4 CONFESIÓN
De nuevo el despertador. Otra noche sin soñar, otra noche distinta a las demás. Tenía los ojos hinchados. Unas ojeras que me llegaban al suelo, un mal sabor de boca y no tenía fuerzas para levantarme. La verdad era que últimamente no estaba en mis mejores momentos de belleza, pero me sentía más renovada, un poco más en paz conmigo misma.
Mi cuerpo no me daba energía suficiente para levantarme, pero tenía que hacerlo. Hoy. Hoy sería el día el cual me proclamarían la loca de Walterville. Pensaba contarle todo. No sé donde, no sé cómo, no sé cuándo y no sé con qué fuerzas. Pero hoy se lo diría.
Ya no seguía enfadada con mis padres, de hecho, les estaba agradecida por ayudarme a expulsar lo que había estado aguantando tantos días. Aunque claro, eso ellos no lo sabían. Sin embargo, ese orgullo de hija no se podía remediar y aún permanecía ese resquemor de la noche anterior. No iba a bajar a desayunar, pero mientras que me vestía no pude evitar tener que sentarme para no desmayarme. Así que bajé. Ellos estaban allí sentados en la mesa de la cocina. Como siempre. Al lado de la puerta - siempre a la derecha - y pegados a la pared, por lo que entré en la cocina, les volví la espalda, cogí leche de la nevera - que estaba en el lado izquierdo de la puerta - el Nesquik y los cereales que se encontraban en frente de ésta y me largué al salón a desayunar. Al menos algo de fibra serviría para darme energía. Me comí los cereales mientras veía en la tele las noticias de la mañana. Aquella tele de tanta calidad, la cual nos habíamos pasado días y días sentados en este mismo sofá viendo películas sin parar. Aquellos momentos en los que yo aún no había cambiado, en los que aún no había soñado…
Me marché al instituto sin despedirme de ellos. Dejé la caja de cereales y el vaso de leche encima de la mesa, junto con la figurita de duendes que compré cuando nos mudamos allí, el recuerdo del viaje a Londres y los mandos de… a saber para que eran cada uno. Total, ya los vendría a recoger Lola, la limpiadora de la casa.
El estado en el que me encontraba no lo podía explicar con palabras. Sentía una especie de angustia porque no sabía cómo iría a reaccionar Aarón, satisfacción porque dejaría de atormentarme, ya que esperaba que él me diese la respuesta. Inquietud porque no sabía de qué manera podría responder por el hecho de estar cerca de él… Eran muchos sentimientos a la vez y se hacían más fuerte conforme me iba acercando al instituto. Cada árbol que veía lo envidiaba.
Las plantas. Ellas solo se tienen que preocupar de captar luz para realizar la fotosíntesis. No tienen una conciencia que les diga que lo ha hecho mal por no haber captado suficiente luz, no tienen de que preocuparse por no vestir adecuadamente, no son capaces de añorar a otra planta que se fue de su lado, no tienen que enfrentarse a sus problemas… Simplemente permanecen ahí selladas al sustrato. Algunas se mueven por los mares, ríos y lagos pero nunca se sienten culpables por no haber elegido bien el río correcto.
Final e irremediablemente llegué al Walter college. ¿Debería esperar al recreo, o me esperaba a la salida? Decidí que ninguna de las dos opciones cuando Aarón pasó al lado mío ignorándome completamente. Automáticamente me empezó a doler la cabeza. Estas jaquecas me estaban matando. Pero poco a poco ya me estaba acostumbrando.
De nuevo el despertador. Otra noche sin soñar, otra noche distinta a las demás. Tenía los ojos hinchados. Unas ojeras que me llegaban al suelo, un mal sabor de boca y no tenía fuerzas para levantarme. La verdad era que últimamente no estaba en mis mejores momentos de belleza, pero me sentía más renovada, un poco más en paz conmigo misma.
Mi cuerpo no me daba energía suficiente para levantarme, pero tenía que hacerlo. Hoy. Hoy sería el día el cual me proclamarían la loca de Walterville. Pensaba contarle todo. No sé donde, no sé cómo, no sé cuándo y no sé con qué fuerzas. Pero hoy se lo diría.
Ya no seguía enfadada con mis padres, de hecho, les estaba agradecida por ayudarme a expulsar lo que había estado aguantando tantos días. Aunque claro, eso ellos no lo sabían. Sin embargo, ese orgullo de hija no se podía remediar y aún permanecía ese resquemor de la noche anterior. No iba a bajar a desayunar, pero mientras que me vestía no pude evitar tener que sentarme para no desmayarme. Así que bajé. Ellos estaban allí sentados en la mesa de la cocina. Como siempre. Al lado de la puerta - siempre a la derecha - y pegados a la pared, por lo que entré en la cocina, les volví la espalda, cogí leche de la nevera - que estaba en el lado izquierdo de la puerta - el Nesquik y los cereales que se encontraban en frente de ésta y me largué al salón a desayunar. Al menos algo de fibra serviría para darme energía. Me comí los cereales mientras veía en la tele las noticias de la mañana. Aquella tele de tanta calidad, la cual nos habíamos pasado días y días sentados en este mismo sofá viendo películas sin parar. Aquellos momentos en los que yo aún no había cambiado, en los que aún no había soñado…
Me marché al instituto sin despedirme de ellos. Dejé la caja de cereales y el vaso de leche encima de la mesa, junto con la figurita de duendes que compré cuando nos mudamos allí, el recuerdo del viaje a Londres y los mandos de… a saber para que eran cada uno. Total, ya los vendría a recoger Lola, la limpiadora de la casa.
El estado en el que me encontraba no lo podía explicar con palabras. Sentía una especie de angustia porque no sabía cómo iría a reaccionar Aarón, satisfacción porque dejaría de atormentarme, ya que esperaba que él me diese la respuesta. Inquietud porque no sabía de qué manera podría responder por el hecho de estar cerca de él… Eran muchos sentimientos a la vez y se hacían más fuerte conforme me iba acercando al instituto. Cada árbol que veía lo envidiaba.
Las plantas. Ellas solo se tienen que preocupar de captar luz para realizar la fotosíntesis. No tienen una conciencia que les diga que lo ha hecho mal por no haber captado suficiente luz, no tienen de que preocuparse por no vestir adecuadamente, no son capaces de añorar a otra planta que se fue de su lado, no tienen que enfrentarse a sus problemas… Simplemente permanecen ahí selladas al sustrato. Algunas se mueven por los mares, ríos y lagos pero nunca se sienten culpables por no haber elegido bien el río correcto.
Final e irremediablemente llegué al Walter college. ¿Debería esperar al recreo, o me esperaba a la salida? Decidí que ninguna de las dos opciones cuando Aarón pasó al lado mío ignorándome completamente. Automáticamente me empezó a doler la cabeza. Estas jaquecas me estaban matando. Pero poco a poco ya me estaba acostumbrando.
-¿Vamos a dar una vuelta? No tengo prisas por entrar a Historia. – le ofrecí a Natalia con mi cara inocente.
-Vale. – Se encogió de hombros ante mi interés. – A ver si vemos a Pablo. – añadió sonriente al pensar mejor la opción.
-Vale. – Se encogió de hombros ante mi interés. – A ver si vemos a Pablo. – añadió sonriente al pensar mejor la opción.
Casualmente, o no, Pablo estaba en la misma clase que él, por lo que fue fácil encontrarlo en el pasillo mientras esperaba a que llegara el profesor. Natalia se puso a hablar con Pablo y yo, con todo el valor que fui capaz, pasé delante de Aarón y hablando apenas en un susurro le dije:
-Sígueme – mi voz fue apenas audible por lo que volví la mirada hacia atrás para comprobar si me había oído y me seguía. Gravísimo error que cometí. Ya que nuestras miradas se cruzaron y el mundo pareció detenerse. Pero seguí. No sé cómo, ni sé con qué fuerzas. Pero seguí adelante.
Quería un lugar sin gente que nos viera, ya que si ocurría como el otro día, no podría aguantar tal dolor de cabeza y tendría que tirarme al suelo. Ahora estaba todo el edificio lleno de alumnos esperando a sus profesores. No había lugar sin multitud, por lo que tendría que saltarme la primera clase, y él también. Aunque ello conllevara otro sermón de mis padres. Lo llevé fuera al banco más alejado del edificio de bachillerato. Una de las ventajas del instituto. No podían vernos al tener tantas extensiones de césped. Una vez allí, los dos solos, el dolor de cabeza se me hizo casi insoportable que la otra vez, pero ahora no me podía rendir y acabar allí tirada al suelo antes de contarle todo.
-Sígueme – mi voz fue apenas audible por lo que volví la mirada hacia atrás para comprobar si me había oído y me seguía. Gravísimo error que cometí. Ya que nuestras miradas se cruzaron y el mundo pareció detenerse. Pero seguí. No sé cómo, ni sé con qué fuerzas. Pero seguí adelante.
Quería un lugar sin gente que nos viera, ya que si ocurría como el otro día, no podría aguantar tal dolor de cabeza y tendría que tirarme al suelo. Ahora estaba todo el edificio lleno de alumnos esperando a sus profesores. No había lugar sin multitud, por lo que tendría que saltarme la primera clase, y él también. Aunque ello conllevara otro sermón de mis padres. Lo llevé fuera al banco más alejado del edificio de bachillerato. Una de las ventajas del instituto. No podían vernos al tener tantas extensiones de césped. Una vez allí, los dos solos, el dolor de cabeza se me hizo casi insoportable que la otra vez, pero ahora no me podía rendir y acabar allí tirada al suelo antes de contarle todo.
-Siéntate, por favor. – pronuncié como podía. Sus movimientos eran muy lentos. Se producían con sumo cuidado y parecía realmente asustado. Estaba mirando al suelo y sus manos estaban aferradas a la última barra de madera del banco. Allí, sentado, encogido, parecía tan frágil, tan pequeño… no parecía en absoluto aquel muchacho que me provocaba esas sensaciones, ese frío, ese miedo. Su pelo estaba despeinado. Puntas rebeldes en contra de la gravedad y su ropa no era una de las mejores que podía sacar. Parecía que no había pasado muy buena noche.
-A ver, como empiezo… digamos que me está costando mucho hablarte, muchísimo, no sabes hasta que punto, pero tengo que hacerlo.
-Si tanto te cuesta, ¿por qué me has traído aquí tan alejado de la gente? – seguía mirando al suelo.
-Porque no es una cosa muy simple de explicar. – Oh joder, no sabía por dónde empezar, me tomaría como una loca de las de manicomio – Hasta hace un par de semanas o más, las cosas eran normales y corrientes, dentro de lo que cabe en este instituto. Pero de un día para otro…me sucedió una cosa muy extraña… - largo silencio incómodo, pero él esperaba a que prosiguiera – sentí como algo había cambiado en el ambiente del instituto, me sentía asustada, precavida, hasta veía a la gente esconderse de algo que ni siquiera sabían de que se trataba, cuando de repente encontré la respuesta, tú. – Aunque seguía mirando hacia el suelo se puso rígido como una piedra. – Me encontré contigo mientras esperaba a Natalia, nuestras miradas se cruzaron y sé que tú también sentiste ese flujo de emociones que sentí yo aquella vez.
>> Puede que me tomes por loca, y estás en todo tu derecho, pero yo lo tengo que contar. Entonces a partir de ahí, cada vez que te veía o incluso cuando estabas lejos de mí, sentía un fuerte dolor de cabeza, y aún lo sigo sintiendo, no sabes cuánto me cuesta hablar en este momento. Cada vez que nos miramos, que hablamos, que nos tocamos sin querer, siento ganas de alejarme de ti, de huir, siento que estoy en peligro y que toda la gente que me rodea también. No sé qué es esto, me lleva angustiando mucho tiempo y no sé cuanto podré aguantar. Quiero creer que no eres una persona mala, que todo lo que me pasa es cosa de mi imaginación. Ahora solo te pido que si tienes alguna explicación por lo que me pasa esto, dímelo por favor, estoy realmente preocupada, no sé si me estoy volviendo loca, si de verdad ocurre este dolor de cabeza o yo que sé, pero te lo suplico, si te he contado todo esto ha sido para que me ayudes. Eres la única persona que lo sabe y creo la única que podría ayudarme. – Me había saltado lo de la visión, lo de soñar todos los días, lo petrificada que me quedaba. Ya le había soltado una bomba, no podía soltarle un misil.
-A ver, como empiezo… digamos que me está costando mucho hablarte, muchísimo, no sabes hasta que punto, pero tengo que hacerlo.
-Si tanto te cuesta, ¿por qué me has traído aquí tan alejado de la gente? – seguía mirando al suelo.
-Porque no es una cosa muy simple de explicar. – Oh joder, no sabía por dónde empezar, me tomaría como una loca de las de manicomio – Hasta hace un par de semanas o más, las cosas eran normales y corrientes, dentro de lo que cabe en este instituto. Pero de un día para otro…me sucedió una cosa muy extraña… - largo silencio incómodo, pero él esperaba a que prosiguiera – sentí como algo había cambiado en el ambiente del instituto, me sentía asustada, precavida, hasta veía a la gente esconderse de algo que ni siquiera sabían de que se trataba, cuando de repente encontré la respuesta, tú. – Aunque seguía mirando hacia el suelo se puso rígido como una piedra. – Me encontré contigo mientras esperaba a Natalia, nuestras miradas se cruzaron y sé que tú también sentiste ese flujo de emociones que sentí yo aquella vez.
>> Puede que me tomes por loca, y estás en todo tu derecho, pero yo lo tengo que contar. Entonces a partir de ahí, cada vez que te veía o incluso cuando estabas lejos de mí, sentía un fuerte dolor de cabeza, y aún lo sigo sintiendo, no sabes cuánto me cuesta hablar en este momento. Cada vez que nos miramos, que hablamos, que nos tocamos sin querer, siento ganas de alejarme de ti, de huir, siento que estoy en peligro y que toda la gente que me rodea también. No sé qué es esto, me lleva angustiando mucho tiempo y no sé cuanto podré aguantar. Quiero creer que no eres una persona mala, que todo lo que me pasa es cosa de mi imaginación. Ahora solo te pido que si tienes alguna explicación por lo que me pasa esto, dímelo por favor, estoy realmente preocupada, no sé si me estoy volviendo loca, si de verdad ocurre este dolor de cabeza o yo que sé, pero te lo suplico, si te he contado todo esto ha sido para que me ayudes. Eres la única persona que lo sabe y creo la única que podría ayudarme. – Me había saltado lo de la visión, lo de soñar todos los días, lo petrificada que me quedaba. Ya le había soltado una bomba, no podía soltarle un misil.
Seguía rígido, aferrado con todas sus fuerzas, se le notaba las venas de los brazos musculosos, empezó a temblar. Todo el banco retumbaba, comenzó tener convulsiones. Hice el ademán de acercarme a ayudarle pero no tuve tiempo. Sus ojos chocaron con los míos, ya no eran verdes esmeralda, eran grises como el lápiz al escribir sobre el papel, algo se despertó en él, una llamarada de poder, unas ansias de matar. El dolor fue insoportable, me caí al suelo, aterrorizada. Se levantó, sus ojos enfurruñados atravesaron los míos. Yo no podía moverme ni un milímetro, él estaba allí, de pie, con sus ansias de maltratar jadeando y yo tirada, con las manos apoyadas en el suelo detrás de la espalda, las rodillas dobladas y mis ojos apenas abiertos.
De repente, sentí que mi mente abandonaba mi cuerpo. Se había despegado de mi cerebro, de mi alma. No sabía quién era, a quién conocía, no respondía a mis movimientos. No era capaz de establecer contacto conmigo misma. En ese preciso momento, me sentí planta. Pero esa sensación duró poco, ya que pude notar como algo distinto se introducía dentro del lugar donde antes estaba mi mente. No era yo. Alguien se había apoderado de mi cuerpo. Cada movimiento que hacía estaba guiado por otra persona que lo controlaba por mí. Me sentía muy frustrada. Quería correr. Quería pegarme a mi misma para ver si lo podía sacar de mí , pero era inútil. Me sentía justo como cuando me sentí en el sueño donde comenzó toda esta historia. Una mísera pelusa que era controlada por alguien superior. En contra de mi consentimiento, me levanté. Parecía haber recobrado todas las fuerzas de una sola pasada, sentía la energía fluir por la sangre. Me sentía vívida, flotante, mas no era yo la que estaba cogiendo esa piedra que estaba al lado del banco. Era enorme. Debería pesar más de diez kilos, si hubiera sido yo misma, estoy segura de que no hubiera podido levantarla. Antes de elevarla, miré hacia atrás donde estaba Aarón. Seguía con el entrecejo fruncido, los ojos grises y la mano levantada hacia mí. Acto seguido, me inundó una ola de poder. Sin pensarlo cogí la gigante piedra y sin saber por qué lo hice, me golpeé la cabeza contra ella. Caí en un estado inconsciente, donde poco a poco iba recuperando lo que me pertenecía…mi mente.
De repente, sentí que mi mente abandonaba mi cuerpo. Se había despegado de mi cerebro, de mi alma. No sabía quién era, a quién conocía, no respondía a mis movimientos. No era capaz de establecer contacto conmigo misma. En ese preciso momento, me sentí planta. Pero esa sensación duró poco, ya que pude notar como algo distinto se introducía dentro del lugar donde antes estaba mi mente. No era yo. Alguien se había apoderado de mi cuerpo. Cada movimiento que hacía estaba guiado por otra persona que lo controlaba por mí. Me sentía muy frustrada. Quería correr. Quería pegarme a mi misma para ver si lo podía sacar de mí , pero era inútil. Me sentía justo como cuando me sentí en el sueño donde comenzó toda esta historia. Una mísera pelusa que era controlada por alguien superior. En contra de mi consentimiento, me levanté. Parecía haber recobrado todas las fuerzas de una sola pasada, sentía la energía fluir por la sangre. Me sentía vívida, flotante, mas no era yo la que estaba cogiendo esa piedra que estaba al lado del banco. Era enorme. Debería pesar más de diez kilos, si hubiera sido yo misma, estoy segura de que no hubiera podido levantarla. Antes de elevarla, miré hacia atrás donde estaba Aarón. Seguía con el entrecejo fruncido, los ojos grises y la mano levantada hacia mí. Acto seguido, me inundó una ola de poder. Sin pensarlo cogí la gigante piedra y sin saber por qué lo hice, me golpeé la cabeza contra ella. Caí en un estado inconsciente, donde poco a poco iba recuperando lo que me pertenecía…mi mente.
-Pues yo los he visto salir juntos esta mañana – oí muy a lo lejos una voz femenina.
-¿Cómo va a ser eso, si a mí me han contado que Aarón ha estado a primera en clase de Matemáticas?
-Eso tiene que ser mentira, si lo han visto ir juntos por detrás del edificio, no han podido ir a primera, ninguno de los dos.
-Seguro que se ha tropezado y el muy desconsiderado la ha dejado ahí tirada.
-O ha sido él quién la ha golpeado, con esas pintas y ese carácter…
No podía soportar más aquello, tenía que darle una lección a aquellos estúpidos entrometidos, estaban hablando sin saber…entonces fue cuando caí en la cuenta de que yo tampoco. Intenté recordar qué era lo último que había hecho, ¿se supone que había ido con Aarón a solas, detrás del edificio? Eso era imposible, jamás me atrevería a estar cerca de él a menos de cinco metros y más aún solos, sin que nadie me pudiera oír si gritase. Traté de moverme pero tan solo conseguí abrir los ojos, en lo que inmediatamente se creó un silencio sepulcral. Lo que vi fue como una veintena de jóvenes ansiosos de cotilleos, el director y la enfermera del instituto, la cual esta última estaba agachada delante de mí, con sus ojos carbón fijados en los míos. Seguía en el instituto y casualmente me encontraba justamente detrás del edificio de bachillerato, como había oído hablar a esa panda de chismosos. Poco a poco la movilidad llegaba a mi cuerpo, pero la voz aún seguía perdida en el estado de inconsciencia. Después de unos dos minutos, calculados con mi mente, ya podía hablar, moverme e incluso hasta levantarme. Al hacerlo sentí como si el mundo se pusiese a girar como en un tiovivo por lo que me tuve que sentar en el césped. La enfermera me ayudó a incorporarme de nuevo.
-¿Cómo va a ser eso, si a mí me han contado que Aarón ha estado a primera en clase de Matemáticas?
-Eso tiene que ser mentira, si lo han visto ir juntos por detrás del edificio, no han podido ir a primera, ninguno de los dos.
-Seguro que se ha tropezado y el muy desconsiderado la ha dejado ahí tirada.
-O ha sido él quién la ha golpeado, con esas pintas y ese carácter…
No podía soportar más aquello, tenía que darle una lección a aquellos estúpidos entrometidos, estaban hablando sin saber…entonces fue cuando caí en la cuenta de que yo tampoco. Intenté recordar qué era lo último que había hecho, ¿se supone que había ido con Aarón a solas, detrás del edificio? Eso era imposible, jamás me atrevería a estar cerca de él a menos de cinco metros y más aún solos, sin que nadie me pudiera oír si gritase. Traté de moverme pero tan solo conseguí abrir los ojos, en lo que inmediatamente se creó un silencio sepulcral. Lo que vi fue como una veintena de jóvenes ansiosos de cotilleos, el director y la enfermera del instituto, la cual esta última estaba agachada delante de mí, con sus ojos carbón fijados en los míos. Seguía en el instituto y casualmente me encontraba justamente detrás del edificio de bachillerato, como había oído hablar a esa panda de chismosos. Poco a poco la movilidad llegaba a mi cuerpo, pero la voz aún seguía perdida en el estado de inconsciencia. Después de unos dos minutos, calculados con mi mente, ya podía hablar, moverme e incluso hasta levantarme. Al hacerlo sentí como si el mundo se pusiese a girar como en un tiovivo por lo que me tuve que sentar en el césped. La enfermera me ayudó a incorporarme de nuevo.
-¿Estás bien? Tranquila, la ambulancia viene de camino.
-Estoy bastante mareada y me duele mucho la cabeza. – Aunque esto último apenas podía darle importancia.
-Cariño te has dado un golpe en la cabeza muy fuerte. ¿Cómo has tropezado tan bruscamente?
Directamente me llevé la mano a la frente. Pude notar como un líquido caliente bajaba por mi cara y me llegaba hasta la boca. Era bastante difícil de explicar a qué sabía, pero no era muy difícil averiguar de qué se trataba, sangre.
-¡Ay! Duele…no…no recuerdo como me he caído.
-Bueno no pasa nada, tus padres también vienen hacia aquí. – Se volvió hacia el director – Señor, ¿Puede traerme más paños? Está volviendo a sangrar.
El director del Walter College fue corriendo a secretaría. Un acontecimiento casi irrepetible. Como ese hombre de cincuenta y muchos, pelo canoso, barriguita de cerveza, gafas enormes y trajeado iba corriendo para que la alumna de los padres más importantes de la ciudad no sufriera ningún daño.
Cuando ya desapareció el señor García de los oídos de los demás, la enfermera fijó de nuevo su mirada en la mía y me preguntó más seria:
-Estoy bastante mareada y me duele mucho la cabeza. – Aunque esto último apenas podía darle importancia.
-Cariño te has dado un golpe en la cabeza muy fuerte. ¿Cómo has tropezado tan bruscamente?
Directamente me llevé la mano a la frente. Pude notar como un líquido caliente bajaba por mi cara y me llegaba hasta la boca. Era bastante difícil de explicar a qué sabía, pero no era muy difícil averiguar de qué se trataba, sangre.
-¡Ay! Duele…no…no recuerdo como me he caído.
-Bueno no pasa nada, tus padres también vienen hacia aquí. – Se volvió hacia el director – Señor, ¿Puede traerme más paños? Está volviendo a sangrar.
El director del Walter College fue corriendo a secretaría. Un acontecimiento casi irrepetible. Como ese hombre de cincuenta y muchos, pelo canoso, barriguita de cerveza, gafas enormes y trajeado iba corriendo para que la alumna de los padres más importantes de la ciudad no sufriera ningún daño.
Cuando ya desapareció el señor García de los oídos de los demás, la enfermera fijó de nuevo su mirada en la mía y me preguntó más seria:
-Ahora que no nos oye, te has peleado, ¿verdad?
-¡¿Qué?! No…bueno…no lo sé, no recuerdo nada.
-Si no quieres decirme nada ya está.
-¡¿Qué?! No…bueno…no lo sé, no recuerdo nada.
-Si no quieres decirme nada ya está.
Antes de que llegara el director con los paños, la ambulancia y mis padres ya habían llegado. Los enfermeros me trataron bastante bien, me pusieron una gasa con esparadrapo, tuve que seguir la luz con una linternita pequeña y responder a unas cuantas preguntas. La pelea con mis padres del día anterior se esfumó, y cuando me vieron allí sentada y sangrando no tardaron en abalanzarse sobre mí y darme abrazos. Tuve que subirme en la ambulancia ya que el corte necesitaba puntos y si empezaba a sangrar fuertemente como antes me lo podían disminuir. El tráfico al mediodía no era muy fluido, por lo que estuvimos esperando varios semáforos y coches. No pusieron la sirena ya que no era muy grave, pero si seguíamos sin avanzar la tendrían que hacer sonar.
En la carretera donde todos los días pasaba para ir al instituto, donde estábamos ahora estancados – cuya razón desconocía, ya que no habían semáforos salvo al principio y al final de la avenida – resultaba bastante siniestra a esta hora. No había gente circulando por las aceras, parecía que todo el mundo se había reunido en el centro de la calle, a los coches le pasaba exactamente lo mismo. Pregunté a uno de los enfermeros a ver si sabían algo.
En la carretera donde todos los días pasaba para ir al instituto, donde estábamos ahora estancados – cuya razón desconocía, ya que no habían semáforos salvo al principio y al final de la avenida – resultaba bastante siniestra a esta hora. No había gente circulando por las aceras, parecía que todo el mundo se había reunido en el centro de la calle, a los coches le pasaba exactamente lo mismo. Pregunté a uno de los enfermeros a ver si sabían algo.
-¿Qué pasa ahí fuera?
-Parece que alguien ha detenido el tráfico y algunos cotillas se han parado a ver.
-¿Pero no es un policía?
-No, es un muchacho.
Aquella respuesta hizo que se me parara el corazón, entonces, caí en la cuenta. La misma calle, las mismas personas, los coches parados…Era lo que había visto en la visión y ahora se estaba cumpliendo. Tenía que ver y asegurarme si era cierto lo que estaba pasando.
-Parece que alguien ha detenido el tráfico y algunos cotillas se han parado a ver.
-¿Pero no es un policía?
-No, es un muchacho.
Aquella respuesta hizo que se me parara el corazón, entonces, caí en la cuenta. La misma calle, las mismas personas, los coches parados…Era lo que había visto en la visión y ahora se estaba cumpliendo. Tenía que ver y asegurarme si era cierto lo que estaba pasando.