viernes, 30 de abril de 2010

Capítulo 24. Salida.


24 SALIDA
Después de hablar con mi abuela, me dispuse a ducharme, vestirme y maquillarme para salir. Sin embargo, algo había en mi interior que estaba inquieto. Un grito ahogado llamaba en mi interior sin llegar a revelarse. No conseguía escuchar lo que me intentaba decir, sonaba muy lejano y minucioso.
Después de tantas experiencias con respecto a mis voces interiores - oh mierda… me estaba volviendo loca – quizá tendría que prestarle más atención e intentar descifrar lo que estaba intentando decirme, pero sin embargo, la ignoré… otra vez.
Me puse los vaqueros de pitillo oscuros, una camisa larga roja y negra de cuadros, la chaqueta negra y mis Converse rojas desgastadas. Líneas de ojos negras bien marcadas, una coleta mal hecha pero formal, mi colgante bien escondido y los complementos adecuados. Perfume de Amor Amor et voilá. Lista para una noche divertida… al menos eso esperaba.
Fui la primera de las chicas en llegar al porche. Ya estaban allí Ángel y Guille.
Escuché decirle Guille a Ángel algo parecido a que no me dijera nada a mí. Pero creo que me lo inventé.
Cuando me presenté delante de ellos, dejaron de hablar.
-Ey… ¿Por qué paráis? ¿De qué estebáis hablando? – quise saber.
-Nada… cosas de fútbol. – Ángel me miró sonriente y me rodeó con los brazos. – Vaya… estás muy guapa.
-Sí… seguro. Tú lo que eres muy listo.
-Me lo suelen decir mucho. Pero no les suelo hacer caso. Yo soy humilde.
Guille y yo empezamos a reírnos a la vez. Esto le hizo callar bajando el volumen de su risa poco a poco hasta quedar en una simple sonrisa. Algo no terminaba de encajar bien.
-Por cierto chicos, vosotros sí que estáis guapos. O será el tiempo que hace que no salimos bien arreglados todos.
-Claro… excusa que pones para no aceptar que tenemos buen gusto. – apostilló Cristina que acababa de encontrarse con nosotros.
Esperamos a los demás. La verdad, sí que estaban todos espectaculares. Cómo cambiaba la gente del uniforme típico de la residencia a sus prendas más arregladas.
Cristina llevaba puesto unos pantalones vaqueros también de pitillo que resaltaba la silueta de sus piernas, unas botas color beige oscuro de tacón, una blusa del mismo color que las botas para combinar perfectamente, un cinturón por encima de la camisa le daba un toque campestre y una chaqueta de tacto suave con botones grandes marrón claro. Pocas veces la había visto así vestida. No llevaba un maquillaje excesivo, sin embargo hacía deslumbrar sus labios con ese rojo pasión.
Más tarde fueron apareciendo los demás. Llamadas a los móviles para que llegasen puntuales. Piropos enfáticos unos a otros por la sorpresa ante tal formalidad. Comentarios sobre la película. Discusiones sobre la salida. Hasta que finalmente, llegó Mabel.
Un estilo un poco distinto al de Cristina y los demás, Mabel lucía piernas estilizadas con una falda vaquera estrecha y corta, unas medias oscuras que acababan en las botas de tacón alto grises. Un jersey largo gris y blanco le dejaba al descubierto gran parte del hombro derecho, aportándole un toque sexi. Llevaba el pelo alisado por la plancha posiblemente, y los ojos ahumados negros.
-¡Guau! Mabel estás espectacular. – le piropeó Guille. Su cara se fue tornando de un color rosado al rojo viviente.
Nadie dijo más. Una tensión se había generado ante el silencio que dejó atrás Mabel. Todos éramos conscientes del lazo que se estaba empezando a formar, centímetro a centímetro. Sin embargo, parecía tan frágil que no nos atrevíamos a bromear acerca de ello, a comentar o simplemente a preguntar. Era evidente que todos queríamos lo mejor para Guille y Mabel. Ante todo yo, que era la única responsable de la situación que había generado semanas atrás.
-Bah… tonterías. Vamos.
Para evitar que descubriésemos su rubor, Mabel se adelantó la primera y empezó a liderar el grupo hacia el garaje. A alguien se le escapó una risa débil. La seguimos, volviendo a las conversaciones de antaño. Ante ese incómodo momento, retornamos nuestra naturalidad. Discutimos sobre quién llevaría los coches, y con quién iría cada uno en el trayecto del porche al aparcamiento.
Una vez allí, en aquel inmenso garaje, lleno de coches altamente modernos, donde la luz apenas llegaba a vislumbrar la planta, Guille, Mabel, Cristina y Lucas se montaron en el Seat Ibiza rojo último modelo de Lucas, mientras que Sandra, Ángel y yo nos subimos en el nuevo Citroën negro de Sandra.
Eché a suertes con Ángel para saber quién iría en el asiento del copiloto, cosa más bien estúpida, puesto que ambos visionamos que sería Ángel. Al entrar en la parte de atrás, me invadió un aroma a hierba mojada, recordándome por un segundo aquel hedor de aquel lugar donde no estaría nunca más. Moví la cabeza bruscamente para desechar ese pensamiento y me abroché el cinturón. Al evadir ese escaso recuerdo, creía haber oído a la vocecita alzar la voz un poco más alto. Lapsus. Sandra me sacó de mi ensimismamiento.
-¿A qué hora has dicho que empieza la peli? – habló mientras enchufaba el Ipod a los altavoces del coche.
-A las 8 y veinte. Hay que darse prisa o no llegaremos.
-Eso está hecho. – Me sacó la lengua desde el espejo retrovisor.
Encendió las luces, arrancó el motor, un cambio de luces para el coche de Lucas y antes de que pudiese respirar, aceleró metiendo tercera dejando a nuestros cuerpos aplastados contra los asientos. Minuto después, ya se había incorporado a la autovía que nos llevaba a la ciudad. La manecilla del velocímetro no bajaba de los 130 cuando el máximo permitido era de 80.
-¡Sandra, ten cuidado! – Ángel intentó gritar por encima de la música a tope de volumen.
-¡No pasa nada! Si nos pasara algo, recuerda que lo podemos evitar. Para algo somos inmunitas.
En eso llevaba razón. Realmente, podíamos ver si cabría la posibilidad de tener un accidente o que la guardia civil nos detuviera por exceso de velocidad.
Las luces de las farolas se desdibujaban dejando un pequeño destello a su paso, como los recuerdos, como el tiempo. Fugaz. Los árboles parecían no llegar a su destino, demasiado lentos para la vida. Mi vida. Nuestra vida. Las líneas discontinuas de la carretera parecían unirse en una sola y no separarse nunca jamás. Pero luego reducía la velocidad y volvían a la realidad. Ahí estaba la separación de cada una de ellas. Como siempre había tenido que ser. ¿Nuestro amor? Una lágrima descontrolada discurrió por mi rostro.
-Estás demasiado callada. ¿Qué te pasa? – preguntó Ángel mientras intentaba buscar mi cara por el espejo del copiloto.
Disimuladamente me sequé esa gota y le ayudé a encontrar mi rostro. Esbocé mi sonrisa más sincera.
-Nada. Es solo que estoy un poco ansiosa por llegar ya.
Ángel no cambió de expresión pero su conversación dio un salto completamente distinto.
-Sí. Yo también estaría así. Guille ya te está olvidando y tú te estás empezando a arrepentir de lo que hiciste. Vamos, que estás celosa de Mabel.
Sandra bajó el volumen de la radio hasta casi al mínimo. Apartó la mirada de la carretera para mirar a Ángel con rostro de incredulidad.
-¡Sandra por Dios! ¿Quieres mirar a la carretera? – bufó Ángel.
-Joder pues no sueltes esa gilipollez tan de repente. – volvió a prestar atención al asfaltado.
La carretera estaba totalmente desierta, a pesar de ser viernes. Solo un par de coches, a parte de los nuestros, nos seguían. Posiblemente gente de la residencia.
-¿Qué pasa? He dicho la verdad. ¿No? – Se giró lo máximo que pudo sobre el asiento para poder fijar su mirada en mí.
-Lo siento. – me encogí de hombros. – Pero no es así. Ni siquiera te has acercado. Estoy realmente contenta de que Guille comience a dejar de pensar en mí y se fije en la que realmente lo querrá de verdad.
-¿Entonces? – Encontré los ojos de Sandra en el espejo retrovisor.
-No sé… - moví la cabeza bruscamente. – Ha sido un bajón. Pero ya está. Es viernes, vamos a salir todos juntos y nos lo vamos a pasar de lujo. ¡Dale volumen a la radio!
Me di cuenta entonces que no servía de nada ponerse nostálgica. Esta noche había que disfrutarla y pasárselo a lo grande. Olvidarse de todo. Además, ¿Por qué me ponía así? Nada estaba perdido aún… ¿No? Fuera como fuese, hoy no dejaría que mis sentimientos me abrumasen e impidieran que pudiese disfrutar.
Sandra subió el volumen a tope y la canción de I've got a feeling de Black Eyed Peas suprimió cualquier pensamiento de los que estábamos en el coche. Comenzamos a saltar y a bailar dentro de él, haciendo cambios de luces y tocando el claxon al ritmo de la música.
Treinta segundo después, Lucas se puso a nuestra altura en el carril de al lado. Bajamos las ventanillas y comenzamos una guerra de volumen. Me desplacé hacia el lado opuesto y saqué la cabeza fuera de la ventanilla dejando que el frío viento de la prematura noche me azotase en mi cara haciéndome volver a la realidad. Cristina sacó también la suya y el brazo derecho que lo agitaba al ritmo de la música del Seat. Sin ningún motivo comencé a gritar y a reírme a carcajadas. Guille se hizo un hueco en la ventanilla y comenzó a mover la cabeza hacia delante y atrás siguiendo los bum de la canción. Sandra sacó la mano izquierda y levantó el dedo corazón mientras dejaba atrás la vista de la carretera y sacaba la lengua al coche de Lucas.
Desmadre total. Risas, insultos, amenazas, más risas, acelerones, temblores del coche, carcajadas… No existía nada más. Estaba disfrutando como nunca antes lo había hecho con los amigos. Jamás me había sentido igual, jamás había salido con tanta gente y ahora que lo estaba experimentando, era algo inmejorable.
Conforme fuimos acercándonos a la ciudad, fueron reduciendo la velocidad y ocupando un solo carril. No sabía por qué motivo, pero el hecho de estar de nuevo en aquel lugar, hacía que mi corazón comenzara a palpitar rápido. Durante el camino, un subidón de adrenalina se había incorporado a mi sangre, estaba exaltada, emocionada.
Diez minutos después, ya habíamos llegado y aparcado en el Parking del cine.
-Hemos ganado nosotros. – gritó Lucas nada más al salir del coche.
-¡Qué dices! Nosotros llevábamos mejor el ritmo y se escuchaba más. – contrapuso Sandra mientras nos acercábamos a la taquilla de entradas.
-¡Ja! No te lo crees ni tú. Apuesto a que mi coche alcanza más velocidad que el tuyo. – fanfarroneó de nuevo Lucas con las cejas arqueadas y su rostro de superioridad.
-¿Y eso qué tiene que ver con la música? – hablamos todos a una. Lucas tardó en contestar. Luego se encogió de hombros.
-No lo sé. Pero siempre tiene que llevar ella la razón. – señaló con el dedo Sandra y se cruzó de brazos.
-O sea, que aceptas que os hemos ganado en cuestión de ritmo ¿no?
-Bah… lo que tú digas.
La entrada del cine estaba demasiado envejecida. Una fachada mal pintada grisácea con restos de grafitis, el nombre en neones arriba del porche que le aportaba un toque pobre al cine, la iluminación de las farolas era descolorida, había una doble puerta negra bastante deteriorada y un olor en la zona… un tanto peculiar que no sabría definir. Mi rostro descifraba todo lo que estaba pensando.
-Tranquila, ahora verás. – me golpeó suavemente la espalda Ángel. Me encogí de hombros.
La verdad no esperaba mucho de ese lugar. Se veía un cine elemental, malogrado. Dudaba de lo que pudiese dar de sí ese sitio tan… maloliente. Las puertas se abrieron de par en par y parecí estar en un sitio totalmente distinto a lo que había fuera. Una enorme sala oscurecida recubierta por estrellas brillantes en el techo recorría toda la habitación. La moqueta de color cielo noche era agradable al tacto de los zapatos con el suelo. Carteles gigantes de películas estaban situados de manera estratégica para que fuesen vistos a primera vista, una enorme pantalla de televisión anunciaba los tráileres más famosos. A la izquierda de la sala había un stand de golosinas junto a una gran cola de personas esperando en la caja registradora para pagar nerviosos por la lentitud de la dependienta. Una niña tiraba del abrigo de su madre para preguntarle cuánto quedaba para que empezara la película. Un padre de familia miraba desesperado el reloj continuamente. Un grupo de adolescentes se burlaban de la cajera. Todo era un caos pero sin embargo, se respiraba un ambiente acogedor.
A la derecha de la entrada se encontraban las taquillas. Una doble cola recorría la mayor parte de la sala. El jaleo que estaba formando una pandilla de chavales de unos trece años llamaba toda la atención. Flashes de cámara, risotadas por todo lo alto, puñetazos y palabrotas a voces limpias impacientes por sacar las entradas.
-Sí, muy bonito el cine pero así no llegamos a la película ni de coña. ¿A quién se le ocurrió la maravillosa idea de llegar diez minutos antes sin haber sacado las entradas? – ironicé volviendo los ojos hacia arriba mientras nos colocábamos en el último de la fila.
Lucas sin embargo, se dirigió directamente a una maquina que había al lado del taquillero. Introdujo una tarjeta y tecleó una serie de números. La máquina imprimió una serie de papeles. Los cogió y se dirigió hacia nosotros con los papelitos en la mano revoloteando.
-Si no recuerdo mal… mmm… ¡Ah, sí! A ti. – me sonrojé tanto que notaba mis mejillas arder. – Pero si no llega a ser por esta mente tan privilegiada que piensa con lógica, es verdad que no hubiésemos podido verla. – Agitó varias veces de nuevo las hojas. – Aquí están nuestras entradas. 7 exactamente, para ver Avatar en 3D. Sala… - hojeó rápidamente – sala 10. Quedaban pocos asientos la verdad.
-Oh Lucas, ¿qué haríamos sin ti? – Cristina habló con claro sarcasmo mientras nos acercábamos al puesto de las palomitas que estaba al fondo de la sala. También lleno de gente.
-Lo sé, lo sé. No hace falta que me lo digáis. De nada.

A pesar de las 3 horas de película, salí con una gran satisfacción. Era la mejor película que había visto y no lo pensaba yo sola. Todos los críticos del cine estaban de acuerdo conmigo. Además me infundió un gran abismo de esperanza que hasta ahora creía haber empequeñecido. De nuevo la vocecita volvía a ser un poco más alta. Hoy. Creí oír. Pero debió de ser mi imaginación.
-¡Vaya peliculón! Esto es una película de verdad, no las chorradas romanticonas que sacan. – Ángel daba pequeños saltos de un lado a otro emocionado.
-Ahora nos podemos morir tranquilos. – bromeó Cristina. Soltamos una carcajada a una.
-Joder… anda que tú también las cosas que se te ocurren… - Mabel puso los ojos en blanco y movió la cabeza de un lado a otro.
-Es Cristina. Ella y sus ocurrencias. – simplifiqué. Todos asintieron mientras la aludida ensanchaba una sonrisa de oreja a oreja.
Fuimos avanzando hacia la salida. El cine parecía una auténtica leonera. Aún había llegado más gente, palomitas por los suelos, personales de la limpieza recogiendo detrás de los más patosos con sus enormes cubos de palomitas, flashes de cámara por todos los lados, llantos de niños desesperados. Estaba muy bien decorado y era totalmente fantástico, pero debía de ser el único cine en todos los alrededores. Me estaba empezando a agobiar y necesitaba salir de aquí.
-Bueno yo no sé vosotros, pero tengo un hambre… - suerte que Guille se adelantó y nos sacó de aquel barullo.
-¿En serio? Pero si te has comido un paquete extra gigante de palomitas y casi un litro de Coca-Cola.
Volvimos a aquella vía maloliente y envejecida que me recordaba la vida real. La oscuridad era mucho más pronunciada y las temperaturas habían bajado de nuevo.
-Pero de eso hace ya tres horas. Además mi cuerpo me pide comida de verdad, no porquerías.
-Conozco un restaurante italiano por aquí cerca que está para chuparse los dedos. Y de precio asequible. – Informó Sandra.
Conforme íbamos avanzando, las calles se hacían más coloridas. Había más movimiento de turistas, las voces de los camareros se oían gritar a los cocineros, los coches pasaban con más velocidad, las aceras se iban ensanchando. Estábamos llegando a pleno centro de la ciudad.
Pronto llegamos a aquel garaje. Aquellas calles ahora tan llenas de gente, pero tan vacías para mí. Todo había cambiado mucho desde la última vez. Mi corazón latía con fuerza pero mi respiración se hacía cada vez más difícil. Notaba como me faltaba el aire, cómo mis músculos cada vez se tornaban más torpes. Demasiados recuerdos de golpe, demasiadas sensaciones a la vez, demasiado dolor. ¿Por qué justo hoy? ¿Por qué tenía que añorarlo tanto ahora? ¿Por qué había decidido mi corazón gritar de angustia en este día?
Suerte que mis amigos estaban metidos en sus travesuras haciéndose pasar por extranjeros que preguntaban tonterías a los paseantes. Volver a ver aquella callejuela estrecha, aquella donde me despedí de él, de sus besos, de su olor… esa calle donde había vuelto al mundo paralelo. Y allí nos encontrábamos los dos, abrazados y enamorados. Parecía rememorar la escena desde otro punto de vista, como las visiones. Pero sabía que esto no era una visión, era un recuerdo… y estaba en mi imaginación.

Durante la comida luché con todas mis fuerzas para intentar apartar a un lado todo lo que sentía, todo lo que me producía dolor. No sabía cuánto iba a durar encerrando todos mis sentimientos apáticos en un baúl y sacando los más positivos. Eran demasiadas emociones, demasiados recuerdos que tenía de la ciudad junto a él, pero no podía permitirme el lujo de llegar a la ansiedad por el camino más fácil. Si la melancolía llegaba a mí, antes tenía que pasar por una montaña de euforia, de alegría, de diversión… mientras tanto, aproveché todo lo que pude.
Cuando ya terminamos de comer y estábamos esperando la cuenta, éramos los últimos, el cocinero de aquel restaurante de lujo, un tipo joven, esbelto, algo bajito y de unos ojos color miel se asomó por el arco que comunicaba la cocina con la zona de la barra y se fijó en nuestra mesa. Volvió a meterse para dentro, se quitó el gorro reglamentario, el delantal, cambió la camisa blanca del uniforme por una camiseta sencilla azul claro y los pantalones por unos vaqueros. Se arregló el pelo y salió hacia la barra. Mientras los camareros recogían las últimas mesas y colocaban las sillas encima de éstas, el cocinero preparó algún coctel que no pude identificar y rellenó 8 copas de esa bebida rojiza. Decoró las copas con azúcar en los filos y sombrillas llamativas. Las colocó en una bandeja y se dirigió hacia nosotros con una sonrisa muy amable.
-Tomad chicos, cortesía de la casa. – Las repartió a cada uno de nosotros mientras estábamos todos con una cara de perplejidad salvo Sandra que miraba fijamente al cocinero y esbozaba su sonrisa atractiva.
-Muchas gracias Javi, no hacía falta.
-Tranquila Sandra, que yo también me he preparado uno. Hoy hemos tenido un día ajetreado. – la voz de Javi era sensual.
Todos los demás clavamos la mirada en Sandra para que nos explicara la razón de esta deliciosa invitación. Sin pensármelo dos veces me lo bebí del tirón. Segundos después, un ardor insaciable recorría mi garganta dejándomela desgarrada. Quizá con el alcohol ese baúl estuviese más seguro.
-Chicos, os presento a Javi. Fue… bueno, un amigo especial en el instituto. – Los ojos tanto de Javi como de Sandra brillaban como las estrellas perdiéndose en el mundo pasado.
-¿Qué tal? Espero que os haya gustado la comida.
-Estaba buenísima. Sentimos ser los últimos. – Sandra se disculpó. Su cara reflejaba total felicidad.
Ambos mantuvieron la mirada fija durante minutos sin decir palabras. Éramos testigos de un reencuentro especial, un evoco a los sentimientos olvidados. Un momento doloroso para mí, demasiado parecido a mi vida pasada. Ojos esmeraldas. Lucas apartó el vaso a un lado con disimulo. Sin darme tiempo a preguntar, mi cuerpo se abalanzó sobre su copa y me la bebí de otro trago. Mi garganta parecía la chimenea de un volcán.
-Parece que a tu amiga le ha gustado. Es bastante fuerte. Yo al menos con tres de estos ya comienzo a perder la coordinación y más si me los bebo así de rápido. – Javi ya se había sentado al lado de Sandra y charlaba animadamente con los demás.
¿Qué bebida alcohólica sería? Estaba buenísima. Además me había tomado el de Lucas porque era el que tenía que conducir. Y ahora que lo pensaba, Sandra tampoco podía tomárselo. Con una sonrisa malvada, capté a una velocidad sobrehumana la copa de Sandra antes de que se la llevara a los labios.
-Lo siento. Lo dice la tele, si bebes no conduzcas. Y si no conduces… ¿Quién nos lleva? Es por tu bien. – empecé a reírme a carcajadas sin motivo alguno.
Notaba mis mejillas arder y cómo poco a poco una avalancha de alegría me iba inundando. Javi preparó más cocteles de distintos tipos, cada uno de un color diferente, con una decoración diferente. Me bebí uno tras otro sin pensar en el futuro, en el pasado, en el presente. Las carcajadas iban cada vez a mayor y me acompañaban mis amigos, incluido Sandra y Lucas. No sé en qué momento pasó pero me subí encima de una de las mesas del restaurante y comencé a bailar exageradamente. Mi camisa se fue desabrochando por mi mano que no controlaba. Los chicos se acercaron alrededor de la mesa alzando las copas arriba.
-¡La camisa! ¡Quítate la camisa! – creí oír gritar a Guille.
Por un instante fui consciente de lo que estaba haciendo y le señalé mi dedo corazón. Comencé a saltar hasta tal punto que la mesa amenazó con deshacerse en pedazos. Bajé por miedo a hacerme daño y comencé a darle abrazos a todo el mundo. El que mejor olía era Ángel. Ellos, ebrios como estaban, me correspondían e incluso intercambiamos besos en la mejilla. Más cariñosos que nunca, más afectos de lo debido. A Cristina le había entrado el bajón y estaba sentada en una silla con la cabeza entre las piernas. Demasiado alcohol, demasiada rapidez, demasiada ausencia de borrachera. Lucas bailaba sin música al ritmo de Michael Jackson, Guille hablaba más de lo normal, Sandra desapareció con Javi por la cocina, Mabel y yo nos reíamos sin motivo alguno con tan solo mirarnos y Ángel aplaudía a Lucas.

Y así pasaron las dos horas más desmadradas desde hacía mucho tiempo. Poco a poco los efectos del alcohol fueron reduciendo pero conservando aún la vista borrosa y la falta de coordinación. Sandra apareció a las dos horas con el pelo alborotado y la camisa mal abrochada.
-Bueno… no hemos pagado la cuenta. – balbuceó Mabel entre los enredos de su propia lengua.
-Invita la casa. Un día es un día. – Habló Javi con rubor pero una felicidad que saltaba a la vista.
-¿Visteis? Por eso os dije que comiésemos aquí. Sabía lo que iba a ocurrir. – Sandra nos guiñó un ojo mientras Javi se alejaba retirando las copas de la mesa.
Muy a nuestro pesar nos marchamos del restaurante dejando atrás un cocinero recogiendo aquel desastre que habíamos dejado a nuestro paso. Aunque segundos después, echó la verja y apagó las luces.
Las calles parecían ahora desiertas. Algún que otro coche pasaba rápidamente con la música a tope. El silencio de la madrugada gritaba una noche distinta. Me fijé en cada uno de mis amigos y ninguno seguía las líneas rectas de los bloques de piedra de la acera, incluida yo. Nos abrazamos los unos a los otros para mantenernos derechos. Caminábamos sin rumbo, sin fijarnos, sin importarnos, sin importarme. Buscamos bares abiertos, pero no era la zona adecuada de la ciudad. Mientras andábamos, Guille rompió el abrazo masivo y salió disparado hacia la maleza de decoración de la calle para sacar hasta el desayuno de esta mañana. Al ver tal escena comenzamos a reírnos a carcajadas. Seguidamente, Ángel lo acompañó. Fuimos avanzando. Perdí la mirada periférica y solo estaba centrada en mis pasos, en el suelo. Ellos eran los que me guiaban. La cabeza me daba demasiado vueltas como para mirar hacia delante. Mi estómago rugía y me arañaba. Mis sentidos estaban inmunizados. Mi mente no pensaba con coherencia.
Pude percibir un pequeño cambio en el ambiente. Un frescor más refrescante me azotó en mi rostro. El sonido de la gravilla al pisar despertó algo en mí. El ruido de las hojas al chocar a causa del viento. El repiqueteo de una fuente. La gran cantidad de árboles que se encontraban en aquel lugar. Forcé a mi cabeza a levantarse y observar donde me encontraba.
Como una jarra de agua fría hubiese caído sobre mí, desperté de aquella borrachera y todos los efectos del alcohol desaparecieron a una al ver donde estaba. No podía ser. No podía ser cierto. ¿Cómo había permitido llegar hasta aquí? ¿Cómo no me había dado cuenta hacia donde nos dirigíamos? De repente, el baúl que creía haber callado saltó en pedazos dejando salir todos los sentimientos relacionado con Aarón. Me separé de mis amigos y caminé sola por aquellos senderos apenas iluminados dejándome llevar por mi instinto. La vocecita que hasta ahora había permanecido callada empezó a gritar de nuevo. Escúchame. Solté un grito ahogado. Moví la cabeza bruscamente de un lado a otro y seguí caminando embrujada.