le respondí.
--Tú sí que eres feo =P. Si estás tan aburrido porq no te vienes otra vez? Estoy en la piscina podríamos darnos un baño =O =P. A ti las gilipolleces te salen ya de por sí, tranqilo. Vente si qieres. Besitoss tqq culo bonito =P.--

Creo que esto iba a ser una guerra de sms por lo que me sequé mejor con la toalla y me senté en la hamaca de tela que estaba colgada entre los dos árboles a la derecha de la piscina. Esperé a que respondiera mientras sonaba Bring me to life de Evanescense. Empecé a tararearla pero me interrumpió un beep del móvil.
--Q va cielo. Ojalá pudiese ir y bañarnos los dos juntitos, pegados, en bikini… ui ui q me enrollo xD. Ya mismo me tengo q ir a hacer unas cosas. Lo de las gilipolleces te vas a enterar cuando te vea. Si yo sé q te ha gustado mi precioso culito =P. Dos besitos para Guille’s girl.--
--Siempre con gestiones tú. Mira q chaval más responsable me he cogido yo =P . Lo del culito… digamos q me gusta bastante, vamos a reconocerlo xD. Ya te cogeré yo a ti tranqilo. Tqq feoo (L)--
Antes de que me llegara el otro mensaje de Guille oí como sonaba el timbre de la puerta ya que el silencio se había hecho entre canción y canción. Dejé el móvil en la mesa, rodeé la toalla alrededor de mi cuerpo y fui a abrirla.
-¿Abuela? ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es? – miré extrañada el reloj preocupada de haber perdido la noción del tiempo.
-Tranquila aún no es la hora. – Me dio dos besos y entró hacia el salón. Ya estaba sonando la siguiente canción a todo volumen. - ¡Baja el volumen de esto por Dios! – su grito se perdió entre el sonido de la guitarra. Le di al stop. – Oh… mucho mejor.
-Bueno y la visita ¿por qué? – oí el pitido del móvil desde el jardín. – Espera ahora vengo. –Fui a cogerlo y leerlo mientras caminaba hacia el salón.
-- Me tengo q ir ya loca. Gracias por el halago! =P. Nos vemos pronto! Te qieroo ^^.--
¿Pronto? Se referiría a mañana. Y me llamaba a mí loca…
-¿Ya?
-Sí.
-Pues venga, vístete que nos vamos.
-¿Nos vamos? ¿A dónde?
-Tú vístete y ya está. – me encogí de hombros y fui a mi cuarto a cambiarme.
Pillé un pantalón corto negro, una camiseta blanca y negra y las chanclas negras de DC. En el pelo… estaba bastante mal por el cloro, me lo peiné y me hice una coleta mal hecha. Un cepillado de dientes y un poco de lápiz negro. Me preguntaba a dónde me llevaría ahora mi abuela con todo el calor.
Bajé de dos en dos las escaleras y di un salto en el último escalón.
-Bueno… ¿me vas a decir donde vamos?
-No. Ya lo verás cuando estemos allí.
-¿Y qué pasa con el entrenamiento?
-Hoy no va a haber.
-Mmmm – fue lo único que fui capaz de decir. Estaba demasiado intrigada para otra cosa.
Cerré todas las puertas de la casa y por último la de la calle con doble vuelta. Nos montamos en su Renault Clio del año 91 y tiramos dirección norte, a las afueras de la ciudad. Estuvimos de viaje unos tres cuartos de hora. Yo ya estaba comiéndome las uñas de tanto secretismo.
Por fin después de tanta autovía tiró por un cambio de sentido. Solo había callejuelas estrechas y estropeadas. Esto me estaba poniendo histérica.
-Abuela… ¿qué es esto?
-Shh calla, que estamos a punto de llegar.
Después de redoblar esquinas y calles viejas por el tiempo y un silencio sepulcral, tiramos por un camino sin asfaltar. Esto me recordó a la visión que tuve hace ya tiempo. ¿Llegaríamos a la bahía? ¿Estaría allí Guille? ¿Qué pintaba mi abuela en todo esto?
Varios kilómetros después, descubrí que estaba equivocada. Después de tantos árboles y piedras llegamos a una cabaña de madera gigante. Más que una cabaña, parecía una casa enorme. Su forma era rectangular y solo había una sala en toda aquella morada. Alrededor se podía respirar un aire de tranquilidad y paz. Sólo se oía el paso de un riachuelo muy cerca de aquí. Las vistas eran increíbles. Árboles y senderos se perdían por los alrededores. Parecía mentira que ese lugar estuviera en mitad de aquel pequeño y deslucido poblado.
Otra vez de nuevo, me acordé de la visión que tuve cuando cogí por vez primera mi espada. Me recordaba mucho a este lugar. Probablemente sería, pero aún no estaba preparada para una espada más fuerte.
Bajamos del coche. Estaba maravillada. El clima era húmedo y muy cálido, pero se respiraba aire puro, del campo.
-Guau… - fue todo lo dije.
-Te gusta… ¿eh? – asentí bruscamente.
-¿Este es el lugar de la visión que te conté?
-Esto… no. – miré extrañada a mi abuela.
-Y entonces… ¿qué es?
-Entra y verás.
Subimos los tres escalones que había en la entrada. Mi abuela tocó la puerta y tres segundos después alguien la abrió. Era un joven rubio de pelo bastante corto. Sus ojos eran pardos, grandes y redondos. Tenía la cara cuadrada y su boca era mediana pero con labios carnosos. Un cuerpo bastante fornido. Iba vestido con un pantalón corto de cuadros grises, verdes y azules y una camiseta recortada color añil. Bastante atractivo a simple vista.
-Hola María. – yo estaba detrás de mi abuela, escondida. El chico se inclinó hacia un lado para poder verme. – Hola Allegra. – sonrió.
-Hola Ángel. Pues… ¡ala! ya estamos aquí. – Se dio media vuelta para dirigirme la palabra – saluda al chico ¿no?
-Hola. – sonreí tímidamente.
Entramos en aquella estancia. Era una imagen totalmente equivocada de lo que había en mi cabeza. Aquello no era, ni por asomo, una sala de entrenamiento. En mitad de aquella gigante habitación había una mesa rectangular de madera cedro de tres metros de largo aproximadamente y sillas bastantes cómodas alrededor. Al fondo a la izquierda, una cocina americana donde las encimeras estaban colocadas formando una U orientadas hacia el este. En las del exterior, dejando ver la parte trasera de éstas, se encontraban unos taburetes negros y elegantes. Cerca de la cocina, también en la parte izquierda, una enorme estantería llena de libros que llegaba hasta el techo, cubría toda la pared hasta llegar a la esquina. En la pared adyacente de la puerta de entrada, dos sofás azules marinos. Y en frente de la estantería, dos sillones del mismo color. Situándonos de nuevo en la entrada, al fondo, un poco hacia la derecha, había un enorme equipo de música de última generación. A los lados de éste, dos estanterías estrechas y largas llena de discos. En la esquina de la derecha más lejana del punto de referencia, una mesa de escritorio con un ordenador pantalla plana, teclado y ratón inalámbricos. Seguido de la mesa, una televisión de plasma de unas 52 pulgadas estaba colgado en la pared. Debajo de ésta, una mesita de café en la que se encontraba la Play Station 3 junto los mandos de distancia y un sofá en forma de L color azul marino también. Y en la esquina derecha se encontraba el cuarto de baño.
Aquello estaba lleno de gente. Una chavala con el pelo rojo granate liso bastante largo estaba leyendo un libro, tendría unos veinte años. Otra chica con melenita rubia y ondulada vestida con unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta blanca de unos diecisiete años, estaba cocinando algo. Viendo la tele, había una joven bastante morena de piel, pelo oscuro y rizado de dieciocho años aproximadamente, tumbada en el sofá. Había alguien más en el ordenador, pero no pude ver mucho, ya que alguien llamó mi atención saliendo del cuarto baño. Era un chico bastante alto, rapadito, también con buen cuerpo, de hecho, todos estaban muy fuertes allí. Sus ojos eran pequeños y rasgados color marrón oscuro. Su boca pequeña y su nariz bastante pronunciada. Tendría unos veintidós años.
-Hola Allegra, te estábamos esperando.
No podía decir nada. Estaba cohibida ante tantas miradas dirigidas hacia mí. Mi abuela me cogió por los hombros y me llevó hacia la mesa central.
-Allegra, te presento a tus compañeros inmunitas. – hizo un gesto con la mano abarcando a toda la habitación. – Venid chicos.
-Hola, yo soy Cristina. – la chica rubia del pelo ondulado me tendió la mano.
-Yo soy Lucas. – el chico que había salido del cuarto baño.
-Me llamo Sandra. – la joven del pelo rojo.
-Bueno, yo soy Ángel. – el rubio que nos abrió la puerta.
-Hola, yo me llamo Mabel. – la chavala morena de piel.
- ¡Ei! Ven y te presentas ¿no? – llamó Mabel al joven que estaba en el ordenador.
Se levantó de la silla y vino corriendo hacia mí. No me dio tiempo de reaccionar. Me cogió y me levantó hacia arriba.
-Ya te dije que nos veríamos pronto. – cuando pude ver quién era mi rostro se volvió blanco como la pared. Estaba atónita.
-Pero… ¡¿Qué…?! – no podía salir de mi asombro. - ¿Se puedes saber desde cuando eres tu un inmunita? – estaba fuera de mis casillas.
-Vaya… veo que os conocéis. – apostilló Ángel.
-Bájame. – le solté en tono grosero.
-Vaya… no sabía que te lo fueras a tomar así.
-Tú esto lo sabías ¿verdad? Sabías lo que yo era y… y… aún así no me habías dicho nada. ¡Eres un capullo!
Mi primer contacto con mis futuros compañeros y ya estaba dando un escándalo. Todo el corte que sentía se esfumó para dar paso a la furia.
En realidad, ahora encajaba todas las piezas. Ese titubeo cuando empezamos a conocernos mejor, esa bulla que le entró cuando tuve la visión. Lo rápido que había cogido confianza conmigo.
-Pero no te pongas así, que tampoco no he hecho nada malo Allegra.
-Joder Guille, ¿te parece poco ocultarme después de tanto tiempo lo que eras? Encima lo de esta mañana…
-Allegra si te acuerdas lo que te dije una vez. Está totalmente prohibido revelar la identidad a nadie. – intervino mi abuela para defenderlo.
-Sí, pero abuela. Si ambos lo somos ¿por qué no me lo podía haber dicho? – sentía impotencia al recordar lo sucedido esta mañana contando que él sabía todo y yo no sabía nada.
-Vamos a dar un paseo y lo hablamos mejor. – sugirió Guille. Intentó abrazarme pero me escabullí.
Salimos por la puerta trasera que daba a un extenso jardín lleno de flores y llegaba hasta el riachuelo perdiéndose de vista la casa. Hasta que no estuvimos fuera de la visión de ellos no hablamos.
-A ver… no te lo dije antes porque cuando me enteré vi que todavía estabas confusa. Te acababas de enterar y no era plan de decirte ¡ala venga yo también soy inmunita!
-Y… ¿Cómo te enteraste que lo era? ¿Te lo dijo mi abuela? – íbamos caminando por el borde del río. Estaba atardeciendo.
-No. Me enteré cuando nos agarramos las manos y vi que tus ojos cambiaron de color.
- ¿Mis ojos? ¿Cambiaron de color?
-Sí. Cuando los inmunitas tenemos una visión, nuestros ojos se vuelven del color de la amatista. Cuando vi aquel cambio me di cuenta de que eras uno de los nuestros. Entonces sin que tú me vieras, obligué a mi mente a tener una visión de ti del pasado. Y vi como te habías enterado hace poco. – de repente, ya no sentía ira hacia él. Pero el resquemor seguía.
- Pero aún así. Hemos estado viéndonos todos los días después. ¿No has tenido ningún momento para decírmelo?
-Sí. Pero hablé con tu abuela y me dijo que me esperara. Que te faltaba poco para dar el paso siguiente. – se paró. Se puso delante de mí y atrapó mi cara entre sus manos. - ¿Me perdonas?
Desvié la mirada intentando no ceder. Me mostraba indiferente.
-No me arrepiento nada de lo que hice esta mañana. ¿Y tú?
- ¿A qué viene esto? No intentes salirte por la tangente. Aún sigo enfadada. – se acercó más a mí. Nuestras bocas casi se rozaban. Pero fui más fuerte y me escapé de su encanto. Di media vuelta y fui hacia la cabaña.
-¿A dónde vas?
-A conocer a mi grupo si no te importa. – Iba dando golpes fuertes dejando ver que estaba enfurruñada.
Oí una risotada de fondo, pero la ignoré. En el fondo sabía que lo había perdonado.

martes, 17 de noviembre de 2009

Capítulo 10. Sorpresa.


10 SORPRESA
Ya han pasado dos meses desde que empecé a entrenarme. El instituto terminó sin más incidentes. Las notas… bueno como siempre. 4 sobresalientes, 7 notables, 1 bien. En este tiempo Guille y yo nos hemos hecho inseparables. Cada día siempre nos veíamos aunque fuese media hora y nos contábamos lo que nos había ocurrido en el día.
-¿Sabes? Una tía me ha pedido hoy mi teléfono cuando estaba en la barra. – me contó una de tantas tardes que pasábamos juntos.
-¿Sí? Anda mira el listo… Se lo habrás dado ¿no? Que se te nota en la cara que te hace falta una tía. – bromeé mientras le hacía cosquillas y ambos reíamos. Aunque aquella vez que me lo dijo sentí una extraña sensación de… celos.
-Claro… si ella no hubiera tenido novio. Porque me vino el pedazo de tío tan grande como un armario pidiéndome que dejara en paz a su novia, que no había parado de dejar de mirarla. – imitó el armario ensanchando exageradamente los hombros y abriendo las piernas dejando un gran hueco entre ellas. Ambos reímos durante varios minutos sin parar.
Aunque fuesen tan solo dos meses y algo, mi abuela me decía que había mejorado bastante en el manejo de la espada y que había notado un considerable cambio en mi forma de pensar. <<>> Me sonrió y como una adolescente, chocamos los cinco, me agarró la mano y nuestros hombros se toparon.
En el tema de las visiones, aún no se había cumplido ninguna de las dos que divisé hace tiempo. Y nuevas… mi abuela me estaba enseñando a controlar los impulsos. Ya podía manejar más o menos los estímulos que se encontraban en mi entorno y decidir cuando quería que me afectasen. Aún no podía ver visiones cuando yo quisiese, pero si podía controlarlas cuando presentía que iban a ocurrir. Entrenábamos con mis padres y ella. Se ponían a pensar con mucho interés en algo. Esto solía ser motivo de causarlas y yo tenía que ser capaz de impedir que llegasen hacia mí con mucha fuerza de voluntad y controlar a los órganos receptores.
De Aarón no supe nada más en cuanto acabó el instituto. Y antes… tampoco mantuvimos ninguna conversación más, salvo la que tuvimos aquella vez que lo confundí con Natalia. Simplemente nos dedicábamos a evitarnos. Yo podía sentir con cada día que pasaba que su poder era más grande aún. Cuando terminó el instituto, extrañamente, ansiaba ver aquellos ojos verdes que de manera incomprensible se habían metido en mi mente. Pero ahora… que tenía a Guille, apenas me acordaba de él. Guille no era ningún tipo de hombre tirita, ya que entre él y yo no había nada. Ni yo sentía lo suficientemente fuerte ese “coso” que era el causante de hacerme latir el corazón rápido hacia Aarón.
La relación entre mis padres había mejorado el triple de lo que eran antes. Ahora no tenía ningún secreto entre ellos. Bueno… salvo lo que en un pasado había sentido hacia él. Era satisfactorio saber que no había nada que ocultar a los que posiblemente serían mis verdaderos amigos, ya que nunca jamás me fallarían.
Con Natalia… bueno, no era lo mismo. Ella se fue distanciando poco a poco. Parecía que iban muy en serio Pablo y ella, y apenas hablábamos. No sabía nada de ella desde que acabó el instituto, salvo aún que otro correo. En este sentido… me daba cierta pena al ver como nuestra amistad se iba alejando poco a poco después de tanto tiempo. Tantos ratos divertidos que vivimos. Tantas risas… Recuerdo una vez, en un viaje que hicimos con mis padres, se encontraba una mujer muy tiquismiquis y muy bien vestida en el hotel donde nos alojábamos. Ésta nos miraba con cara de superioridad y siempre trataba a la gente despreciándola, como si fuésemos simples hormiguitas en su enorme mundo que rotaba alrededor de su ombligo. Éramos aún pre-adolescentes y se nos ocurrió entrar en la habitación del hotel donde se encontraba. Cogimos una bolsa de la basura que se encontraba en el carrito de las limpiadoras y la esparcimos por toda la habitación. Resultó que la bolsa que habíamos agarrado era de todos los cuartos de baño de la planta, por lo que solo había papel higiénico manchado. Aún me río al recordar la expresión de la señora horripilante al entrar en su perfecta habitación… Aquellos momentos nunca se olvidarán y los echaré de menos. Pero dicen que cuando se cierra una puerta, una ventana se abre. Ahora tenía a Guille como mejor amigo y era muy reconfortante.

Sonó el despertador. Nueve y media de la mañana. Este verano no me iba a tirar todas las mañanas acostadas y sin hacer nada. Deshice el nudo que tenía en mis pies con la sábana. Bajé de la cama descalza. El tacto con el suelo me espabiló un poco al estar tan fresquito. Somnolienta aún fui al cuarto baño arrastrando los pies. Llevaba puesto el pijama de verano. Una camiseta de tirantas y unos pantalones cortos negros. Me lavé los dientes, me eché agua fría en la cara, me hice un zurullo en el pelo y regresé a mi habitación. Cogí lo primero que pillé para estar en casa y bajé a la cocina a desayunar. Ya se habían ido mis padres, de nuevo… estaba sola. Tomé los cereales viendo un programa de actualidad. Coloqué en el equipo de música del salón el disco de Apocalyptica y con la canción I don’t care, empecé la limpieza de la casa. Ahora que estábamos en julio, Lola había pedido un mes de vacaciones para estar con su familia y alguien tenía que mantener la casa limpia. Barrí, quité el polvo, fregué y ordené las cosas del salón. Luego fui a la cocina y fregué los platos de anoche y la taza que acababa de ensuciar. Limpié la vitrocerámica y le pasé el paño mojado por la encimera. Barrí la cocina y la fregué. Miré el reloj… las doce y media. Esa era mi rutina de todos los días. Ayer ya limpié la parte de arriba por lo que decidí que me iba a leer un rato. Subí a mi habitación, cogí Dos velas para el diablo y me sumergí en la historia de Cat y Angelo. Estaba tan ensimismada en el libro que hicieron falta tres toques de timbre para que me diera cuenta de que estaban llamando a la puerta. Corriendo bajé las escaleras y abrí la puerta.
-¡Guille! ¿Qué haces aquí? ¿Tú no tendrías que estar trabajando? – salté a sus brazos como cada vez que lo veía. Luego nos dimos dos besos y le invité a entrar.
-Esto… Allegra, estamos a Martes. Los martes cierra la hamburguesería. – puso los ojos en blanco.
-Ups… es verdad. Se me ha ido la olla.
-¿Te importa que haya venido? Es que estaba aburrido… y bueno no sabía qué hacer. – me preguntó mientras nos sentábamos en el sofá.
-Pues claro que no me importa tonto. Además yo encantada, no tengo otra cosa mejor que hacer… - me encogí de hombros. Instintivamente, o quizás por aburrimiento, le pellizqué los mofletes con las manos y le moví la cara de un lado a otro haciendo enrojecer las mejillas.
-¡Au! – se quejó e imitó lo mismo que hacía yo pero con mi cara. – A ver ahora quien gana. – pronunció sin vocalizar debido al ensanchamiento del rostro.
Después de esa lucha en la que yo gané haciéndole dejar los mofletes casi morados, encendí la tele y nos tiramos allí un rato sin ver realmente nada.
-¿Quieres jugar un rato a la play? No hay nada en la tele. – le ofrecí mientras me miraba con esa sonrisa que tanto me encantaba.
-Va. – Había pillado esa manía de mí. – Siempre y cuando en la buhardilla haya aire. Hace un calor… - se abanicó con la mano. Luego su rostro se enrojeció ligeramente. – Allegra… ¿te importa si me quito la camiseta?
-Claro que no. Quítatela si quieres, pero si tenías tanta calor podías haberlo dicho y hubiera encendido el aire del salón. – me miró con los ojos entornados reprochándome de no haberlo puesto antes.
Aún así, se quitó la camiseta blanca que llevaba dejando ver sus abdominales y pectorales perfectos. Esos brazos bien marcados. Esos pelillos en el pecho apenas perceptibles. Ese moreno que había cogido de tantas horas al sol. Algo se encendió en mi interior recorriéndome un escalofrío por todo el cuerpo. Lo miré de arriba abajo. Guille estaba irresistible. Me mordí el labio inferior sin darme cuenta. Al parecer no podía quitar la vista en él.
-¿Qué? – me preguntó divertido. - ¡Ay! Pillina a ti sí que te hace falta un tío. – me sacó la lengua y me empezó a hacer cosquillas por el costado. - ¿Vamos o qué?
- Anda sí… venga. Porque vamos…
Subimos hasta la buhardilla. Encendí la tele y la videoconsola. Luego cogiendo el mando del aire se lo puse en la cara y lo encendí a 20 grados.
-¿Así está bien señorito? – hice un mohín de niña pequeña.
-Ponlo más bajo.
-Joder… tanta calor tienes ¿o qué?
- No… yo no. Es para ti. Para que te enfríes un poco.
Me quedé sin hablas ante su respuesta. Me quedé con la boca abierta y las cejas subidas. Un segundo después me abalancé sobre él como una loca para pegarle lo más fuerte que podía. Él me atrapó entre sus brazos sin que me pudiese mover.
-Eres un capullo. A ver si te vas a creer que estás bueno y todo. – de nuevo mi tono irónico. Su rostro se encontraba a escasos centímetros del mío. Ambos nos miramos intensamente durante unos segundos sin decir nada.
- ¿Ah no? – cada vez se iba acercando más. Su boca y la mía casi se tocaban. Me llegaba su respiración calmada.
- No – bisbiseé.
Cada vez estaba más cerca. Sólo tres centímetros de distancia. El roce de los cuerpos nos hacía temblar a los dos. Más próxima. Dos centímetros. Ya no pudo aguantar más y… nuestros labios se encontraron. Un beso dulce. Otro más largo. Uno más intenso. Más largos y apasionados siguieron los demás. Su mano recorrió mi espalda hacia arriba suavemente hasta llegar al cuello y posteriormente a mi pelo. Deshizo el moño. Mis brazos se fueron a su cuello agarrándolo con dulzura. Los besos eran más profundos. De repente el aire me parecía que estaba puesto a 40 grados. Mi cuerpo reaccionaba de una forma extraña. Pero mi corazón seguía latiendo al ritmo normal, un poco ajetreado por los movimientos. Su otra mano me cogió por la espalda atrayéndome más hacia él. Mis manos se deslizaban por su espalda apasionadamente. Sentíamos tal fuego los dos que era imposible parar. Su lengua recorrió el contorno de mis labios. De nuevo, besos cortos para volver a retomar la intensidad de antes. Nos movíamos de un lado a otro sin saber hacia dónde nos dirigíamos. Aquellas tardes de risas, de tantos secretos revelados. Tantos abrazos y mimos de amigos se habían convertido en besos ardientes llenos de diversión. Poco a poco fuimos bajando la fogosidad de esos besuqueos hasta quedar en un prolongado abrazo.
Despacio nos separamos lo suficiente para poder mirarnos a la cara. Después de lo que había pasado no tuvimos otra cosa que echarnos a reír.
-Yo creo que los dos hemos encontrado lo que cada uno había dicho que nos faltaba.
-¿Ein? – preguntó confuso.
-Nada, nada. Me embolo yo sola. – aún seguíamos abrazados de pie. Nos dimos un beso suave en los labios.
- Yo creo que antes de todo esto íbamos a jugar a la play ¿no? – llevó su brazo por encima de mi hombro deshaciendo el abrazo y llevándonos hasta el sofá.
-Pues sí. – Me levanté para coger el juego. Lo introduje en la videoconsola y me volví con él al sofá. Mientras se estaba cargando, de nuevo otra guerra de besos con risas entremetidas.
Estuvimos jugando durante bastante tiempo al juego de coches. En el cual siempre ganaba yo.
-¡Eso no vale! A mí no me times. Tú te sabes este juego de memoria. Me tienes que dar ventaja. – decía cada vez que le vencía con su cara de enfurruñado.
-Bah… no digas tonterías. Si vosotros tenéis un instinto para estas cosas.
Después de la décima vez que le gané, se rindió.
-Me tengo que ir. Se me ha hecho tarde.
-Eso huye ¡Cobarde! – soltó el mando encima de la mesita.
Me cogió por los hombros y me obligó a tumbarme. Empezó a hacerme cosquillas por todos los lados. Cuando ya paró. Se acercó de nuevo a mí para volverme a besar apasionadamente. Hizo un esfuerzo en parar.
-Enserio, me tengo que ir ya. ¿Me acompañas abajo? Tengo allí mi camiseta y puede que me pierda en esta mansión. – exageró.
- ¿A ti? ¿Desde cuándo? – arqueé una ceja mientras me iba incorporando.
-Ah bueno pues como quieras. Si luego me encuentras en tu cama no te asustes es que no he sabido salir de aquí. – se dirigía hacia la puerta de la buhardilla.
-Ains que bueno estás. – le di un tortazo en el culo.
-Te gusta ¿eh? – se lo frotó en tono caramelizado.
-Anda venga feo.
Bajamos hasta el salón. Se puso la camiseta que había dejado en la barandilla. Nos despedimos con un beso largo.
-Nos vemos esta tarde. – no era una pregunta. Ya estábamos en la puerta.
-Esto… tengo cosas que hacer. – tenía entrenamiento con mi abuela.
-Ya, por eso. – me guiñó un ojo y salió por la puerta sin que le pudiese decir nada más. Esa respuesta me dejó bastante confundida.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Capítulo 9. Precaución.


9 PRECAUCIÓN
-¿Nos vamos ya o qué? – le apresuré aún mirando a la puerta.
- ¿Tanta prisa tienes? – una voz grave salió de la boca. La cual creía que pertenecía a mi amiga. Me giré para mirar. Mi corazón salió de mi cuerpo cuando vi quién había a mi lado.
- ¿Q-q-qué haces? – bisbiseé. No me salían las palabras.
- Ahora soy yo el que quiere hablar contigo. ¿No puedo? – su voz era serena y sosegada. Marcó una sonrisa amarga. Seguía sin poder decir nada. Esta vez no era por el hechizo que siempre me causaba ni nada por el estilo. Era la sorpresa de no haberlo presenciado venir
-En primer lugar – prosiguió – fuiste muy valiente al contarme todo lo que sentías hacia mí. Yo también percibía algo cuando nos encontrábamos. – estaba mirando al suelo. Sus ojos eran como siempre. – En segundo lugar, quiero pedirte perdón por lo que te hice. Aún no sabía lo que hacía. Y en tercer lugar, tú y yo sabemos lo que somos. Estamos en prácticas y somos lo suficientemente peligrosos y novatos como para matarnos a nosotros mismos en un intento de destruir al otro. Esta vez te pido yo algo. – Esperé a que prosiguiera – Evitarnos lo máximo posible. Solo nos queda menos de un mes para acabar el instituto y después de ahí tendremos todo el tiempo del mundo en formarnos… y enfrentarnos. – esta última parte le costó pronunciarla. Podía percibir el endurecimiento de la mandíbula.
Me quedé sin habla. Tardé más de un treinta segundos en arrancar. Mi corazón seguía latiendo fuertemente. Iba a decirle que estaba de acuerdo con él. Pero no me dio tiempo. Antes de que pudiera contestarle, se levantó y salió por la puerta.
Segundos más tarde llegó Natalia muerta de euforia. Pero se contuvo al ver mi expresión.
-Y ahora me dirás que lo que acabo de ver también son cosas que la gente se inventa… - ironizó.
-No ha sido nada. Simplemente ha venido para disculparse por haberme dejado allí. – mentí.
- ¿Y no te ha dado ninguna razón? ¿Simplemente te ha pedido perdón y se ha largado? – se estaba saliendo de sus casillas.
- Sí. Y… ya. ¿Vale? – zanjé el tema. No tenía más ganas de seguir hablando de él. – Ahora vamos a la puerta.
- ¿Por qué tienes tantas ganas de salir? – la pregunta era tan estúpida que ella misma se golpeó la frente con la palma de la mano. – Vale… soy tonta. Es obvio. No tienes ganas de estar aquí.
-Ajá.
En el momento en que salíamos por la puerta, un Seat Ibiza color negro metálico derrapó a la salida del instituto. Estaba allí, como me había prometido. No pude evitar una sonrisa de oreja a oreja. Se había cambiado de ropa. Llevaba puesto una camiseta verde militar ajustada a sus musculosos pectorales y unos vaqueros desgastados. El pelo lo llevaba revuelto y estaba totalmente irresistible con su sonrisa encantadora. Bajó la ventanilla del copiloto y se inclinó hacia el asiento de éste.
-Su chófer particular la espera señorita Ranzzoni. – automáticamente Natalia me miró perpleja al reconocer a Guille.
-¿Y esto? – susurró solo para mis oídos.
Le lancé una mirada de burla y fui a montarme en el coche. Ella seguía allí anonadada, con la boca abierta.
-Si quieres puedo llevar a Natalia también. No me importa. – se ofreció amablemente.
- Vale. Creo que estará encantada. – se me escapó una risa tonta. - ¡Natalia! Anda sube que nos lleva a las dos.
No tuve que insistir dos veces. Seguidamente se subió en la parte trasera del auto.
En el trayecto de camino a casa de Natalia hubo risas y bromas sobre las anécdotas que le había sucedido a Guille en Los Ham’s 80. Se estaba en un ambiente muy agradable y simpático. Parecía más relajado y más seguro de sí mismo que esta mañana.
-Bueno ¿qué tal el gimnasio? – pregunté para hablar de algo. Me gustaba su tono de voz.
-Bien… como siempre. ¿Y tú? ¿Algo nuevo en el instituto?
-No… aquello está muy monótono – mentí. Sí que había habido algo distinto. Pero ahora no me apetecía pensar en ello.
La mitad del camino hasta mi casa lo recorrimos en silencio. Cada uno estábamos metidos en nuestros asuntos. No dejaba de pensar en las palabras que me había soltado Aarón. Entonces… él también lo sabía y por lo que se ve, se había enterado el mismo día que yo. Los dos empezamos a desarrollar los poderes casi al mismo tiempo, los dos nos dimos cuenta de que pasaba algo raro y los dos nos informamos el mismo día de todo este asunto. ¿Casualidad? No lo creo…
Recordaba su calma a la hora de hablar conmigo. No fue la misma que la mía, desde luego. Y el encuentro de ayer… En tan solo un día no podíamos haber empezado a crear nuestras barreras dispuestas a resistir el ataque del enemigo. Si éramos novatos los poderes de cada uno se tenían que disipar por todas las partes sin ningún control. El mío ya lo estaba haciendo… pero… ¿Y él? ¿Había habido alguien más que hubiese experimentado ese despliegue de mente? Mejor no saberlo.
-Llegamos al destino. – sonrió.
- ¿Cómo sabías donde vivo si nunca has venido a mi casa? – me extrañé bastante. Esta pregunta le pilló por sorpresa debido a su rostro de confusión.
-Bueno… yo… no sé… como siempre venías a la hamburguesería supuse que tu casa se encontraba cerca… - se le trababan las palabras.
-Pero en todo caso… has parado justo en la misma puerta.
-¿Ah sí? Será casualidad… - se mostraba nervioso, incómodo.
-¿Sabes? Me da igual… prefiero no saberlo. Gracias por traerme. Ha sido todo un detalle. – se relajó bastante cuando vio que lo había dejado pasar.
- De detalle nada. Son cinco euros. – sacó la lengua y tendió su mano derecha.
- Claro, claro… usted quédese ahí esperando. Que ahora mi mayordomo vendrá a traerle los cinco euros y la propina. – Salí del coche. Cerré la puerta y ambos nos despedimos con un gesto de manos.
Después, se fue tan rápido de allí que dejó un rastro de humo por donde había pasado. Confundida entré a mi casa y me preparé de comer. Antes de ponerme a estudiar tenía que ir un rato a la buhardilla para relajarme un poco de este asunto.

-Hola cariño. ¿Cómo llevas esa herida? – siempre tan atenta mi abuela.
- Bien. Me lo estoy curando. Ya mismo tendré que ir al médico a que me quiten los puntos.
-Bueno. ¿Empezamos? – mientras andábamos íbamos hacia el jardín.
-Abuela… sé que esto es necesario… pero me aburre un poco.
-Es lo que hay.
-En fin… espero que más adelante se vuelva más entretenido.
-Eso te lo aseguro. – el tono de voz con que lo dijo me hizo sospechar de que ocultaba algo más.
Empezamos de nuevo con el saludo. Los movimientos precisos, rápidos. Una y otra vez… mientras tanto podía pensar en cosas que me rondaban. Creo que mi abuela se iba a convertir en mi orientadora.
-Abuela… ¿es normal que con tan solo un día ya te sientas más fuerte para afrontar… obstáculos? – sugerí así como por casualidad mientras repetíamos de nuevo el estiramiento de dorsales.
-Cuando se tiene mucho empeño en querer desarrollar algún poder o simplemente tener fuerza de voluntad, los inmunitas podemos llegar a mejorar tales poderes de manera sobrenatural. Por ejemplo, si tú te has empeñado en ocultar ciertas sensaciones, ahora que sabe lo que eres, con un poco de tiempo esas sensaciones que sentían pueden desaparecer. – siguió con el entrenamiento. Pero yo me quedé pasmada al ver que había dado en el clavo.
-¿Cómo sabes tú lo de las sensaciones? – estaba boquiabierta.
-No hay que ser muy inteligente Allegra hija. Si nos contaste ayer de que cuando lo veías te dolía la cabeza… pues supongo que a eso te referías ¿no?
-Sí… entonces… ¿es normal que cuando lo vea no me duela la cabeza? – evité contarle más de lo necesario.
-Sí. Si lo has querido con tantas fuerzas que no te doliese. Supongo que tu espíritu inmunita se está despertando en ti. Venga sigamos.
Después de esta pequeña pausa, proseguimos con lo mismo. Colocación, choque de espadas, cambio posición. Colocación, choque de espadas, cambio posición. Colocación, choque de espadas, cambio de posición. Estaba siendo muy aburrido, pero tenía que ser fuerte y seguir adelante. Esto solo era el comienzo de algo grande.





MAYO






JUNIO

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Capítulo 8. Misterio.


8 MISTERIO
-¡Hola! – me saludó eufórico.
-¡Guille! ¿Qué haces por aquí tan temprano? – sentí una alivio o quizás una decepción al ver que no era quién yo me temía.
-Aquí… que voy al… ¿gimnasio? – Titubeó – Sí. Al gimnasio – Comentó más seguro de sí mismo. Esbozó su sonrisa que tanto adoraba.
-Am… eso está bien. – me había quedado bastante intrigada ante su vacilación. – Pues yo voy al instituto. Como ya me ves. – sonreí con ganas.
- Vaya… nunca había visto a nadie con tantas ganas de ir al instituto. ¿Quieres que te lleve?
-No sé… me da cosilla. Si ibas de camino al gimnasio… mejor que no te moleste.
-¡Ah pero por eso no importa! Si antes iba a ir a desayunar. Hay que coger energías. - levantó ambos brazos en forma de jarra dejando ver sus marcados músculos - Venga que te llevo.
-Gracias. Aunque todavía es muy pronto para ir. Si ni siquiera habrán abierto las puertas.
-No importa. Esperaremos hasta que abran. – Me guiñó el ojo. Me rodeó por el hombro y fuimos hasta su coche.
Era la primera vez, después de tantos años que nos conocíamos, que estábamos tan cerca y tan pegados. Siempre lo veía en la hamburguesería y apenas cruzábamos más de diez palabras. Se estaba preocupantemente cómoda a su lado. Agarrados así parecíamos una pareja, pero no me importaba suponerlo. Llegamos hasta su coche que se encontraba al final de la calle. Un Seat Ibiza 2009 color negro metálico. Último modelo. Me quedé boquiabierta ante tal auto.
-Mola ¿Eh? – fardó
-No sabía que se ganase tanto en los Ham’s 80. – dudó bastante en responder.
- Bueno… también hago trabajos extras. – enseñó sus dientes relucientes.
Era un tipo muy raro. Siempre parecía titubear cuando le preguntaba por algo tan simple. Pero aún así era muy simpático. Montamos en su coche. Había un aroma muy particular. Entre recién estrenado y al suyo en particular. Era agradable estar allí.
-Voy a poner un poco de música. ¿Te importa? – moví la cabeza de un lado a otro.
Colocó un CD en la radio y le dio al botón del play. Empezó a sonar de fondo Maldita Nerea. Era un estilo distinto al que yo escuchaba, pero no estaba mal. Siempre estaba dispuesta a escuchar todo tipo de música.
-¿Te gusta?
-No está mal. Pero yo suelo escuchar algo más… ¿fuerte?
-Algo…tipo… ¿Paramore? – lo miré con los ojos abiertos como platos. ¿Cómo sabía que me gustaba ese grupo? – ¿Qué? – me preguntó extrañado al ver mi expresión.
- ¿Cómo lo sabes?
- ¿Ah sí? ¿Te gusta Paramore? Es que yo también lo escucho algunas veces. Cuando me entra un subidón me lo pongo a tope en mi cuarto y solo pienso en saltar. – se entretuvo en mirarme durante unos cuantos segundos intentando descifrar mi expresión mientras iba conduciendo.
-¿Quieres mirar hacia delante? Que vamos a tener un accidente. – le advertí.
-Vale vale. Ya me concentro. – estaba aguantando las ganas de reírse. Estuvimos unos minutos sin hablar, pero el silencio no era incómodo.
-¡Din, don Dín! Señorita Allegra, repito, Señorita Allegra. Está a punto de llegar a su destino. Por favor indique a su chofer particular hacia donde se tiene que dirigir. Graciasss ¡Din, don dín! – imitó la voz de un megáfono de supermercado. No tuve otro remedio que reírme. Demasiado alegre estaba empezando el día.
- Cuando llegues a ese cruce de ahí, giras a la derecha. – nos cruzamos las miradas y empezamos a reírnos a carcajadas. En cuestión de un minuto ya habíamos llegado al instituto. Las puertas estaban cerradas como ya suponía.
-Bueno… ya estamos aquí. Son cinco euros de gasto de gasolina. – su rostro estaba sereno pero en sus ojos reflejaba un abismo de diversión. Levanté la ceja y torcí la boca hacia un lado.
-Lamento comentarle al chófer particular de la señorita Ranzzoni, que en estos momentos su jefa no dispone de suficientes fondos. Así que va a tener que… - no me dejó acabar.
-Así que va a tener que venir a recogerla a la salida del instituto. Para comprobar que vaya segura a casa y le pueda dar lo que le debe. – Sacó la lengua. Parecía un niño chico en vez de un muchacho de 19 años.
-Bueno está bien. – acepté. Me sentía muy bien a su lado. Hacía mucho tiempo que no experimentaba tal sensación. – Están abriendo las puertas. Creo que debería ir entrando.
-Pero si todavía no ha entrado nadie. ¿No quieres que te vean conmigo y con este pedazo de coche? – me lo ofreció con tanta picardía que no pude negarme.
-Vale. Pero solo hasta que llegue mi amiga. ¿Va? – puse mi cara inocente.
-Encantado de ser su chófer durante unos minutos más. – me tendió la mano y yo gustosamente se la di. Un grave error que cometí.
De nuevo, tuve otra visión. El lugar, esta vez, era una pequeña bahía. El mar estaba revuelto. Tiempo de resaca. La arena fina como el polvo, se revolvía creando pequeños remolinos. A los lados no había escapatoria salvo enormes rocas donde rompían las olas furiosas. Solo se podía salir de aquella pequeña playa mediante un sendero que conducía a la carretera sin asfaltar. No se recomendaba salir de ese estrecho camino ya que a ambos lados se perdía de vista enormes árboles con mucha maleza. En aquel extraño lugar pude ver a Guille en frente de alguien, a unos veinte metros, pero nuevamente no pude ver de quién se trataba. Guille estaba muy rígido, tenso, alerta. Su rostro era inescrutable. Estaba esperando a que la otra persona hiciese algo. La sombra oscura se acercó a él a una velocidad incalculable, tenía algo en la mano pero no podía verlo. Estaba a punto de chillar… pero la visión cesó.

-Allegra… ¿Estás bien? – se mostraba muy confundido.
-Sí… - me costó recuperarme pero intenté que no se me notara mucho – claro. Entonces unos minutos más ¿no? – nuestras manos, aún seguían enlazadas. Pareció relajarse un poco.
-Por supuesto. – sonrió. Pero en sus ojos aún seguían aturdidos.
Después de la visión apenas hablamos. Siempre que parecía que todo iba bien, aparecían esas visiones. Aunque no lo mostraba, sentía angustia por lo que acababa de ver. Si eso ocurría de verdad, Guille estaba en peligro. ¿Podía yo ayudarlo? Ahora que me estaba entrenando… quién sabe. Tendría que pasar más tiempo con él. Le tenía cariño y no quería que nadie le hiciese daño.
-Entonces… ¿te espero a la salida?
-Pues claro, como habíamos quedado. Ahora me tengo que ir. He recordado que tengo que hacer unas gestiones antes de ir al gimnasio. Cuídate esa herida. Nos vemos luego. – ahora el que tenía bulla en irse era él.
- Cómo veas. Ya no debe tardar en llegar Natalia. – ya habían llegado bastantes alumnos, pero no me había percatado de nada.
Nos despedimos con dos besos. El roce de su piel me produjo un estremecimiento. Ambos sonreímos embarazosos. Cerré la puerta con cuidado y a los dos segundos desapareció a una velocidad increíble. Me quedé allí pasmada mirando el lugar vacío que había dejado. Sólo deseaba que no le pasase nada. Cuando reaccioné ante mi embobamiento me dirigí hacia el banco donde siempre esperaba a Natalia. Mientras que la esperaba, mi mente divagó por el mundo de la ensoñación.
Guille era un chaval carismático, pero ahora que había tenido trato con él me parecía muy misterioso. Se trababa mucho al hablar. Y cuando había tenido la visión cambió completamente de actitud. Se le podían ver en esos ojos oscuros. Pero aún así, me resultaba agradable estar a su lado y su calor era muy reconfortante.
Estos días estaban siendo muy ajetreados. Esta tarde me tocaba de nuevo entrenamiento con mi abuela. Tan sólo un día y ya estaba aburrida de hacer lo mismo. Pero tenía que capacitarme mentalmente. Ser fuerte. Prepararme para que Aarón no me hiciese más daño de lo que me había hecho ya, tanto físicamente como moral. Pensar en él me recordó que aún no lo había visto. Ojalá viniese después que Natalia. Así no tendría que volver a enfrentarme con él. Aunque cuando nos vimos ayer… fue distinto.
Natalia me sacó de mi ensimismamiento atrapando dulcemente con sus manos mi cara.
-¿Estás bien? Siento no haberte llamado ayer. Nos mandaron un montón de deberes.
-No importa. Mi abuela vino a visitarme y estuvimos ocupadas toda la tarde.
-Te dolió mucho ¿verdad? – su rostro mostraba preocupación.
-¿La verdad? No. Solo cuando hago movimientos bruscos me duele un poco.
-Ten más cuidado la próxima vez. – me aconsejó – Y ¿qué pasó con Aarón? ¿Por qué no se quedó contigo? – arqueé las cejas y me encogí de hombros.
-¿Tú como sabes que estaba con él?
-Hombre pues os vi bajando las escaleras los dos juntos. Y faltaste a primera. Muy inteligente no hay que ser. Además todo el instituto lo sabe.
-Saber… ¿el qué? – arqueé una ceja.
-Pues que tú y Aarón tenéis algo. Ayer no vino. Dicen que fue a tu casa a cuidarte. – me golpeó con el codo en el costado. Subía y bajaba las cejas.
-¿Perdón? – grité.
-¿No es así? – su expresión era de confusión.
-No – zanjé.
-Bueno… si tú lo dices. Pero entre vosotros dos hay algo… raro. Se puede ver una conexión… no sé de qué tipo… pero algo… es.
-Natalia… ya. – concluí con tono grosero.
-Vale vale, no me comas. Anda vamos que tengo que ir a la taquilla.
Deseo cumplido. Nos íbamos antes de que viniera. Me preguntaba por qué ayer no vino. Sí él no estaba herido. Sólo sabía una cosa segurísima. A cuidarme no había ido. Reí por dentro al pensar en esa situación. Un attak cuidando de una inmunita. Qué estupidez… ¿no? De nuevo, mi única amiga volvió a bajarme de las nubes.
-Toma sujétame esto. – le sostuve la carpeta mientras ella sacaba el libro de filosofía. Mierda… filosofía a primera… que rollo.

Más aburrida no podía ser. Estábamos con el tema de derechos y deberes. Lo odiaba. Pasaba de atender a la profesora. Como siempre me puse a organizar lo que me deparaba esta tarde. A la salida me espera Guille. Una sonrisa floja afloró en mi cara. Haría los deberes, estudiaría ya que ahora empezaba los exámenes finales y por la tarde entrenamiento. Creo que en esto se iba a convertir de aquí en adelante en una rutina. Aunque que Guille me pasase a recoger… eso era nuevo. La clase se me pasó flemática, parecía que nunca iba a acabar. Así transcurrió toda la mañana.
Por fin llegó la hora de la salida, que… tan extrañamente ansiosa había esperado todo el día. Pero quería esperar a Natalia así que me senté en el banco de siempre. No había visto a Aarón en toda la mañana, dudaba que hubiese venido hoy. Tardaba mucho… ¿se habría topado con Pablo? Si era así me podían dar las uvas… Estaba mirando hacia la puerta de la salida a ver si veía a un Seat Ibiza negro tan ensimismada que ni siquiera advertí que Natalia se había sentado a mi lado.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Capítulo 7. Preparación.


7 PREPARACIÓN
Mi madre volvió al ordenador de nuevo, yo me quedé un rato más allí delante del espejo. Esta simple pelusa, ya no pasaba tan desapercibida. Empezaba a crecer y a notarse su presencia. La que era una persona invisible, ahora se convertiría en una de las personas más representantes de los inmunitas.
Estaba sumergida en mis pensamientos pero el golpe de la puerta de la entrada me despertó. Cuando fui a abrirla me quedé boquiabierta al ver a mi abuela con dos bolsas gigantes y alargadas que llegaban hasta el suelo.
-Déjame entrar que pesan.
Me aparté, pero mi asombro aún perduraba. Las dejó apoyada en la mesita de la entrada. Venía exhausta, por lo que se sentó en uno de los sillones de la entrada.
-Abuela… pero… ¿Qué diablos es eso?
-Ah…cosillas. He ido a comprar las espadas de entrenamiento. Las mías ya están muy viejas. – su rostro era indiferente. Hablaba del asunto como si hubiese ido a comprar tomates.
- Y-ya ¿tan rápido? Creo que te dije que necesitaba tiempo para asimilarlo. – le dije con cuidado de no hacerle daño.
- Con las dos horas que has estado, ¿no te ha bastado? Si quieres te dejo más tiempo. – sus ojos reflejaban ansias de empezar, como si ahora tuviese algo con que pasar las tardes.
-Bueno… sí. Puedo decir que ya lo tengo un poco asimilado. Pero ¿no crees que vas demasiado deprisa?
-Allegra, ya sabes lo que te dije, cuanto antes comencemos mejor. Pero tranquila hoy no vamos a empezar.
Automáticamente solté un suspiro de alivio. A mi abuela debió de no parecerle muy bien ya que frunció el cejo levemente y sus labios estaban plisados.
-¡Silvia! Ven un momento por favor. – gritó mi abuela hacia el salón. Acto seguido mi madre entró en la entrada de la casa y al ver las espadas allí apoyadas, el rostro se le descompuso.
-Mamá… ¿Qué es esto? – mi madre tenía los ojos abiertos como platos y la boca desencajada. Más o menos el mismo rostro que el mío hace un minuto.
-Otra igual… pues las espadas de entrenamiento. He pensado que podíamos empezar mañana en el jardín de atrás. Allí no nos ve nadie.
-Bueno pues como quieras. Tú ¿qué opinas Allegra? – aún seguía en mi mundo. Me costaba asimilarlo tan pronto. Pero que otro remedio me quedaba.
-Me da igual. – admití con indiferencia.
-Ahora sí que me voy. Que tengo que ir haciendo la cena. – nos dio dos besos a mi madre y a mí. – Despídeme de Antonio. Mañana estaré aquí a las siete. Espero que te dé tiempo a hacer los deberes. – Asentí – Bueno, adiós.
-Adiós mamá – se despidió mi madre.
Cuando cerró la puerta de la entrada, de nuevo mi madre y yo estábamos a solas. Mi rostro no mostraba ninguna emoción. Sin ningún tipo de conciencia me quedé pasmada mirando a las espadas que aún seguían en la bolsa. Mi madre me miró con el entrecejo fruncido y su preocupación por saber lo que le pasa por la mente a su hija de casi diecisiete años.
-No pesan tanto como parece. Las de entrenamiento son más fáciles de manejar. Además ya verás cómo te resulta fácil. Lo llevas en la sangre. – me frotó el hombro dulcemente y después se marchó al salón.
Estaba allí embobada mirando aquellas espadas. Las subí a mi habitación y las saqué de la bolsa. Es cierto, no eran tan pesadas como me había advertido mi madre. Puede que mi abuela estuviese ya un poco mayor para llevar tantos trastos. Ahora que me fijaba eran muy parecidas a las de esgrima. No eran puntiagudas. La empuñadura estaba cubierta por una guarnición que cubría la mano, pero en vez de ser semicircular era perpendicular a la hoja. Ésta era fina y alargada y en el regazo llevaba escrito las iníciales R.G, mis apellidos Ranzzoni Garrido. Mi abuela se lo había tomado muy enserio. Me fijé que la otra, la cual sería la suya, no llevaba ninguna inicial escrita. Se lo tendría que preguntar al día siguiente. Sentía curiosidad por saber cómo se sentía tener una espada entre manos así que como Edward coge a Bella entre sus brazos en Crepúsculo, mi libro favorito, yo cogí la espada como si se fuera a romper en cualquier momento. No sé por qué, pero me invadió una sensación de seguridad al agarrarla, sentía como si la espada formase parte de mí. Ya con más confianza en ella, que me resultaba extrañamente cálida, me coloqué delante del espejo de mi habitación para ver cómo me vería en un futuro muy cercano. Pero no hizo falta imaginármelo, ya que tuve otra visión.
Me encontraba luchando con alguien, no podía ver quién era, solo veía una silueta negra. Estábamos en una sala forrada de madera por todos los lados, en el suelo había una colchoneta no muy gruesa de color azulón que cubría casi todo el suelo. La habitación no era muy grande, lo suficiente para luchar y espacio para cuatro o cinco espectadores. A los laterales había un par de ventanales, las cuales las vistas eran preciosas. Se podía ver kilómetros de césped y bosque verde, plantas con sus flores correspondientes. Daba la sensación de calma. Estaba atardeciendo y la luz que llegaba a la sala era anaranjada, hacía aún más encantador aquel lugar. Pero estábamos usando espadas más grandes, más pesadas. Los movimientos eran exactos, precisos. No sabía porqué pero no podía conseguir ver contra quién estaba luchando, pero se notaba en el ambiente que ambos estábamos a gusto. Nos unía algo más que un simple enfrentamiento. Y de nuevo… todo cesó.
¿Quién era esa persona con la que estaba luchando? Supongo que eso sería dentro de unos cuantos meses. No creo que aprenda tan rápido. Si aquello es el sitio de entrenamiento quiero irme ya. Dejé la espada apartada a un lado de mi habitación. En un día, dos visiones. Supongo que debería acostumbrarme a esto…
Miré el reloj, todavía eran las siete de la tarde. Este día se me estaba haciendo larguísimo. Quién diría que en el mismo día, le hubiese contado toda la verdad a Aarón, que éste me hubiese golpeado con la piedra, que hubiese ido al hospital, luego a comer a la hamburguesería favorita donde Guille y yo habíamos empezado algo raro…, la visión de mis padres, la visita de mi abuela, la historia de la verdad, las espadas…todo en un día. Ahora que lo pensaba estaba muy cansada. Me estaba empezando a doler la cabeza por la brecha. Mañana no iría al instituto.
Me duché tranquilamente, donde mis músculos se relajaron, luego, me puse mi pijama de verano. No creo que mis padres me cambiaran de instituto, apenas quedaba más de un mes para terminar el curso. Me tumbé en la cama y una nueva sensación bastante extraña estuvo rondando por mi estómago. ¿De verdad Guille me había guiñado el ojo? ¿De verdad habíamos estado coqueteando delante de mis padres? Guille siempre me había parecido un chico muy guapo y agradable, en mi opinión lo veía demasiado joven para trabajar, su sonrisa me encantaba y esos ojos negros me embrujaban, pero de ahí a tener algo con él… no sé si estaría dispuesta. Sin embargo… el corazón me latía deprisa al pensar en el chico prohibido. Aarón. No podía permitirme pensar en él, estaba totalmente abolido rondar por la cabeza de un inmunita un miembro de los attaks a menos que no fuera para matarlo. Además, ¿quién decía que me gustaba? ¿Mi corazón? Bah… el corazón muchas veces se equivoca. Y ¿Por qué no? ¿Por qué no podía intentarlo con Guille? Siempre me había tratado muy bien, aunque claro, supongo que ese era su deber, tratar bien a los clientes.
Dejé de comerme la cabeza y me puse al ordenador un rato. Miré el correo. Todos de publicidad, salvo algún que otro correo de cadenas. Cosa que también clasificaba en correo basura. Estaba aburrida y no sabía qué hacer. Por lo que me metí en Youtube y puse palabras relacionadas con la esgrima y espadas. Sin darme cuenta me tiré más de dos horas mirando videos. Tenía ya los ojos irritados de estar tanto tiempo al ordenador, así que bajé a cenar. La cena transcurrió bastante silenciosa. La comunicación con mis padres ya no estaba siendo la misma. Ahora estábamos más en tensión. Cené rápido y me fui a mi habitación. Me dejé caer en la cama y allí como caí, amanecí.
Me dolía mucho la cabeza. Miré el reloj. Eran las doce del mediodía. Llevaba durmiendo más de 13 horas. Me levanté y fui a curarme la herida. Me vestí con lo primero que pillé y bajé a la cocina a desayunar. A estas horas solo me apetecía un melocotón. Estuve pensando que haría de comer para el almuerzo. Macarrones con nata y bacón. Fui a mirar si había lo que necesitaba en la despensa. Me faltaba bacón y nata. Tendría que ir al supermercado de la calle que se encontraba cerca del instituto, la misma donde había visto a Aarón la última vez. Sentí un pinchazo en el corazón, pero lo ignoré.
Cogí las llaves de la casa, el mp3, el dinero y fui hacia allí. Estaba empezando a ponerme nerviosa al pensar en esta tarde. Extrañamente empezaba a echar de menos a aquella simple espada de entrenamiento. Los coches paseaban tranquilamente, alguno que otro sobrepasaba la velocidad debida, pero esa calle era como siempre. Me recorrió un estremecimiento al recordar la mañana de ayer. Cómo se había parado aquel movimiento de gente, cómo todo se había vuelto siniestro.
Llegué al supermercado. El aire acondicionado me dio de pleno en la cara. No había mucha gente. Fui directa a la sección de refrigerados. Al lado estaba la de salsas y guarniciones. La sensación de peligro se alertó en mi cuerpo. Eso solo podría significar una cosa. Él estaba aquí. Quería salir lo más rápido de este sitio antes de encontrármelo. Cogí rápidamente el bacón y me dirigí hacia donde estaba la nata líquida, pero justo en ese corto trayecto, nos encontramos. Parecía que los dos queríamos salir de allí sin que nos viéramos. Pero lamentablemente no habíamos tenido esa suerte. Sus ojos volvían a ser esmeraldas. Parecía calmado. Sin embargo, reflejaban curiosidad y a la vez miedo. Esta vez sin ningún accidente, los dos desaparecimos por caminos distintos.
Me sentía mareada. Ese encuentro había sido intenso. No sabía explicar qué había sentido, pero no había sido desagradable. Aún así, él era mi enemigo y tarde o temprano acabaríamos enfrentándonos. Pagué por la caja donde había menos gente para así no tener que volvernos a encontrar. Fui hasta mi casa a paso tan ligero que parecía que iba corriendo. Cuando entré a mi casa me sentí segura.


Todavía no eran las seis y media cuando sonó el timbre de la puerta. Era mi abuela.
-Abuela…creí que habíamos quedado a las siete.
-Sí, pero quería merendar antes. – se burló. - ¿Qué hay para comer? – entramos hacia la cocina.
- Creo que hay galletas de chocolate, dulces… - ofrecí.
-Me voy a hacer un café con leche. ¿Tú ya has merendado?
-No, he comido hace poco. – Me miró con los ojos entornados – Es que me he levantado a las doce y pico. Ayer fue un día muy ajetreado. – admití a regañadientes.
-Pues sí… y ahora empieza lo más duro.
Estuvimos merendando –bueno más bien, estuvo – en silencio. Pero no era incómodo. Ambas estábamos sumergidas en nuestros pensamientos. Yo me quedé la mayor parte del tiempo mirando a la pared intentando descifrar alguna que otra figura. Cuando acabó, me mandó a que bajase las espadas. Pero antes de hacerlo le conté mi visión.
-Abuela… antes de ir a por ellas… ayer, cuando las subí, me entró la curiosidad y cogí la que ponía mis iniciales. Entonces… tuve otra visión. – mi abuela seguía escuchándome atenta, con las manos apoyadas en la cara. – Vi un lugar muy bonito donde estaba entrenando con otra persona. Podía verlo todo con perfecto detalle, salvo a mi acompañante. ¿Sabes por qué ocurre? – le pregunté con curiosidad. Estuvo bastante tiempo meditando.
- Bueno cuando se empieza a ver visiones, las personas suelen estar bastantes confusas, sobre todo cuando son del futuro. Con entrenamiento y tiempo ya verás como verás todo más preciso y cuando tú quieras. Ese lugar… ¿estaba rodeado de césped y árboles?
-Sí. ¿Dónde es? Me gustaría saber en qué lugar de esta ciudad se encuentra tal semejante preciosidad. – desvió la mirada y no respondió a mi pregunta. Eso me dejó intrigada.
-Venga ve a por las espadas. – asentí y subí corriendo las escaleras. Estaba ansiosa. Mi corazón palpitaba rápidamente. Cogí las espadas y las bajé corriendo de nuevo. Con una sonrisa en la cara, mi abuela me esperaba al verme tan inquieta.
Salimos al jardín. Hora perfecta, ya que empezaba a ocultarse el sol poco a poco y no quemaba tanto como esta mañana.
-¿Estás segura de que podré hacerlo con esto ahí? – señalé a la enorme brecha que tenía en la cabeza.
-Tranquila, hoy no será muy duro. Solo te voy a enseñar a coger la espada y unos cuantos movimientos.
-Verás… ayer cuando la cogí, no sé pero me invadió una sensación de seguridad y sentía como si formara parte de mí. Parecía manejarla al 100%. – le confesé a mi abuela.
-Eso está bien. Significa que algo de tu instinto inmunita se ha despertado en ti. Pásame la mía. – se la lancé en cuanto me lo pidió.
-¿Por qué la tuya no tiene nada inscrito?
-Porque esta es una simple como otra cualquiera. Yo también tenía la mía pero está demasiada estropeada. Además si ya no oficio de inmunita no me ven necesario hacerme una con mis iniciales de nuevo.
-¿Quiénes?
-Los inmunitas más avezados. – asentí sin entender muy bien.
-Bueno, empecemos. – se colocó en frente de mí. – Lo básico es la colocación. Aunque luego en una lucha de verdad no sirva de mucho. Pero es imprescindible aprenderlo. – alzó su espada a la altura del hombro apuntando hacia mí. – Algo de parecido tiene con la colocación de la esgrima pero no mucho.
- En primer lugar, el saludo. – se colocó de perfil y levantó la mano derecha hacia arriba. Su postura reflejaba madurez y mucho más joven que una mujer de sesenta y cinco años – haz lo que yo haga. – me ordenó. La imité torpemente. – La espalda recta, hombros relajados y piernas no muy abiertas. Y… Allegra, hija mía, si eres diestra, te tienes que poner de perfil pero al contrario que yo. – enrojecí levemente. – Ahora que ya estamos colocadas correctamente, hay que hacer el choque de espadas que conlleva al enfrentamiento. Es como si fuera el estiramiento de los dorsales. Un movimiento elegante. Inclinas tu cuerpo hacia el lado donde está tu contrincante y chocáis las espadas. – a medida que me lo iba explicando lo íbamos haciendo – Con rápido movimiento, tiene que ser muy rápido – me volvió a repetir – tienes que cambiar tu postura enfrentándote a él – esa última palabra que había usado sólo me vino a la cabeza un nombre, el cual, me dio un pinchazo en el estómago, pero lo ignoré - y volver a colocar la espada a la altura del hombro. Con decisión y seguridad, ya podéis empezar la batalla. Pero – resaltó – hoy no es el día. Ni mañana tampoco. Estaremos entrenando la posición durante 4 o 5 días. Tienes que ser muy rápida a la hora de cambiar de postura. – asentí sin decir palabra.
Seguimos repitiendo el saludo durante una hora sin parar. Yo ya estaba aburrida de hacer siempre lo mismo, pero mi abuela insistía en que no era lo suficientemente rápida.
-Abuela… estoy cansada ya… me duele todo el cuerpo. ¿Por qué no paramos? - me quejé – Es solo el primer día.
-Bueno… creo que por hoy está bien. Mañana otra hora.
- ¿Otra hora con lo mismo? – gemí como una niña chica.
- ¿Quieres llegar a ser una buena luchadora o no? – me reprochó.
- Si… está bien.


El despertador sonó de nuevo. Hoy sí tocaba ir al instituto. Me removí entre las sábanas, quejumbrosa. Sin saber por qué, mi corazón latía rápido al pensar qué me deparaba hoy. Últimamente el instituto se estaba convirtiendo en un lugar bastante interesante. Aunque claro, sólo me habían pasado cosas malas. Me puse los vaqueros oscuros de pitillo, una camiseta roja y negra y las Converse rojas. Preparé la mochila y bajé a desayunar. Cereales y vaso con leche.
-¿Qué tal te fue ayer con la abuela? – me preguntó mi madre mientras le daba un mordisco a su tostada con mermelada.
- Bien…aunque un poco aburrida. Estuvimos haciendo lo mismo durante una hora.
-Bueno cariño, estas cosas son así. Ya sabes que para ser perfecta en algo hay q practicarlo mucho. – dijo mientras miraba la tostada.
-Ya… Bueno me voy ya, que se me hace tarde. Chau. Os quiero.
-Adiós cariño.
-Adiós Allegra.
En realidad no era tarde, sino más bien temprano. Había salido de mi casa cerca de media hora antes de que empezara el instituto. Solía tardar en llegar unos diez minutos. Iba andando tranquila por las calles sonando Sum 41 de fondo. Noté que alguien me tocó la espalda. Me quité los cascos y miré hacia atrás a ver de quién se trataba.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Capítulo 6. Respuestas.


6 RESPUESTAS
Para cuando llegó mi abuela ya me encontraba abajo en salón viendo la tele con mis padres. Estaba en mi lado favorito del sofá, donde hace la L, tumbada, mirando hacia la tele, mi madre en el portátil terminando unos informes, sentada en el escritorio que se encuentra detrás del sofá y mi padre leyendo el periódico de hoy en su sillón preferido.
En realidad no estaba viendo la tele, solo estaba pensando qué le iba a decir a mis padres sobre la visión y a mi abuela. No lo tenía nada claro, pero tenía que resolver esta situación, antes de que se me escapara de las manos como pasó con Aarón.
Sonó el timbre e inconscientemente me senté adecuadamente, preparándome para recibir a mi abuela. Mi madre fue la que abrió la puerta y segundos después apareció mi abuela por la puerta del salón casi corriendo hacia mí. Me dio como una treintena de besos por toda la cara, algunos hasta en el oído donde me dejaban medio sorda.

-¡Ay mi niña! ¿Cómo estás? ¿Te duele? ¿Pero se puede saber cómo te has hecho semejante raja? – Parecía sobreexcitada, como si le hubiesen dado una dosis de adrenalina.
-Abuela tranquila, estoy bien. Y no…no me duele. – Se iba acercando el momento de decirles la verdad.
- Pero ¿me vas a decir cómo te lo has hecho?
-Se cayó y se golpeó contra una roca. – se adelantó mi madre.
-Bueno…la verdad…es que…caerme exactamente no fue.
-¿Cómo que no? – Mi padre soltó el periódico y me miró estupefacto.
-La parte corta es que…me obligaron a golpearme con la piedra. – mi abuela intuía más o menos hacia donde se estaba dirigiendo la situación.
-Sigue. – Me animó mi madre.
-A ver…hay un chico que me provocaba dolor de cabeza, no sé por qué. Por lo que fui a contárselo y sin saber por qué, él se puso muy rígido… - me costaba contar lo que proseguía – y sentí…como mi mente huía de la mía. Entonces sin yo querer, cogí aquella piedra y me golpeé la cabeza con ella. – De repente, los rostros de mis padres y mi abuela se volvieron de puro terror, como si supiesen exactamente de que les estaba hablando. Cosa que no me extrañaba, al haber visto esa conversación en la hamburguesería.
Les conté la parte corta de la historia, pero no hizo falta nada más. Después de esto vinieron muchas preguntas más.
-Cariño… ¿sigues soñando todas las noches? A nosotros nos lo puedes contar. – La voz de mi madre estaba empezando a sonar alarmada.
No sabía si responder. ¿Sería la hora de que me contaran todo? ¿De aprender a luchar? ¿Estaba realmente preparada para eso? Si ni siquiera sabía la historia de todo aquello. Me estaba acobardando.
-Allegra por favor, es muy importante. ¿Sigues soñando o no? – de nuevo insistió mi padre.
-¿Por qué tanta importancia? ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que ocultáis? - empezaba a desconfiar de todos. Sentía miedo de saber la verdad.
-Si nos respondes a las preguntas que te hagamos te juro que te voy a contar toda la verdad.
Me mostré dubitativa, pero finalmente asentí.
-Desde hace un par de semanas no recuerdo nada de lo que sueño. Es como si cayera inconsciente y no me enterara de nada.
-Y…por consecuencia de dejar de soñar, ¿has notado que se ha desarrollado otra parte de tu mente? – Seguía preguntando mi abuela.
-Como…. ¿Tener visiones? – Había dado en el clavo. Mi madre empezó a llorar. Mi padre andaba de un lado hacia otro por el salón y mi abuela me miró con ojos de experiencia.
-Abuela… ¿Qué ocurre? ¿Por qué me pasa esto? Quiero respuestas.
-Antonio, Silvia…por favor, dejadnos a solas. Es hora de la verdad. – mis padres abandonaron el salón abrazados y desconsolados.
-A ver cariño…todo lo que te voy a contar no se lo debes decir a nadie ¿De acuerdo? – Asentí – Y debes recordar todo lo que te cuente. A partir de ahora nos vamos a ver mucho.
-Abuela empieza. – empezaba a estar impaciente.
-Hace más de diez siglos atrás, nuestros parentescos empezaron a desarrollar una serie de poderes sobrenaturales. Todo en torno a la mente. Los poderes de éstos únicamente se usaban para hacer el bien y ayudar a la gente. Estos poderes se transmitían por sangre, saltándose una generación. Mi abuela tuvo esos poderes, ella se los pasó a mi madre pero no los desarrolló, mi madre me los pasó a mí, yo a tu madre y tu madre a ti. Por lo que tú eres la generación que te toca desarrollarlos. Esos poderes suelen ser visiones o sueños premonitorios, unida a la habilidad de manejar la espada y una velocidad superior a los demás.
>>Hay poderes que aparecen cuando se llega a la madurez del cerebro y otras simplemente es cuestión de entrenarse y sacar el instinto. Pero no todo fue siempre tan bonito y simple. Pronto, se dieron cuenta de que existía otra especie de poder, un poder malvado. Obligaba a la gente hacer cosas que no querían. Tenían la capacidad de meterse en la mente de los demás y hacer lo que ellos quisieran. Aunque también servía algunas veces para ayudar, siempre lo usaban para su bienestar y su egoísmo. Se creó una guerra entre ambos bandos, donde hoy en día aún perdura. Los inmunitas, que somos nosotros ya que su poder no nos puede alcanzar si estamos bien desarrollados, nos defendíamos viendo cuáles eran sus siguientes movimientos y los attaks usaban sus mejores armas, la espada y su arma letal. Usaban a los seres queridos de los inmunitas para que lucharan contra ellos mismos. Esto siempre desconcertaba a los inmunitas pero para eso estaba el entrenamiento para no dejarse llevar por ninguna emoción.
>>Llevamos más de diez siglos intentando parar esta batalla, pero siempre se nos pasa los años luchando y esos poderes desaparecen, como me ha ocurrido a mí. No hay manera de abandonar. Es el destino quien eligió este camino y hay que luchar irremediablemente. Mi objetivo ahora es que aprendas a luchar, a sacar los instintos que están dentro de ti y a aprender a manejar cuando quieres que sucedan las visiones.
Estaba estupefacta, anonadada, boquiabierta. Desde luego no me esperaba nada de esto.
-En cuanto a ese chico del que nos has hablado. Debes alejarte de él lo máximo que puedas. Supongo que por los dolores de cabeza que te causaba, es también novato y está empezando a desarrollar sus poderes, por lo que tampoco controla lo que hace. Allegra, ese chico es muy peligroso. Puede hacerte mucho daño. Debes evitarlo lo máximo posible. Si está en tu instituto, les pediremos a tus padres que te cambie. Si está cerca de ti demasiado tiempo y peor aún, si se enfada, puede llegar a matarte desde dentro de ti. Además si él le cuenta a sus padres quién eres, hay que empezar a prepararte ya. No tardarán mucho en ir a por ti.
Perfecto…ahora ya no podría ver a Aarón salvo para matarnos mutuamente…Un momento. ¿Qué estoy diciendo? ¿Se supone que me importa? Si me tenía que cambiar de instituto estaría encantada, pero eso significaría no verlo. Allegra… ¿Qué semejantes tonterías estás pensando? ¿Desde cuándo te ha importado dejar de ver a un chico? Tiene que ser un lapsus. No me puede gustar y mucho menos él…que resulta ser uno de los attaks. Además después de tantas cosas que me ha causado… No puedo permitírmelo. Déjate de payasadas.
-A ver…que ordene mis ideas. Se supone que ahora tengo superpoderes, que éstos los tengo que entrenar para controlarlos. Que tengo que aprender a luchar y cuando esté lista ¿pretendes que me enfrente en una guerra en la cual no sé qué papel desempeño?
-Simplificando las cosas…sí. Y el papel que desempeñas cariño, es muy importante. Muy pocas personas quedan ya inmunitas y con suficiente poder para luchar.
-Y yo sola voy a poder contra… ¿cuántos? ¿Diez? ¿Veinte?
-No vas a estar sola. Cuando estés preparada, llamaremos a tus compañeros.
-¡Ah! Pero que tengo compañeros…eso ya me quita el peso de encima – utilicé mi tono sarcástico que tanto me identificaba.
Inspiré hondo varias veces. Necesitaba estar sola y ordenar todas mis ideas. Me sentía muy confundida.
-Abuela…yo necesito mi tiempo. Tengo que asimilar lo que me has contado y prepararme para lo que me espera. Lo puedes comprender ¿no?
-Claro que sí mi vida, pero recuerda, ese chico también empezará a dominar sus poderes y a ser más fuerte. No tenemos mucho tiempo.
Me dio un beso en la frente y se fue hacia la cocina, donde estaban mis padres. Subí a la buhardilla. Ese era mi lugar, donde me sentía yo. Donde podía pensar con claridad. La decoración no era mi favorita, ya que la escogieron mis padres. Color amanecer en las paredes, muebles de almacenamiento color madera clara. Estanterías llenas de libros. Ordenadores viejos en los escritorios. El sofá pequeñito con la tele y la videoconsola. Y el equipo de música. Siempre puesto con algunos de mis discos preferidos. Pero me sentía segura allí arriba.
Puse el aire acondicionado, ya que en verano siempre solía hacer un calor terrible. Coloqué en el equipo el disco de Muse, puse el volumen lo suficientemente bajo para poder pensar con claridad. Me tumbé en el sofá y me puse a comprimir ideas.
Empecemos por el principio de todo esto. Resulta que ese escalofrío que sentí de pequeña era algo del destino que me tenía que suceder. Los sueños de noche era el principio de mi desarrollo de los poderes. El dejar de soñar fue por la mejora de éstos. El dolor de cabeza cuando veía Aarón era que también estaba avanzando los suyos. La premonición fue el inicio de los poderes de verdad. Tenía que aprender a manejar la espada y a correr más veloz que un guepardo. Debía de prepararme para luchar con mis compañeros, los cuales también tenían mis mismos poderes. Y una vez listos emprender una guerra contra alguien que extrañamente empezaba a añorarle con tan solo pensar que no iba a estar.
Otra vez esa estúpida idea. Añorarle, pero ni siquiera habíamos tenido una conversación amable. Tanto terror que me ha causado…, pero claro eso ya sabía por qué había ocurrido. Esa mirada de confusión que tenía cuando nos encontramos en la ambulancia. ¿Lo estaba justificando? Pero si es mi enemigo. ¿Cómo puedo mirarlo de otra forma que no sea odio? Él cuando me miraba, parecía furioso conmigo. Mi cabeza me dice que tengo que alejarme de él. Pero desgraciadamente mi corazón no me dice lo mismo. Si nunca me había fijado en él antes como algo más que un compañero de instituto, ¿Por qué ahora tenía que ocurrir? Si antes era imposible, ahora mucho peor.
Después de tirarme más de dos horas arriba, decidí que ya era hora de bajar y hablar con mis padres y mi abuela para comenzar a organizarlo todo.
Llegué al salón pero no vi a mi abuela por ninguna parte. Mis padres después de razonarlo con ella estaban más tranquilos y serenos. Silvia volvía a escribir en el ordenador sus informes y Antonio estaba viendo un programa de televisión en el que había que averiguar la palabra mediante una serie de pistas.
-Mamá, ¿la abuela ya se ha ido? – mi voz sonaba quebrada debido a tirarme tanto tiempo sin hablar. Me miró con expresión amorosa.
-No, ha ido a la tienda a comprar unas cosas.
-Hum… - me encontraba en el primer escalón agarrada a la barandilla y con el cuerpo echado hacia delante. Una forma bastante desinteresada.
Mi madre caminó hacia mí. No parecía una mujer de treinta y nueve años. Se veía más madura e insegura de sí misma cuando se acercó. Me cogió de la mano, bajé el último escalón y nos abrazamos cariñosamente.
-Lo siento mucho Allegra. Tenía que habértelo dicho antes, pero es que no sabía cómo te lo ibas a tomar. Lo siento de verdad cariño. No teníamos que haber esperado hasta este punto, pero no sabíamos si ya… - no la dejé acabar. Le di un achuchón más fuerte. No era fácil aceptar lo que me habían contado, pero tampoco contarle a tu única hija que se tenía que jugar la vida sin tener otra elección.
Me llevó al espejo que había en la entrada de la casa. Allí nos encontrábamos las dos. Dos mujeres castañas. Una más joven que la otra. Yo, con los ojos rasgados color azul cielo. Ella, con aquellos ojos enormes añil que tanto me gustaban observar de pequeña. Una más alta que la otra. Silvia con líneas horizontales dibujadas en la frente. Allegra con aquel lunar debajo del ojo derecho que tanto identificaba la familia. Narices exactamente iguales, pequeñas, no muy marcadas y algo puntiaguda al final. Mi boca era pequeña y labios carnosos. Sus comisuras curvadas hacia arriba, el labio inferior más grande que el superior. Pintados desde esta mañana, color tierra rojo.
-Mírate y mírame a mí. Hija, se qué tienes fuerza suficiente para afrontar esto. No sabes cuánto me costó asimilarlo cuando me lo contó tu abuela. No podía aceptarlo, pero ahora que te veo, que ya eres toda una mujer, confío en ti más que nunca. Juntas, las tres, afrontaremos esto. Quiero que me lo cuentes todo. Quiero ayudarte. – su rostro era sereno. Pero la voz sonaba quebrosa, a punto de empezar a llorar.
- Mamá. Voy a luchar, voy a ser fuerte y voy a poder contra todos esos attaks que se me presenten. – intentaba convencerme a mí misma, de que podía. Lo iba a lograr.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Capítulo 5. Confusión.


5 CONFUSIÓN
Me asomé a la parte de delante de la ambulancia, donde se encontraba el conductor y el enfermero. En efecto, todo era como la visión, la gente con las manos puestas en la cabeza, los conductores a punto de perder el control, niños llorando, personas agachadas, pero todos en torno a alguien. Nada más ver la sombra de aquella persona, supe exactamente de quién se trataba. Aarón. Él era el causante de todo. Estaba entre dos edificios, mirando fijamente al centro de la calle. Mi cuerpo sufrió un cosquilleo de arriba abajo y en ese instante, no sé cómo, pero él supo que yo estaba ahí. Nuevamente nuestras miradas se cruzaron, pero esta vez no eran de color esmeralda sino del color del plomo. De repente, me acordé de todo lo que había pasado antes del accidente, un torrente de imágenes se agolparon en mi mente, como cuando tuve la primera ilusión, pero esta vez no era una visión del futuro, sino del pasado, de algo que me incumbía y que había ocurrido reciente.
Recordé todo lo que había sentido, lo que le había contado, el despegue de mi mente, el golpe con la piedra, sus ojos – los mismos de ahora – su furia, mi frustración, me acordaba exactamente de cada sílaba que le dije y sobre todo su reacción.
Sentía muchísimo miedo, no sabía si volvería a ocurrir, no quería seguir mirándolo, podría caer de nuevo en esa inconsciencia. Leyó el terror en mis ojos y salió corriendo de aquella calle. Segundos después, todo volvía a ser normal. La gente se sentía aturdida, los niños pararon de llorar, los conductores volvieron a retomar los volantes de sus coches y extrañamente nadie comentó nada de aquella situación rara. La ambulancia siguió su camino y yo volví a sentarme en la camilla.
El trayecto hasta el hospital fue bastante rápido, ya que hicieron sonar la sirena y llegamos antes de que cantara un gallo. Pero mientras tanto no dejaba de pensar en él. Sentía que él había experimentado también ese miedo que yo había sentido cuando me asomé a la ventanilla de la ambulancia. Presentía que provocaba ese dolor de cabeza a todo el mundo sin su consentimiento, que él no quería hacerlo. Pero eso no justificaba el hecho de que me dañara con una piedra o que hubiese provocado ese daño a tanta gente.
Llegamos al hospital, me metieron en la sala de curas y me tuvieron que poner siete puntos en la frente. Después me tuvieron en observación tres horas más. Mis padres estaban aún más pendiente de mi de lo que ya lo estaban.


-Cariño ¿seguro que te encuentras bien? Si quieres podemos quedarnos más en observación.
- Estoy bien mamá. Hasta podría correr en la maratón.
-El médico ha dicho que debes descansar y que mañana no irás al instituto.
Algo bueno en todo esto. No tendría que verlo. O quizás no era eso lo que quería.
-Bueno tampoco me iba a perder nada interesante mañana.
-Mejor. ¿Qué tal si nos vamos a “los ham’s 80”? – Era mi hamburguesería favorita.
-¡Bien! Hacía tiempo que no iba.


Siempre iba allí con Natalia y alguna que otra vez con mis padres. El lugar era fantástico. Estaba ambientado en los 80. Todo de color rojo y blanco. Sillas y mesas típicas de los 80. Sofales alrededor de las mesas. Un reloj gigante arriba de la barra. Música rock. Detrás de la barra se podía ver a los cocineros hacer la comida. El servicio siempre era excelente y entre ellos se llevaban fenomenal. Te contagiaban de la alegría y su amabilidad.


-Hola Allegra, hacía tiempo que no te veía. ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado? – Me preguntó Guille, el camarero. Era guapísimo, joven y tenía una sonrisa que cautivaba.
-Ah nada, me caí y me golpeé con una roca.
-Espero que te pongas bien. – Se volvió hacia mis padres – ¿Cómo están señores Ranzzoni?
-Bien, bien. Vamos tirando. – mi madre le mandó una sonrisa educada de la cual él respondió a la suya.
-¿Qué van a tomar? - La primera en hablar fui yo.
- Yo quiero una hamburguesa con queso, Nestea y patatas fritas. – Puse mi cara más inocente.
- Lo de siempre ¿no? – me lanzó su mirada picarona y su sonrisa irresistible.
- Sí, lo de siempre. – Ambos nos miramos y nos reímos. Apuntó mi pedido en su libreta.
- ¿Y ustedes?
- Yo quiero un serranito y una cerveza sin alcohol. – Dijo mi madre.
- Y para mí una hamburguesa completa con queso y un tinto de verano. – siguió apuntando.
- Ok, ahora les traigo las bebidas. – Sin que mis padres se dieran cuenta, Guille me guiñó el ojo y se marchó. Pude verle en la cara que estaba sonriendo.
Mis padres estuvieron en silencio bastante rato, tuvieron una mirada de complicidad y luego se dirigieron a mí.
-¿Qué pasa? – pregunté cómo quién no sabe nada.
- ¿Qué pasa con el camarero? ¿Eh?
- ¿Qué dices papá?
- Sí, sí…ya hemos visto como te miraba. Pillina.
-Bah…tonterías. – En realidad sabía exactamente hacia donde estaban intentando llevar la conversación. La verdad es que Guille siempre me había parecido muy atractivo y simpático.
- Ay Silvia, nuestra hija ya no es una niñita.


De repente, mi padre se calló y se puso rígido. Guille llegaba con las bebidas. Colocó la cerveza sin alcohol y el tinto de verano en la mesa. Y mi Nestea, me lo dio en la mano, haciendo rozar nuestras manos lentamente. Cuando se marchó, mis padres empezaron a reírse a carcajadas y yo me tuve que unir a ellos, ya que era contagiosa. Fui a darle un puñetazo en el brazo a mi padre de broma, pero desgraciadamente aquel momento de risas y guasas se acabó en el momento en que toqué a mi padre y otro torrente de imágenes me inundó.
Dejé de ver durante unos segundos que se me hicieron interminables. Era otra visión. Pero esta vez en vez del futuro parecía que era del pasado, ya que las imágenes se me aparecían en sepia, aunque no eran de hace mucho tiempo. Vi a mis padres hablando con mi abuela en la sala de estar de su casa. Yo me encontraba en la cocina jugando con mis muñecas y tendría como unos ocho años.
-Mamá, esto está empezando. Lleva unos días diciéndome que tiene pesadillas horribles, que se acuerda de todo lo que sueña. ¿Por qué tiene que ser ella? – Mi madre sonaba bastante alarmada.
-Ya sabes que es cosa del destino. Se salta una generación, a ti no te tocó, así que es a ella. – La voz de mi abuela sonaba bastante tranquila, como si dominase la situación.
-Ahora es pequeña, pero cuando se haga mayor, ya sabes lo que le pasará. ¿Qué vamos a hacer cuando le llegue el momento? Lo pasará fatal, no quiero que esté sola.
- Y no lo estará. Para eso estaréis vosotros, para que os lo cuente y posteriormente me llaméis a mí. Yo le enseñaré todo lo que hay que saber, como dominar, como luchar, todo. No os preocupéis, todo saldrá bien.
Y de nuevo la imagen cesó. Estaba con la mano apoyada en el hombro de mi padre. Me miró con cara de preocupación.
-Allegra, ¿Qué te pasa?
-N-nada.

Retiré la mano del hombro, las sonrisas y ese ambiente de alegría se borraron de la mesa. ¿Qué diablos acababa de ver? ¿Qué era eso de dominar, luchar? ¿Se trataba acaso de esto que me acababa de ocurrir? ¿De las visiones? ¿Qué tenía que ver mi abuela en todo esto? ¿Qué es eso que me pasará? De nuevo, otra preocupación en mi mente.
El resto de la comida, apenas intercambiamos palabras. Cuando venía Guille a traernos las hamburguesas notaba que pasaba algo y se marchaba sin decir nada.
Llegamos a casa y me fui directa a mi habitación. No quería hablar con ellos. ¿Es que no tenía suficiente con todo lo que me pasaba? ¿Tenía que involucrase también mis padres y mi abuela? Con todo el cacao y el dolor de cabeza que empecé a tener, me acosté en la cama un rato y me quedé dormida.
Me despertó mi madre tocando la puerta. Me sentía aturdida, no podía pensar con claridad, estaba en estado de vigilia.
-Allegra venga levántate que luego no duermes por la noche. Y a ver si recoges un poco la habitación para que Lola no tenga mañana tanto trabajo, que me ha dicho que se tiene que marchar pronto.
Mi habitación siempre estaba hecha un caos. Encima del escritorio siempre había ropa, ya fuera limpia o sucia. Los zapatos que había usado durante la semana tirados por el suelo. La cama desecha, la litera de abajo sin poner sábanas. Y el armario hecho una leonera.
-Ajá…va… - murmuré como era capaz, medio dormida que todavía estaba.
Poco a poco me fui despertando y despejando. Iba a bajar para merendar algo antes de empezar a recoger, pero escuché a mi madre hablar con mi abuela por teléfono y decidí que sería mejor escuchar la conversación a ver si sacaba alguna información para resolver ese puzle que se estaba convirtiendo mi vida.
-No, mamá. Seguro que está bien. La acabo de llamar para que se despierte. Le he dicho que recoja la habitación. – silencio durante cinco segundos.
- No le va a pasar nada. Que solo se ha hecho un corte. – otro rato sin hablar.
- Bueno pues como quieras. Nosotros estamos aquí. Adiós mamá – silencio. Se escucha colgar el teléfono. – Antonio, mi madre viene aquí.
- ¿Para qué?
- Que quiere saber cómo está la niña.

Por ahora nada parecía fuera de lo normal. Una conversación madre-hija de la cual la abuela se preocupaba de su nieta. Un momento. Había dicho que venía aquí. Perfecto. Este era el momento de preguntarle algunas cosas y sacar a la luz todo este enigma que me rondaba.