martes, 22 de diciembre de 2009

Capítulo 14. Reencuentro.


14 REENCUENTRO
Guille ya se había duchado y cambiado de ropa. Estaba vestido de negro. Me gustó bastante su estilo. De nuevo, nos montamos en el ascensor. Pulsó el botón H. La voz del ordenador avisó que las puertas se cerraban.
Solos. Miradas cómplices. Me agarró por la cintura y me atrajo hacia él. Subió su mano hasta mi pelo. Más pegados aún. Sin llegarnos a besar todavía, mis manos se deslizaban por su espalda hacia la parte “bonita” de su cuerpo. Besos en el cuello, susurros de aire en los oídos. Recorrió el contorno de mi cara con su nariz hasta llegar a los labios. Subida de temperatura. Dulce sabor de su boca, de su lengua. Cerré los ojos para dejarme llevar mejor y cuando los volví abrí sus ojos esmeralda me dejaron cautivada. Su melena castaña, su boca sensual… me separé un poco para poder observarlo mejor… era él, Aarón. Me abracé a él con más fuerza para que no se escapara, por fin lo tenía, estaba en mis brazos... Cerré nuevamente los ojos… y al abrirlos Guille me apartó de él poco a poco. Estábamos jadeando.
La vocecita avisó que habíamos llegado a la sección elegida.
-Guau… qué bien te sientan los cambios. – se colocó la camiseta derecha y se peinó su pelo punta cubierto de gomina.
Me quedé allí pasmada durante un rato. Estaba asimilando lo que me acababa de ocurrir. Oh Dios… mierda… ¿Por qué? Había imaginado que era Aarón y lo había abrazado aún con más fuerza… Instintivamente me puse a llorar como una imbécil. Lágrimas de cocodrilo recorrían mi cara.
A Guille se le descompuso el rostro al verme llorar. No sabía que había hecho mal.
-Allegra… ¿¡Eh!? ¿Qué te pasa? – su voz sonó muy alarmada. Cogió mi rostro entre sus manos y la elevó hasta la altura de sus ojos para que lo mirara. Al encontrarme con aquellos ojos oscuros empecé a llorar más fuerte. - ¿He hecho algo mal? ¿Por qué te has puesto así? Me estás preocupando… si he hecho algo que no debía…
-Tranquilo… - respiré hondo unas cuantas veces para poder calmarme. No podía dejarlo con ese sufrimiento. – no sé lo que me ha pasado. Ha sido una bomba de emociones que tenía guardado de hace tiempo… no sé… pero ya está. – me sequé las lágrimas y le di un beso corto en los labios. – no te preocupes. – esbocé una sonrisa lo más convincente que fui capaz.
En realidad sabía exactamente lo que me había pasado. Acababa de darme cuenta que estaba enamorada de Aarón. El amor más imposible del mundo… ese era el mío. Pero ahora tenía que dejarlo a un lado para ocuparme de hacer el paripé y no preocupar más a Guille.
-Bueno ¿me enseñas mi habitación? Tengo curiosidad por ver como es. – tenía los ojos hinchados, el pelo hecho un caos, la camiseta arrugada…me miré en el espejo del ascensor y me asusté de mi misma. – ¡Uy! ¿Quién es esa de ahí?
Conseguí hacer reír a Guille. Me ayudó amablemente a peinarme el pelo con los dedos y a secarme alguna que otra lágrima que se había quedado sin salir. Le di un abrazo lo más fuerte que pude. En parte para darle las gracias… en parte por culpabilidad.
Salimos fuera del ascensor y me encontré con un pasillo extenso y largo. En las paredes había colgado cuadros de paisajes y riachuelos con barcas. Después de doblar varias esquinas y pasar varias puertas, por fin llegamos a la mía. Número 44.
Era muy amplia. Lo que más resaltaba era dos grandes ventanas que daban a un jardín asombroso. Una cama doble con numerosos cojines encima se encontraba debajo de la enorme ventana. Una cómoda de madera con un espejo grande encima, estaba pegada a la pared en frente de la cama. Una mesa de escritorio espaciosa se encontraba al lado de la puerta con un ordenador portátil. Al fondo a la izquierda estaba el cuarto de baño. Aquello parecía una suite de un hotel más que una habitación de residencia.
-Vaya… ¿estás seguro que esto es para mí?
-Sí. Aunque ahora lo veas un poco soso, puedes decorarlo a tu estilo cuando quieras.
-¡Ah!...guay.
-Bueno que descanses. – sus labios rozaron los míos. Iba a marcharse… pero tenía que hacer algo para recompensarle lo que acababa de ocurrir.
-Guille… - comencé pero no sabía cómo seguir. – ¿quieres… dormir conmigo? – aquello sonó con otras intenciones. – pero sólo dormir. ¿Quieres? – mi pregunta le pilló desprevenido. Sus ojos se le salieron de las órbitas.
-¿Qué? – preguntó todavía confuso.
-Pues eso… que quiero dormir a tu lado si no te importa.
-Bueno… no veo por qué no.
Me duché tranquilamente mientras él iba a buscar su pijama. Mis músculos estaban agotados del viaje. Me puse el pijama más bonito que tenía y me cepillé los dientes. Sonó el golpeteo de la puerta. Deshice la cama tirando todos los cojines al suelo y quitando el edredón. Primero se tumbó él y luego lo hice yo apoyando mi cabeza en su torso desnudo. Me envolvió con su brazo y sin decir nada más… nos quedamos dormidos.


AGOSTO

Ya había pasado un mes desde la primera vez que llegué a la residencia. Ya me conocía cada rincón de aquel lugar. Me había encariñado demasiado con mis compañeros de Walterville, porque aparte también había más inmunitas de otros lugares. Algunos con la misma experiencia que yo…otros muchos más desarrollados que los demás… en total éramos unos 49 alumnos sin contar a los profesionales sin poderes que nos ayudaban a mejorar.
En este tiempo ya se había cumplido mi visión del entrenamiento en aquella sala que ahora tanto conocía. La persona con la que me había visto entrenar era Guille. Él era muy bueno en el manejo de la espada y esa complicidad… bueno estaba clara.
Ya podía controlar mis visiones. Por fin. Sabía moverme más veloz que una gacela. Era difícil de explicar la sensación de ver que el mundo quedaba más lento que tú. El uso de la espada lo dominaba casi al cien por cien. Todos mis instintos de inmunita estaban al límite. Me sentía más poderosa, más fuerte.
-Ya lo dijimos… la peque tiene un don especial para aprender rápido. Es increíble como en tan poco tiempo haya aprendido tanto. – advirtió Sandra una noche en la cena. En aquel comedor amplio donde comíamos todos.
Con Guille…estábamos muy bien ahora. Nos pasábamos todo el día abrazados en los ratos libres. Porque ambos siempre estábamos entrenando muy duro. Cada noche dormíamos juntos. Todo era muy bonito…salvo por una cosa… él no era la persona a la que yo realmente amaba. Antes de irnos a dormir siempre pensaba en él. En qué estaría haciendo ahora, dónde se encontraría… Pero también me gustaba Guille y estar con él me reconfortaba mucho. Como Aarón y yo no podíamos estar juntos… tenía que aferrarme más a Guille aunque me doliera en el alma no tenerlo a mi lado.
Podía manejar las visiones y ver cuando yo quería algo…pero sólo los cercanos a mí. Deseaba avanzar lo máximo posible para poder ver el futuro de la persona que más quería.
-Guille… vosotros que ya manejáis bien lo de las visiones… ¿no estáis todo el día viendo qué es lo que va a pasar después? – le pregunté una noche mientras estábamos los dos en la cama abrazados.
-Al principio… cuando era más joven… estaba todo el día viendo el futuro. Pero con el paso del tiempo… me di cuenta que no es tan importante el futuro como lo es el presente. Únicamente este don lo vamos a usar para cuando nos enfrentemos a los attacks. – un cuchillo atravesó mi corazón al pensar en tal enfrentamiento, sobre todo porque sabía que él estaría allí. – Hay que vivir el momento, con la persona que estés y saborearlo como si fuese el último helado que te vas a tomar. – me abrazó más fuerte y me besó con pasión.
Comprendí que ahora no era tan importante aprender rápido las visiones…sino perfeccionarlas.

Hoy era domingo… día libre. Guille se había ido a nadar un rato en la piscina con Mabel. Sandra y Cristina seguían entrenando hasta en domingo. Y los demás estaban viendo una peli que no me interesaba. Escuché decir a Leo – uno de los otros compañeros – que se iba al centro de la ciudad a comprar unos CDs. Así que le pregunté si me podía ir con él. También quería ir al centro para despejarme un poco de aquello.
Cuando llegamos, él se fue por un lado y yo por otro. Quedamos a una hora en el aparcamiento y después nos fuimos.
Estaba sola… no me conocía muy bien aquello, pero sabía que cerca de aquí había un parque muy bonito para pasear. Exacto. Después de diez minutos andando y preguntando a personas llegué al parque que de pequeña había visitado.
Era las siete de la tarde por lo que el sol se estaba empezando a esconder poco a poco. Iba andando sin rumbo por aquellos caminos de piedras y mirando a los niños alegres jugar en el parque. Una voz a mis espaldas me hizo salir de mi ensimismamiento.
-Cuanto tiempo. – conocía aquella voz perfectamente. Sonó calmada y tranquila, hasta con un punto de añoranza diría yo. Cada noche me la imaginaba diciéndome cosas preciosas al oído. Pero no podía ser él. Demasiado perfecto. Me giré hacia atrás y mis sospechas se confirmaron.
-¡Aarón! – no pude evitar sonreír. Quería lanzarme hacia él. Abrazarlo. Besarlo. Sentir su calor. Ahora no importaba de qué grupo fuera. Él estaba allí. Después de tanto tiempo sin saber nada de él.
-¡Allegra! – sin saber por qué, también sonrió. Nunca lo había visto sonreír. Era la más encantadora que había visto. Superaba mil veces la de Guille.
Nos quedamos unos segundos sin saber qué decir. Mirándonos intensamente. Éramos enemigos mortales pero sabía que los dos nos habíamos añorado mutuamente.
-Te noto más fuerte. – rompió el silencio después de un minuto. – me alegro por ti.
-¿En serio te alegras? Digo… ¿no deberías estar más preocupado?
-Debería… pero no sé… lo que siento es alegría.
¿De verdad estábamos manteniendo una conversación normal un inmunita y un attack? Mi corazón estaba que se salía. No paraba de latir fuertemente.
-A ti también se te nota más poderoso. ¿Cómo es que estás aquí? Qué casualidad… ¿no?
-Esto… casualidad no… la residencia nuestra también está cerca de aquí. – dobló la boca hacia un lado en un intento de sonrisa.
-¿Sí? Vaya… no lo sabía. Aunque…debería haberlo supuesto. – notaba que no estaba siendo fluyente la conversación. Que era superficial.
Noté como un flujo de palabras querían salir por la boca y ser disparadas. Tenía que meterlas para dentro y guardarlas. Pero fueron más fuertes que yo.
-Te he echado de menos. – le solté así sin más. Me arrepentí a la milésima de segundo de haberlo soltado. ¿Qué semejante barbaridad le había dicho? ¿Por qué no tenía miedo a que empezásemos a luchar?
-Yo también. – soltó a las dos milésimas de haberlo escuchado.
-Perdona yo no quería haber dich… ¿qué? - ¿había escuchado bien? ¿Había dicho que él también?
-Oh mierda… Allegra… esto… no… - empezamos a ponernos nerviosos los dos.
-No está bien. – terminé la frase por él. No dejábamos de mirarnos a los ojos fijamente. Las miradas cada vez estaban llenas de más pasión.
-Pero ¿cómo sucedió? Si nunca… - Aarón era incapaz de terminar las frases.
-No sé. De verdad intento buscarle alguna explicación pero no lo sé. – nos fuimos acercando cada vez más.
-Esto es imposible. Nos matarán. Nos separarán y querrán que luchemos el uno contra el otro.
Se había transformado en una conversación de confesión de sentimientos. Ahora al mirarlo, sabía que él sentía lo mismo que yo.
-No haría eso jamás.
-Ni yo. – casi nos tocábamos.
-Si supieras cuánto te he extrañado… - inevitablemente me abrazó fuertemente.
Escuchaba su respiración agitada. Sentía su calor, su aroma irresistible. Me sentía en el cielo. Lo agarré por el cuello. Estábamos muy pegados. No me quería separar de él jamás. Todo lo que había soñado, lo tenía ahora en mis brazos.
-No más que yo. – me susurró al oído.
Nos separamos un poco para vernos las caras. Me topé con aquellos ojos verdes con los que tanto había soñado en estos meses.
-Y pensar que una vez te hice daño… lo siento de verdad… no sabía lo que hacía.
-Shhh. No digas nada… aquellos eran otros tiempos. Ahora lo que cuenta es el momento. Estamos tú y yo. Solos. Es nuestro pequeño espacio aislado del mundo.
Y en aquel parque de Getlock, un domingo 3 de septiembre, con aquel atardecer que daba a todo los árboles un color anaranjado, al lado de aquel lago lleno de patos y barcas… di mi primer beso de amor. Ese beso en el que el estómago está dando vueltas, en el que el corazón te late a mil por hora, en el que se detiene el tiempo, en el que te has dado cuenta que la pieza que faltaba ha encajado en su sitio. Nuestros labios se toparon. Eran muy cálidos y sabían preocupantemente bien. Solo bastó un choque de labios eterno para saber que ambos sentíamos un amor brutal y que íbamos a luchar por lo que fuera. Nos abrazamos y permanecimos allí más de diez minutos. Sin hablar, sin mirarnos. Transmitiéndonos todo lo que sentíamos mediante el roce de nuestra piel.
-Te amo. – me salió del alma.
-Yo te amo más que a mi vida. No lo olvides.
-Aarón… te tengo que decir una cosa…
-Dime princesa. – estaba viviendo un sueño.
-Debes saber que estoy con Guille. – aquello no pareció inmutarle lo más mínimo.
-Lo sabía. Se os ve que estáis muy compenetrados.
-¿Desde cuándo? Si se supone que cuando nos dejamos de hablar yo todavía no conocía bien a Guille. – nos sentamos en un banco cercano para hablar mejor.
-Puede que no cumpliera mucho lo que te dije la última vez. Quizás espié un poco cuando me di cuenta de lo que sentía por ti. – fruncí el ceño y abrí la boca a modo de sorpresa con enfado.
-¿Cómo? ¿Nos seguías? – desvió la mirada intentando ocultar algo. - ¿Aarón? – insistí de nuevo.
-Bueno… sí. Es que estaba muy celoso. Él te tenía y yo no.
-Pues ahora me tienes. – me senté encima de él poniendo las piernas a cada lado de su costado. Cogí su cara entre mis manos y lo besé con ansiedad.
-Pero no del todo. – recriminó cuando hicimos una pausa.
-Guille es mi mejor amigo… ya perdí a mi mejor amiga hace tiempo… no lo quiero perder a él también.
-Cariño. No te estoy diciendo que lo dejes ya. Solo… que tarde o temprano, más temprano que tarde, - enfatizó- te quiero únicamente para mí. He esperado esto demasiado. – nuestras manos se enlazaron y otro beso largo compartimos juntos.
Estuvimos un largo tiempo sin hablar. Yo estaba apoyada en su clavícula y él me envolvía con sus brazos. Disfrutando del momento.
-No se me hace raro estar aquí junto a ti. Parece como si desde siempre hubiéramos estado juntos. – me expresé después de estar pensando.
-¿Tú también lo has notado? Un simple encuentro de casualidad ha dado lugar a esto… ¿Tanto nos deseábamos?
-No sabes cuánto. – acaricié su rostro delicadamente.

Capítulo 13. Cambios.

13 CAMBIOS
Por fin el día que tanto estaba esperando había llegado. Lunes. Hora de marcharse. En esa semana Guille y yo habíamos estado entrenando juntos y nos pasábamos casi todo el día viéndonos. Me había contado pequeños detalles de la residencia pero nada en concreto. Siempre me decía que ya lo vería cuando llegase. Pues bien… hoy era el día.
En esta semana no había tenido noticias de Aarón, como desde hace un par de meses. Ya apenas me acordaba de su mirada intensa llena de confusión, de su melenita brillante a los rayos del sol, de sus labios carnosos llenos de amor…Bueno… quizás sí que me acordaba un poco de él, pero ahora estaba con Guille y no podía pensar en nadie más. Siempre me ayudaba en todo lo que podía. Era mi mejor amigo y mi novio. ¿Qué más se podía pedir? Entonces… ¿Por qué mi corazón no latía con fuerza cuando me besaba? Mejor pensar en otra cosa.

Ya el día anterior había hecho la maleta. Lo tenía todo listo. Aunque salíamos a las cuatro de la cabaña. Había que coger el avión a las seis. Por lo que nos esperaba unas cuantas horitas de viaje. Ahora entendía a mi abuela cuando le pregunté que dónde estaba ese lugar aquí.
No había dormido en toda la noche. Sin parar de moverme, había estado dando vueltas por toda la cama de un lado a otro. Estaba exasperada, ansiosa. No paraba de preguntarme como sería aquel lugar.
A las tres de la tarde vino Guille a recogerme para llevarnos a la cabaña. Mis padres se habían tomado la tarde libre para despedirme. Iba a estar dos meses fuera de mi casa sin verlos. Estuvieron todo el almuerzo dándome abrazos y pidiéndome que tuviese mucho cuidado. Apenas comieron. A la hora prevista tocaron el timbre.
-Hola fea. – me dio un beso en los labios. Mis padres se habían enterado que estaba con él. - ¿Tienes todas las cosas preparadas?
-Desde hace tres días. Mis padres son unos exagerados. – Me acerqué a la cocina y les pedí que me trajeran el equipaje. – Mamá, papá, Guille ya ha llegado. Vamos llevando las cosas ¿no?
Seguidamente salieron de la cocina para coger las maletas. Llevaba dos maletas del tamaño grande y un bolso de gimnasio. Guille se quedó con los ojos abiertos ante tal cantidad de equipaje.
-¿Esto qué es? Peque, que vamos a una residencia que no vas a un festival de cine. Allí tienes lavadoras para limpiar la ropa.
-Ya… pero también llevo mi música, mi portátil, secador, plancha, zapatos, pijamas… nene que son dos meses.
-Cómo se nota que es la primera vez que vas. Ya verás aquello. Aunque claro yo ya tengo allí casi todas mis cosas.
-Pues entonces no me digas que son muchas. – le saqué la lengua.
Mis padres ayudaron a meter todo en el maletero. Él solo llevaba una simple mochila de montañero.
-¿Y con esto tienes suficiente? – enarqué una ceja mientras torcía la boca.
-Y me sobra.
Mis padres me dieron el último achuchón y alguna que otra lágrima de más.
-Llámame todos los días. Esfuérzate mucho y ven aquí como una guerrera capaz de enfrentarse a todo. – mi padre siempre tan feroz.
-Cuídate. No te hagas mucho daño. – me abrazó por última vez en este tiempo.
Nos montamos en el coche y salimos a toda velocidad hacia la autovía. La noche sin dormir me empezó a pasar factura. Notaba como mis párpados se caían. Quería hablar con Guille sobre la residencia pero el cansancio me podía y caí en la inconsciencia a los diez minutos de emprender el viaje.
Alguien muy lejano me estaba tocando el hombro suave. Luego con más insistencia. Caí en la cuenta de que me estaban despertando.
-¿Qué pasa? – pregunté aún atontada.
-Peque ya hemos llegado al aeropuerto. Vamos.
-¿Al aeropuerto? ¿Pero no íbamos antes a la cabaña? – mi mente se iba despejando poco a poco. Estaba hablando con Cristina.
-Sí. Llegasteis, pero Guille no quiso despertarte y te ha dejado durmiendo hasta llegar aquí. Tenías cara de cansancio.
-Bueno… sí. No he dormido mucho esta noche.
-Anda vamos que llegamos tarde.
Fue llegar y facturar directamente. Tuve que repartir las maletas a los demás para que no tuviese que pagar dinero por el exceso de peso. Puede que sí fuese un poco exagerada. Pero tenía que llevar ropa para toda clase de ocasión. Miré el lugar de destino. Getlock. Si no estaba muy equivocada eso estaba a una hora y media de Walterville en avión. ¿De verdad allí estaba lo que tanto esperaba? Había veraneado allí de pequeña. Más o menos sabía cómo era aquello. Un lugar muy poblado. Grandes centros comerciales. Enormes parques lleno de flores y jardines. Últimas tecnologías. Avenidas llenas de cultura. Era un lugar bastante bonito para el turismo.
Todos llevaban una simple mochila de equipaje. Me sentí una exagerada. El que más rio al verme con tantas maletas fue Lucas. Él ni siquiera llevaba una mochila de montañero, con una simple mochila de colegio le bastaba.
Los ratos esperando lo pasamos jugando a las cartas. Yo perdí unas cinco veces de quince partidas que jugamos en total. Hoy no era mi racha. Sería el cansancio.
En el trayecto del avión también me quedé dormida. No podía evitarlo. Tenía que recuperar la falta de sueño. Estaba enfadada conmigo misma por no aguantar lo suficiente y pasar más tiempo con mis compañeros. Pero teníamos dos meses para conocernos mucho mejor y llegar a integrarme en esa fantástica familia.
Casi dos horas tardamos en llegar desde el aeropuerto hasta la residencia. Estaba siendo un viaje muy largo. Todos estábamos exhaustos. Al menos en ese camino si me mantuve despierta la mayor parte del tiempo. Después de pasar el centro de la ciudad solo se veía verde por todos los lados. Llanuras se extendían por los alrededores de la carretera. Alguna que otra cosecha y campos de cultivo se podían observar a lo lejos. Aquello era mil veces mejor que el lugar donde estaba la cabaña.
Ángel iba conduciendo. En el copiloto iba Cristina. La parte trasera estábamos yo en la ventanilla, Guille a mi lado y en la otra, Mabel. En otro coche iban Sandra y Lucas. Charlamos alegremente entre nosotros. Sobre su primera vez cuando llegaron a la residencia, la sorpresa que se llevaron… Pero nunca me querían contar nada de aquello. Estaba demasiado intrigada como para prestarle atención a Guille que a cada instante me besaba en el cuello o me agarraba por la cintura.
En un cambio de sentido, aquel paisaje cambió. Ya no se veía solo llanuras, ahora era todo rodeado de árboles. Bosques y riachuelos recorrían aquellas calles de Getlock. Los árboles se movían entre sí haciéndose chocar las hojas contra las copas de los otros cedros. Desde lejos se podía ver dos enormes edificios unidos por un puente cubierto. La fachada era de ladrillos color granate. En una parte del edificio había numerosas ventanas encuadradas de color carbón donde ocultaba el interior con unas cortinas color amanecer. En la otra parte del edificio, éste más grande que el anterior, apenas se encontraba ventanas en la parte frontal. Una gran terraza se hallaba encima del edificio. La residencia en general estaba vedado por una muralla de piedra donde sobresalían árboles gigantes.
Aquellos lugares eran maravillosos.
-¿Es esto? – dije anonadada ante tal expectación.
-Yes. Chulo ¿eh? – aseguró Mabel.
- ¿Bromeas? ¡Es una pasada! Mucho más de lo que había imaginado.

Al entrar fue aún más alucinante. Traspasamos las murallas por un portón gigante como el de las películas que tienen una mansión enorme. Ángel tuvo que asomarse por la ventanilla para identificarse por una cámara. Citó una serie de números que se me olvidaron conforme los iba dictando. Posteriormente, se abrió el portón y entramos. Si desde fuera ya era fascinante, desde dentro se quedaba corto. Un inmenso jardín cubierto de flores y figuritas para decorar se expandía a lo largo de la fachada de la residencia. Un camino de asfalto te guiaba hacia el garaje y otro de grava hacia la entrada. Ésta parecía una especie de túnel. El techo estaba protegido por el puente que comunicaba los dos edificios y a ambos laterales se encontraban las puertas para entrar en cada uno de los edificios. En cada puerta, había un identificador de huella, ojo y voz. Aquello estaba muy seguro. No entraba cualquiera.
Nos dirigimos hacia el garaje que se encontraba a la derecha de aquella muralla. Salimos todos juntos y nos dirigimos hacia la entrada. Me comía las uñas del nerviosismo. A partir de ahora este sería mi nuevo hogar.
Mabel fue la primera en identificarse. Una lectura de huellas del dedo índice, un escáner de la córnea y un número largo dicho por voz. La máquina dio la bienvenida a Mabel.
Los demás la imitaron y el último en identificarse fue Lucas. Él fue quién le dio a un botón extraño de aquel chisme y me dejaron entrar.
-He puesto que eres una invitada. Arriba te tomarán todas las cosas necesarias. – me aclaró mientras sujetaba la puerta amablemente.
Me había molestado un poco que no fuera Guille el que se quedara conmigo hasta el final. Pero lo pasé por alto.
Entramos en la parte de la derecha del edificio. Al ver aquella sala me recordó a una sala de espera.
Varios sillones negros pegados en la pared, una mesa grande de café llena de revistas y una alfombra con dibujos abstractos. No era muy grande, la verdad.
-Esto parece una sala de espera… - mostré lo que pensaba a Cristina.
-Lo es.
-Om. Entiendo. – moví la cabeza de arriba abajo como motivo sin entendimiento. Estaba un poco desilusionada. La verdad es que el edificio desde fuera prometía mucho más.
Al ver mi cara de confusión, no pudo evitar reírse. Estaba empezando a sentirme un tanto frustrada.
Subimos en el ascensor los 7. Era bastante amplio, todo metalizado y con botones extraños. No eran simples números. Sandra pulsó el que estaba dibujado la letra I. Realmente no sabía si habíamos subido, bajado o movernos hacia los lados, pero el ascensor se trasladaba. Una voz de ordenador avisaba que habíamos llegado al destino pedido. Se abrieron las puertas.
Toda la habitación estaba pintada de color plata. Pegado en las paredes se encontraban unos ordenadores de última generación junto con unos artefactos específicos para leer las huellas y otro para los ojos. También había bastantes televisores que mostraban las cámaras de vigilancia por toda la residencia. Tan solo se encontraban dos hombres en aquella habitación. Un vigilante canoso, de cierta edad vestido de uniforme azul marino, estaba observando aburrido aquellas televisiones y otro hombre mayor también con una bata blanca, se encontraba en uno de los ordenadores realizando alguna representación gráfica.
Nos acercamos al hombre de bata blanca.
-Hola papá. Ya estamos aquí. – saludó Guille. El padre se dio la vuelta. Su cara reflejaba el paso de los años, pero tenía algo que lo hacía atractivo. No tendría más de sesenta.
-¡Ah! ¡Hola chicos! Alfredo ¿por qué no me dijiste que los chicos habían llegado?
-Te lo dije. Pero como siempre, no me escuchaste. – habló desde el otro lado de la habitación el vigilante. Puso los ojos en blanco. – Hola chavales. – nos saludó con la mano.
-Hola Alfredo. – hablaron todos a una. Yo simplemente le mandé una sonrisa educada.
-Bueno bueno… así que tenemos aquí por fin a Allegra. ¿Qué tal hija? Ante todo… yo soy Guillermo.
-Hola. Pues nerviosa… esto es impresionante.
-Y eso que no has visto nada… pero tranquila que ya acabarás aburriéndote como todos… ¿Empezamos?
-Papá que nosotros estamos en las habitaciones ¿vale? Cuando acabéis me dais un toque. Luego nos vemos. – avisó Guille haciendo alusión a todos los demás.
Me senté a su lado y empezamos con la base de datos. Mis apellidos, alguna enfermedad, mi edad, cuando empecé a desarrollar los poderes, el avance hasta ahora, etc. Después me hizo como todos los demás. La lectura de huellas y de córnea.
-Repite este número al micrófono éste. – me tendió el papelito donde ponía la numeración.
-Dos, ocho, tres, tres, cinco, uno, siete.
-Repítelo otra vez por favor, que las máquinas estas necesitan asimilarlo.
-Dos, ocho, tres, tres, cinco, uno, siete.
-Gracias.
Siguió tecleando algunas cosas más en el ordenador. Más tarde, me tendió una tarjeta donde ponía mi nombre y mi número.
-Ya está cielo. Dale un toque a mi hijo y vendrá a enseñarte todo lo demás. Espero que te sientas a gusto y que entrenes mucho. – sonrió amablemente. Tenía exactamente la misma sonrisa que su hijo.
-Gracias de verdad. A ver cómo me va aquí.
-¡A por esos attacks! – agitó el puño con fuerza.
Yo sin embargo, al escuchar ese nombre, no pude evitar pensar en cierta persona. Sentí como me daban un latigazo en el pecho.
Le di el toque a Guille y en seguida vino a recogerme. Me dio un beso en los labios.
-Pero… tu padre…
-Mi padre ya lo sabe tonta.
No pude evitar echar una ojeada hacia atrás. Guillermo nos estaba observando sonriente.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Capítulo 12. Historias.

12 HISTORIAS
Cuando llegué de nuevo a la cabaña, mi abuela ya se había ido. Al verme allí delante de todo el mundo me entró ganas de encogerme y volver a ser la pelusa en la que fui en un pasado. Todos habían vuelto a hacer sus cosas. Un aroma a bizcocho recién hecho recorría la habitación. Me acerqué a… ¿Mabel? Sí, se llamaba Mabel.
-¿Sabes si mi abuela vendrá luego? – pregunté algo bajito.
-¿Qué? – bajó el volumen de la tele.
-Si mi abuela ha dicho algo sobre que vendrá luego.
-Ah sí. Ha dicho que sobre las diez por ahí te vendría a recoger.
-Am vale. – había que ser sociable ¿no? - ¿Qué estás viendo?
-Nada… una peli. Es un rollo. No hay quién la entienda. – me sonrió amablemente.
Ahora que me fijaba Mabel tenía unas enormes pestañas que le hacían los ojos más grandes y bonitos. Tenía una brillante sonrisa.
-¿Aquí venís cuando estáis aburridos? – me acomodé mejor en el sofá. Ella se incorporó y dejó de prestarle atención a la película.
-Cristina y yo sí. Aquí hay de todo lo que podemos pedir. Pero la mayoría casi nunca vienen. Tienen sus vidas propias. Hoy estamos todos porque nos avisó tu abuela.
-Vaya… espero no haber estropeado nada importante.
-No tranquila. Hoy es un día tranquilito para todos. Aunque para Guille no sé… - rió por lo bajo.
-Calla. No me hables de él. Esto no se lo perdono. – fruncí el entrecejo y torcí la boca hacia un lado. Quería mostrar enfado pero en mis ojos se reflejaba que estaba de cachondeo. Ambas reímos a la vez.
-¿No queríais bizcocho? Pues venga que ya está. – avisó Cristina al otro lado del salón.
-¿Pero eso no se tiene que enfriar? – preguntó Ángel desde el ordenador.
-Ya. Pero mientras nos sentamos en la mesa y así Allegra nos cuenta algo ¿no? – fijó su mirada de entendimiento en mí.
-Bueno ahora vamos. – comentó Sandra que aún seguía leyendo.
Mabel y yo fuimos hasta la mesa donde estaba Cristina dejando el bizcocho enfriar. Sentía curiosidad por saber la historia de cada uno. Pero preguntarla a todos el primer día me pareció algo excesivo.
-Yo tengo hambre ya. Son las siete de la tarde. – indicó Mabel. La verdad es que mi estómago también estaba algo hambriento.
-Pues hasta que no se enfríe… - apostilló Cristina.
-Anda… qué más da.
-Tú siempre igual. No da lo mismo. Frío está más bueno.
-A ti todo te sale buenísimo. – halagó Mabel a Cristina.
-Vosotras dos sois muy amigas ¿no? – supuse.
-¿Yo? ¿Amiga de esta payasa? Nunca… - ironizó Cristina.
-¿Qué dices? Voy a ser yo amiga de esta. En realidad somos todos muy amigos. – siguió Mabel.
Reímos las tres. Guille entró por la puerta del jardín. Lo fulminé con la mirada y miré hacia Cristina.
-¡Oh! ¡Bizcochito de Cristinita! Qué bien. – ignoró mi mirada asesina.
-Hay que esperar a que se enfríe. – advirtió Lucas que se había incorporado a la mesa con nosotros.
-Entonces conozcamos más a Allegra ¿no? – reparó Guille.
-Cómo si tú no me conocieras. – dije con tono borde.
-¡Uy! Aquí hay crisis de pareja. – intervino Sandra que había dejado de leer. Poco a poco se iban acercando todos.
-¡Ja! – se me escapó una risa histérica.
Todos rieron. Me avergoncé un poco del pollo que estaba armando. Mejor tener la boquita callada.
-¿Hace cuánto que te enteraste? – preguntó Sandra de nuevo.
- No sé… hace un par de meses o algo así.
Todos se quedaron asombrados. Estaba intrigada por sus rostros.
-¿Qué pasa?
-Es solo que con tan pocos meses de entrenamiento y ya vayas a pasar a la siguiente fase… - repuso Lucas.
-¿Cuánto es lo normal?
- Bueno… no hay un cierto tiempo, pero casi todos hemos sido a partir de los ocho meses después. – esta vez fue Mabel la que habló.
-Entonces… ¿creéis que estoy preparada?
Sandra, Cristina, Mabel, Lucas y Ángel se pusieron a ver el futuro. Ya que todos sus ojos se volvieron púrpuras. ¿Es que era la única que no conseguía manejar esto de las visiones? Tendría que mejorar bastante para ponerme a su altura.
Mientras divagaban por mi futuro, Guille me miraba divertido. Siempre le hacía ver que estaba enfadada pero me quedé embobada mirando el rostro de Lucas y sin que me diera cuenta, se acercó a mí por la espalda encerrándome entre sus brazos. Miré hacia atrás y nuestros labios se tocaron. No pude resistirme y caí ante sus besos. Me puse de pie para poderlo agarrar mejor y empezamos una guerra de lenguas. Alguien carraspeó y paramos avergonzados.
-Bueno por lo que he visto. Chica… tienes un talento natural para aprender rápido. – aseguró Ángel mientras se levantaba e iba a por un cuchillo para cortar el bizcocho.
-Pues sí. Yo he podido ver cómo en menos de un mes ya te preparas para un enfrentamiento de verdad. – siguió Cristina en su silla con una postura bastante desinteresada.
Todos asintieron a la vez. Me sentía halagada. No sabía que tuviese tal talento. Me senté de nuevo. Empezaba a sentir simpatía hacia ellos. El ambiente que se respiraba era bastante atrayente. Contagiaban las ganas de risas y la formación de una amistad muy fuerte.
-Y vosotros… ¿Cuándo empezasteis? Porque… Lucas tendrá ya los veintitantos ¿no?
-Veintidós. – sonrió amablemente. – yo me enteré hace unos cinco años más o menos. Casi con tu edad. En realidad todos nos empezamos a desarrollar a partir de los dieciséis. – explicó. Sus ojos empezaron a viajar a un lugar lejano.
-Entonces… ¿soy la pequeña? – me sentí extrañamente diminuta.
-Exacto. – Guille me agarró por el cuello y me empezó a dar capones en mi cabeza.
Seguidamente, todos se acercaron a mí y me empezaron a hacer cosquillas, pegar pellizcos, a frotarme la espalda…
-Estás bautizada como la peque. – afirmó Ángel mientras me daba golpecitos en la cabeza.
Después de varios minutos riendo, todos nos sentamos alrededor de aquella mesa, en la que ahora no me parecía tan grande. Tenía el pelo hecho una maraña, pero no me importaba. Empezamos a comer el bizcocho que había preparado Cristina y a hablar.
La tarde se me hizo cortísima. Me había enterado de cantidad de cosas. Consejos que me habían acompañado a lo largo del atardecer. Guardaba todo en mi cabeza para en un futuro poder utilizarlo. Aunque no me había enterado de todos los comienzos de cada uno, fue el de Sandra el que me sorprendió.
-Mi historia es un poco dura. – empezó a explicar cuando ya habíamos acabado el pastel. – Antes de que me enterara de toda esta historia, mis padres siempre me habían renegado los cuentos de hadas, las princesas, los ogros. Todo lo que tuviera que ver con lo irreal. – su postura era bastante tensa. Estaba apoyada recta en el respaldo de la silla, sin mover ni un solo músculo salvo la boca para hablar.- Nunca leía libros de literatura fantástica. Nunca me relacionaba con niños que creyesen en el ratoncito Pérez. Siempre con gente más mayor.
>>Al principio, siempre les obedecía y hacía lo que ellos me decían. Pero llegué a una cierta edad en que dije hasta aquí hemos llegado y me marché de casa a los dieciséis años. No podía seguir con tantas órdenes y que me tuvieran al margen del mundo. Estaba tan enfadada con ellos que de la misma impotencia mis poderes empezaron a desarrollarse. El primer contacto que tuve con estos maravillosos poderes fue poder manejar los objetos con la mente.
-¿Cómo es eso posible? Se supone que los inmunitas solo podemos tener visiones ¿no? – tuve que interrumpirla. Me sorprendió bastante algo tan nuevo.
-También podemos manejar cosas con la mente. Pero para eso hace falta mucho entrenamiento. Años y años de esfuerzo. Aunque hay personas que lo desarrollan antes y las visiones después. – me aclaró Guille.
-Bueno sigo. Lo primero que experimenté fue arrojar una maceta que había en un balcón a la calle. Yo estaba bastante alejada de ella, pero me concentré tanto y con tanta furia que salió disparada. Aquello me dejó atónita. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? Lo intenté de nuevo y otra maceta cayó volando hacia abajo. Estaba eufórica. Tenía superpoderes. Mis padres se habían equivocado. Toda la vida viviendo engañada. Estaba sola, no sabía a quién acudir. Mis amigos ya eran lo suficientemente mayores como para mudarse a otra ciudad. No tenía transporte, no tenía dinero. Mi familia no me respondía a las llamadas. Entonces por un instinto, fui a ver a mi abuelo. No sabía porqué lo hacía pero le conté todo lo que me estaba ocurriendo. Yo sola fui mejorando mis poderes cuando vivía en la calle. Podía elevar cucharas, cartones, basura... Le mostré lo que era capaz de hacer y fue él el que me dio respuesta a todo. Me ayudó muchísimo en los tiempos duros. Mejoré las visiones, elevar objetos de más consistencia, el uso de la espada… Mis padres no me hablaron jamás después de descubrir que los había desarrollado. Fui a vivir con mi abuelo donde me enseñó todo lo que sé hoy. Cada movimiento preciso, cada paso para esquivar, la rapidez… se lo debo a él.
>>Cuando murió hace un año y algo, me fui a vivir con los que ahora son mi familia, los inmunitas. Esta panda de niñatos es todo lo que tengo. Son mis confidentes, mis padres, mis primos, mis hermanos… todo lo que dejé atrás. No sé nada de mi familia. No entiendo porqué me dejaron de lado. Porqué nunca me contaron nada de este mundo. – su mirada estaba en otro lugar. Hablaba para sí sola. Todos estábamos muy atentos escuchando. Pero volvió a la realidad y se dirigió a mí. – Peque, aprovecha cada instante con tus padres, con nosotros. Cada momento que vivas será especial. Cuida de tu gente y de los que te quieren. No todos tenemos la misma suerte. – asentí sin dejar de pensar en todo lo que me acababa de contar.
Ella no tenía a nadie. Tuvo que manejarse por sí sola en este mundo. No tenía a alguien quién le animase cuando estaba sola. Se hizo un silencio largo. Cada uno sumido en sus pensamientos.
-Vaya Sandra… no sabía que fuésemos tan importantes para ti. – bromeó Ángel.
Sandra le sacó la lengua y él le hizo el corte de manga. Después de liberar tensiones, todos reímos a una.

Después de aquella maravillosa tarde, Guille me acompañó a casa en su coche. Avisó a mi abuela de que me llevaba y fuimos a cenar a los Ham’s 80.
-¿No estás harto de estar aquí? - pregunté mientras el otro camarero nos traía la bebida. Resultaba extraño como mi camarero de toda la vida estaba sentado en frente de mí como cualquier otro cliente.
-La verdad es que no. Es tanta la simpatía que se respira aquí que me gusta mi lugar de trabajo. Aunque sea por poco tiempo. – dio un sorbo a su Coca-cola.
-¿Cómo? ¿Poco tiempo?
-Sí. Dentro de nada nos iremos a la residencia. – sus ojos negros reflejaban calma y comprensión. Alargó la mano para coger la mía.
-¿Yo también? – sabía que estaba haciendo preguntas estúpidas pero había demasiadas cosas que me faltaban por saber.
-Claro tonta. Allí nos quedamos cada verano y parte del otoño para mejorar nuestros movimientos. Tú empezarás desde cero.
-Pero yo soy la única que no sabe nada… ¿quién me ayudará? Vosotros estaréis ocupados perfeccionando. Yo sin embargo, desde el principio. – estaba agobiada, frustrada.
-Cristina también hace poco que se enteró. Te lleva un poco de ventaja pero estoy seguro de que la alcanzarás dentro de poco. – hizo que me tranquilizara con esa sonrisa suya que tanto me gustaba.
-Cuéntame como es aquello. Tengo curiosidad. Tuve una visión donde estaba en una sala cubierta de madera por todas partes. Estaba entrenando con una espada de verdad. ¿Hay algo parecido allí?
-Cuando lleguemos ya lo verás. Es un lugar muy bonito la verdad.
-¿Más que la cabaña de esta tarde?
-Muuuucho más. – se acercó a mi y pegó sus labios contra los míos.
-¿Cuándo nos vamos? – le interrumpí en mitad del beso. Estaba ansiosa por saber más. Se alejó de mí aunque parecía un poco receloso.
-Creo que el lunes.
-¿El lunes? – refunfuñé como una niña chica. – pero si es muy tarde. Todavía queda una semana.
-Tienes que prepararte un poco más. Y además algunos necesitan tiempo para dejar el trabajo o avisar a sus padres.
Nos trajeron la comida y en silencio acabamos la tarde que tan maravillosa había pasado. Nos despedimos con un largo beso lleno de pasión en el portón de fuera de mi casa.
Entré por la puerta y mis padres me atosigaron a preguntas.
-¿Cómo te lo has pasado?
-¿Es bonito aquello?
-¿Dónde está la maleta grande para empezar a hacerla?
-¿Son simpáticos tus compañeros?
-¡Ay! ¡Parad! Me estáis agobiando. – Mi madre alargó su brazo por encima de mi hombro y fuimos hasta el salón.
-Guille me ha dicho que nos vamos el lunes.
-¿Guille? ¿Qué Guille? – preguntó mi padre mientras se encendía un cigarro.
-¿De verdad no lo sabíais? – Ambos me miraron con las cejas enarcadas - Guille… el camarero de los Ham’s 80. El de siempre.
-¿Pero qué dices? ¿El que te tiraba la caña?
-¡Mamá!... Si… es ese.
-Con que Guille es uno de los inmunitas… - mi padre tenía la mano puesta en la barbilla pensativo – quién lo diría…
-Dímelo a mí. Que menuda sorpresa me he llevado cuando lo he visto allí con toda la gente. Bueno me voy a mi cuarto ¿vale? Ya hablaremos y organizaremos las cosas mañana. – le di un beso a cada uno y subí a mi habitación.

Uf… que día más intenso. Tantos sucesos en un mismo día. Aunque claro, ya estaba acostumbrada. Que mi vida simple e invisible se estuviese volviendo más opaca e intensa.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Capitulo 11. Presentación.


11 PRESENTACIÓN
Después de haberse marchado, me entró la risa floja recordando los momentos anteriores que acabábamos de vivir. En realidad, algo dentro de mí me decía que sabía que iba a ocurrir algo entre nosotros dos. Estaba alegre, contenta. Sentía mis mejillas estiradas de tanto sonreír.
Esto… no se lo podía decir a mis padres. Hay ciertas cosas que los hijos deben guardar para sí. Guille era un chico realmente gracioso y simpático, a parte de sus cualidades físicas, que a la vista estaban.
Me acordé entonces que me había dejado todo encendido arriba. La tele, la Play, el aire… Subí arriba y lo apagué todo. Revisé que todo estuviese en su sitio y fui a mi habitación. Ya se me habían pasado las ganas de leer y no sabía lo que hacer, así que me puse el bikini negro y plateado y bajé a la piscina. Nada más salir a la puerta del jardín ya se podía notar los rayos del sol atizando en mi cuerpo. Ese calor me recordó al mismo de hace tan solo dos horas, de nuevo otra sonrisa afloró por mi rostro. Pero no se debía a la misma procedencia. Cogí la toalla de círculos de colores que estaba tendida y me puse en la hamaca fuera de la sombrilla.
Solo se escuchaba el choque de las hojas entre sí en aquellos arbustos recortados con forma rectangular debido a la brisa que afloraba suavemente como el susurro de los pájaros y el golpe del agua contra las paredes de la piscina. Me relajé por completo ante tal silencio hasta el punto de echar una cabezada. Me desperté medio mareada ocasionado por estar tanto tiempo al sol. Por suerte no me había quemado. Fui a incorporarme pero la cabeza me dio vueltas y mi estómago rugió. Las tres de la tarde. Se me había hecho un poco tarde para prepararme algo con fundamento así que me hice una ensalada de pasta. Fregué el plato y la cacerola y me fui a darme un baño en la piscina.
Ya me encontraba más espabilada. Coloqué en el equipo de música del salón, el disco de recopilatorio con todas las canciones favoritas. Empezó a sonar Never Alone de BarlowGirl al volumen lo suficientemente alto para que se oyera desde el jardín. Me llevé el móvil fuera por si alguien me llamaba y no me enteraba. Me metí en la ducha y de cabeza a la piscina. Estuve haciendo largos durante una hora con intervalos de descanso. El pitido de un mensaje me hizo salir de la piscina.
--WoO! Cuanto tiempo!! =P Q haces guapa? Estoy aburrido. Sabes? Esta mañana ha sido bastante aburridilla no? =P Joder… q cutre estoy siendo, no se q decir… las gilipolleces q dice uno cuando nada más se piensa en volver a ver a tu chica xD. Un beso feaa! tqq --

¿Su chica? ¿Estamos saliendo? La verdad es que no me importaría. Me sequé las manos para no mojarlo y le respondí.
--Tú sí que eres feo =P. Si estás tan aburrido porq no te vienes otra vez? Estoy en la piscina podríamos darnos un baño =O =P. A ti las gilipolleces te salen ya de por sí, tranqilo. Vente si qieres. Besitoss tqq culo bonito =P.--

Creo que esto iba a ser una guerra de sms por lo que me sequé mejor con la toalla y me senté en la hamaca de tela que estaba colgada entre los dos árboles a la derecha de la piscina. Esperé a que respondiera mientras sonaba Bring me to life de Evanescense. Empecé a tararearla pero me interrumpió un beep del móvil.
--Q va cielo. Ojalá pudiese ir y bañarnos los dos juntitos, pegados, en bikini… ui ui q me enrollo xD. Ya mismo me tengo q ir a hacer unas cosas. Lo de las gilipolleces te vas a enterar cuando te vea. Si yo sé q te ha gustado mi precioso culito =P. Dos besitos para Guille’s girl.--
--Siempre con gestiones tú. Mira q chaval más responsable me he cogido yo =P . Lo del culito… digamos q me gusta bastante, vamos a reconocerlo xD. Ya te cogeré yo a ti tranqilo. Tqq feoo (L)--
Antes de que me llegara el otro mensaje de Guille oí como sonaba el timbre de la puerta ya que el silencio se había hecho entre canción y canción. Dejé el móvil en la mesa, rodeé la toalla alrededor de mi cuerpo y fui a abrirla.
-¿Abuela? ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es? – miré extrañada el reloj preocupada de haber perdido la noción del tiempo.
-Tranquila aún no es la hora. – Me dio dos besos y entró hacia el salón. Ya estaba sonando la siguiente canción a todo volumen. - ¡Baja el volumen de esto por Dios! – su grito se perdió entre el sonido de la guitarra. Le di al stop. – Oh… mucho mejor.
-Bueno y la visita ¿por qué? – oí el pitido del móvil desde el jardín. – Espera ahora vengo. –Fui a cogerlo y leerlo mientras caminaba hacia el salón.
-- Me tengo q ir ya loca. Gracias por el halago! =P. Nos vemos pronto! Te qieroo ^^.--
¿Pronto? Se referiría a mañana. Y me llamaba a mí loca…
-¿Ya?
-Sí.
-Pues venga, vístete que nos vamos.
-¿Nos vamos? ¿A dónde?
-Tú vístete y ya está. – me encogí de hombros y fui a mi cuarto a cambiarme.
Pillé un pantalón corto negro, una camiseta blanca y negra y las chanclas negras de DC. En el pelo… estaba bastante mal por el cloro, me lo peiné y me hice una coleta mal hecha. Un cepillado de dientes y un poco de lápiz negro. Me preguntaba a dónde me llevaría ahora mi abuela con todo el calor.
Bajé de dos en dos las escaleras y di un salto en el último escalón.
-Bueno… ¿me vas a decir donde vamos?
-No. Ya lo verás cuando estemos allí.
-¿Y qué pasa con el entrenamiento?
-Hoy no va a haber.
-Mmmm – fue lo único que fui capaz de decir. Estaba demasiado intrigada para otra cosa.
Cerré todas las puertas de la casa y por último la de la calle con doble vuelta. Nos montamos en su Renault Clio del año 91 y tiramos dirección norte, a las afueras de la ciudad. Estuvimos de viaje unos tres cuartos de hora. Yo ya estaba comiéndome las uñas de tanto secretismo.
Por fin después de tanta autovía tiró por un cambio de sentido. Solo había callejuelas estrechas y estropeadas. Esto me estaba poniendo histérica.
-Abuela… ¿qué es esto?
-Shh calla, que estamos a punto de llegar.
Después de redoblar esquinas y calles viejas por el tiempo y un silencio sepulcral, tiramos por un camino sin asfaltar. Esto me recordó a la visión que tuve hace ya tiempo. ¿Llegaríamos a la bahía? ¿Estaría allí Guille? ¿Qué pintaba mi abuela en todo esto?
Varios kilómetros después, descubrí que estaba equivocada. Después de tantos árboles y piedras llegamos a una cabaña de madera gigante. Más que una cabaña, parecía una casa enorme. Su forma era rectangular y solo había una sala en toda aquella morada. Alrededor se podía respirar un aire de tranquilidad y paz. Sólo se oía el paso de un riachuelo muy cerca de aquí. Las vistas eran increíbles. Árboles y senderos se perdían por los alrededores. Parecía mentira que ese lugar estuviera en mitad de aquel pequeño y deslucido poblado.
Otra vez de nuevo, me acordé de la visión que tuve cuando cogí por vez primera mi espada. Me recordaba mucho a este lugar. Probablemente sería, pero aún no estaba preparada para una espada más fuerte.
Bajamos del coche. Estaba maravillada. El clima era húmedo y muy cálido, pero se respiraba aire puro, del campo.
-Guau… - fue todo lo dije.
-Te gusta… ¿eh? – asentí bruscamente.
-¿Este es el lugar de la visión que te conté?
-Esto… no. – miré extrañada a mi abuela.
-Y entonces… ¿qué es?
-Entra y verás.
Subimos los tres escalones que había en la entrada. Mi abuela tocó la puerta y tres segundos después alguien la abrió. Era un joven rubio de pelo bastante corto. Sus ojos eran pardos, grandes y redondos. Tenía la cara cuadrada y su boca era mediana pero con labios carnosos. Un cuerpo bastante fornido. Iba vestido con un pantalón corto de cuadros grises, verdes y azules y una camiseta recortada color añil. Bastante atractivo a simple vista.
-Hola María. – yo estaba detrás de mi abuela, escondida. El chico se inclinó hacia un lado para poder verme. – Hola Allegra. – sonrió.
-Hola Ángel. Pues… ¡ala! ya estamos aquí. – Se dio media vuelta para dirigirme la palabra – saluda al chico ¿no?
-Hola. – sonreí tímidamente.
Entramos en aquella estancia. Era una imagen totalmente equivocada de lo que había en mi cabeza. Aquello no era, ni por asomo, una sala de entrenamiento. En mitad de aquella gigante habitación había una mesa rectangular de madera cedro de tres metros de largo aproximadamente y sillas bastantes cómodas alrededor. Al fondo a la izquierda, una cocina americana donde las encimeras estaban colocadas formando una U orientadas hacia el este. En las del exterior, dejando ver la parte trasera de éstas, se encontraban unos taburetes negros y elegantes. Cerca de la cocina, también en la parte izquierda, una enorme estantería llena de libros que llegaba hasta el techo, cubría toda la pared hasta llegar a la esquina. En la pared adyacente de la puerta de entrada, dos sofás azules marinos. Y en frente de la estantería, dos sillones del mismo color. Situándonos de nuevo en la entrada, al fondo, un poco hacia la derecha, había un enorme equipo de música de última generación. A los lados de éste, dos estanterías estrechas y largas llena de discos. En la esquina de la derecha más lejana del punto de referencia, una mesa de escritorio con un ordenador pantalla plana, teclado y ratón inalámbricos. Seguido de la mesa, una televisión de plasma de unas 52 pulgadas estaba colgado en la pared. Debajo de ésta, una mesita de café en la que se encontraba la Play Station 3 junto los mandos de distancia y un sofá en forma de L color azul marino también. Y en la esquina derecha se encontraba el cuarto de baño.
Aquello estaba lleno de gente. Una chavala con el pelo rojo granate liso bastante largo estaba leyendo un libro, tendría unos veinte años. Otra chica con melenita rubia y ondulada vestida con unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta blanca de unos diecisiete años, estaba cocinando algo. Viendo la tele, había una joven bastante morena de piel, pelo oscuro y rizado de dieciocho años aproximadamente, tumbada en el sofá. Había alguien más en el ordenador, pero no pude ver mucho, ya que alguien llamó mi atención saliendo del cuarto baño. Era un chico bastante alto, rapadito, también con buen cuerpo, de hecho, todos estaban muy fuertes allí. Sus ojos eran pequeños y rasgados color marrón oscuro. Su boca pequeña y su nariz bastante pronunciada. Tendría unos veintidós años.
-Hola Allegra, te estábamos esperando.
No podía decir nada. Estaba cohibida ante tantas miradas dirigidas hacia mí. Mi abuela me cogió por los hombros y me llevó hacia la mesa central.
-Allegra, te presento a tus compañeros inmunitas. – hizo un gesto con la mano abarcando a toda la habitación. – Venid chicos.
-Hola, yo soy Cristina. – la chica rubia del pelo ondulado me tendió la mano.
-Yo soy Lucas. – el chico que había salido del cuarto baño.
-Me llamo Sandra. – la joven del pelo rojo.
-Bueno, yo soy Ángel. – el rubio que nos abrió la puerta.
-Hola, yo me llamo Mabel. – la chavala morena de piel.
- ¡Ei! Ven y te presentas ¿no? – llamó Mabel al joven que estaba en el ordenador.
Se levantó de la silla y vino corriendo hacia mí. No me dio tiempo de reaccionar. Me cogió y me levantó hacia arriba.
-Ya te dije que nos veríamos pronto. – cuando pude ver quién era mi rostro se volvió blanco como la pared. Estaba atónita.
-Pero… ¡¿Qué…?! – no podía salir de mi asombro. - ¿Se puedes saber desde cuando eres tu un inmunita? – estaba fuera de mis casillas.
-Vaya… veo que os conocéis. – apostilló Ángel.
-Bájame. – le solté en tono grosero.
-Vaya… no sabía que te lo fueras a tomar así.
-Tú esto lo sabías ¿verdad? Sabías lo que yo era y… y… aún así no me habías dicho nada. ¡Eres un capullo!
Mi primer contacto con mis futuros compañeros y ya estaba dando un escándalo. Todo el corte que sentía se esfumó para dar paso a la furia.
En realidad, ahora encajaba todas las piezas. Ese titubeo cuando empezamos a conocernos mejor, esa bulla que le entró cuando tuve la visión. Lo rápido que había cogido confianza conmigo.
-Pero no te pongas así, que tampoco no he hecho nada malo Allegra.
-Joder Guille, ¿te parece poco ocultarme después de tanto tiempo lo que eras? Encima lo de esta mañana…
-Allegra si te acuerdas lo que te dije una vez. Está totalmente prohibido revelar la identidad a nadie. – intervino mi abuela para defenderlo.
-Sí, pero abuela. Si ambos lo somos ¿por qué no me lo podía haber dicho? – sentía impotencia al recordar lo sucedido esta mañana contando que él sabía todo y yo no sabía nada.
-Vamos a dar un paseo y lo hablamos mejor. – sugirió Guille. Intentó abrazarme pero me escabullí.
Salimos por la puerta trasera que daba a un extenso jardín lleno de flores y llegaba hasta el riachuelo perdiéndose de vista la casa. Hasta que no estuvimos fuera de la visión de ellos no hablamos.
-A ver… no te lo dije antes porque cuando me enteré vi que todavía estabas confusa. Te acababas de enterar y no era plan de decirte ¡ala venga yo también soy inmunita!
-Y… ¿Cómo te enteraste que lo era? ¿Te lo dijo mi abuela? – íbamos caminando por el borde del río. Estaba atardeciendo.
-No. Me enteré cuando nos agarramos las manos y vi que tus ojos cambiaron de color.
- ¿Mis ojos? ¿Cambiaron de color?
-Sí. Cuando los inmunitas tenemos una visión, nuestros ojos se vuelven del color de la amatista. Cuando vi aquel cambio me di cuenta de que eras uno de los nuestros. Entonces sin que tú me vieras, obligué a mi mente a tener una visión de ti del pasado. Y vi como te habías enterado hace poco. – de repente, ya no sentía ira hacia él. Pero el resquemor seguía.
- Pero aún así. Hemos estado viéndonos todos los días después. ¿No has tenido ningún momento para decírmelo?
-Sí. Pero hablé con tu abuela y me dijo que me esperara. Que te faltaba poco para dar el paso siguiente. – se paró. Se puso delante de mí y atrapó mi cara entre sus manos. - ¿Me perdonas?
Desvié la mirada intentando no ceder. Me mostraba indiferente.
-No me arrepiento nada de lo que hice esta mañana. ¿Y tú?
- ¿A qué viene esto? No intentes salirte por la tangente. Aún sigo enfadada. – se acercó más a mí. Nuestras bocas casi se rozaban. Pero fui más fuerte y me escapé de su encanto. Di media vuelta y fui hacia la cabaña.
-¿A dónde vas?
-A conocer a mi grupo si no te importa. – Iba dando golpes fuertes dejando ver que estaba enfurruñada.
Oí una risotada de fondo, pero la ignoré. En el fondo sabía que lo había perdonado.

martes, 17 de noviembre de 2009

Capítulo 10. Sorpresa.


10 SORPRESA
Ya han pasado dos meses desde que empecé a entrenarme. El instituto terminó sin más incidentes. Las notas… bueno como siempre. 4 sobresalientes, 7 notables, 1 bien. En este tiempo Guille y yo nos hemos hecho inseparables. Cada día siempre nos veíamos aunque fuese media hora y nos contábamos lo que nos había ocurrido en el día.
-¿Sabes? Una tía me ha pedido hoy mi teléfono cuando estaba en la barra. – me contó una de tantas tardes que pasábamos juntos.
-¿Sí? Anda mira el listo… Se lo habrás dado ¿no? Que se te nota en la cara que te hace falta una tía. – bromeé mientras le hacía cosquillas y ambos reíamos. Aunque aquella vez que me lo dijo sentí una extraña sensación de… celos.
-Claro… si ella no hubiera tenido novio. Porque me vino el pedazo de tío tan grande como un armario pidiéndome que dejara en paz a su novia, que no había parado de dejar de mirarla. – imitó el armario ensanchando exageradamente los hombros y abriendo las piernas dejando un gran hueco entre ellas. Ambos reímos durante varios minutos sin parar.
Aunque fuesen tan solo dos meses y algo, mi abuela me decía que había mejorado bastante en el manejo de la espada y que había notado un considerable cambio en mi forma de pensar. <<>> Me sonrió y como una adolescente, chocamos los cinco, me agarró la mano y nuestros hombros se toparon.
En el tema de las visiones, aún no se había cumplido ninguna de las dos que divisé hace tiempo. Y nuevas… mi abuela me estaba enseñando a controlar los impulsos. Ya podía manejar más o menos los estímulos que se encontraban en mi entorno y decidir cuando quería que me afectasen. Aún no podía ver visiones cuando yo quisiese, pero si podía controlarlas cuando presentía que iban a ocurrir. Entrenábamos con mis padres y ella. Se ponían a pensar con mucho interés en algo. Esto solía ser motivo de causarlas y yo tenía que ser capaz de impedir que llegasen hacia mí con mucha fuerza de voluntad y controlar a los órganos receptores.
De Aarón no supe nada más en cuanto acabó el instituto. Y antes… tampoco mantuvimos ninguna conversación más, salvo la que tuvimos aquella vez que lo confundí con Natalia. Simplemente nos dedicábamos a evitarnos. Yo podía sentir con cada día que pasaba que su poder era más grande aún. Cuando terminó el instituto, extrañamente, ansiaba ver aquellos ojos verdes que de manera incomprensible se habían metido en mi mente. Pero ahora… que tenía a Guille, apenas me acordaba de él. Guille no era ningún tipo de hombre tirita, ya que entre él y yo no había nada. Ni yo sentía lo suficientemente fuerte ese “coso” que era el causante de hacerme latir el corazón rápido hacia Aarón.
La relación entre mis padres había mejorado el triple de lo que eran antes. Ahora no tenía ningún secreto entre ellos. Bueno… salvo lo que en un pasado había sentido hacia él. Era satisfactorio saber que no había nada que ocultar a los que posiblemente serían mis verdaderos amigos, ya que nunca jamás me fallarían.
Con Natalia… bueno, no era lo mismo. Ella se fue distanciando poco a poco. Parecía que iban muy en serio Pablo y ella, y apenas hablábamos. No sabía nada de ella desde que acabó el instituto, salvo aún que otro correo. En este sentido… me daba cierta pena al ver como nuestra amistad se iba alejando poco a poco después de tanto tiempo. Tantos ratos divertidos que vivimos. Tantas risas… Recuerdo una vez, en un viaje que hicimos con mis padres, se encontraba una mujer muy tiquismiquis y muy bien vestida en el hotel donde nos alojábamos. Ésta nos miraba con cara de superioridad y siempre trataba a la gente despreciándola, como si fuésemos simples hormiguitas en su enorme mundo que rotaba alrededor de su ombligo. Éramos aún pre-adolescentes y se nos ocurrió entrar en la habitación del hotel donde se encontraba. Cogimos una bolsa de la basura que se encontraba en el carrito de las limpiadoras y la esparcimos por toda la habitación. Resultó que la bolsa que habíamos agarrado era de todos los cuartos de baño de la planta, por lo que solo había papel higiénico manchado. Aún me río al recordar la expresión de la señora horripilante al entrar en su perfecta habitación… Aquellos momentos nunca se olvidarán y los echaré de menos. Pero dicen que cuando se cierra una puerta, una ventana se abre. Ahora tenía a Guille como mejor amigo y era muy reconfortante.

Sonó el despertador. Nueve y media de la mañana. Este verano no me iba a tirar todas las mañanas acostadas y sin hacer nada. Deshice el nudo que tenía en mis pies con la sábana. Bajé de la cama descalza. El tacto con el suelo me espabiló un poco al estar tan fresquito. Somnolienta aún fui al cuarto baño arrastrando los pies. Llevaba puesto el pijama de verano. Una camiseta de tirantas y unos pantalones cortos negros. Me lavé los dientes, me eché agua fría en la cara, me hice un zurullo en el pelo y regresé a mi habitación. Cogí lo primero que pillé para estar en casa y bajé a la cocina a desayunar. Ya se habían ido mis padres, de nuevo… estaba sola. Tomé los cereales viendo un programa de actualidad. Coloqué en el equipo de música del salón el disco de Apocalyptica y con la canción I don’t care, empecé la limpieza de la casa. Ahora que estábamos en julio, Lola había pedido un mes de vacaciones para estar con su familia y alguien tenía que mantener la casa limpia. Barrí, quité el polvo, fregué y ordené las cosas del salón. Luego fui a la cocina y fregué los platos de anoche y la taza que acababa de ensuciar. Limpié la vitrocerámica y le pasé el paño mojado por la encimera. Barrí la cocina y la fregué. Miré el reloj… las doce y media. Esa era mi rutina de todos los días. Ayer ya limpié la parte de arriba por lo que decidí que me iba a leer un rato. Subí a mi habitación, cogí Dos velas para el diablo y me sumergí en la historia de Cat y Angelo. Estaba tan ensimismada en el libro que hicieron falta tres toques de timbre para que me diera cuenta de que estaban llamando a la puerta. Corriendo bajé las escaleras y abrí la puerta.
-¡Guille! ¿Qué haces aquí? ¿Tú no tendrías que estar trabajando? – salté a sus brazos como cada vez que lo veía. Luego nos dimos dos besos y le invité a entrar.
-Esto… Allegra, estamos a Martes. Los martes cierra la hamburguesería. – puso los ojos en blanco.
-Ups… es verdad. Se me ha ido la olla.
-¿Te importa que haya venido? Es que estaba aburrido… y bueno no sabía qué hacer. – me preguntó mientras nos sentábamos en el sofá.
-Pues claro que no me importa tonto. Además yo encantada, no tengo otra cosa mejor que hacer… - me encogí de hombros. Instintivamente, o quizás por aburrimiento, le pellizqué los mofletes con las manos y le moví la cara de un lado a otro haciendo enrojecer las mejillas.
-¡Au! – se quejó e imitó lo mismo que hacía yo pero con mi cara. – A ver ahora quien gana. – pronunció sin vocalizar debido al ensanchamiento del rostro.
Después de esa lucha en la que yo gané haciéndole dejar los mofletes casi morados, encendí la tele y nos tiramos allí un rato sin ver realmente nada.
-¿Quieres jugar un rato a la play? No hay nada en la tele. – le ofrecí mientras me miraba con esa sonrisa que tanto me encantaba.
-Va. – Había pillado esa manía de mí. – Siempre y cuando en la buhardilla haya aire. Hace un calor… - se abanicó con la mano. Luego su rostro se enrojeció ligeramente. – Allegra… ¿te importa si me quito la camiseta?
-Claro que no. Quítatela si quieres, pero si tenías tanta calor podías haberlo dicho y hubiera encendido el aire del salón. – me miró con los ojos entornados reprochándome de no haberlo puesto antes.
Aún así, se quitó la camiseta blanca que llevaba dejando ver sus abdominales y pectorales perfectos. Esos brazos bien marcados. Esos pelillos en el pecho apenas perceptibles. Ese moreno que había cogido de tantas horas al sol. Algo se encendió en mi interior recorriéndome un escalofrío por todo el cuerpo. Lo miré de arriba abajo. Guille estaba irresistible. Me mordí el labio inferior sin darme cuenta. Al parecer no podía quitar la vista en él.
-¿Qué? – me preguntó divertido. - ¡Ay! Pillina a ti sí que te hace falta un tío. – me sacó la lengua y me empezó a hacer cosquillas por el costado. - ¿Vamos o qué?
- Anda sí… venga. Porque vamos…
Subimos hasta la buhardilla. Encendí la tele y la videoconsola. Luego cogiendo el mando del aire se lo puse en la cara y lo encendí a 20 grados.
-¿Así está bien señorito? – hice un mohín de niña pequeña.
-Ponlo más bajo.
-Joder… tanta calor tienes ¿o qué?
- No… yo no. Es para ti. Para que te enfríes un poco.
Me quedé sin hablas ante su respuesta. Me quedé con la boca abierta y las cejas subidas. Un segundo después me abalancé sobre él como una loca para pegarle lo más fuerte que podía. Él me atrapó entre sus brazos sin que me pudiese mover.
-Eres un capullo. A ver si te vas a creer que estás bueno y todo. – de nuevo mi tono irónico. Su rostro se encontraba a escasos centímetros del mío. Ambos nos miramos intensamente durante unos segundos sin decir nada.
- ¿Ah no? – cada vez se iba acercando más. Su boca y la mía casi se tocaban. Me llegaba su respiración calmada.
- No – bisbiseé.
Cada vez estaba más cerca. Sólo tres centímetros de distancia. El roce de los cuerpos nos hacía temblar a los dos. Más próxima. Dos centímetros. Ya no pudo aguantar más y… nuestros labios se encontraron. Un beso dulce. Otro más largo. Uno más intenso. Más largos y apasionados siguieron los demás. Su mano recorrió mi espalda hacia arriba suavemente hasta llegar al cuello y posteriormente a mi pelo. Deshizo el moño. Mis brazos se fueron a su cuello agarrándolo con dulzura. Los besos eran más profundos. De repente el aire me parecía que estaba puesto a 40 grados. Mi cuerpo reaccionaba de una forma extraña. Pero mi corazón seguía latiendo al ritmo normal, un poco ajetreado por los movimientos. Su otra mano me cogió por la espalda atrayéndome más hacia él. Mis manos se deslizaban por su espalda apasionadamente. Sentíamos tal fuego los dos que era imposible parar. Su lengua recorrió el contorno de mis labios. De nuevo, besos cortos para volver a retomar la intensidad de antes. Nos movíamos de un lado a otro sin saber hacia dónde nos dirigíamos. Aquellas tardes de risas, de tantos secretos revelados. Tantos abrazos y mimos de amigos se habían convertido en besos ardientes llenos de diversión. Poco a poco fuimos bajando la fogosidad de esos besuqueos hasta quedar en un prolongado abrazo.
Despacio nos separamos lo suficiente para poder mirarnos a la cara. Después de lo que había pasado no tuvimos otra cosa que echarnos a reír.
-Yo creo que los dos hemos encontrado lo que cada uno había dicho que nos faltaba.
-¿Ein? – preguntó confuso.
-Nada, nada. Me embolo yo sola. – aún seguíamos abrazados de pie. Nos dimos un beso suave en los labios.
- Yo creo que antes de todo esto íbamos a jugar a la play ¿no? – llevó su brazo por encima de mi hombro deshaciendo el abrazo y llevándonos hasta el sofá.
-Pues sí. – Me levanté para coger el juego. Lo introduje en la videoconsola y me volví con él al sofá. Mientras se estaba cargando, de nuevo otra guerra de besos con risas entremetidas.
Estuvimos jugando durante bastante tiempo al juego de coches. En el cual siempre ganaba yo.
-¡Eso no vale! A mí no me times. Tú te sabes este juego de memoria. Me tienes que dar ventaja. – decía cada vez que le vencía con su cara de enfurruñado.
-Bah… no digas tonterías. Si vosotros tenéis un instinto para estas cosas.
Después de la décima vez que le gané, se rindió.
-Me tengo que ir. Se me ha hecho tarde.
-Eso huye ¡Cobarde! – soltó el mando encima de la mesita.
Me cogió por los hombros y me obligó a tumbarme. Empezó a hacerme cosquillas por todos los lados. Cuando ya paró. Se acercó de nuevo a mí para volverme a besar apasionadamente. Hizo un esfuerzo en parar.
-Enserio, me tengo que ir ya. ¿Me acompañas abajo? Tengo allí mi camiseta y puede que me pierda en esta mansión. – exageró.
- ¿A ti? ¿Desde cuándo? – arqueé una ceja mientras me iba incorporando.
-Ah bueno pues como quieras. Si luego me encuentras en tu cama no te asustes es que no he sabido salir de aquí. – se dirigía hacia la puerta de la buhardilla.
-Ains que bueno estás. – le di un tortazo en el culo.
-Te gusta ¿eh? – se lo frotó en tono caramelizado.
-Anda venga feo.
Bajamos hasta el salón. Se puso la camiseta que había dejado en la barandilla. Nos despedimos con un beso largo.
-Nos vemos esta tarde. – no era una pregunta. Ya estábamos en la puerta.
-Esto… tengo cosas que hacer. – tenía entrenamiento con mi abuela.
-Ya, por eso. – me guiñó un ojo y salió por la puerta sin que le pudiese decir nada más. Esa respuesta me dejó bastante confundida.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Capítulo 9. Precaución.


9 PRECAUCIÓN
-¿Nos vamos ya o qué? – le apresuré aún mirando a la puerta.
- ¿Tanta prisa tienes? – una voz grave salió de la boca. La cual creía que pertenecía a mi amiga. Me giré para mirar. Mi corazón salió de mi cuerpo cuando vi quién había a mi lado.
- ¿Q-q-qué haces? – bisbiseé. No me salían las palabras.
- Ahora soy yo el que quiere hablar contigo. ¿No puedo? – su voz era serena y sosegada. Marcó una sonrisa amarga. Seguía sin poder decir nada. Esta vez no era por el hechizo que siempre me causaba ni nada por el estilo. Era la sorpresa de no haberlo presenciado venir
-En primer lugar – prosiguió – fuiste muy valiente al contarme todo lo que sentías hacia mí. Yo también percibía algo cuando nos encontrábamos. – estaba mirando al suelo. Sus ojos eran como siempre. – En segundo lugar, quiero pedirte perdón por lo que te hice. Aún no sabía lo que hacía. Y en tercer lugar, tú y yo sabemos lo que somos. Estamos en prácticas y somos lo suficientemente peligrosos y novatos como para matarnos a nosotros mismos en un intento de destruir al otro. Esta vez te pido yo algo. – Esperé a que prosiguiera – Evitarnos lo máximo posible. Solo nos queda menos de un mes para acabar el instituto y después de ahí tendremos todo el tiempo del mundo en formarnos… y enfrentarnos. – esta última parte le costó pronunciarla. Podía percibir el endurecimiento de la mandíbula.
Me quedé sin habla. Tardé más de un treinta segundos en arrancar. Mi corazón seguía latiendo fuertemente. Iba a decirle que estaba de acuerdo con él. Pero no me dio tiempo. Antes de que pudiera contestarle, se levantó y salió por la puerta.
Segundos más tarde llegó Natalia muerta de euforia. Pero se contuvo al ver mi expresión.
-Y ahora me dirás que lo que acabo de ver también son cosas que la gente se inventa… - ironizó.
-No ha sido nada. Simplemente ha venido para disculparse por haberme dejado allí. – mentí.
- ¿Y no te ha dado ninguna razón? ¿Simplemente te ha pedido perdón y se ha largado? – se estaba saliendo de sus casillas.
- Sí. Y… ya. ¿Vale? – zanjé el tema. No tenía más ganas de seguir hablando de él. – Ahora vamos a la puerta.
- ¿Por qué tienes tantas ganas de salir? – la pregunta era tan estúpida que ella misma se golpeó la frente con la palma de la mano. – Vale… soy tonta. Es obvio. No tienes ganas de estar aquí.
-Ajá.
En el momento en que salíamos por la puerta, un Seat Ibiza color negro metálico derrapó a la salida del instituto. Estaba allí, como me había prometido. No pude evitar una sonrisa de oreja a oreja. Se había cambiado de ropa. Llevaba puesto una camiseta verde militar ajustada a sus musculosos pectorales y unos vaqueros desgastados. El pelo lo llevaba revuelto y estaba totalmente irresistible con su sonrisa encantadora. Bajó la ventanilla del copiloto y se inclinó hacia el asiento de éste.
-Su chófer particular la espera señorita Ranzzoni. – automáticamente Natalia me miró perpleja al reconocer a Guille.
-¿Y esto? – susurró solo para mis oídos.
Le lancé una mirada de burla y fui a montarme en el coche. Ella seguía allí anonadada, con la boca abierta.
-Si quieres puedo llevar a Natalia también. No me importa. – se ofreció amablemente.
- Vale. Creo que estará encantada. – se me escapó una risa tonta. - ¡Natalia! Anda sube que nos lleva a las dos.
No tuve que insistir dos veces. Seguidamente se subió en la parte trasera del auto.
En el trayecto de camino a casa de Natalia hubo risas y bromas sobre las anécdotas que le había sucedido a Guille en Los Ham’s 80. Se estaba en un ambiente muy agradable y simpático. Parecía más relajado y más seguro de sí mismo que esta mañana.
-Bueno ¿qué tal el gimnasio? – pregunté para hablar de algo. Me gustaba su tono de voz.
-Bien… como siempre. ¿Y tú? ¿Algo nuevo en el instituto?
-No… aquello está muy monótono – mentí. Sí que había habido algo distinto. Pero ahora no me apetecía pensar en ello.
La mitad del camino hasta mi casa lo recorrimos en silencio. Cada uno estábamos metidos en nuestros asuntos. No dejaba de pensar en las palabras que me había soltado Aarón. Entonces… él también lo sabía y por lo que se ve, se había enterado el mismo día que yo. Los dos empezamos a desarrollar los poderes casi al mismo tiempo, los dos nos dimos cuenta de que pasaba algo raro y los dos nos informamos el mismo día de todo este asunto. ¿Casualidad? No lo creo…
Recordaba su calma a la hora de hablar conmigo. No fue la misma que la mía, desde luego. Y el encuentro de ayer… En tan solo un día no podíamos haber empezado a crear nuestras barreras dispuestas a resistir el ataque del enemigo. Si éramos novatos los poderes de cada uno se tenían que disipar por todas las partes sin ningún control. El mío ya lo estaba haciendo… pero… ¿Y él? ¿Había habido alguien más que hubiese experimentado ese despliegue de mente? Mejor no saberlo.
-Llegamos al destino. – sonrió.
- ¿Cómo sabías donde vivo si nunca has venido a mi casa? – me extrañé bastante. Esta pregunta le pilló por sorpresa debido a su rostro de confusión.
-Bueno… yo… no sé… como siempre venías a la hamburguesería supuse que tu casa se encontraba cerca… - se le trababan las palabras.
-Pero en todo caso… has parado justo en la misma puerta.
-¿Ah sí? Será casualidad… - se mostraba nervioso, incómodo.
-¿Sabes? Me da igual… prefiero no saberlo. Gracias por traerme. Ha sido todo un detalle. – se relajó bastante cuando vio que lo había dejado pasar.
- De detalle nada. Son cinco euros. – sacó la lengua y tendió su mano derecha.
- Claro, claro… usted quédese ahí esperando. Que ahora mi mayordomo vendrá a traerle los cinco euros y la propina. – Salí del coche. Cerré la puerta y ambos nos despedimos con un gesto de manos.
Después, se fue tan rápido de allí que dejó un rastro de humo por donde había pasado. Confundida entré a mi casa y me preparé de comer. Antes de ponerme a estudiar tenía que ir un rato a la buhardilla para relajarme un poco de este asunto.

-Hola cariño. ¿Cómo llevas esa herida? – siempre tan atenta mi abuela.
- Bien. Me lo estoy curando. Ya mismo tendré que ir al médico a que me quiten los puntos.
-Bueno. ¿Empezamos? – mientras andábamos íbamos hacia el jardín.
-Abuela… sé que esto es necesario… pero me aburre un poco.
-Es lo que hay.
-En fin… espero que más adelante se vuelva más entretenido.
-Eso te lo aseguro. – el tono de voz con que lo dijo me hizo sospechar de que ocultaba algo más.
Empezamos de nuevo con el saludo. Los movimientos precisos, rápidos. Una y otra vez… mientras tanto podía pensar en cosas que me rondaban. Creo que mi abuela se iba a convertir en mi orientadora.
-Abuela… ¿es normal que con tan solo un día ya te sientas más fuerte para afrontar… obstáculos? – sugerí así como por casualidad mientras repetíamos de nuevo el estiramiento de dorsales.
-Cuando se tiene mucho empeño en querer desarrollar algún poder o simplemente tener fuerza de voluntad, los inmunitas podemos llegar a mejorar tales poderes de manera sobrenatural. Por ejemplo, si tú te has empeñado en ocultar ciertas sensaciones, ahora que sabe lo que eres, con un poco de tiempo esas sensaciones que sentían pueden desaparecer. – siguió con el entrenamiento. Pero yo me quedé pasmada al ver que había dado en el clavo.
-¿Cómo sabes tú lo de las sensaciones? – estaba boquiabierta.
-No hay que ser muy inteligente Allegra hija. Si nos contaste ayer de que cuando lo veías te dolía la cabeza… pues supongo que a eso te referías ¿no?
-Sí… entonces… ¿es normal que cuando lo vea no me duela la cabeza? – evité contarle más de lo necesario.
-Sí. Si lo has querido con tantas fuerzas que no te doliese. Supongo que tu espíritu inmunita se está despertando en ti. Venga sigamos.
Después de esta pequeña pausa, proseguimos con lo mismo. Colocación, choque de espadas, cambio posición. Colocación, choque de espadas, cambio posición. Colocación, choque de espadas, cambio de posición. Estaba siendo muy aburrido, pero tenía que ser fuerte y seguir adelante. Esto solo era el comienzo de algo grande.





MAYO






JUNIO

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Capítulo 8. Misterio.


8 MISTERIO
-¡Hola! – me saludó eufórico.
-¡Guille! ¿Qué haces por aquí tan temprano? – sentí una alivio o quizás una decepción al ver que no era quién yo me temía.
-Aquí… que voy al… ¿gimnasio? – Titubeó – Sí. Al gimnasio – Comentó más seguro de sí mismo. Esbozó su sonrisa que tanto adoraba.
-Am… eso está bien. – me había quedado bastante intrigada ante su vacilación. – Pues yo voy al instituto. Como ya me ves. – sonreí con ganas.
- Vaya… nunca había visto a nadie con tantas ganas de ir al instituto. ¿Quieres que te lleve?
-No sé… me da cosilla. Si ibas de camino al gimnasio… mejor que no te moleste.
-¡Ah pero por eso no importa! Si antes iba a ir a desayunar. Hay que coger energías. - levantó ambos brazos en forma de jarra dejando ver sus marcados músculos - Venga que te llevo.
-Gracias. Aunque todavía es muy pronto para ir. Si ni siquiera habrán abierto las puertas.
-No importa. Esperaremos hasta que abran. – Me guiñó el ojo. Me rodeó por el hombro y fuimos hasta su coche.
Era la primera vez, después de tantos años que nos conocíamos, que estábamos tan cerca y tan pegados. Siempre lo veía en la hamburguesería y apenas cruzábamos más de diez palabras. Se estaba preocupantemente cómoda a su lado. Agarrados así parecíamos una pareja, pero no me importaba suponerlo. Llegamos hasta su coche que se encontraba al final de la calle. Un Seat Ibiza 2009 color negro metálico. Último modelo. Me quedé boquiabierta ante tal auto.
-Mola ¿Eh? – fardó
-No sabía que se ganase tanto en los Ham’s 80. – dudó bastante en responder.
- Bueno… también hago trabajos extras. – enseñó sus dientes relucientes.
Era un tipo muy raro. Siempre parecía titubear cuando le preguntaba por algo tan simple. Pero aún así era muy simpático. Montamos en su coche. Había un aroma muy particular. Entre recién estrenado y al suyo en particular. Era agradable estar allí.
-Voy a poner un poco de música. ¿Te importa? – moví la cabeza de un lado a otro.
Colocó un CD en la radio y le dio al botón del play. Empezó a sonar de fondo Maldita Nerea. Era un estilo distinto al que yo escuchaba, pero no estaba mal. Siempre estaba dispuesta a escuchar todo tipo de música.
-¿Te gusta?
-No está mal. Pero yo suelo escuchar algo más… ¿fuerte?
-Algo…tipo… ¿Paramore? – lo miré con los ojos abiertos como platos. ¿Cómo sabía que me gustaba ese grupo? – ¿Qué? – me preguntó extrañado al ver mi expresión.
- ¿Cómo lo sabes?
- ¿Ah sí? ¿Te gusta Paramore? Es que yo también lo escucho algunas veces. Cuando me entra un subidón me lo pongo a tope en mi cuarto y solo pienso en saltar. – se entretuvo en mirarme durante unos cuantos segundos intentando descifrar mi expresión mientras iba conduciendo.
-¿Quieres mirar hacia delante? Que vamos a tener un accidente. – le advertí.
-Vale vale. Ya me concentro. – estaba aguantando las ganas de reírse. Estuvimos unos minutos sin hablar, pero el silencio no era incómodo.
-¡Din, don Dín! Señorita Allegra, repito, Señorita Allegra. Está a punto de llegar a su destino. Por favor indique a su chofer particular hacia donde se tiene que dirigir. Graciasss ¡Din, don dín! – imitó la voz de un megáfono de supermercado. No tuve otro remedio que reírme. Demasiado alegre estaba empezando el día.
- Cuando llegues a ese cruce de ahí, giras a la derecha. – nos cruzamos las miradas y empezamos a reírnos a carcajadas. En cuestión de un minuto ya habíamos llegado al instituto. Las puertas estaban cerradas como ya suponía.
-Bueno… ya estamos aquí. Son cinco euros de gasto de gasolina. – su rostro estaba sereno pero en sus ojos reflejaba un abismo de diversión. Levanté la ceja y torcí la boca hacia un lado.
-Lamento comentarle al chófer particular de la señorita Ranzzoni, que en estos momentos su jefa no dispone de suficientes fondos. Así que va a tener que… - no me dejó acabar.
-Así que va a tener que venir a recogerla a la salida del instituto. Para comprobar que vaya segura a casa y le pueda dar lo que le debe. – Sacó la lengua. Parecía un niño chico en vez de un muchacho de 19 años.
-Bueno está bien. – acepté. Me sentía muy bien a su lado. Hacía mucho tiempo que no experimentaba tal sensación. – Están abriendo las puertas. Creo que debería ir entrando.
-Pero si todavía no ha entrado nadie. ¿No quieres que te vean conmigo y con este pedazo de coche? – me lo ofreció con tanta picardía que no pude negarme.
-Vale. Pero solo hasta que llegue mi amiga. ¿Va? – puse mi cara inocente.
-Encantado de ser su chófer durante unos minutos más. – me tendió la mano y yo gustosamente se la di. Un grave error que cometí.
De nuevo, tuve otra visión. El lugar, esta vez, era una pequeña bahía. El mar estaba revuelto. Tiempo de resaca. La arena fina como el polvo, se revolvía creando pequeños remolinos. A los lados no había escapatoria salvo enormes rocas donde rompían las olas furiosas. Solo se podía salir de aquella pequeña playa mediante un sendero que conducía a la carretera sin asfaltar. No se recomendaba salir de ese estrecho camino ya que a ambos lados se perdía de vista enormes árboles con mucha maleza. En aquel extraño lugar pude ver a Guille en frente de alguien, a unos veinte metros, pero nuevamente no pude ver de quién se trataba. Guille estaba muy rígido, tenso, alerta. Su rostro era inescrutable. Estaba esperando a que la otra persona hiciese algo. La sombra oscura se acercó a él a una velocidad incalculable, tenía algo en la mano pero no podía verlo. Estaba a punto de chillar… pero la visión cesó.

-Allegra… ¿Estás bien? – se mostraba muy confundido.
-Sí… - me costó recuperarme pero intenté que no se me notara mucho – claro. Entonces unos minutos más ¿no? – nuestras manos, aún seguían enlazadas. Pareció relajarse un poco.
-Por supuesto. – sonrió. Pero en sus ojos aún seguían aturdidos.
Después de la visión apenas hablamos. Siempre que parecía que todo iba bien, aparecían esas visiones. Aunque no lo mostraba, sentía angustia por lo que acababa de ver. Si eso ocurría de verdad, Guille estaba en peligro. ¿Podía yo ayudarlo? Ahora que me estaba entrenando… quién sabe. Tendría que pasar más tiempo con él. Le tenía cariño y no quería que nadie le hiciese daño.
-Entonces… ¿te espero a la salida?
-Pues claro, como habíamos quedado. Ahora me tengo que ir. He recordado que tengo que hacer unas gestiones antes de ir al gimnasio. Cuídate esa herida. Nos vemos luego. – ahora el que tenía bulla en irse era él.
- Cómo veas. Ya no debe tardar en llegar Natalia. – ya habían llegado bastantes alumnos, pero no me había percatado de nada.
Nos despedimos con dos besos. El roce de su piel me produjo un estremecimiento. Ambos sonreímos embarazosos. Cerré la puerta con cuidado y a los dos segundos desapareció a una velocidad increíble. Me quedé allí pasmada mirando el lugar vacío que había dejado. Sólo deseaba que no le pasase nada. Cuando reaccioné ante mi embobamiento me dirigí hacia el banco donde siempre esperaba a Natalia. Mientras que la esperaba, mi mente divagó por el mundo de la ensoñación.
Guille era un chaval carismático, pero ahora que había tenido trato con él me parecía muy misterioso. Se trababa mucho al hablar. Y cuando había tenido la visión cambió completamente de actitud. Se le podían ver en esos ojos oscuros. Pero aún así, me resultaba agradable estar a su lado y su calor era muy reconfortante.
Estos días estaban siendo muy ajetreados. Esta tarde me tocaba de nuevo entrenamiento con mi abuela. Tan sólo un día y ya estaba aburrida de hacer lo mismo. Pero tenía que capacitarme mentalmente. Ser fuerte. Prepararme para que Aarón no me hiciese más daño de lo que me había hecho ya, tanto físicamente como moral. Pensar en él me recordó que aún no lo había visto. Ojalá viniese después que Natalia. Así no tendría que volver a enfrentarme con él. Aunque cuando nos vimos ayer… fue distinto.
Natalia me sacó de mi ensimismamiento atrapando dulcemente con sus manos mi cara.
-¿Estás bien? Siento no haberte llamado ayer. Nos mandaron un montón de deberes.
-No importa. Mi abuela vino a visitarme y estuvimos ocupadas toda la tarde.
-Te dolió mucho ¿verdad? – su rostro mostraba preocupación.
-¿La verdad? No. Solo cuando hago movimientos bruscos me duele un poco.
-Ten más cuidado la próxima vez. – me aconsejó – Y ¿qué pasó con Aarón? ¿Por qué no se quedó contigo? – arqueé las cejas y me encogí de hombros.
-¿Tú como sabes que estaba con él?
-Hombre pues os vi bajando las escaleras los dos juntos. Y faltaste a primera. Muy inteligente no hay que ser. Además todo el instituto lo sabe.
-Saber… ¿el qué? – arqueé una ceja.
-Pues que tú y Aarón tenéis algo. Ayer no vino. Dicen que fue a tu casa a cuidarte. – me golpeó con el codo en el costado. Subía y bajaba las cejas.
-¿Perdón? – grité.
-¿No es así? – su expresión era de confusión.
-No – zanjé.
-Bueno… si tú lo dices. Pero entre vosotros dos hay algo… raro. Se puede ver una conexión… no sé de qué tipo… pero algo… es.
-Natalia… ya. – concluí con tono grosero.
-Vale vale, no me comas. Anda vamos que tengo que ir a la taquilla.
Deseo cumplido. Nos íbamos antes de que viniera. Me preguntaba por qué ayer no vino. Sí él no estaba herido. Sólo sabía una cosa segurísima. A cuidarme no había ido. Reí por dentro al pensar en esa situación. Un attak cuidando de una inmunita. Qué estupidez… ¿no? De nuevo, mi única amiga volvió a bajarme de las nubes.
-Toma sujétame esto. – le sostuve la carpeta mientras ella sacaba el libro de filosofía. Mierda… filosofía a primera… que rollo.

Más aburrida no podía ser. Estábamos con el tema de derechos y deberes. Lo odiaba. Pasaba de atender a la profesora. Como siempre me puse a organizar lo que me deparaba esta tarde. A la salida me espera Guille. Una sonrisa floja afloró en mi cara. Haría los deberes, estudiaría ya que ahora empezaba los exámenes finales y por la tarde entrenamiento. Creo que en esto se iba a convertir de aquí en adelante en una rutina. Aunque que Guille me pasase a recoger… eso era nuevo. La clase se me pasó flemática, parecía que nunca iba a acabar. Así transcurrió toda la mañana.
Por fin llegó la hora de la salida, que… tan extrañamente ansiosa había esperado todo el día. Pero quería esperar a Natalia así que me senté en el banco de siempre. No había visto a Aarón en toda la mañana, dudaba que hubiese venido hoy. Tardaba mucho… ¿se habría topado con Pablo? Si era así me podían dar las uvas… Estaba mirando hacia la puerta de la salida a ver si veía a un Seat Ibiza negro tan ensimismada que ni siquiera advertí que Natalia se había sentado a mi lado.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Capítulo 7. Preparación.


7 PREPARACIÓN
Mi madre volvió al ordenador de nuevo, yo me quedé un rato más allí delante del espejo. Esta simple pelusa, ya no pasaba tan desapercibida. Empezaba a crecer y a notarse su presencia. La que era una persona invisible, ahora se convertiría en una de las personas más representantes de los inmunitas.
Estaba sumergida en mis pensamientos pero el golpe de la puerta de la entrada me despertó. Cuando fui a abrirla me quedé boquiabierta al ver a mi abuela con dos bolsas gigantes y alargadas que llegaban hasta el suelo.
-Déjame entrar que pesan.
Me aparté, pero mi asombro aún perduraba. Las dejó apoyada en la mesita de la entrada. Venía exhausta, por lo que se sentó en uno de los sillones de la entrada.
-Abuela… pero… ¿Qué diablos es eso?
-Ah…cosillas. He ido a comprar las espadas de entrenamiento. Las mías ya están muy viejas. – su rostro era indiferente. Hablaba del asunto como si hubiese ido a comprar tomates.
- Y-ya ¿tan rápido? Creo que te dije que necesitaba tiempo para asimilarlo. – le dije con cuidado de no hacerle daño.
- Con las dos horas que has estado, ¿no te ha bastado? Si quieres te dejo más tiempo. – sus ojos reflejaban ansias de empezar, como si ahora tuviese algo con que pasar las tardes.
-Bueno… sí. Puedo decir que ya lo tengo un poco asimilado. Pero ¿no crees que vas demasiado deprisa?
-Allegra, ya sabes lo que te dije, cuanto antes comencemos mejor. Pero tranquila hoy no vamos a empezar.
Automáticamente solté un suspiro de alivio. A mi abuela debió de no parecerle muy bien ya que frunció el cejo levemente y sus labios estaban plisados.
-¡Silvia! Ven un momento por favor. – gritó mi abuela hacia el salón. Acto seguido mi madre entró en la entrada de la casa y al ver las espadas allí apoyadas, el rostro se le descompuso.
-Mamá… ¿Qué es esto? – mi madre tenía los ojos abiertos como platos y la boca desencajada. Más o menos el mismo rostro que el mío hace un minuto.
-Otra igual… pues las espadas de entrenamiento. He pensado que podíamos empezar mañana en el jardín de atrás. Allí no nos ve nadie.
-Bueno pues como quieras. Tú ¿qué opinas Allegra? – aún seguía en mi mundo. Me costaba asimilarlo tan pronto. Pero que otro remedio me quedaba.
-Me da igual. – admití con indiferencia.
-Ahora sí que me voy. Que tengo que ir haciendo la cena. – nos dio dos besos a mi madre y a mí. – Despídeme de Antonio. Mañana estaré aquí a las siete. Espero que te dé tiempo a hacer los deberes. – Asentí – Bueno, adiós.
-Adiós mamá – se despidió mi madre.
Cuando cerró la puerta de la entrada, de nuevo mi madre y yo estábamos a solas. Mi rostro no mostraba ninguna emoción. Sin ningún tipo de conciencia me quedé pasmada mirando a las espadas que aún seguían en la bolsa. Mi madre me miró con el entrecejo fruncido y su preocupación por saber lo que le pasa por la mente a su hija de casi diecisiete años.
-No pesan tanto como parece. Las de entrenamiento son más fáciles de manejar. Además ya verás cómo te resulta fácil. Lo llevas en la sangre. – me frotó el hombro dulcemente y después se marchó al salón.
Estaba allí embobada mirando aquellas espadas. Las subí a mi habitación y las saqué de la bolsa. Es cierto, no eran tan pesadas como me había advertido mi madre. Puede que mi abuela estuviese ya un poco mayor para llevar tantos trastos. Ahora que me fijaba eran muy parecidas a las de esgrima. No eran puntiagudas. La empuñadura estaba cubierta por una guarnición que cubría la mano, pero en vez de ser semicircular era perpendicular a la hoja. Ésta era fina y alargada y en el regazo llevaba escrito las iníciales R.G, mis apellidos Ranzzoni Garrido. Mi abuela se lo había tomado muy enserio. Me fijé que la otra, la cual sería la suya, no llevaba ninguna inicial escrita. Se lo tendría que preguntar al día siguiente. Sentía curiosidad por saber cómo se sentía tener una espada entre manos así que como Edward coge a Bella entre sus brazos en Crepúsculo, mi libro favorito, yo cogí la espada como si se fuera a romper en cualquier momento. No sé por qué, pero me invadió una sensación de seguridad al agarrarla, sentía como si la espada formase parte de mí. Ya con más confianza en ella, que me resultaba extrañamente cálida, me coloqué delante del espejo de mi habitación para ver cómo me vería en un futuro muy cercano. Pero no hizo falta imaginármelo, ya que tuve otra visión.
Me encontraba luchando con alguien, no podía ver quién era, solo veía una silueta negra. Estábamos en una sala forrada de madera por todos los lados, en el suelo había una colchoneta no muy gruesa de color azulón que cubría casi todo el suelo. La habitación no era muy grande, lo suficiente para luchar y espacio para cuatro o cinco espectadores. A los laterales había un par de ventanales, las cuales las vistas eran preciosas. Se podía ver kilómetros de césped y bosque verde, plantas con sus flores correspondientes. Daba la sensación de calma. Estaba atardeciendo y la luz que llegaba a la sala era anaranjada, hacía aún más encantador aquel lugar. Pero estábamos usando espadas más grandes, más pesadas. Los movimientos eran exactos, precisos. No sabía porqué pero no podía conseguir ver contra quién estaba luchando, pero se notaba en el ambiente que ambos estábamos a gusto. Nos unía algo más que un simple enfrentamiento. Y de nuevo… todo cesó.
¿Quién era esa persona con la que estaba luchando? Supongo que eso sería dentro de unos cuantos meses. No creo que aprenda tan rápido. Si aquello es el sitio de entrenamiento quiero irme ya. Dejé la espada apartada a un lado de mi habitación. En un día, dos visiones. Supongo que debería acostumbrarme a esto…
Miré el reloj, todavía eran las siete de la tarde. Este día se me estaba haciendo larguísimo. Quién diría que en el mismo día, le hubiese contado toda la verdad a Aarón, que éste me hubiese golpeado con la piedra, que hubiese ido al hospital, luego a comer a la hamburguesería favorita donde Guille y yo habíamos empezado algo raro…, la visión de mis padres, la visita de mi abuela, la historia de la verdad, las espadas…todo en un día. Ahora que lo pensaba estaba muy cansada. Me estaba empezando a doler la cabeza por la brecha. Mañana no iría al instituto.
Me duché tranquilamente, donde mis músculos se relajaron, luego, me puse mi pijama de verano. No creo que mis padres me cambiaran de instituto, apenas quedaba más de un mes para terminar el curso. Me tumbé en la cama y una nueva sensación bastante extraña estuvo rondando por mi estómago. ¿De verdad Guille me había guiñado el ojo? ¿De verdad habíamos estado coqueteando delante de mis padres? Guille siempre me había parecido un chico muy guapo y agradable, en mi opinión lo veía demasiado joven para trabajar, su sonrisa me encantaba y esos ojos negros me embrujaban, pero de ahí a tener algo con él… no sé si estaría dispuesta. Sin embargo… el corazón me latía deprisa al pensar en el chico prohibido. Aarón. No podía permitirme pensar en él, estaba totalmente abolido rondar por la cabeza de un inmunita un miembro de los attaks a menos que no fuera para matarlo. Además, ¿quién decía que me gustaba? ¿Mi corazón? Bah… el corazón muchas veces se equivoca. Y ¿Por qué no? ¿Por qué no podía intentarlo con Guille? Siempre me había tratado muy bien, aunque claro, supongo que ese era su deber, tratar bien a los clientes.
Dejé de comerme la cabeza y me puse al ordenador un rato. Miré el correo. Todos de publicidad, salvo algún que otro correo de cadenas. Cosa que también clasificaba en correo basura. Estaba aburrida y no sabía qué hacer. Por lo que me metí en Youtube y puse palabras relacionadas con la esgrima y espadas. Sin darme cuenta me tiré más de dos horas mirando videos. Tenía ya los ojos irritados de estar tanto tiempo al ordenador, así que bajé a cenar. La cena transcurrió bastante silenciosa. La comunicación con mis padres ya no estaba siendo la misma. Ahora estábamos más en tensión. Cené rápido y me fui a mi habitación. Me dejé caer en la cama y allí como caí, amanecí.
Me dolía mucho la cabeza. Miré el reloj. Eran las doce del mediodía. Llevaba durmiendo más de 13 horas. Me levanté y fui a curarme la herida. Me vestí con lo primero que pillé y bajé a la cocina a desayunar. A estas horas solo me apetecía un melocotón. Estuve pensando que haría de comer para el almuerzo. Macarrones con nata y bacón. Fui a mirar si había lo que necesitaba en la despensa. Me faltaba bacón y nata. Tendría que ir al supermercado de la calle que se encontraba cerca del instituto, la misma donde había visto a Aarón la última vez. Sentí un pinchazo en el corazón, pero lo ignoré.
Cogí las llaves de la casa, el mp3, el dinero y fui hacia allí. Estaba empezando a ponerme nerviosa al pensar en esta tarde. Extrañamente empezaba a echar de menos a aquella simple espada de entrenamiento. Los coches paseaban tranquilamente, alguno que otro sobrepasaba la velocidad debida, pero esa calle era como siempre. Me recorrió un estremecimiento al recordar la mañana de ayer. Cómo se había parado aquel movimiento de gente, cómo todo se había vuelto siniestro.
Llegué al supermercado. El aire acondicionado me dio de pleno en la cara. No había mucha gente. Fui directa a la sección de refrigerados. Al lado estaba la de salsas y guarniciones. La sensación de peligro se alertó en mi cuerpo. Eso solo podría significar una cosa. Él estaba aquí. Quería salir lo más rápido de este sitio antes de encontrármelo. Cogí rápidamente el bacón y me dirigí hacia donde estaba la nata líquida, pero justo en ese corto trayecto, nos encontramos. Parecía que los dos queríamos salir de allí sin que nos viéramos. Pero lamentablemente no habíamos tenido esa suerte. Sus ojos volvían a ser esmeraldas. Parecía calmado. Sin embargo, reflejaban curiosidad y a la vez miedo. Esta vez sin ningún accidente, los dos desaparecimos por caminos distintos.
Me sentía mareada. Ese encuentro había sido intenso. No sabía explicar qué había sentido, pero no había sido desagradable. Aún así, él era mi enemigo y tarde o temprano acabaríamos enfrentándonos. Pagué por la caja donde había menos gente para así no tener que volvernos a encontrar. Fui hasta mi casa a paso tan ligero que parecía que iba corriendo. Cuando entré a mi casa me sentí segura.


Todavía no eran las seis y media cuando sonó el timbre de la puerta. Era mi abuela.
-Abuela…creí que habíamos quedado a las siete.
-Sí, pero quería merendar antes. – se burló. - ¿Qué hay para comer? – entramos hacia la cocina.
- Creo que hay galletas de chocolate, dulces… - ofrecí.
-Me voy a hacer un café con leche. ¿Tú ya has merendado?
-No, he comido hace poco. – Me miró con los ojos entornados – Es que me he levantado a las doce y pico. Ayer fue un día muy ajetreado. – admití a regañadientes.
-Pues sí… y ahora empieza lo más duro.
Estuvimos merendando –bueno más bien, estuvo – en silencio. Pero no era incómodo. Ambas estábamos sumergidas en nuestros pensamientos. Yo me quedé la mayor parte del tiempo mirando a la pared intentando descifrar alguna que otra figura. Cuando acabó, me mandó a que bajase las espadas. Pero antes de hacerlo le conté mi visión.
-Abuela… antes de ir a por ellas… ayer, cuando las subí, me entró la curiosidad y cogí la que ponía mis iniciales. Entonces… tuve otra visión. – mi abuela seguía escuchándome atenta, con las manos apoyadas en la cara. – Vi un lugar muy bonito donde estaba entrenando con otra persona. Podía verlo todo con perfecto detalle, salvo a mi acompañante. ¿Sabes por qué ocurre? – le pregunté con curiosidad. Estuvo bastante tiempo meditando.
- Bueno cuando se empieza a ver visiones, las personas suelen estar bastantes confusas, sobre todo cuando son del futuro. Con entrenamiento y tiempo ya verás como verás todo más preciso y cuando tú quieras. Ese lugar… ¿estaba rodeado de césped y árboles?
-Sí. ¿Dónde es? Me gustaría saber en qué lugar de esta ciudad se encuentra tal semejante preciosidad. – desvió la mirada y no respondió a mi pregunta. Eso me dejó intrigada.
-Venga ve a por las espadas. – asentí y subí corriendo las escaleras. Estaba ansiosa. Mi corazón palpitaba rápidamente. Cogí las espadas y las bajé corriendo de nuevo. Con una sonrisa en la cara, mi abuela me esperaba al verme tan inquieta.
Salimos al jardín. Hora perfecta, ya que empezaba a ocultarse el sol poco a poco y no quemaba tanto como esta mañana.
-¿Estás segura de que podré hacerlo con esto ahí? – señalé a la enorme brecha que tenía en la cabeza.
-Tranquila, hoy no será muy duro. Solo te voy a enseñar a coger la espada y unos cuantos movimientos.
-Verás… ayer cuando la cogí, no sé pero me invadió una sensación de seguridad y sentía como si formara parte de mí. Parecía manejarla al 100%. – le confesé a mi abuela.
-Eso está bien. Significa que algo de tu instinto inmunita se ha despertado en ti. Pásame la mía. – se la lancé en cuanto me lo pidió.
-¿Por qué la tuya no tiene nada inscrito?
-Porque esta es una simple como otra cualquiera. Yo también tenía la mía pero está demasiada estropeada. Además si ya no oficio de inmunita no me ven necesario hacerme una con mis iniciales de nuevo.
-¿Quiénes?
-Los inmunitas más avezados. – asentí sin entender muy bien.
-Bueno, empecemos. – se colocó en frente de mí. – Lo básico es la colocación. Aunque luego en una lucha de verdad no sirva de mucho. Pero es imprescindible aprenderlo. – alzó su espada a la altura del hombro apuntando hacia mí. – Algo de parecido tiene con la colocación de la esgrima pero no mucho.
- En primer lugar, el saludo. – se colocó de perfil y levantó la mano derecha hacia arriba. Su postura reflejaba madurez y mucho más joven que una mujer de sesenta y cinco años – haz lo que yo haga. – me ordenó. La imité torpemente. – La espalda recta, hombros relajados y piernas no muy abiertas. Y… Allegra, hija mía, si eres diestra, te tienes que poner de perfil pero al contrario que yo. – enrojecí levemente. – Ahora que ya estamos colocadas correctamente, hay que hacer el choque de espadas que conlleva al enfrentamiento. Es como si fuera el estiramiento de los dorsales. Un movimiento elegante. Inclinas tu cuerpo hacia el lado donde está tu contrincante y chocáis las espadas. – a medida que me lo iba explicando lo íbamos haciendo – Con rápido movimiento, tiene que ser muy rápido – me volvió a repetir – tienes que cambiar tu postura enfrentándote a él – esa última palabra que había usado sólo me vino a la cabeza un nombre, el cual, me dio un pinchazo en el estómago, pero lo ignoré - y volver a colocar la espada a la altura del hombro. Con decisión y seguridad, ya podéis empezar la batalla. Pero – resaltó – hoy no es el día. Ni mañana tampoco. Estaremos entrenando la posición durante 4 o 5 días. Tienes que ser muy rápida a la hora de cambiar de postura. – asentí sin decir palabra.
Seguimos repitiendo el saludo durante una hora sin parar. Yo ya estaba aburrida de hacer siempre lo mismo, pero mi abuela insistía en que no era lo suficientemente rápida.
-Abuela… estoy cansada ya… me duele todo el cuerpo. ¿Por qué no paramos? - me quejé – Es solo el primer día.
-Bueno… creo que por hoy está bien. Mañana otra hora.
- ¿Otra hora con lo mismo? – gemí como una niña chica.
- ¿Quieres llegar a ser una buena luchadora o no? – me reprochó.
- Si… está bien.


El despertador sonó de nuevo. Hoy sí tocaba ir al instituto. Me removí entre las sábanas, quejumbrosa. Sin saber por qué, mi corazón latía rápido al pensar qué me deparaba hoy. Últimamente el instituto se estaba convirtiendo en un lugar bastante interesante. Aunque claro, sólo me habían pasado cosas malas. Me puse los vaqueros oscuros de pitillo, una camiseta roja y negra y las Converse rojas. Preparé la mochila y bajé a desayunar. Cereales y vaso con leche.
-¿Qué tal te fue ayer con la abuela? – me preguntó mi madre mientras le daba un mordisco a su tostada con mermelada.
- Bien…aunque un poco aburrida. Estuvimos haciendo lo mismo durante una hora.
-Bueno cariño, estas cosas son así. Ya sabes que para ser perfecta en algo hay q practicarlo mucho. – dijo mientras miraba la tostada.
-Ya… Bueno me voy ya, que se me hace tarde. Chau. Os quiero.
-Adiós cariño.
-Adiós Allegra.
En realidad no era tarde, sino más bien temprano. Había salido de mi casa cerca de media hora antes de que empezara el instituto. Solía tardar en llegar unos diez minutos. Iba andando tranquila por las calles sonando Sum 41 de fondo. Noté que alguien me tocó la espalda. Me quité los cascos y miré hacia atrás a ver de quién se trataba.