viernes, 30 de abril de 2010

Capítulo 24. Salida.


24 SALIDA
Después de hablar con mi abuela, me dispuse a ducharme, vestirme y maquillarme para salir. Sin embargo, algo había en mi interior que estaba inquieto. Un grito ahogado llamaba en mi interior sin llegar a revelarse. No conseguía escuchar lo que me intentaba decir, sonaba muy lejano y minucioso.
Después de tantas experiencias con respecto a mis voces interiores - oh mierda… me estaba volviendo loca – quizá tendría que prestarle más atención e intentar descifrar lo que estaba intentando decirme, pero sin embargo, la ignoré… otra vez.
Me puse los vaqueros de pitillo oscuros, una camisa larga roja y negra de cuadros, la chaqueta negra y mis Converse rojas desgastadas. Líneas de ojos negras bien marcadas, una coleta mal hecha pero formal, mi colgante bien escondido y los complementos adecuados. Perfume de Amor Amor et voilá. Lista para una noche divertida… al menos eso esperaba.
Fui la primera de las chicas en llegar al porche. Ya estaban allí Ángel y Guille.
Escuché decirle Guille a Ángel algo parecido a que no me dijera nada a mí. Pero creo que me lo inventé.
Cuando me presenté delante de ellos, dejaron de hablar.
-Ey… ¿Por qué paráis? ¿De qué estebáis hablando? – quise saber.
-Nada… cosas de fútbol. – Ángel me miró sonriente y me rodeó con los brazos. – Vaya… estás muy guapa.
-Sí… seguro. Tú lo que eres muy listo.
-Me lo suelen decir mucho. Pero no les suelo hacer caso. Yo soy humilde.
Guille y yo empezamos a reírnos a la vez. Esto le hizo callar bajando el volumen de su risa poco a poco hasta quedar en una simple sonrisa. Algo no terminaba de encajar bien.
-Por cierto chicos, vosotros sí que estáis guapos. O será el tiempo que hace que no salimos bien arreglados todos.
-Claro… excusa que pones para no aceptar que tenemos buen gusto. – apostilló Cristina que acababa de encontrarse con nosotros.
Esperamos a los demás. La verdad, sí que estaban todos espectaculares. Cómo cambiaba la gente del uniforme típico de la residencia a sus prendas más arregladas.
Cristina llevaba puesto unos pantalones vaqueros también de pitillo que resaltaba la silueta de sus piernas, unas botas color beige oscuro de tacón, una blusa del mismo color que las botas para combinar perfectamente, un cinturón por encima de la camisa le daba un toque campestre y una chaqueta de tacto suave con botones grandes marrón claro. Pocas veces la había visto así vestida. No llevaba un maquillaje excesivo, sin embargo hacía deslumbrar sus labios con ese rojo pasión.
Más tarde fueron apareciendo los demás. Llamadas a los móviles para que llegasen puntuales. Piropos enfáticos unos a otros por la sorpresa ante tal formalidad. Comentarios sobre la película. Discusiones sobre la salida. Hasta que finalmente, llegó Mabel.
Un estilo un poco distinto al de Cristina y los demás, Mabel lucía piernas estilizadas con una falda vaquera estrecha y corta, unas medias oscuras que acababan en las botas de tacón alto grises. Un jersey largo gris y blanco le dejaba al descubierto gran parte del hombro derecho, aportándole un toque sexi. Llevaba el pelo alisado por la plancha posiblemente, y los ojos ahumados negros.
-¡Guau! Mabel estás espectacular. – le piropeó Guille. Su cara se fue tornando de un color rosado al rojo viviente.
Nadie dijo más. Una tensión se había generado ante el silencio que dejó atrás Mabel. Todos éramos conscientes del lazo que se estaba empezando a formar, centímetro a centímetro. Sin embargo, parecía tan frágil que no nos atrevíamos a bromear acerca de ello, a comentar o simplemente a preguntar. Era evidente que todos queríamos lo mejor para Guille y Mabel. Ante todo yo, que era la única responsable de la situación que había generado semanas atrás.
-Bah… tonterías. Vamos.
Para evitar que descubriésemos su rubor, Mabel se adelantó la primera y empezó a liderar el grupo hacia el garaje. A alguien se le escapó una risa débil. La seguimos, volviendo a las conversaciones de antaño. Ante ese incómodo momento, retornamos nuestra naturalidad. Discutimos sobre quién llevaría los coches, y con quién iría cada uno en el trayecto del porche al aparcamiento.
Una vez allí, en aquel inmenso garaje, lleno de coches altamente modernos, donde la luz apenas llegaba a vislumbrar la planta, Guille, Mabel, Cristina y Lucas se montaron en el Seat Ibiza rojo último modelo de Lucas, mientras que Sandra, Ángel y yo nos subimos en el nuevo Citroën negro de Sandra.
Eché a suertes con Ángel para saber quién iría en el asiento del copiloto, cosa más bien estúpida, puesto que ambos visionamos que sería Ángel. Al entrar en la parte de atrás, me invadió un aroma a hierba mojada, recordándome por un segundo aquel hedor de aquel lugar donde no estaría nunca más. Moví la cabeza bruscamente para desechar ese pensamiento y me abroché el cinturón. Al evadir ese escaso recuerdo, creía haber oído a la vocecita alzar la voz un poco más alto. Lapsus. Sandra me sacó de mi ensimismamiento.
-¿A qué hora has dicho que empieza la peli? – habló mientras enchufaba el Ipod a los altavoces del coche.
-A las 8 y veinte. Hay que darse prisa o no llegaremos.
-Eso está hecho. – Me sacó la lengua desde el espejo retrovisor.
Encendió las luces, arrancó el motor, un cambio de luces para el coche de Lucas y antes de que pudiese respirar, aceleró metiendo tercera dejando a nuestros cuerpos aplastados contra los asientos. Minuto después, ya se había incorporado a la autovía que nos llevaba a la ciudad. La manecilla del velocímetro no bajaba de los 130 cuando el máximo permitido era de 80.
-¡Sandra, ten cuidado! – Ángel intentó gritar por encima de la música a tope de volumen.
-¡No pasa nada! Si nos pasara algo, recuerda que lo podemos evitar. Para algo somos inmunitas.
En eso llevaba razón. Realmente, podíamos ver si cabría la posibilidad de tener un accidente o que la guardia civil nos detuviera por exceso de velocidad.
Las luces de las farolas se desdibujaban dejando un pequeño destello a su paso, como los recuerdos, como el tiempo. Fugaz. Los árboles parecían no llegar a su destino, demasiado lentos para la vida. Mi vida. Nuestra vida. Las líneas discontinuas de la carretera parecían unirse en una sola y no separarse nunca jamás. Pero luego reducía la velocidad y volvían a la realidad. Ahí estaba la separación de cada una de ellas. Como siempre había tenido que ser. ¿Nuestro amor? Una lágrima descontrolada discurrió por mi rostro.
-Estás demasiado callada. ¿Qué te pasa? – preguntó Ángel mientras intentaba buscar mi cara por el espejo del copiloto.
Disimuladamente me sequé esa gota y le ayudé a encontrar mi rostro. Esbocé mi sonrisa más sincera.
-Nada. Es solo que estoy un poco ansiosa por llegar ya.
Ángel no cambió de expresión pero su conversación dio un salto completamente distinto.
-Sí. Yo también estaría así. Guille ya te está olvidando y tú te estás empezando a arrepentir de lo que hiciste. Vamos, que estás celosa de Mabel.
Sandra bajó el volumen de la radio hasta casi al mínimo. Apartó la mirada de la carretera para mirar a Ángel con rostro de incredulidad.
-¡Sandra por Dios! ¿Quieres mirar a la carretera? – bufó Ángel.
-Joder pues no sueltes esa gilipollez tan de repente. – volvió a prestar atención al asfaltado.
La carretera estaba totalmente desierta, a pesar de ser viernes. Solo un par de coches, a parte de los nuestros, nos seguían. Posiblemente gente de la residencia.
-¿Qué pasa? He dicho la verdad. ¿No? – Se giró lo máximo que pudo sobre el asiento para poder fijar su mirada en mí.
-Lo siento. – me encogí de hombros. – Pero no es así. Ni siquiera te has acercado. Estoy realmente contenta de que Guille comience a dejar de pensar en mí y se fije en la que realmente lo querrá de verdad.
-¿Entonces? – Encontré los ojos de Sandra en el espejo retrovisor.
-No sé… - moví la cabeza bruscamente. – Ha sido un bajón. Pero ya está. Es viernes, vamos a salir todos juntos y nos lo vamos a pasar de lujo. ¡Dale volumen a la radio!
Me di cuenta entonces que no servía de nada ponerse nostálgica. Esta noche había que disfrutarla y pasárselo a lo grande. Olvidarse de todo. Además, ¿Por qué me ponía así? Nada estaba perdido aún… ¿No? Fuera como fuese, hoy no dejaría que mis sentimientos me abrumasen e impidieran que pudiese disfrutar.
Sandra subió el volumen a tope y la canción de I've got a feeling de Black Eyed Peas suprimió cualquier pensamiento de los que estábamos en el coche. Comenzamos a saltar y a bailar dentro de él, haciendo cambios de luces y tocando el claxon al ritmo de la música.
Treinta segundo después, Lucas se puso a nuestra altura en el carril de al lado. Bajamos las ventanillas y comenzamos una guerra de volumen. Me desplacé hacia el lado opuesto y saqué la cabeza fuera de la ventanilla dejando que el frío viento de la prematura noche me azotase en mi cara haciéndome volver a la realidad. Cristina sacó también la suya y el brazo derecho que lo agitaba al ritmo de la música del Seat. Sin ningún motivo comencé a gritar y a reírme a carcajadas. Guille se hizo un hueco en la ventanilla y comenzó a mover la cabeza hacia delante y atrás siguiendo los bum de la canción. Sandra sacó la mano izquierda y levantó el dedo corazón mientras dejaba atrás la vista de la carretera y sacaba la lengua al coche de Lucas.
Desmadre total. Risas, insultos, amenazas, más risas, acelerones, temblores del coche, carcajadas… No existía nada más. Estaba disfrutando como nunca antes lo había hecho con los amigos. Jamás me había sentido igual, jamás había salido con tanta gente y ahora que lo estaba experimentando, era algo inmejorable.
Conforme fuimos acercándonos a la ciudad, fueron reduciendo la velocidad y ocupando un solo carril. No sabía por qué motivo, pero el hecho de estar de nuevo en aquel lugar, hacía que mi corazón comenzara a palpitar rápido. Durante el camino, un subidón de adrenalina se había incorporado a mi sangre, estaba exaltada, emocionada.
Diez minutos después, ya habíamos llegado y aparcado en el Parking del cine.
-Hemos ganado nosotros. – gritó Lucas nada más al salir del coche.
-¡Qué dices! Nosotros llevábamos mejor el ritmo y se escuchaba más. – contrapuso Sandra mientras nos acercábamos a la taquilla de entradas.
-¡Ja! No te lo crees ni tú. Apuesto a que mi coche alcanza más velocidad que el tuyo. – fanfarroneó de nuevo Lucas con las cejas arqueadas y su rostro de superioridad.
-¿Y eso qué tiene que ver con la música? – hablamos todos a una. Lucas tardó en contestar. Luego se encogió de hombros.
-No lo sé. Pero siempre tiene que llevar ella la razón. – señaló con el dedo Sandra y se cruzó de brazos.
-O sea, que aceptas que os hemos ganado en cuestión de ritmo ¿no?
-Bah… lo que tú digas.
La entrada del cine estaba demasiado envejecida. Una fachada mal pintada grisácea con restos de grafitis, el nombre en neones arriba del porche que le aportaba un toque pobre al cine, la iluminación de las farolas era descolorida, había una doble puerta negra bastante deteriorada y un olor en la zona… un tanto peculiar que no sabría definir. Mi rostro descifraba todo lo que estaba pensando.
-Tranquila, ahora verás. – me golpeó suavemente la espalda Ángel. Me encogí de hombros.
La verdad no esperaba mucho de ese lugar. Se veía un cine elemental, malogrado. Dudaba de lo que pudiese dar de sí ese sitio tan… maloliente. Las puertas se abrieron de par en par y parecí estar en un sitio totalmente distinto a lo que había fuera. Una enorme sala oscurecida recubierta por estrellas brillantes en el techo recorría toda la habitación. La moqueta de color cielo noche era agradable al tacto de los zapatos con el suelo. Carteles gigantes de películas estaban situados de manera estratégica para que fuesen vistos a primera vista, una enorme pantalla de televisión anunciaba los tráileres más famosos. A la izquierda de la sala había un stand de golosinas junto a una gran cola de personas esperando en la caja registradora para pagar nerviosos por la lentitud de la dependienta. Una niña tiraba del abrigo de su madre para preguntarle cuánto quedaba para que empezara la película. Un padre de familia miraba desesperado el reloj continuamente. Un grupo de adolescentes se burlaban de la cajera. Todo era un caos pero sin embargo, se respiraba un ambiente acogedor.
A la derecha de la entrada se encontraban las taquillas. Una doble cola recorría la mayor parte de la sala. El jaleo que estaba formando una pandilla de chavales de unos trece años llamaba toda la atención. Flashes de cámara, risotadas por todo lo alto, puñetazos y palabrotas a voces limpias impacientes por sacar las entradas.
-Sí, muy bonito el cine pero así no llegamos a la película ni de coña. ¿A quién se le ocurrió la maravillosa idea de llegar diez minutos antes sin haber sacado las entradas? – ironicé volviendo los ojos hacia arriba mientras nos colocábamos en el último de la fila.
Lucas sin embargo, se dirigió directamente a una maquina que había al lado del taquillero. Introdujo una tarjeta y tecleó una serie de números. La máquina imprimió una serie de papeles. Los cogió y se dirigió hacia nosotros con los papelitos en la mano revoloteando.
-Si no recuerdo mal… mmm… ¡Ah, sí! A ti. – me sonrojé tanto que notaba mis mejillas arder. – Pero si no llega a ser por esta mente tan privilegiada que piensa con lógica, es verdad que no hubiésemos podido verla. – Agitó varias veces de nuevo las hojas. – Aquí están nuestras entradas. 7 exactamente, para ver Avatar en 3D. Sala… - hojeó rápidamente – sala 10. Quedaban pocos asientos la verdad.
-Oh Lucas, ¿qué haríamos sin ti? – Cristina habló con claro sarcasmo mientras nos acercábamos al puesto de las palomitas que estaba al fondo de la sala. También lleno de gente.
-Lo sé, lo sé. No hace falta que me lo digáis. De nada.

A pesar de las 3 horas de película, salí con una gran satisfacción. Era la mejor película que había visto y no lo pensaba yo sola. Todos los críticos del cine estaban de acuerdo conmigo. Además me infundió un gran abismo de esperanza que hasta ahora creía haber empequeñecido. De nuevo la vocecita volvía a ser un poco más alta. Hoy. Creí oír. Pero debió de ser mi imaginación.
-¡Vaya peliculón! Esto es una película de verdad, no las chorradas romanticonas que sacan. – Ángel daba pequeños saltos de un lado a otro emocionado.
-Ahora nos podemos morir tranquilos. – bromeó Cristina. Soltamos una carcajada a una.
-Joder… anda que tú también las cosas que se te ocurren… - Mabel puso los ojos en blanco y movió la cabeza de un lado a otro.
-Es Cristina. Ella y sus ocurrencias. – simplifiqué. Todos asintieron mientras la aludida ensanchaba una sonrisa de oreja a oreja.
Fuimos avanzando hacia la salida. El cine parecía una auténtica leonera. Aún había llegado más gente, palomitas por los suelos, personales de la limpieza recogiendo detrás de los más patosos con sus enormes cubos de palomitas, flashes de cámara por todos los lados, llantos de niños desesperados. Estaba muy bien decorado y era totalmente fantástico, pero debía de ser el único cine en todos los alrededores. Me estaba empezando a agobiar y necesitaba salir de aquí.
-Bueno yo no sé vosotros, pero tengo un hambre… - suerte que Guille se adelantó y nos sacó de aquel barullo.
-¿En serio? Pero si te has comido un paquete extra gigante de palomitas y casi un litro de Coca-Cola.
Volvimos a aquella vía maloliente y envejecida que me recordaba la vida real. La oscuridad era mucho más pronunciada y las temperaturas habían bajado de nuevo.
-Pero de eso hace ya tres horas. Además mi cuerpo me pide comida de verdad, no porquerías.
-Conozco un restaurante italiano por aquí cerca que está para chuparse los dedos. Y de precio asequible. – Informó Sandra.
Conforme íbamos avanzando, las calles se hacían más coloridas. Había más movimiento de turistas, las voces de los camareros se oían gritar a los cocineros, los coches pasaban con más velocidad, las aceras se iban ensanchando. Estábamos llegando a pleno centro de la ciudad.
Pronto llegamos a aquel garaje. Aquellas calles ahora tan llenas de gente, pero tan vacías para mí. Todo había cambiado mucho desde la última vez. Mi corazón latía con fuerza pero mi respiración se hacía cada vez más difícil. Notaba como me faltaba el aire, cómo mis músculos cada vez se tornaban más torpes. Demasiados recuerdos de golpe, demasiadas sensaciones a la vez, demasiado dolor. ¿Por qué justo hoy? ¿Por qué tenía que añorarlo tanto ahora? ¿Por qué había decidido mi corazón gritar de angustia en este día?
Suerte que mis amigos estaban metidos en sus travesuras haciéndose pasar por extranjeros que preguntaban tonterías a los paseantes. Volver a ver aquella callejuela estrecha, aquella donde me despedí de él, de sus besos, de su olor… esa calle donde había vuelto al mundo paralelo. Y allí nos encontrábamos los dos, abrazados y enamorados. Parecía rememorar la escena desde otro punto de vista, como las visiones. Pero sabía que esto no era una visión, era un recuerdo… y estaba en mi imaginación.

Durante la comida luché con todas mis fuerzas para intentar apartar a un lado todo lo que sentía, todo lo que me producía dolor. No sabía cuánto iba a durar encerrando todos mis sentimientos apáticos en un baúl y sacando los más positivos. Eran demasiadas emociones, demasiados recuerdos que tenía de la ciudad junto a él, pero no podía permitirme el lujo de llegar a la ansiedad por el camino más fácil. Si la melancolía llegaba a mí, antes tenía que pasar por una montaña de euforia, de alegría, de diversión… mientras tanto, aproveché todo lo que pude.
Cuando ya terminamos de comer y estábamos esperando la cuenta, éramos los últimos, el cocinero de aquel restaurante de lujo, un tipo joven, esbelto, algo bajito y de unos ojos color miel se asomó por el arco que comunicaba la cocina con la zona de la barra y se fijó en nuestra mesa. Volvió a meterse para dentro, se quitó el gorro reglamentario, el delantal, cambió la camisa blanca del uniforme por una camiseta sencilla azul claro y los pantalones por unos vaqueros. Se arregló el pelo y salió hacia la barra. Mientras los camareros recogían las últimas mesas y colocaban las sillas encima de éstas, el cocinero preparó algún coctel que no pude identificar y rellenó 8 copas de esa bebida rojiza. Decoró las copas con azúcar en los filos y sombrillas llamativas. Las colocó en una bandeja y se dirigió hacia nosotros con una sonrisa muy amable.
-Tomad chicos, cortesía de la casa. – Las repartió a cada uno de nosotros mientras estábamos todos con una cara de perplejidad salvo Sandra que miraba fijamente al cocinero y esbozaba su sonrisa atractiva.
-Muchas gracias Javi, no hacía falta.
-Tranquila Sandra, que yo también me he preparado uno. Hoy hemos tenido un día ajetreado. – la voz de Javi era sensual.
Todos los demás clavamos la mirada en Sandra para que nos explicara la razón de esta deliciosa invitación. Sin pensármelo dos veces me lo bebí del tirón. Segundos después, un ardor insaciable recorría mi garganta dejándomela desgarrada. Quizá con el alcohol ese baúl estuviese más seguro.
-Chicos, os presento a Javi. Fue… bueno, un amigo especial en el instituto. – Los ojos tanto de Javi como de Sandra brillaban como las estrellas perdiéndose en el mundo pasado.
-¿Qué tal? Espero que os haya gustado la comida.
-Estaba buenísima. Sentimos ser los últimos. – Sandra se disculpó. Su cara reflejaba total felicidad.
Ambos mantuvieron la mirada fija durante minutos sin decir palabras. Éramos testigos de un reencuentro especial, un evoco a los sentimientos olvidados. Un momento doloroso para mí, demasiado parecido a mi vida pasada. Ojos esmeraldas. Lucas apartó el vaso a un lado con disimulo. Sin darme tiempo a preguntar, mi cuerpo se abalanzó sobre su copa y me la bebí de otro trago. Mi garganta parecía la chimenea de un volcán.
-Parece que a tu amiga le ha gustado. Es bastante fuerte. Yo al menos con tres de estos ya comienzo a perder la coordinación y más si me los bebo así de rápido. – Javi ya se había sentado al lado de Sandra y charlaba animadamente con los demás.
¿Qué bebida alcohólica sería? Estaba buenísima. Además me había tomado el de Lucas porque era el que tenía que conducir. Y ahora que lo pensaba, Sandra tampoco podía tomárselo. Con una sonrisa malvada, capté a una velocidad sobrehumana la copa de Sandra antes de que se la llevara a los labios.
-Lo siento. Lo dice la tele, si bebes no conduzcas. Y si no conduces… ¿Quién nos lleva? Es por tu bien. – empecé a reírme a carcajadas sin motivo alguno.
Notaba mis mejillas arder y cómo poco a poco una avalancha de alegría me iba inundando. Javi preparó más cocteles de distintos tipos, cada uno de un color diferente, con una decoración diferente. Me bebí uno tras otro sin pensar en el futuro, en el pasado, en el presente. Las carcajadas iban cada vez a mayor y me acompañaban mis amigos, incluido Sandra y Lucas. No sé en qué momento pasó pero me subí encima de una de las mesas del restaurante y comencé a bailar exageradamente. Mi camisa se fue desabrochando por mi mano que no controlaba. Los chicos se acercaron alrededor de la mesa alzando las copas arriba.
-¡La camisa! ¡Quítate la camisa! – creí oír gritar a Guille.
Por un instante fui consciente de lo que estaba haciendo y le señalé mi dedo corazón. Comencé a saltar hasta tal punto que la mesa amenazó con deshacerse en pedazos. Bajé por miedo a hacerme daño y comencé a darle abrazos a todo el mundo. El que mejor olía era Ángel. Ellos, ebrios como estaban, me correspondían e incluso intercambiamos besos en la mejilla. Más cariñosos que nunca, más afectos de lo debido. A Cristina le había entrado el bajón y estaba sentada en una silla con la cabeza entre las piernas. Demasiado alcohol, demasiada rapidez, demasiada ausencia de borrachera. Lucas bailaba sin música al ritmo de Michael Jackson, Guille hablaba más de lo normal, Sandra desapareció con Javi por la cocina, Mabel y yo nos reíamos sin motivo alguno con tan solo mirarnos y Ángel aplaudía a Lucas.

Y así pasaron las dos horas más desmadradas desde hacía mucho tiempo. Poco a poco los efectos del alcohol fueron reduciendo pero conservando aún la vista borrosa y la falta de coordinación. Sandra apareció a las dos horas con el pelo alborotado y la camisa mal abrochada.
-Bueno… no hemos pagado la cuenta. – balbuceó Mabel entre los enredos de su propia lengua.
-Invita la casa. Un día es un día. – Habló Javi con rubor pero una felicidad que saltaba a la vista.
-¿Visteis? Por eso os dije que comiésemos aquí. Sabía lo que iba a ocurrir. – Sandra nos guiñó un ojo mientras Javi se alejaba retirando las copas de la mesa.
Muy a nuestro pesar nos marchamos del restaurante dejando atrás un cocinero recogiendo aquel desastre que habíamos dejado a nuestro paso. Aunque segundos después, echó la verja y apagó las luces.
Las calles parecían ahora desiertas. Algún que otro coche pasaba rápidamente con la música a tope. El silencio de la madrugada gritaba una noche distinta. Me fijé en cada uno de mis amigos y ninguno seguía las líneas rectas de los bloques de piedra de la acera, incluida yo. Nos abrazamos los unos a los otros para mantenernos derechos. Caminábamos sin rumbo, sin fijarnos, sin importarnos, sin importarme. Buscamos bares abiertos, pero no era la zona adecuada de la ciudad. Mientras andábamos, Guille rompió el abrazo masivo y salió disparado hacia la maleza de decoración de la calle para sacar hasta el desayuno de esta mañana. Al ver tal escena comenzamos a reírnos a carcajadas. Seguidamente, Ángel lo acompañó. Fuimos avanzando. Perdí la mirada periférica y solo estaba centrada en mis pasos, en el suelo. Ellos eran los que me guiaban. La cabeza me daba demasiado vueltas como para mirar hacia delante. Mi estómago rugía y me arañaba. Mis sentidos estaban inmunizados. Mi mente no pensaba con coherencia.
Pude percibir un pequeño cambio en el ambiente. Un frescor más refrescante me azotó en mi rostro. El sonido de la gravilla al pisar despertó algo en mí. El ruido de las hojas al chocar a causa del viento. El repiqueteo de una fuente. La gran cantidad de árboles que se encontraban en aquel lugar. Forcé a mi cabeza a levantarse y observar donde me encontraba.
Como una jarra de agua fría hubiese caído sobre mí, desperté de aquella borrachera y todos los efectos del alcohol desaparecieron a una al ver donde estaba. No podía ser. No podía ser cierto. ¿Cómo había permitido llegar hasta aquí? ¿Cómo no me había dado cuenta hacia donde nos dirigíamos? De repente, el baúl que creía haber callado saltó en pedazos dejando salir todos los sentimientos relacionado con Aarón. Me separé de mis amigos y caminé sola por aquellos senderos apenas iluminados dejándome llevar por mi instinto. La vocecita que hasta ahora había permanecido callada empezó a gritar de nuevo. Escúchame. Solté un grito ahogado. Moví la cabeza bruscamente de un lado a otro y seguí caminando embrujada.

lunes, 29 de marzo de 2010

Capítulo 23. Despertar.


23 DESPERTAR
Me derrumbé en mitad de aquel bosque que ahora me parecía tan… tan vacío y empecé a llorar desbordadamente. Entré en un ataque de nervios y chillé ferozmente. La rabia inundó mi cuerpo de nuevo. Me levanté y comencé a pegarle patadas a aquel tronco donde hacía tan solo un día habíamos estado abrazados. La ira me cegaba y todo mi cuerpo se convulsionaba de arriba abajo. Me sentía fuera de control.
Noté como de nuevo, el flujo de poderes que sentí cuando rompí la cerradura, envolvía mi cuerpo y junto con la cólera, un tronco que se encontraba alrededor salió disparado colisionando con un árbol, el cual éste tembló. Lo mismo hice con todos los troncos reducidos o ingentes que se encontraban por la periferia de aquel círculo cerrado. Las hojas caídas de los árboles por el frío otoño salieron disparadas formando un remolino a mi alrededor que me dejaron sin visión del bosque.
Algo totalmente nuevo se encendió en mi interior. Mis poderes estaban totalmente al límite. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo. Podía sentir como una energía íntegramente nueva se movía por cada célula de mi cuerpo. Me sentía extrañamente bien bajo la influencia de lo que aquello fuera. Cerré los ojos para poder saborear mejor, aquella sensación que no sabía cuánto iba a durar. Ya no me sentía enfadada, ya no sentía pena, estaba en un estado totalmente calmada, llena de paz. Entreabrí los ojos y pude ver que alrededor del emplazamiento donde me encontraba, estaba cubierto de luz. Las hojas habían parado de moverse y se habían depositado una tras una en su sitio donde nunca pareció moverse. Me costó encontrar cuál era la procedencia de ese haz de luz. Era yo.
Parecía que había viajado a un lugar fuera de la tierra, pero aún seguía en el bosque. Podía sentir que respiraba un aire de distinta composición que aquí. El suelo no estaba compuesto por simple tierrecilla o hierba, sino más bien por algo totalmente desconocido, pero muy delicado. No oía el simple susurro del viento, podía oír la calma, la satisfacción, la alegría como tales. Extrañamente, pude sentir que estaba con Aarón, que él estaba a mi lado, sintiendo todo esto, cogiéndome de la mano. Noté como un cosquilleo recorría mi mano derecha. Entonces olvidé todo lo que había ocurrido, todo lo de anoche, todo lo de hoy. Simplemente podía notar su presencia junto a mí y éramos felices.
Ese despertar se fue desvaneciendo poco a poco hasta volver a la cruda realidad. Todo aquello que había experimentado, se fue disipando. Volví a estar en el círculo… sola, ante los rayos de luna, completamente a oscuras. Ahora me era imposible sentir rencor, amargura, todo lo que advertía era una extraña sensación que me decía que todo iba a salir bien. Que no me preocupara de lo ocurrido hoy.
Misteriosamente, todo el dolor de mis costillas, cabeza y torso desaparecieron, curándome de todo malestar. Volvía a estar en plena forma e incluso diría que mucho más fuerte. Lo tenía claro, algo había despertado en mi interior.
Anduve por el bosque hasta la residencia demasiado atontada. Sabía que podía correr al máximo e incluso más y llegar en tan solo un par de minutos, pero me encontraba un tanto maravillada y por consiguiente, estúpida. ¿Cómo podía estar tan tranquila y sosegada después de lo que me había ocurrido? Guille me había dejado encerrada en mi habitación y eso había supuesto lo más posible la pérdida de Aarón, por lo menos durante una semana o más. Ya lo hizo cuando dañó a su hermana, no me extrañaría que también lo hiciese esta vez. Eso si aparecía. Pero sin embargo, no estaba enfadada con Guille… bueno, quizá si me durara unos días el cabreo, pero no sentía todo ese odio que había sentido antaño. Y tampoco sentía dolor en mi corazón por la posible opción de haber perdido a Aarón. No lo echaba de menos, porque sentía que estaba junto a mí.
Además ¿Qué diablos era lo que me acababa de ocurrir? ¿Era eso normal en los inmunitas muy poderosos? ¿Emitir luz propia y sentir que estabas fuera de lugar? ¿Significaba eso que estaba realmente preparada para enfrentarme a los attacks? Una idea se me encendió en mi cabeza ¿Tendría que ver esto con Isla de Luz? No podía darle respuesta a ninguna de mis preguntas. Tampoco podía preguntarle a mi abuela, sería demasiado sospechoso. En la biblioteca tenía que haber algún libro sobre Isla de Luz, inmunitas brillantes o algo… Decidí que lo buscaría mañana.

Guille me esperaba en la calle, bajo el porche donde comunicaban unas habitaciones con otras. Su mirada fue hostil y reprochadora pero también pude observar como la preocupación embargaba su rostro. Pasé al lado de él sin dirigirle una sola palabra. Él me siguió.
-¿A que no estaba?
-Olvídame ¿Quieres?
-¿Para qué fuiste? Ha sido peor para ti… - me prometí que no le volvería a hablar, pero era demasiado bocazas.
-¿Si? ¿De verdad lo crees? Pues mira, estoy perfectamente. Es más, estoy muchísimo mejor que cuando estaba sana. – le informaba a medida que iba avanzando a mi habitación.
-Seguro…
Me giré y le lancé una mirada llena de firmeza y seguridad. Esto le sorprendió y dio un paso hacia atrás. Su rostro fue de sorpresa.
-¿Qué? – no tuve más remedio que pararme. ¿Por qué había retrocedido?
Tardó bastante en contestar.
-N-nada. – Frunció el entrecejo – supongo que he descubierto que realmente estás bien, es decir, que ya no tienes nada fracturado.
-¿Lo ves? – sonreí ante su perplejidad.
-¿Cómo es posible? – preguntó aún más extrañado.
-Ni idea… Además ¿Pero qué hago? No debería estar hablando contigo. Te recuerdo para mí no existes.
Me giré y fui directa a mi habitación. No me siguió.
Volví a mi habitación. Cuando regresé y realmente vi lo que era mi cuarto no pude reprimir un suspiro. Comencé a doblar la ropa que había encima de la cama y a colgarla en el armario y coloqué cada cosa en su sitio, aunque estuviesen estropeadas la mayoría de ellas. Había perdido la cordura.
Finalmente, tropecé con la cerradura que se había caído al suelo. La estuve mirando durante un buen rato. Había conseguido arrancarla de la puerta. Había movido objetos con los poderes que ni siquiera había entrenado. Sólo algunos eran capaces de mover objetos a tan corta edad después de haber desarrollado algunos poderes inmunitas. También algo se había encendido en mi interior y había sufrido algún tipo de ¿conexión? Con algo o alguien que ni siquiera sabía. Y sin embargo, ahora notaba que era totalmente capaz de mover cualquier simple objeto con tan solo pensar en ello.
En fin, pero ahora no era cuestión de pensar en esas cosas, ya lo haría mañana. Aunque me hubiese curado todo los dolores físicos, me sentía totalmente exhausta y necesitaba dormir profundamente. Coloqué una silla delante de la puerta para que si alguien entraba a medianoche, hiciese ruido y me despertase.
Me puse el pijama y derrumbé en la cama. Aarón, Aarón, Aarón. Toda mi cabeza estaba envuelta en su rostro, en su olor, en su sonrisa… en Él. Una gran parte de mí, deseaba con todas sus fuerzas de que apareciese mañana, y que nada hubiese ocurrido. Pero otra parte, sabía que no iba a estar allí. Que el destino había decidido darnos unos días para organizar el futuro y nuestros pensamientos. En realidad, no me sentía triste o dolorida. Sabía que era lo mejor para los dos.

Me desperté totalmente renovada. Mi mente se encontraba en perfecto estado y funcionando rápidamente. Mi cuerpo lo notaba más impetuoso y mi rostro estaba completamente fuera de todas ojeras y malestar de las dos últimas noches. Era una sensación totalmente satisfactoria.
En el desayuno, apenas miré a Guille, bueno… no lo miré nada. Ni tan siquiera un cruce de palabras. Y mis amigos lo notaban. Mabel comía silenciosa dirigiendo de vez en cuando una mirada a cada uno, haciendo zigzag. Los demás hablaban de sus temas de los cuales no prestaba mucha atención y me sumí en la organización del día.
Día libre. Tenía todo el día para estructurar las ideas… porque esta noche no iría al bosque. Una corazonada demasiado latente me avisaba de que Aarón no iría esta noche. Además, conforme se íbamos avanzando en el mes de octubre, una capa más gruesa cubría la mayor parte del suelo con el rocío junto con un descenso considerable de las temperaturas.
Después del desayuno iría a la biblioteca y buscaría información acerca de… ¿Qué era exactamente lo que quería buscar? ¿Inmunitas brillantes? ¿Traslación del lugar sin moverse del sitio? ¿Superpoderes aún más paranormales? No creía que hubiese esos temas en la biblioteca… aunque no se sabía. Esta sería la primera vez que la visitaría después de 3 meses.
Y así lo hice. No tenía que preocuparme de que nadie me siguiera. No creo que muchos quisieran visitar la biblioteca un domingo. Aunque la había visto de pasada, cuando entré, era aún más maravillosa desde dentro.
Una amplísima pared de unos veinte metros de largo estaba cubierta por una inacabable estantería cubierta todas ellas, obviamente, de libros. Se dividían en diferentes categorías. Desde lecturas de simple entretenimiento, a las enciclopedias más antiguas de hace siglos, pasando por un monstruoso estante cubierto todos ellos de la historia de inmunita a lo largo de los tiempos. Literatura clásica, medieval, contemporánea, moderna, teatro, filosofía, química, toda la clase de libros que jamás visioné todos juntos en una misma habitación. ¿Cómo no se me había ocurrido venir aquí antes? Esto era fascinante.
El ambiente era totalmente el adecuado para un estudio que un pasado me hubiese venido de perlas para el instituto. Unos ventanales recorrían el resto de la habitación dejando traspasar los rayos de sol y haciéndolo aún más acogedor. En el centro de la habitación se encontraban los escritorios con los ordenadores de última generación y las sillas más cómodas de ordenador, acolchadas por todas partes y flexibles al mismo tiempo junto con mesas de madera y sillas alrededores. En la única pared donde no se encontraban las grandes ventanas, unos sillones que a la vista parecían muy holgados recorrían el resto de la habitación. Tenía que venir aquí más a menudo. Aunque tan solo fuese para leer.
No la había visitado antes, porque en todo el tiempo que llevaba aquí, me releí todos los libros que tenía en mi casa y ya no había necesidad de ponerse a estudiar asignaturas realmente difíciles y examinarse teóricamente de las antiguas matemáticas, biología, química, etc. que antes tanto me atormentaban.
Dejé de maravillarme por aquel sitio y empecé manos a la obra. Fui directa a la sección I, de inmunitas. Ocupaba tres estantes completos de arriba abajo. Esto me llevaría bastante tiempo y más aún sin saber exactamente qué encontrar. Comencé por sacar uno que me resultó bastante interesante cuyo título era El poder de la mente. Ojeé las primeras páginas y el índice. No me serviría de mucho. Hablaba de las distintas partes del cerebro que los inmunitas utilizamos cuando se desarrolla nuestros poderes, de la cantidad de energía que gastamos cuando obligamos a nuestro cuerpo a realizar un esfuerzo sobrehumano, en definitiva, datos matemáticos. Lo volví a colocar en su sitio.
Seguí buscando minuciosamente entre los diversos títulos. Encontré uno llamado Poderoso inmunita. Le eché un vistazo. Era sumo de intrigante. Informaba sobre los inmunitas de grandes poderes. Éste experimentaba una mayor facilidad de mover objetos a grandes distancias totalmente controlados y una capacidad de visión desde más de 30 años atrás y 20 años de futuro, con cada detalle mínimo. Exactamente, podía observar todo lo que estaba alrededor del attack, salvo su cuerpo. Era capaz de divisar un mosquito alrededor de uno pero de él, solo veía como una sombra negra proyectada. Sin embargo, esto no era lo que estaba buscando. Lo devolví a su posición.
Durante más de dos horas y media estuve revisando una y otra vez distintos libros de todas las clases. De los minerales, a cómo mejorar una guerra de attacks. De cómo controlar visiones a cuatro tomos completos para seguir pistas hacia Isla de Luz. Pero ninguno de ellos trataba de la explicación por la cual un inmunita experimentaba un cambio de entorno, un lazo entre attack e inmunita o el resplandor propio de uno de nosotros. Así que decidí que lo dejaría por inútil cuando mi cabeza me daba martillazos.
Hoy no era uno de mis mejores días. Aunque me sintiese totalmente renovada, no tenía fuerzas para enfrentarme a Guille, a mis amigos y sus preguntas. Suponía que él hablaría con ellos y se lo contaría. Decidí irme al gimnasio de la residencia y pasarme allí el resto de la mañana. No había mucho de interesante en este día la verdad. Hacía bastante tiempo que no tenía uno tan tranquilo y relajante.

Los días siguientes pasaron igual. A partir del martes decidí volver al bosque para asegurarme de… no sabía qué, exactamente. En realidad sabía que no estaría allí. Pero tenía que comprobarlo.
Notaba como poco a poco me iba restringiendo del grupo y me convertía en una observadora de lo que ocurría a mi alrededor. Algunos de mis amigos, intentaban hacerme integrar de nuevo, pero no estaba en este mundo. Viajaba a los lugares donde nunca había estado. Imaginaba mil formas distintas cómo sería Isla de Luz. Recreaba mi futuro con Aarón. Y en mi interior algo sabía que ese futuro no estaba tan lejos.
Inconsciente y conforme iban pasando los días, los cuales Aarón no aparecía, comencé a meter la ropa de verano en una de las maletas. Cuando volvía de mi inspección por nuestro espacio aislado del mundo, volvía a sacarla y colocaba más ropa en ella. Era muy extraño cómo me estaba afectando todo aquello. Empezaba a pensar que me estaba volviendo un tanto loca.
No quería reconocerlo, pero el hecho de que Aarón no apareciese cada noche, solo significaba la separación de nuestro amor… o únicamente mi amor por él. Pero me negaba una y otra vez obligándome a mí misma a pensar que sería temporal. Que una de estas veces que vagaba por los bosques aparecería de nuevo. No se podía haber acabado esta historia tan especial. Sin embargo, los hechos eran otros.
Sola. Sin mis amigos, sin Guille, sin mis padres, sin Aarón. Me sumía en los libros de la biblioteca donde últimamente me pasaba la mayoría del tiempo. Como consecuencia de la soledad, mis poderes y mi fuerza habían aumentado dedicándole la otra mitad de mi tiempo que no ocupaba la lectura.
Los profesores se quedaban alucinados con mi exactitud a la hora de mover objetos a distancia, de la rapidez de mis movimientos, del grado tan alto de concentración, del radiar del tiempo respecto a las visiones. Casi me consideraban una inmunita especial… casi.
Mabel y Guille, empezaban a pasar cada vez más tiempo juntos y mi rencor por él… bueno, ya no quedaban restos. Sería por el hecho de estar más alejada de ellos. Guille comenzaba a sonreír más y dejar de estar tan tenso durante los días. Era como si le hubiesen suministrado una descarga eléctrica y no pudiese mostrar ningún afecto de felicidad.
Aunque por otra parte, a mí me ocurría exactamente lo mismo. No era el hecho de que no sonriese o que no hablase, pero sí que me estaba afectando en mi forma de ser. Una lucha se desarrollaba en mi interior por imponer la alegría en mi corazón, pero simplemente lo que había era una calma siniestra. No sentía dolor, no sentía ausencia, no sentía tristeza, pero tampoco felicidad, entusiasmo, motivación, sencillamente los días pasaban indiferentes. Me sumergía en los personajes de los libros y dejaba de ser yo.

Ya habían pasado catorce días desde que Aarón había desaparecido. Había arreglado mi móvil y lo llamaba cada noche después de llegar al bosque y ver que no estaba. Apagado.
Ya nadie ponía interés en mí cuando salía por la puerta de la residencia para visitar el lugar desierto. Se habían acostumbrado a verme partir sola y regresar con el rostro totalmente sereno.
Sabía que con mi actitud estaba haciendo daño a mis amigos y los veía muy preocupados por mí. En mi interior, durante estas dos semanas se había desarrollado una fuerza moral totalmente inhumana y había recobrado mi día a día. Volvía a entablar una conversación totalmente normal con mis amigos, e incluso usaba la ironía.
Hoy era viernes. Mañana se cumpliría dos semanas justo, pero prefería no pensar en ello. Estaba totalmente encabezonada que lo nuestro no se había acabado, que aún no había llegado lo mejor y no había absolutamente nadie que me quitase esa idea de la cabeza.

-Deberíamos ver Avatar. Dicen que es la mejor película de toda la historia. ¿Por qué no vamos hoy? Además hace tiempo que no salimos todos juntos a la ciudad. – propuse en el almuerzo.
Las caras de mis amigos fueron todas de aprobación. Un brillo resplandecía en sus ojos por la motivación. Un plan diferente, sería una quedada divertida.
-¡Claro! Y luego podríamos ir a cenar y dar una vuelta. Necesito un descanso. – suspiró Sandra y puso los ojos en blanco.
-No es de extrañar. Si no paras de entrenar y estudiar. Entrenar y estudiar, entrenar y estudiar. Un día de estos escribirás el examen de la universidad con Gitsa – su espada - y entrenarás con el libro de microeconomía. Hay que disfrutar de la vida Sandra. – Aconsejó Ángel mientras comíamos.
Todos reímos a una. Se respiraba un ambiente bastante agradable y simpático entre nosotros. Pero más aún entre Guille y Mabel. No sabía si en realidad ellos se daban cuenta o no, pero sus manos estaban la mayor parte del tiempo rozándose y siempre había un contacto cercano. Sinceramente, me proporcionaba una tranquilidad satisfecha. Sabía que así estábamos mejor. Todos.
-Bien. ¿Qué os parece a las 7 en el porche? – asentimos todos de acuerdo con Guille.
Después de comer, Sandra, Ángel y Cristina se dirigieron a las habitaciones. Nos quedamos en el comedor Guille, Mabel y yo. Noté una tensión demasiado palpable. Comenzaron a hablar entre ellos sobre algo que hicieron no sé qué día, no me enteraba de nada. Quizá fuese un estorbo para ellos, quizá ya no me necesitasen tanto. Hablaban entre sí fijando las miradas con tal deseo que me provocaba un pequeño escozor en el pecho al recordar cuánto tiempo había pasado desde que yo no había mirado así a Aarón.
Daba la sensación de que tan solo estaban ellos dos. Guille de vez en cuando miraba los labios de Mabel y esta un tanto sonrojada se los humedecía sin intención. Ambos reían alborotadamente al recordar algo que provocó la caída de Mabel en el pasillo de las habitaciones.
Yo, mientras tanto y estúpida de mí, seguí allí observando embobada la situación. Creo que fui demasiado descarada ya que me miraron y fruncieron el ceño. Aún un tanto embobada, sonreí y me disculpé. Me dirigí a mi rincón más sagrado, la biblioteca.
El momento se acercaba, estaba a punto de cumplirse la visión que vimos Mabel y yo. Sabía que debía de estar animada con los sucesos, sin embargo, sentía una cierta envidia en mi interior. No sabía cuánto tiempo podría seguir así. Lo necesitaba. Ansiaba tenerlo a mi lado.

Una vez que me sumergí en el mundo Babi y Step en A tres metros sobre el cielo, me olvidé de todo lo que me rodeaba.
-Allegra.
Sabía que alguien había pronunciado mi nombre, pero no caí en la cuenta de que era en la realidad.
-Allegra hija.
Tardé en reaccionar y llegar a la conclusión que era mi abuela la que me estaba llamando.
-Hola abuela. – sonreí y fijé mi mirada en su rostro. Lo vi totalmente desenfocado. Tuve que pestañear varias veces para poder ajustar mi vista al entorno.
-Ven conmigo, por favor. – su rostro era totalmente cariñoso y encantador.
Solté el libro y le seguí. No pregunté, ni hablé. Sabía que cuando mi abuela quería algo de mí, por mucho que le preguntase nunca me respondería a mis cuestiones.
Nos dirigimos a su habitación. ¿Qué era lo que tramaba? ¿Me daría algún regalo? Aún quedaba un mes para mi cumpleaños. ¿Sería otro libro para que me leyese? ¿Una espada nueva? Mi curiosidad se estaba disparando y no podría aguantar mucho tiempo para preguntar. Pero llegamos bastante rápido. Al entrar, cerró la puerta con llave.
Su habitación siempre me había parecido maravillosa para una persona de su edad. Las habitaciones de los profesores eran un poco más grandes que la de los entrenados. Tenía un pequeño vestíbulo con un gran ventanal que ocupaba la mayor parte de la pared. Una mesa redonda y pequeña junto a 4 sillas. Dos pequeños sillones y una mesilla de café en medio. De la pared colgaban unos cuadros de paisajes que representaban los alrededores de la ciudad y reflejaban calma y tranquilidad. Los colores de las paredes eran claros y alegres, cosa que a ella le sentaba estupendamente.
-Siéntate en el sillón y no te muevas. Ahora vengo. – asentí.
Me senté en uno de ellos y observé las fantásticas vistas. El sol se iba acercando a la montaña donde pronto se escondería. Algunas nubes a su alrededor taponaban los rayos que desprendía. ¿Por qué razón había echado la llave? Pero no me dio tiempo a pensar más porque en menos de 5 segundos apareció con algo entre las manos, rodeado de una tela de terciopelo azul oscuro. Lo sujetaba con sumo cuidado.
Se sentó en el otro sillón y lo colocó en la mesilla. Después clavó sus ojos azules en mí y su rostro se volvió serio. Como cada vez que iba a contar algo importante. Respiró hondo y me cogió de las manos con amor.
Sin saber por qué motivo, mi corazón empezó a latir frenéticamente y me costaba respirar. Ella se dio cuenta y me acarició las manos.
-Tranquila. – me susurró. – No pasa nada.
No me atreví a hablar. No quería interrumpirla. Mis ojos se desviaban a aquella tela tan suave. ¿Qué ocultaría debajo?
-Verás, si se enteran de esto me matan. – Comenzó a balbucear – No debía de entregártelo hasta que no acabéis el curso que queda, cosa que no sabéis ni vosotros mismos. – fruncí el entrecejo. No sabía a donde quería ir a parar. – Sin embargo, - prosiguió – este instinto mío me lleva avisando varios días que debo dártelo ahora. No me preguntes por qué, yo ya no tengo poderes, pero supongo que algún resto ha quedado dentro de mí. Algo me dice que lo vas a necesitar y deseo que en realidad esto solo sea una tontería y que no te haga falta por ningún motivo, pero sé que si no te lo doy ahora me arrepentiré.
-Abuela, por favor, ¿Quieres darme eso ya? Me estás poniendo nerviosa. – no pude evitar mi voz.
-Está bien, está bien. Aunque tienes que aprender a tener paciencia. – puse los ojos en blanco. Siempre salía con la misma excusa cuando se desviaba del tema.
Captó el envoltorio rodeado por la tela y lo puso en la palma de mi mano.
-Ten mucho cuidado. – me avisó.
Con las manos temblorosas, deslié la tela poco a poco hasta quedar al descubierto algo que me dejó totalmente aturdida. Era la piedra más maravillosa que me podía imaginar. Aún más que aquella de color fuego ardiente que pude observar en el cuello de Aarón.
Esta era totalmente distinta. Una textura completamente diferente, un elemento todo lo contario al fuego. Reflejaba destellos de luz azulada. Estaba colocada dentro de un molde de trapecio para protegerla y le seguía un colgante de auténtica plata. Todavía sin llegar a rozar nada de aquel maravilloso collar, me invadió la misma sensación que experimenté cuando me encontré con el mineral de Aarón. Me sumergí en un mundo totalmente distinto, sentía como que me evadía del lugar donde me encontraba.
Sin saber exactamente lo que estaba haciendo, me lo coloqué en el cuello, agarré el mineral con fuerza y dejé que me llevase por ese camino que se abría a mi paso. Podía sentir la ruptura de las olas al llegar a su destino, un hedor a sal y escuchar los susurros de los dioses del mar. Una sensación de plenitud recorría cada parte de mi cuerpo sintiéndome satisfecha en todos los sentidos. Emanaba energía, luz, por todas las partes. De nuevo, volvía a emitir esos centelleos. Otra ola de poder, de fuerza, de seguridad, retornaba en mi interior hasta que poco a poco fue cediendo y desapareciendo.
Pocos minutos después, volvía a estar en el vestíbulo de la habitación de mi abuela. Cuando recuperé mi semblante y volvía a percibir todo lo que me rodeaba, pude observar como el rostro de mi abuela estaba absolutamente desencajado. Tenía los ojos abiertos como platos dejando ver las arrugas de la frente, la boca parecía no poder soportar el peso de la mandíbula inferior y ésta se había descolgado, sus manos colgaban a los lados, como si nada perteneciese a su cuerpo. Pestañeaba muy lentamente y su respiración apenas era perceptible.
¿Habría emitido esa luz delante de ella? ¿Habría sentido todo lo que yo había experimentado? ¿Sabría ella la respuesta ante lo que me acababa de ocurrir? Al fin y al cabo, ella era mi salvación ante las preguntas. Si antes no le había preguntado por esto que me acababa de ocurrir era porque la primera vez había sido en busca de Aarón. Pero ahora, esto había sido completamente distinto. Ahora, sí que podía sacarme de dudas.
Sin embargo, permanecía en ese estado y no movía ni un músculo. Le dejé tiempo para que reaccionara. Al cabo de un minuto después de mi vuelta a la vida real, pestañeó varias veces, cerró la boca y comenzó a moverse. Parecía que había despertado de un sueño. Movió la cabeza a un lado y a otro para despejarse. Fijó su mirada en mí, seria, decidida y con un movimiento tan veloz que no fui capaz de captarlo, me abrazó con toda la fuerza con la que fue capaz.
-Vidita mía – (así era como me llamaba de pequeña) – eres tú. Eres tú. Eres tú. Eres tú. – su voz irradiaba una felicidad descomunal. – Es cierto lo que cuentan. Lo sabía. Tenía un presentimiento. Sabía que mi corazón no me engañaba. Oh Dios mío… - miró hacia el techo - gracias, gracias.
-Abuela… ¿Qué ocurre? ¿Cómo que sabía que era yo? ¿Que era el qué? ¿Por qué me das el mineral hoy? ¿Qué pasa? – me invadió la desesperación.
Al oír mis palabras, se calló completamente. Lentamente se despegó de mí y volvió a la total normalidad. Como si tan solo estuviésemos hablando de la vida.
-¿Qué? Ah… nada, nada. No pasa nada. – intentaba mostrar indiferencia, pero a mí no me conseguía engañar. Respiró hondo y siguió hablando. – Ha sido solo un ataque de euforia, no sé lo que me ha pasado. Te lo doy hoy… no sé por qué. El corazón me lo decía así, ya te lo dije.
-Abuela, a mí no me la cuelas. Dime qué me ha pasado. Por favor…
Soltó un suspiro largo e incesante. Cerró los ojos y respiró hondo.
-Está bien. Pero realmente, no sé exactamente lo que significa esto.
-¿A qué te refieres?
-Lo has notado, ¿verdad? – no había especificado nada, pero sabía perfectamente a lo que se refería. Asentí.
-¿Y tú? – le pregunté extrañada.
-No. Pero por lo que he visto sé que tú sí. Verás, nunca se ha dejado constancia de algo así en los escritos sobre los inmunitas. Pero la historia no sólo circula por los libros, una gran parte llega hasta nuestros días mediante las leyendas. Algunas son más verdaderas que todo un tomo que dejan evidenciado por sabe quién aburrido. – Carraspeé para apresurarla – Vale, vale. Según una de ellas, muy pocos inmunitas nacen con el don especial que le otorga Sihar. Pero aquellos que lo hacen, experimentan una fuerza aún más sobrenatural, unas visiones aún más potentes… hasta la capacidad de mover objetos sin ningún esfuerzo y eso solo puede significar una cosa…Podrás llegar lejos acerca de Isla de Luz. – su sonrisa llegaba de oreja a oreja. Sus ojos brillaban como diamantes, repletos de orgullo - Vidita mía… y tú eres uno de ellos. Sihar te ha elegido.
Le miré con una ceja enarcada y la boca torcida a un lado.
-Abuela… no creo que eso sea así… Es decir, ¿Por qué yo? No soy fuerte, no soy rápida, no atino bien con las visiones y los objetos se me escapan cuando intento moverlos.
-¡Pues claro que sí! ¿Te has parado a mirar a tu alrededor? ¿Te has dado cuenta en qué nivel estás? Estás en el nivel más alto que hay en la residencia. Estás con tus compañeros. Ellos, que llevan entre dos y cinco años entrenándose día a día. Que se esfuerzan por superarse a sí mismos. Y tú… hace tan solo tres meses que estás aquí y ya has conseguido mover objetos, poder controlar tus visiones, pelear contra el más fuerte de todos… Has conseguido en tan poco tiempo lo que ellos llevan intentado desde años. ¿Y sigues diciendo que por qué tú?
Me quedé totalmente atontada. Hasta ahora no me había parado a pensar en qué situación me encontraba. ¿Realmente había conseguido llegar tan lejos? ¿De verdad había avanzado tanto en las últimas semanas? Cuando llegué es cierto que me colocaron con los principiantes, luego en la clase de Cristina que lleva dos años, pasando por el nivel de cada uno de ellos hasta llegar a Lucas… ¿Era el nivel de Lucas el más alto? ¿Sería cierto que Sihar me había escogido? Pero en tal caso… ¿Para qué? La idea de buscar Isla de Luz, cada vez se me hacía más pesada. Era como una prioridad terciaria. Es más, apenas me había acordado últimamente. Me había interesado más por Aarón, Guille y mis poderes.
-¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora?
-Nada. Dejarte llevar por la situación, poco a poco irás viendo con más claridad tu camino. Sihar te ha iluminado. Sé tú misma. Cuando se acabe la residencia, verás las cosas de otro modo. – me acarició suavemente el rostro y besó mi mejilla con amor.
Perfecto… entonces simplemente tenía que dejarme llevar… eso no me solucionaba mucho las cosas, la verdad. No me gustaba la idea de que mi vida estuviese siendo guiada por alguien. Aunque ese alguien fuese el primer inmunita, el que tuvo la oportunidad de ver Isla de Luz. Pero… no había otra elección… ¿no?
-Quiero que cuides el mineral como si te fuese la vida en ello… que de hecho hay gran parte de razón en eso. – Calló durante un momento y después prosiguió - Aun enterándome que eres especial… no me explico el porqué de mi corazonada. Pero hay que hacerles caso… nunca se sabe que puede ocurrir después.
-Gracias abuela. No te he dicho lo bonito que es.
-Una cosa… no debes dejarlo ver. Lo tienes que tener siempre debajo de tu ropa o de hecho… si se enteran que te lo he dado antes de tiempo… la verdad no sé qué pasaría, pero mejor que no se enteren. – asentí.
Entrar en contacto con el mineral aunque fuese de casualidad, algo en mi interior se removía y me provocaba un escalofrío escaso.

sábado, 6 de marzo de 2010

Capítulo 22. Dolor.


22 DOLOR
Posé mi dedo sobre su boca y me aparté de él poco a poco. Deseaba volver a mi habitación pero también quedarme junto a él toda la noche. Sabía que sería demasiado arriesgado no volver, tanto para él, como para mí.
Empecé a andar e irremediablemente lo hice cojeando. No quise girarme para ver su rostro roto de dolor. Ya había sido suficiente. Escuché los pasos alejarse y no pude evitar mirar hacia atrás. Empezó a correr tan rápido que en cuestión de segundos ya había desaparecido. No me había gustado demasiado lo último que me había dicho. Sonaba demasiado… cortante. Una idea se me pasó por la cabeza pero la descarté rápidamente. No volverá a ocurrir nunca jamás. Demasiado sospechoso. De nuevo la idea me venía a la mente pero no podía ser. No sería capaz de hacerlo.
Recordé entonces el momento en el que Edward deja a Bella y ella se queda allí tirada en mitad del bosque sin que nada le importase. Por un segundo me faltó la respiración, pero yo no era como Bella. Yo sería más fuerte y podría seguir con mi vida… Oh no… mierda. Nunca podría seguir adelante si Aarón me faltaba, ahora que lo tenía. ¡Pero qué demonios dices! Jamás me dejará. Aarón me ama. De nuevo la voz que nos había salvado a ambos habló en mi corazón. Pero era tan parecido al libro. La misma escena, casi la misma situación, parecidas palabras. No. No. No. No.
Intenté razonar con más calma. No sería tan estúpido. Él sabía perfectamente que tanto él como yo estábamos más o menos a igualdad de fuerza y poder. No era el caso en el que el temerario vampiro temía por la vida de su frágil humana. No. Ambos éramos poderosos humanos, con la suficiente fuerza de matarnos mutuamente. Vale. Él creía que tenía más poder sobre mí porque se podía meter en mi mente y matarme desde dentro. Sin embargo, lo que Aarón no lograba saber era la utilidad del mineral y que yo no lo llevaba puesto. Tendría que contarle todo mañana… Porque vendría mañana… ¿No? ¡Sí!
Fui caminando muy despacio entre los árboles. Lo cierto era que me dolía todo el cuerpo y no tenía muchas fuerzas. Conforme iba avanzando notaba como me costaba más respirar y como el dolor de cabeza iba en aumento. Las piernas me pesaban el doble de lo que yo creía y la visión se estaba tornando neblina. Sabía que me encontraba no muy lejos de la residencia pero lo suficiente para no ver la parte más alta. Había estado caminando durante más de cincuenta minutos cuando siempre se llegaba en menos de cinco. No sería capaz de llegar. Me derrumbaría inconsciente antes de tiempo y no aparecería hasta el día siguiente. Me echarían la bronca del siglo y me harían mil preguntas por mi estado. No podía permitirme eso… pero era inevitable. Hice mi último esfuerzo gritando el nombre de Guille lo máximo que pude (no quise llamar a Aarón ya que sería demasiado para él verme allí tirada) y después de eso… caí al suelo inconsciente golpeándome en las costillas dañadas y provocándome más dolor.

Cuando empecé a recobrar la consciencia, sabía perfectamente dónde me encontraba. Estaba en mi habitación. Abrí los ojos lentamente. El cuarto estaba iluminado tenuemente por la luz de la lámpara que estaba situada en el escritorio. Debía ser muy entrada la noche. Sin embargo, no estaba sola. Había un murmullo incesante que provenía cerca de la mesa del ordenador. Nadie había notado mi despertar. Intenté agudizar el oído para oír mejor.
-¿Cómo has dicho que la has encontrado? – esa voz pertenecía a Cristina.
- Tirada en mitad del bosque. Tiene magulladuras por todo el cuerpo. – la voz de Guille sonaba muy preocupada.
-¿Crees…? – empezó a decir Sandra.
-No. – zanjó. – No puede ser. Si hubiese sido un attack no estaría viva en este momento.
-La peque es muy fuerte. Nada más hay que verla lo avanzada que está. – apostilló Lucas.
-Aunque hubiese ocurrido lo que estamos pensando, el hecho de que ella cayera inconsciente y el attack se marchase dejándola así, sin más, es totalmente improbable. – el tono de voz de Guille había pasado a ser duro.
-¿Y si ella hubiese caído inconsciente después? – quiso saber Cristina.
-Cuando un attack y un inmunita emprenden una pelea se hace casi imposible parar hasta que el otro no esté muerto. – instintivamente un escalofrío recorrió mi cuerpo.
-Pero ¿entonces? – preguntó la voz de Ángel.
-No sé. No puedo visionar nada de ella hace unas horas. Solo veo oscuridad. Y ¿Vosotros?
-Tampoco. – hablaron al unísono.
-¿Y si la simple y sencilla razón es que con la persona que haya quedado le ha pegado una paliza? – escuché a Mabel por primera vez intervenir. Todos enmudecieron sin saber qué decir.
-¿Y por qué razón no podemos verla? – habló Sandra al cabo de un rato.
-Quizá tendremos que hablar con mi padre o algunos de los profesores. – su tono fue demasiado seco y rudo para mi opinión.
Mierda. Tenía que evitar eso a toda costa. Había conseguido que mi abuela no contase nada hasta el fin de la residencia, pero no había convencido a los demás profesores de que no les contase la verdad. Guille tenía que olvidar esa opción cuanto antes. No podía permitirme que supiese la verdad ya que pondría en peligro a Aarón. Hice lo primero que se me ocurrió. Gemí.
En cuanto se dieron cuenta que me había despertado, la conversación cesó y mi grupo de amigos rodearon la cama e incluso la invadieron.
-Peque ¿Cómo estás?
-Allegra ¿Estás mejor?
-¿Qué te ha pasado? – hablaron todos a la vez que no identifiqué quienes habían preguntado.
-¡Ay! ¡Parad! – mi intento de grito se fracturó a mitad de camino. Al haber esforzado a mi diafragma y a mis costillas para poder hablar alto, el dolor que había sentido, se había duplicado. Hice una mueca de dolor.
-Vamos por partes. – Intentó razonar Cristina que estaba sentada en el borde de la cama. – Esta noche has salido, ¿no?
-Pues no la ves. Se nota. Además nos lo dijo esta tarde. – se adelantó Mabel. Recibió un siseo de todos.
Todos los que había en mi habitación estaban clavando sus miradas en mí. Cosa que me hacía sentirme cohibida, así que asentí.
-Vale. Segunda cuestión. ¿Podemos saber con quién? – Ángel formuló la pregunta que todos se estaban haciendo en sus mentes.
Antes de responder, observé a Guille de reojo. Su rostro mostraba frialdad, indiferencia. Sin embargo, sus ojos negros no reflejaban lo mismo. Diría que dolor, decepción e incluso amargura. Estaba en un rincón de la habitación con los brazos cruzados sobre el pecho. Aquella habitación donde tantas noches había pasado. Donde tantas risas y abrazos habíamos compartido.
Pero no me podía desviar del tema en el que estaba ahora. Tenía que inventar algo para que no descubrieran a Aarón, que explicase la razón por la cual no me podían haber visto y que no incrementase la opción de ir a hablar con los profesores sobre su neblina visionaria. Intentaba pensar lo más rápido posible pero no se me ocurría ninguna razón que justificara sus cegueras. Así que la única solución que resultaba viable era desviarme por otro camino que les hiciera olvidar todo este asunto.
- A ver… son mis asuntos. ¿Por qué os tenéis que meter? – No quería sonar muy cortante pero me salió natural.
-Por la simple razón de haberte encontrado inconsciente en las afueras de la residencia y sin poder saber qué es lo que te ha pasado. Sin saber si podíamos avisar a tu abuela… - Guille habló desde el rincón. Su voz ruda me hizo estremecer.
Se fue acercando hacia la cama a medida que los demás le dejaban paso. Su rostro fue cambiando de la hostilidad a la preocupación, para dar paso a la desesperación. Al ver su cara se me rompió el corazón. No podía seguir por ese camino de antipatía. Quizá fuese fuerte en el ámbito de la lucha y lo físico pero en lo moral… muy pocas veces podía superarme a mí misma. Sopesé la alternativa de contarles una verdad… algo distorsionado.
-¿Queréis saber la verdad?
-Por favor. – Suplicó Ángel. Suspiré lentamente para no dañarme.
-Cuando hablé con vosotros esta tarde os dije que iba a salir… ¿cierto? – dejé pasar un momento para hacerme una idea de cómo iba a seguir. – Pues… en efecto, salí. – Mabel movió bruscamente la cabeza asintiendo. – Quedé con… - titubeé – bueno eso no importa. – Guille frunció el entrecejo y bajó la mirada. – El caso es que estaba en los bosques de alrededores, cerca de la autovía. Un coche había parado y los hombres que había dentro se bajaron para…bueno descargar su vejiga. Para ese momento yo ya estaba sola y me dirigía para volver. Pero debía ser que estaban ebrios o algo que se acercaron a mí y me empezaron a decir cosas. Yo los ignoré y seguí adelante, pero ellos me seguían. Todo estaba muy oscuro. – notaba como las mentiras salían de mi boca sin pensar. Estaba sorprendida de mí misma. – Tan oscuro que choqué contra un árbol y caí al suelo. De ahí el dolor de cabeza. Los tipos aprovecharon la ocasión y empezaron a golpearme por todos los lados. Costillas, cabeza, hombros… todo. Me dolía todo el cuerpo. Empezaron a insultarme y a decirme que todas éramos iguales. Me quedé muy quieta para que creyesen que había caído inconsciente y se marchasen. Cosa que funcionó. Cuando se marcharon me incorporé poco a poco, apenas podía moverme y caminé lentamente hacia la residencia. – al menos esto era verdad. – Hasta que ya no pude más y caí inconsciente donde me encontraste. – me dirigí hacia Guille que estaba totalmente pálido.
Al parecer la historia había causado más impacto de lo que esperaba y puede que nadie sospechase ahora de la razón por la cual no podían verme. Pero si ahora no lo hacían, lo harían más tarde cuando lo asimilasen. Así que lo aclaré con otra pequeña mentira.
-Al mediodía estuve hablando con mi abuela sobre algo – esperaba que nadie hubiese estado vigilando nuestra conversación – y me contó que cuando hay total oscuridad en algún lugar, las visiones se vuelven casi nulas hasta tal punto de impedir la visión de las personas corrientes. Quizá eso explique por qué razón no habéis podido verme durante estos días… - me encogí de hombros.
No estaba muy segura de mí misma… Pero me sorprendía creer que todas esas listas de mentiras las había soltado en un momento. Se quedaron callados durante varios minutos. Miré uno a uno los rostros pero no expresaban nada. Solo seriedad y no me miraban a mí… estaban sumergidos en sus propios pensamientos. De repente empecé a tener miedo. No sabía si se lo habían tragado o no. No mostraban absolutamente nada. Los segundos cada vez se me hacía más eterno y ninguno era capaz de decir alguna palabra.
Se me estaba acabando la paciencia y justo en el momento de explotar y contar toda la verdad, se me abalanzaron todos encima. Este era mi fin… me habían descubierto. En unos segundos más tarde, estaría muerta.
-Lo sentimos mucho peque. Malditos cabrones.
-¿Eh? – fue lo único que conseguí decir.
-Como han podido hacerte eso… si… si yo hubiera estado allí no los habría dejado con vida… Hijos de puta. – bufó Lucas.
-Nunca te volverá a ocurrir eso Allegra. A partir de ahora cuando salgas, estaremos contigo. – dijo Cristina frotándome suavemente la pierna desde el final de la cama.
-Pero no… no hace falta, chicos. De verdad. La próxima vez tendré mucho cuidado, y no me pillarán. Os lo aseguro. – Intentaba calmarlos. Lo que me hacía falta ahora es que me siguieran cuando quedase con Aarón.
-Eso te lo puedo asegurar. Porque no va a haber una próxima vez. – se me descompuso el rostro cuando Guille habló. Se dirigió a los demás. – Chicos, ¿os importa dejarnos a solas? Además ya es tarde. Tenemos que descansar todos.
Los demás se marcharon uno a uno. Mabel fue la última en dejar la habitación, no sin antes mandarme una mirada de fuerza y voluntad para contarle la “infidelidad”. Una vez que se fueron todos, Guille se sentó en el filo de la cama y clavó en mí su mirada más intensa.
¿Qué pretendía Guille? ¿Alejarme de Aarón? Por muchas excusas que pusiera y órdenes, por nada del mundo dejaría que algo se interpusiera entre Aarón y yo. Ya había demasiadas cosas en contra nuestra, como para sumarle otra más.
-Vale… A ver… - No sabía por dónde empezar. Se frotaba las manos con frecuencia y desviaba la mirada. Mientras me hablaba lo hacía fijando la vista en la colcha de la cama. – No sabes cuán de embarazoso me está resultando esto. Pero voy a ir al grano. – Respiró hondo y lo soltó - Sé que estás con otro. Yo no sé que tendrá para tirar por la borda tantos momentos que hemos pasado… Pero lo cierto es que lo prefieres antes a él que a mí. – hice el amago de responder pero me calló con el dedo. – Déjame terminar a mí, por favor. Puede que lo quieras a él más que a mí. Pero no es seguro para ti. Mira lo que te ha pasado. – me acarició el rostro. – Yo quiero que estés bien por encima de todo. Y por ese motivo, te pido… por favor… que mañana no salgas. Que te quedes aquí conmigo. Volver a vivir los momentos de antes. – Cada vez su voz se volvía más débil. – Yo te puedo hacer feliz. Te puedo dar todo lo que él te dé. Quédate conmigo por favor. Te necesito. No puedo estar sin ti. Son tantos momentos pasados… ¿Te acuerdas de aquella vez en la buhardilla? Fue lo mejor. – sonreí al recordar aquellos momentos. – Allegra, peque, no vayas… olvídalo. Es peligroso para ti. – No sabes hasta qué punto. Pensé.
Pero no podía seguir con esto. Me estaba partiendo el corazón nada más oírlo pero no podía continuar con la falsa y hacerle aún más daño. No le deseaba el mal a nadie… bueno sí, a los attacks. Pero eso era algo evidente. Tenía que hacerlo ya, o sería peor.
-Guille… esto me duele tanto o más que a ti. Yo te quiero… - sus ojos brillaron por un segundo. – pero como amigo. Como amigo no… como mejor amigo. Yo sé que tú me puedes proporcionar todo lo que desee y que siempre estarás a mi lado, pero mi corazón le pertenece y nadie lo puede cambiar. Si pudiera cambiarlo y estar junto a ti. Amarte y corresponderte… sinceramente lo haría. Pero… de verdad, es superior a mí. – le cogí la mano para infundirle valor pero la rechazó. – No me puedes pedir que lo deje de ver, sería cómo pedir a la Luna que deje de brillar. Sé que pronto vas a estar bien, y encontrarás a alguien que te quiera como yo no lo he hecho.
-¿Pero no lo ves? ¡No puedes salir así! No te conviene. – su semblante se había alterado en un segundo. Se levantó bruscamente y empezó a dar vueltas por toda la habitación. - ¿Cómo crees que voy a estar tranquilo pensando que andas por esos bosques con un tío con el que ni siquiera puedo verle la cara? Te lo tengo que prohibir. Joder Allegra, no quiero que te pase algo peor… ¿Te has visto como estás? ¿Tienes la mínima idea de lo que sentí cuando te vi tirada en el suelo y con moratones por todos los lados? Creí que no estabas viva… que un attack te había encontrado. No sabía nada. No puedo dejarte marchar otra vez. Además no estás en condiciones de andar por ti misma. Ya no es por el hecho de que… me hayas roto el corazón o el hecho de que ya no seamos novios. Joder yo quiero seguir estando a tu lado, aunque sea como amigo. Pero aun como amigos, no puedo verte dañada. ¿No lo entiendes? – se sentó derrotado en el sillón esperando mi respuesta. Cosa que no iba a ser muy agradable.
-Claro que sí. Pero es mi vida, mi decisión y no me puedes prohibir cosa alguna, porque ya no somos nada. – vi como sus pupilas se dilataban ante la precisión. Sabía que le dolía. Pero no encontraba otra alternativa. – Lo amo, Guille. Y lo veré cuando quiera. Sé que no me volverá a ocurrir algo parecido. De verdad. Tienes que confiar en mí.
-Está bien. Lo que tú quieras. Ahora si no te importa, me voy a dormir. Son las 4 de la mañana y creo que deberíamos descansar. Me voy a mi habitación. Si necesitas algo… llama a Mabel, que está en frente de ti. – me dirigió una mirada hostil, llena de dolor y se marchó.
Al fin estaba sola. Aunque el hecho de que no volviera a estar más acompañada el resto de las noches que me quedaban en la residencia me hacía sentirme diminuta. Pero me reconfortaba pensar que algún día Aarón y yo dormiríamos y pasaríamos el resto de los días juntos.
Aunque había pasado una de las partes peores… mi cuerpo inconsciente reunió toda la tensión, toda la desesperación, todo el dolor, tanto de mi corazón por la ruptura de mi mejor amigo como por el dolor físico que sentía mi cuerpo. Se fueron acumulando para dar a lugar a una inmensa bola de desesperación que fue subiendo hasta mis ojos para ser derramados en lágrimas amargas. No podía dejar de llorar. Tantas imágenes se me venían a la cabeza… Era la primera vez después de que ocurriera todo esto, que mi cuerpo había reaccionado así. Suponía que esto último había sido la gota que colmó el vaso.
Numerosas gotas saladas resbalaban por mi cara, silenciosas, con algún que otro quejido quebrado por el dolor de mi cuerpo. En ese momento no existía nada que fuese yo y mi llanto. Así fue como entré en la inconsciencia del cansancio la segunda vez en esa noche.

Por la mañana, me sentía mejor aunque no hubiese tenido mi mejor noche. Había tenido sueños bastantes raros. Todo relacionado con agua y dolor. Aún sentía en mi cara las lágrimas secas de la noche anterior. Sabía que había dormido más bien poco, puede que ni si quiera unas 4 horas… pero había entrado en un trance profundo. Intenté incorporarme para poder ir al baño. Lo intenté, pero mis piernas no tenían la suficiente fuerza como para aguantar mi cuerpo. Necesitaba darle movimiento a todos mis músculos, habían estado demasiado parados. Giré las articulaciones una a una, desde el tobillo hasta el cuello. Cada rotación hacía que crujiesen como dos piedras chocándose entre sí, en un golpe seco.
Una vez que ya conseguí ponerme en pie y mantener el equilibrio, ahora el problema estaba en los músculos y las costillas. Cuando mi tórax se llenaba de oxígeno para respirar, las costillas se ampliaban y hacía que se quebrasen un poco más de lo que estaban ya… Caray… ¿Tanta fuerza tenía como para fracturarme las costillas? ¿O estaba siendo muy exagerada? Fuera como fuese, tenía que quitarle importancia a mi “accidente” y no preocupar a mi abuela cuando me viese. De todos modos, hoy no podría ir a clase.
Cogí del botiquín del cuarto baño una venda y me la enrollé por todo el torso con cuidado, pero con consistencia para evitar que se movieran lo mínimo posible. Posteriormente, cogí un pantalón vaquero y un jersey largo azul oscuro. Con sumo cuidado me puse el jersey y el pantalón para evitar el máximo posible el dolor. Eran las 8 de la mañana así que estaba a punto de dirigirme hacia el comedor cuando Mabel abrió la puerta de su habitación y nos encontramos cara a cara en el pasillo.
-¿Estás mejor? Veo que puedes andar por ti misma… - esbozó una sonrisa amable. – Me alegra saber que no es tan grave como parecía. – me rodeó por los hombros mientras caminábamos hacia el ascensor.
Estuvimos calladas durante todo el trayecto. Sabía que quería preguntarme sobre él y yo sabía que debía de contárselo… pero ninguna de las dos lo conseguíamos. Entramos en el ascensor y pulsé el botón C.
Tenía que conseguir las fuerzas suficientes y contárselo. Al fin y al cabo era mi amiga y no teníamos secretos… bueno… lo mío era distinto. Respiré hondo lentamente varias veces para infundirme valor y empecé a hablar.
-Mabel… - se giró para mirarme, pude captar en sus ojos como lo había esperado – bueno… supongo que ya… tienes el camino libre. – le lancé mi sonrisa más reconfortante, pero notaba como mis ojos no lo reflejaban.
-Hiciste bien… pero tampoco quiero que lo paséis mal… - su rostro era sereno pero triste – Ninguno de los dos os lo merecéis… y yo no voy a ser quien se decida… lo tiene que superar. Aunque estaré ahí dándole mi apoyo en todo lo que pueda… y a ti también. – me abrazó fuerte.
-¡Ay! – automáticamente se separó.
-Lo siento.
-A mi no me hace falta consuelo… aunque me duele… mucho… pero él lo necesita bastante más que yo.

Aunque las clases de los sábados, nada más duraran 4 horas, no fui a ninguna de ellas. Todas eran de práctica y mi cuerpo necesitaba descansar. Mi abuela se puso hecha una histérica, pero también se tragó la historia de los borrachos. Me había pasado toda la mañana en la sala común viendo películas y leyendo. Sentía unas ganas inmensas de ver Aarón de nuevo. Lo ocurrido anoche me dejó bastante preocupada y quería volver a abrazarlo. Joder, no podía ser que cada vez que nos viésemos ocurriera una pelea… esto había que pararlo de algún modo, así que después de comer le pedí a Marina, la entrenadora de concentración que me diese unas clases extras para poder controlar más los impulsos y los torrentes de poder que se daban cuando había un attack cerca. No se me ocurrió otra excusa que contarle, que quería llegar a la altura de mis compañeros. Una excusa bastante mala y típica, pero funcionó. Al menos no me preguntó nada más.
Después de esas dos horas intensivas, cosa que me vino estupendamente ya que me sentía mucho más fuerte y decidida, me dirigí a mi habitación para arreglar el desastre que tenía que ser mi pelo y mi cara para ver a Aarón.
Encendí el ordenador y puse mi lista de reproducción al tope de volumen. Ya se me habían pasado los dolores fuertes de cabeza y me sentía estupendamente, salvo por el dolor de las costillas que me producía al andar muy deprisa o respirar muy profundo. Hoy tendría que salir mucho antes, ya que no podría correr. Escuchando MK ultra de Muse, me pareció oír el sonido de la puerta de la habitación, pero debía ser la música ya que a cada instante me parecía oír como tocaban la puerta o sonaba mi móvil, cosa improbable, ya que estaba estropeado. Después de unos retoques a mi cara y una coleta improvisada decidí que ya estaba lista para volverlo a ver. Tenía tantas ganas de quitarme ese presentimiento del corazón que me decía que no iba a estar allí…
Me dirigí hacia la puerta para salir, pero estaba cerrada. Qué raro… ¿Yo había echado la llave? Puede que sí… la busqué por los bolsillos de mi pantalón, por la mesa, por la cama, por el cuarto de baño, por todos los lados pero no aparecía. Me estaba empezando a poner nerviosa… la puerta no se abría y me tenía que ir… Busqué como una histérica la puta llave que no conseguía encontrar… Desesperada, golpeé la puerta y empecé a chillar para ver si por alguna casualidad Mabel me oía, o Sergio o quien fuera.
-¡Hola! ¡Me he quedado encerrada! ¡No encuentro la llave! ¡¿Podéis avisar a Paco?! ¡Tengo que salir! – repetía una y otra vez, pero nadie contestaba.
-Joder… - empecé a golpear la puerta omitiendo el dolor que me provocaba todo mi cuerpo.
Miré el reloj. Las 8 de la tarde. En una hora había quedado con él, como siempre y yo estaba aquí, encerrada como en una pesadilla, sin poder salir. Me estaba quedando sin voz, pero alguien me interrumpió en medio del ataque de pánico.
-¿Allegra? – Conocía esa voz perfectamente.
-Gracias a Dios… - solté un suspiro de alivio – Guille sácame de aquí. No encuentro la llave por ningún lado.
-Lo sé.
-¿Cómo que lo sabes? – Dejé de respirar. Tenía un presentimiento muy raro y no me gustaba nada de nada.
-Lo siento, pero tengo que hacerlo. Es por tu bien. Te lo dije.
-¿Q-Q-Qué? Guille… venga, va, ábreme la puerta que he quedado. – intentaba ir por el buen camino.
-Ya sé que has quedado. Pero peque, te lo dije ayer. No puedo dejar que vayas así como estás.
-Sí que puedo. Estoy bien. Si me has visto andar, además ya no me duele nada. – mentí. – Venga por favor, ábreme. – empezaba a suplicar.
-Entiéndeme no puedo dejar que salgas, no sabemos quién puede andar por ahí fuera.
-Nadie peligroso – hablé una octava más alta. – Si fue solo casualidad. Voy a tener cuidado, por favor Guille. Necesito verle. – rogué.
-Por una vez que no vayas no le va a pasar nada. Lo comprenderá.
-¡No! ¿No lo entiendes? ¡No lo va a comprender! Hoy es muy importante para los dos.
Realmente lo era. Necesitaba verle y decirle que estaba bien. Que lo sentía mucho y que tendría más cuidado. Le quería contar lo de los minerales y que entendiese que ninguno éramos más superior que el otro. Tenía que presentarme para que se calmara. Y volver a sentir su calor. Este sentimiento en el pecho me estaba ahogando.
-¿Qué pasa con hoy? ¿Celebráis vuestro primer mes? ¿Año? Qué bonito… pues tendrá que esperar a mañana, porque hoy no sales. – habló con total desprecio.
-Por favor, por favor, por favor. Hazlo por mí. No pienses que voy a ver al tío con el que te he sido… infiel. – la palabra no tenía sentido para mí. – Piensa que tu mejor amiga va a ver al chico del que está realmente enamorada. Hazlo por la amistad, no te dejes llevar por el amor.
-No me puedes pedir eso Allegra. No me puedes pedir que interponga la amistad a este amor que siento. Porque tú no lo has hecho. Si no, ahora mismo seguiríamos juntos.
Tenía toda la razón. No estaba siendo justa con él. Pero es que tenía que ver esos ojos esmeralda e infundirle valor para seguir adelante. Y ya se me estaba acabando la paciencia.
-Te lo suplico. Te lo ruego. Te juro que no me van a pillar ninguna panda de tíos borrachos, voy con una linterna si hace falta, llevaré una pistola si eso te tranquiliza, pero no me dejes aquí.
-Lo siento…
-No hagas que me enfade. No me conoces realmente cabreada. – Mi paciencia estaba llegando a los límites.
-Puede que no. Y puede que lo haga esta noche. Pero enfadada o no, hoy te digo que no vas a salir.
Miré el reloj. Las 8 y media. Joder, como avanzaba el tiempo. Con cada avance de la manecilla del reloj, cada célula de mi cuerpo comenzaba a alterarse.
-Guille ábreme la puerta. – respiraba hondo para no perder el control ignorando el dolor que me producía las costillas.
-No.
-Guille, por favor, ábreme la puerta ahora. – mi voz cada vez se iba elevando más.
-No.
-¡Ahora! – mi cuerpo se estaba retorciendo de ira. La paciencia estaba a tan solo dos milímetros de acabarse.
-No.
-No te lo voy a decir otra vez. ¡Ábreme la puertaaaaa! – chillé con tanta fuerza que me entró la tos.
-No. – zanjó.
-¡Te odio! ¡Eres lo peor! Ábreme… te lo suplico… necesito verle… - de la furia que recorría mi cuerpo, pasé al llanto. Me deslicé hasta el suelo y me quedé arrodillada. – Vas a conseguir que no existas para mí.
-Si con eso consigo que te quedes aquí, está bien. Dejaré de existir para ti.
-No sabes lo que estás diciendo. Te estás dejando llevar por los celos. Ya no es la protección. Son los putos celos. Sabes que estoy bien y que no me va a ocurrir nada. Lo has estado viendo. Has visto que al día siguiente voy a estar perfectamente. – estaba totalmente desesperada. No sabía que decirle para que entrara en razón.
-Claro que vas a estar perfectamente. Porque he visto que no vas a ir.
-Las visiones no son siempre ciertas… ¿Lo sabes?
-Ajá. Pero esta sí. Me voy a encargar expresamente de que no salgas de esta puerta durante toda la noche.
Como una bomba de relojería, mi cuerpo saltó inesperadamente lleno de una auténtica ira que jamás había experimentado y mis palabras salieron de mi boca diciendo todo lo que sentía.
– Escucha lo que te voy a decir. Lo has conseguido. ¿Esto es lo que querías? Pues bien. Para ti, estoy muerta… ¡¡¡MU-ER-TA!!! No se te ocurra dirigirme la palabra en todo lo que te queda de vida. No te atrevas a posar tus ojos en mí, porque como yo me llamo Allegra Ranzzoni, te juro que te mato. Y lo digo de verdad.
-Sé que ahora estás enfadada conmigo, pero algún día me lo agradecerás.
-¡Já! ¡Nunca! Por tu bien, espero que cuando salga de aquí. Porque voy a salir, - enfaticé - no te entrometas en mi camino, porque lo lamentarás.
-Te abriré cuando te calmes… pero mañana por la mañana.
-¡Y una puta mierda! Voy a salir de aquí. Te lo juro. – No me reconocía a mí misma. Pero era tal la impotencia que sentía que mi boca no hacía más que soltar palabras para desahogarme.
-Por la puerta seguro que no… y por la ventana… estás en un 5º piso… te matarías. Y si te matas, entonces sí que no podrás verle.
-¡CÁLLATE! – Observé el reloj. Las 9. Ya estará allí. Estará apoyado en aquel tronco esperándome y no yo no apareceré.
Aarón no me esperará mucho tiempo. Pensará que no quise verle después de lo sucedido, dejará de venir, su amor se romperá y ese lazo que superaba nuestra naturaleza, se quebrará. No tendré más motivos que luchar con él cada vez que nos encontremos aunque cada fibra de mi ser lo lamente.
Tenía que ir allí sí o sí. No podía permitirme el hecho de no aparecer esta noche, porque si no llegaba hoy, algo en mi interior me decía que no volveríamos a encontrarnos en aquel pequeño espacio cedido por la luna nunca más. Así que tenía que buscar cualquier excusa o acto para poder salir de mi habitación que ahora me parecía una prisión.
-¿Y si me da por rajarme las venas? ¿Vas a dejar que muera desangrada por no abrirme la puerta? – Intentaba hacerle chantaje.
-Lo podría ver si lo planeases. Además, sé que no vas a hacer nada de eso.
-Puto inmunita…
Saqué toda la ropa de mi armario y empecé a hacerle nudos uniéndola unas con otras para crear una cuerda y poder bajar. Sí, igual que las películas.
-Se romperá y caerás al suelo. – se adelantó a mis planes.
Lo ignoré. Miré de nuevo el reloj. Las 9 y media. Joder ya tenía que estar preocupadísimo. Eso si no se había ido ya. ¿Y si no había aparecido? ¿Por qué coño no había arreglado mi móvil antes? Tenía que hacer cualquier cosa para salir. Me daba igual romper lo que fuese, pero de alguna manera tenía que abrir la maldita puerta. Cogí el mando de la televisión y empecé a golpear el pomo de la puerta. Pero tal y como suponía el mando se partió en dos antes de hacerle el más mínimo rasguño. Probé con otra cosa, cogí el cargador del móvil estropeado. Total, si me lo cargaba no importaba, el móvil ya estaba roto de por sí. Tampoco funcionó, se me estaban acabando los objetos con que dar al pomo. Mientras, Guille seguía avisándome que cada cosa que captaba no iba a funcionar. Las 10 de la noche. La única alternativa era mis piernas. Me dolía todo el cuerpo, pero tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para conseguir llegar. Aguanté la respiración y empecé a asestarle patadas a la puerta.
-Te vas a hacer aún más daño. Túmbate y descansa. Mañana hablamos.
Lo ignoré. No sabía de qué mierda estaban construidas estas puertas pero no conseguía deformarlas, tan solo arañarlas. Estaba fuera de control, los minutos pasaban como segundos y el tiempo avanzaba llevándome cada vez más lejos de Aarón.
Mi mente empezó a trabajar por sí sola concentrando todos mis poderes de inmunita en mi cabeza. Ya había conseguido mover un banco la primera vez que Aarón y yo nos peleamos, ¿Por qué no podía mover una puerta? ¿O aunque fuera solo abrirla? Me concentré lo máximo posible en ella e intenté expulsar todo ese torrente de poder hacia fuera. Noté como un flujo se disparaba a través de mi cuerpo y observé como la cerradura comenzaba a moverse. Un poco más de esfuerzo y conseguiría arrancarla. Grité de puro sacrificio. La cerradura había salido disparada hacia mi cama arrancando los restos de madera y puerta que se había encontrado por el camino. Un segundo después toda esa oleada de poder había desaparecido. Estaba agotadísima, pero no podía permitirme el lujo de desplomarme en el suelo y descansar. Las 10 y veinte. Guille entró sorprendido de lo que había pasado. Ver su cara me produjo un gran retortijón de ira y a la vez de pena pero no podía entretenerme matándolo, de eso ya me encargaría mañana… o más tarde, cuando volviera. Sin embargo, no iba a quedarse tan tranquilo. Le pegué dos bofetadas con toda la fuerza con la que fui capaz y le pegué una patada en… bueno, en sus partes. Eso lo mantendría ocupado lo suficiente como para que pudiese salir. Conseguí aguantar todo el dolor que me producía gracias a la fuerte venda que me había enroscado en mi cuerpo, pero aun así, el dolor se hacía casi insoportable.
Corrí lo máximo que podía. Dolorida como estaba, mis poderes físicos no funcionaban lo suficiente pero algo más veloz sí que era capaz de correr. El aire golpeando mi cara provocaba la desaparición de mis lágrimas rápidamente. La vista se me volvía más nula conforme iba avanzando. El corazón me latía aún más rápido de lo que podía contraerse. Esquivaba cada árbol como simples flores en mitad de mi camino. Sin embargo, sabía perfectamente a donde me dirigía. Al cabo de 15 minutos llegué a aquel círculo nocturno donde el tronco tumbado y los rayos de luna nos esperaban. Pero como cabía de esperar… No había nadie.

domingo, 21 de febrero de 2010

Capítulo 21. Tormento.


21 TORMENTO
Después de tener esa charla con ella, me sentía mucho mejor. Aunque todavía no había llegado lo peor. Me tenía que enfrentar a Guille y contarle toda la verdad… o casi toda. Estaba de buen humor, pero quería estar sola. Me dirigí a mi habitación y estuve escuchando canciones en el portátil que acompañaba a la habitación. Recordé aquella que escuché en el coche de Leo y la busqué en el Youtube.
Jesse & Joy – Somos lo que fue. No era muy de mi estilo pero la letra seguía impactando en mi corazón y sobre todo ahora que se acercaba el final de esta historia…

No puedo seguir, no quiero fingir
Aún me haces sentir,
Pero no puedo evitar tanto llorar
Ven siéntate hay que hablar.

No sé qué paso entre tú y yo
El fuego se apagó
Dónde quedo esa pasión que abrasó al corazón
Extraño el sabor de ese dulce amor que alimentaba nuestra vida.
Somos lo que fue
Fuimos lo que ya no es
Vivimos del ayer
Todavía un milagro tal vez pueda haber.

Estas junto a mí, estoy junto a ti
Pero hay un millón de millas que nos separan hoy
Si piensas que no hay más remedio dímelo
Extraño el sabor de ese dulce amor que alimentaba nuestra vida.

puse una y otra vez. Me dolía recordar los momentos felices que había vivido con él. Aquellos primeros días de salir, las risas de cada noche, aquellos labios suaves… pero estaba completamente enamorada de Aarón y no podía seguir con alguien que no amaba realmente. No lo había hecho antes porque no quería causarle daño, prefería que poco a poco se fueran distanciando las cosas, pero él se había adelantado a los acontecimientos. Así que cuando llegara esta noche, iría a su habitación y esta historia tan bonita llegaría a su final.

-¡Ya era hora! – suspiró aliviado. Estaba cruzado de brazos y con esa postura de desinteresado que lo hacía aún más sexy.
-Tanto no he tardado… ¿no? – miré el reloj preocupada. Las 9 y dos minutos.
-Llegas dos minutos tarde… estar sin verte hace que los minutos pasen como horas. No me puedes hacer esto. – Guiñó el ojo izquierdo y se dirigió hacia mí con demasiada lentitud para mi gusto. Ansiaba abrazarlo.
Nos enlazamos lo más fuerte que pudimos aspirando los aromas mutuamente. Me encantaba escuchar los latidos de su corazón, sentir su cuerpo tan cerca del mío. Esto superaba mil veces todas las preocupaciones que tenía en mente. Cogió mi rostro entre sus manos y me besó con vehemencia. No lo esperaba, pero le respondí con la misma pasión. Su mano se ciñó sobre mi cintura haciéndome estar más cerca de él aún. Su lengua se movía con insistencia dentro de mi boca. Las manos recorrían mi espalda dibujando la columna hasta la terminación de ésta y algo más. Yo me aferré a su cuello y a ese pelo sedoso que tan bien olía. Alojó sus manos frías -debido al fresco de la noche- y sedosas debajo de mi jersey azul haciéndome estremecer por su contacto. Reíamos entre besos por las cosquillas que me causaba el tenerlas sobre mi tripa. La pasión no parecía cesar nunca. Me permití el lujo de tocar sus perfectos abdominales marcados y bien pétreos. Otro escalofrío recorrió el cuerpo de Aarón. No podía pensar en otra cosa salvo en su cuerpo y sus besos.
De nuevo, me aferré a su cuello, pero esta vez había algo de lo que no me había fijado antes. Un abalorio colgaba dentro de su camiseta. Él siguió besándome por el cuello y la clavícula. Saqué el collar y observé que llevaba colgando una piedra del color fuego en forma de trapecio. Lo aparté poco a poco. Él lo hizo algo resignado.
-¿Qué ocurre?
-¿Qué es esto? – Quise saber si él también lo sabía. Al fin y al cabo siempre nos enterábamos de las cosas al mismo tiempo. Lo miró extrañado.
- Mi amuleto de la suerte. – Se encogió de hombros – Lo llevo puesto desde que tengo memoria. – Siguió jugueteando con mi clavícula.
-¿Nunca te lo quitas? – fijó su mirada en mí y al leer mi expresión supo que lo ardiente había acabado. No parecía saber nada acerca de ello.
Antes de responderme nos sentamos en el terreno al lado de nuestro tronco especial. Me acurruqué en su regazo y sostenía el collar en mi mano sin llegar a tocar la piedra.
-Cuando me acuerdo, me lo quito para ducharme y algunas veces hasta se me olvida colocármelo después. – habló mientras me tocaba el pelo.
Esa era la respuesta a todo lo anterior. La razón por la que el día de nuestro reencuentro pude ver sus movimientos, la razón porque Guille no podía ver quién era, la razón del impedimento de poder visionar su futuro.
Ahora todo encajaba. Pero… ¿Por qué razón la tiene antes que los demás? ¿O es que acaso a los attacks se les da antes para prevenir? Pregunté para salir de dudas.
-Es precioso. ¿Y por qué te lo dieron? – volvió a encogerse de hombros.
-Nunca le pregunté a mis padres sobre ellos. Supongo que será algo de familia. ¿Por qué lo dices?
-Es que me ha llamado la atención. – enarcó una ceja. - ¿Qué? No sé… - respondí a su pregunta no formulada. – quiero saber cosas de mi chico… ¿No puedo?
No sabía por qué razón mentía. Simplemente le podía decir la verdad. Pero quizás tenía ¿miedo?… miedo, no. Experimentaba una sensación extraña difícil de explicar si él le contaba todo lo que ese mineral podía hacer a sus compañeros. Porque al fin y al cabo los attacks eran mis enemigos y el odio natural hacia ellos era irremediable, por lo que debía evitar cualquier cosa que les diesen ventaja. Aunque ello conllevara no contarle toda la verdad a Aarón.
Se tragó mi mentira y cambió de tema. Yo seguía sin tocar el mineral pero aún sujetándolo y observándolo mientras él me hablaba. Me quedé totalmente en Babia examinando la piedra por todos los ángulos posibles hasta tal punto que me habló y no conseguí seguir sus conversaciones.
-¿Has escuchado lo que te he dicho? – Seguí mirando el abalorio - ¿Allegra?
Estaba hechizada bajo ese talismán. Era incapaz de apartar la vista de él. Inconscientemente me había sumido en un profundo sueño con los ojos abiertos. Era increíble cómo me estaba absorbiendo poco a poco. Sabía perfectamente que me estaba hablando y que debía de responder, pero las palabras no conseguían salir de mi garganta. La vista comenzaba a tornarse blanca por los alrededores de la periferia, como cuando mirabas mucho rato un objeto sin pestañear.
-¿Allegra? – Seguía llamando Aarón.
Su voz se volvió preocupada y tiró de la cuerda donde yo estaba sujetándola para apartarme el mineral de mi vista. Pero con ese movimiento lo único que consiguió fue que me pusiera en contacto la piedra con la que tanto rato había estado evitando.
Conocía muy bien esa expresión. Notaba como mis pupilas iban cambiando. Cómo mi visión se iba trastornando. Hacía mucho que no me ocurría una cosa así… inconsciente, sin control… y la visión llegó a mis ojos.
El mar estaba tranquilo. Demasiado relajado. No se escuchaba nada alrededor, ni siquiera el golpeteo de las olas contra las rocas. Un cielo oscuro y encapotado cubría gran parte. Sin embargo, por los aledaños estaba totalmente aclarado y reluciente. Un azul vivo y lleno de energía. El ruido de un bajel tenebroso interrumpió aquella extraña calma acercándose hacia el lugar más deseado por todos. Sí. La habían encontrado.
La parte exterior estaba llena de personas las cuales no pude identificar. Todas me eran confusas. Gritos de júbilo y descorches de vino por todo aquel barco antiguo. Se sentía el poder, la sensación de haber ganado lo que tanto habían deseado otros.
A lo lejos se podía ver una gran extensión de tierra… pero solo eso. Nada identificaba que aquello fuese Isa de Luz. Pero ellos sabían que la habían encontrado. Bailaban al ritmo de piratas de literatura. Las sombras negras chocaban sus copas y bebían. Lo estaban celebrando antes de tener certeza de ello. Alguien saltó del bajel y fue nadando hacia aquella Isla.
No sé por qué pero el corazón me dio un vuelco. Los compañeros hacían gestos de detención pero la sombra siguió sin escuchar a nadie. Los demás esperaban impacientes hasta que su colega llegase a la orilla y diese la aprobación de aquel maravilloso lugar que sería Isla de Luz. Sin embargo, algo mágico y misterioso impidió que pudiese seguir nadando. Otra sombra flotante apareció de la nada y con un simple soplo mató a aquel individuo.

La visión cesó y mis pupilas volvían a pertenecerme. Sin embargo, él sabía perfectamente lo que me acababa de ocurrir. Inmediatamente me quitó de su regazo y se alejó un metro de mí. Y no sólo eso, sino lo que conllevaba. Torrente de poderes.
Otra vez no. Otra vez no. Suplicaba una y otra vez, pero era inevitable. Sabía exactamente lo que vendría después. Deseaba con todas mis fuerzas quitarme esa sensación de encima, pero el odio y mi naturaleza fueron más intensos.
Estaba cegada de inquina y el attack que había a mi lado también. Un enemigo al que había que aniquilar. Era muy poderoso y fuerte, pero ya pude con él una vez. Esta sería la segunda.
Automáticamente, busqué un tronco de un árbol. Esto me produjo una ligera sensación de deja vû pero hice caso omiso y me concentré de nuevo en la batalla que estaba a punto de comenzar. Localicé uno largo y consistente, que no fuera muy delgado pero fácil de manejar. Los flujos de energía que mi sangre circulaba, mi fuerza y mi rapidez se multiplicaron. El attack ya estaba preparado para el saludo y dar comienzo a aquella mortal lucha.
Nos colocamos uno en frente del otro a una distancia considerable. Nuestras miradas se cruzaron. Azul y gris… una combinación fría y sin sentimientos.
Pero es Aarón. Yo lo quiero. Una débil voz me hablaba desde mi cabeza. Pero era tan frágil que la furia no dejaba oír a más.
El correspondiente saludo de batalla. De perfil, mano izquierda apuntando al enemigo, mano derecha con la espada – esta vez tronco – pasando por encima de la cabeza hasta llegar al otro extremo del cuerpo. Cruce de espadas y rápido movimiento para dar lugar a la verdadera lucha.
Nos movíamos a tanta velocidad que los distintos árboles se juntaban unos con otros dando la sensación que eran uno. Intentaba buscar algún despiste para poder atestarle ese tronco en la cabeza y matarlo pero él era muy hábil y rápido.
¡Le voy a hacer daño! ¡Allegra para! De nuevo esa voz frágil en mi interior. Apenas la oía como en un susurro. Yo seguí con mi asunto. No podía perder la más mínima concentración.
Los choques de troncos retumbaban en el silencio haciendo callar a todo aquel animal que anduviera cerca. Tuve que dar un salto hacia atrás para evitar que me golpeara el vientre. Ambos estábamos con el entrecejo fruncido y jadeando.
Seguía manejando su muñeca tan ágil que tuve que colocar el tronco en forma horizontal para esquivar dos golpes a la vez. Me estaba tomando superioridad y eso no lo podía permitir. Así que intenté igualarle vigilando sus próximos pasos pero me quedé muy desorientada al no poder visionar sus movimientos. Lo veía todo oscuro. Fue ahí cuando recordé el mineral fuego. Mierda. ¡Bien! Y también recordé que yo no llevaba mi piedra correspondiente.
Me concentré lo máximo posible ya que él llevaba más ventaja sin que lo supiese y en cualquier momento en el que se descuidase, podría meterse de nuevo en mi mente. Y esta vez, herirme de verdad. Nunca.
Busqué el lugar menos protegido de su cuerpo y encontré la solución en las piernas. Sutilmente me fui agachando poco a poco sin que el attack notase la diferencia y mis intenciones. Calculé la altura y el lugar adecuado para atacarle mientras me protegía de sus golpes. Con un rápido y seco movimiento le sacudí la espinilla derecha. Perdió el equilibrio y no pude reprimir una risa malvada. Esa no soy yo. ¡Joder para! La voz se hizo algo más fuerte pero seguía sin ser suficiente como para distraerme.
Repleta de poder por mis venas, alcé el tronco hacia arriba para coger más fuerza y poder golpearle fuertemente la cabeza para que cayera inconsciente, o mejor dicho, muerto. Lo tenía a mis pies. Podría acabar con él en cuestión de un segundo. Esta vez lo mataría de verdad. No se me escaparía y no volvería a caer en esa mirada. ¡Basta ya! Un fuerte pitido retumbó en mi cabeza desconcentrándome pero el attack no había notado la diferencia puesto que éste estaba más ensimismado en cómo poder levantarse en vez de aprovechar mi guardia baja.
De un salto logró recobrar el equilibrio y estirarse lo máximo posible sobrepasándome de altura. Hacía un segundo yo lo tenía en mis manos y ahora la situación se había intercambiado. No será capaz. Él me quiere. ¡Já!
En sus ojos se reflejaban rayos de furia y con un simple toque en mi hombro, logró tirarme al suelo. ¡Qué irónica era la situación! Tenía que escapar como pudiese. De pequeña solía reptar muy rápido por el suelo y rodar hacia los lados, ahora lo haría mucho mejor. Intenté escabullirme antes de que el tronco golpease mi cabeza – como esperaba a que hiciera – pero en este caso, lo dejó caer y su mirada grisácea se clavó en mí con tanta fuerza que me dejó completamente aturdida. De nuevo volvía aquella sensación que tan pocas veces había sucedido pero que me resultaba familiar.
Dejé caer el tronco al suelo. Apenas podía ver con claridad. Todo se estaba tornando blanco. Algo ilógico cuando era de noche. Cada segundo que pasaba mi vista se iba desvaneciendo y mis músculos no respondían a mis órdenes. Notaba como una sensación extraña quería infiltrarse en mi cuerpo. Luchaba con todas mis fuerzas para poder quitármela de encima, pero era demasiado potente y después de una fuerte lucha interior, la sensación ganó. Mi mente dejó de pertenecerme…otra vez.
Sabía que no era yo la que me estaba moviendo, pero tenía conciencia de lo que hacía. La voz en mi interior que antes me había estado atormentando la notaba más fuerte y poderosa, pero ahora mismo estaba totalmente callada, esperando a lo que el attack hacía conmigo.
Me puse en pie y empecé a golpearme con toda la fuerza que era capaz en la cabeza con mis propias manos. Seguí por mi cara y mi vientre dejando futuros cardenales. Apenas podía respirar puesto que me había atizado un golpe firme debajo de las costillas, pero aun así, visioné entre la maleza restos de vidrio de una botella. Capté el más grande y más afilado. Justo en el momento de hincármelo en el corazón, esa voz que tan siniestramente callada había estado, habló.
-Aarón. Te amo. Sé que tú también a mí y no deseas por nada del mundo hacerme daño. Acuérdate mi amor. No te dejes llevar por el odio. Nuestro amor está por encima de toda naturaleza y si no lo controlamos, si yo me muero o tú te mueres, moriremos los dos a la vez.
No sabía si realmente sentía todo eso que había dicho. Pero las palabras parecían haber sido sinceras y habían salido de mi corazón.
Dejé caer el vidrio y me derrumbé inconsciente al suelo. Lo último que vi fue aquellos ojos esmeraldas que tanto me enamoraban.

No sé exactamente cuánto tiempo había pasado desde que caí inconsciente. Sólo podía escuchar aquellos martillazos que había en mi cabeza.
Al contrario que la primera vez que me ocurrió esto, sí me acordaba exactamente qué era lo que había pasado. No quería despertarme por nada del mundo. Estaba muerta de remordimiento y dolor. No sabía con qué cara podría mirar de nuevo a Aarón. Mi Aarón. El mismo que había deseado matar con todas mis fuerzas. El mismo que se había metido en mi mente y había intentado destruirme por dentro. Pero no lo culpaba en absoluto, es más, era yo la que debía de disculparse para toda la vida. Pero el retumbe iba cada vez a más y fue inevitable volver a la realidad.
Sentí que estaba muy cómoda donde me encontraba. No era mi habitación pero se estaba muy a gusto aquí. Notaba el aire fresco en mis piernas pero por la parte superior de mi cuerpo me encontraba muy cálida. Fue entonces cuando escuché el sonido de un sollozo y el olor de alguien que me resultaba totalmente familiar. Abrí los ojos de golpe al caer en la cuenta de quién se trataba. Pero Aarón no se enteró de mi despertar. Yo estaba en su regazo, sus brazos rodeaban mi cuerpo y tenía la cabeza apoyada en la mía.
Moví los brazos para abrazarlo y giré el torso para apoyar mi cara en su pecho pero este gesto me dejó desgarrada.
-¿Allegra? ¿Mi amor? – su voz estaba totalmente ronca y se había quebrado nada más pronunciar la primera sílaba de mi nombre. - ¿Estás bien?
No estaba segura de cómo sonaría mi voz y no quería preocuparle más de lo que sus ojos reflejaban. Así que simplemente asentí y lo abracé ignorando el dolor que me causaba en mis costillas y mi cabeza.
-Lo siento, lo siento, lo siento. ¡Joder! – gritó a pleno pulmón y seguidamente empezó a llorar a lágrima suelta.
No pude decirle nada porque mis lágrimas ahogaban mi voz. Lo agarré con más fuerza y me escondí en su pecho.
-¿Hasta cuándo? – habló en voz baja, pero no era una pregunta dirigida hacia mí. – No puedo controlarme… Odio sentir cómo mi naturaleza es más fuerte que este amor que siento por ti.
-Eso no es así. – le contradije. Me destrozaba el corazón al escuchar sus palabras. – Nuestro amor triplica lo que deberíamos sentir ahora mismo. Además tú no eres el único que se deja dominar por lo que es. Si no, yo no te hubiera intentado sobrepasar y habría intentado detenerte desde el primer momento en el que te notara fuera de control. – le acaricié su dulce rostro que estaba empapado en lágrimas amargas. – Algún día conseguiremos sobrepasar esa barrera de odio y destruirla completamente sin ningún tipo de riesgo.
-Es de lo que me intento convencer una y otra vez, pero esta es la segunda vez que pasa… y si hay una tercera… si ninguno de los dos es más fuerte que el otro para parar esa lucha… no… no me quiero imaginar lo que pasaría. – me abrazó con más fuerza y no pude reprimir un quejido.
-¿Has visto? Mira lo que te he hecho… soy un monstruo. – su voz era más ronca de lo habitual y su rostro reflejaba frustración, enfado, resignación.
- Supongo que hemos quedado empate ¿no? – reflejé una sonrisa amarga intentando evitar lo máximo posible que mi rostro mostrara el dolor que sentía por todo mi cuerpo. – Primero te gané yo… y tú deshiciste el “hechizo” y ahora… he sido yo. Así que…por favor, dejémoslo pasar ¿vale?
Su intención fue replicar, pero antes de que lo hiciera le sellé los labios con mi dedo y seguidamente me incorporé – con cuidado – para poder probar su tierna boca y las lágrimas que recorrían por sus extremos.
-Además… necesito fuerzas para enfrentarme a lo que me espera mañana. – Se me escapó un suspiro.
-¿Qué ha pasado? – Al menos conseguí distraerlo de su propio tormento. Yo intentaba hacer lo mismo, puesto que tan solo pensar lo que acababa de ocurrir me producía un dolor muy profundo en el pecho.
-Verás… digamos… que nos han descubierto. – sus ojos se dilataron y dejó de respirar durante unos instantes. Se me escapó una carcajada muda que hizo resaltar aún más el dolor.
Su rostro me recordó exactamente al mío cuando me había enterado hacía unas pocas horas.
-Supongo… que tendré que luchar contra ellos… - su voz fue dubitativa pero en mi interior decía que lo estaba deseando con todas sus fuerzas.
-Tranquilo no saben que eres tú. – Juré que por un momento su rostro se había tornado de decepción. Pero no quise recriminarle nada… - Creo que debería irme… se ha hecho un poco tarde.
Nunca pensé que diría esas palabras, pero mi cuerpo necesitaba descansar. Estaba dolida por todo el cuerpo aunque no podía mostrarlo delante de Aarón. Ansiaba estar sola para poder desahogarme y llorar hasta quedarme sin lágrimas. Tenía motivos suficientes para hacerlo.
Debía de soltar toda la tensión que había acumulado cuando me sometieron al interrogatorio. Llorar por el monstruo en el que me convertía cada vez que me dejaba llevar por mis poderes y hacer daño al hombre de mi vida. Gritar para calmar el dolor que sentía por todo mi cuerpo y mi cabeza (Mañana tendría que entrenar y no sabía si estaría en condiciones). Soltar lágrimas por la distancia que me separaba de mis padres. Maldecirme a mi misma por haber hecho daño a mi mejor amigo. Quería estar sola y llorar hasta la saciedad.
Al pensar en todo lo que me abrumaba, notaba como mis ojos estaban brillantes y apunto de soltar otra lágrima más. Respiré hondo varias veces y me levanté para poder despedirme de Aarón. Abrazarme a él hasta que se me pasase la ansiedad. Sin embargo, él me conocía más de lo que yo creía y notó mi pesadumbre.
Cogió mi cara entre sus manos y me besó lo más dulce y suave de lo que fue capaz. Aquel beso me dejó totalmente atontada y cerré los ojos para poder sentirlo mejor. Una gota amarga incontrolada se derramó por mi rostro.
-Te amo. Duerme tranquila, descansa y calma tu dolor. – Nuestras lágrimas se enlazaron formando una sola que discurría por nuestras mejillas hasta caer en nuestras manos enlazadas. – Te juro por la vida de mi hermana que no volverá a ocurrir nunca jamás.