miércoles, 28 de octubre de 2009

Capítulo 4. Organización.


4 CONFESIÓN
De nuevo el despertador. Otra noche sin soñar, otra noche distinta a las demás. Tenía los ojos hinchados. Unas ojeras que me llegaban al suelo, un mal sabor de boca y no tenía fuerzas para levantarme. La verdad era que últimamente no estaba en mis mejores momentos de belleza, pero me sentía más renovada, un poco más en paz conmigo misma.
Mi cuerpo no me daba energía suficiente para levantarme, pero tenía que hacerlo. Hoy. Hoy sería el día el cual me proclamarían la loca de Walterville. Pensaba contarle todo. No sé donde, no sé cómo, no sé cuándo y no sé con qué fuerzas. Pero hoy se lo diría.
Ya no seguía enfadada con mis padres, de hecho, les estaba agradecida por ayudarme a expulsar lo que había estado aguantando tantos días. Aunque claro, eso ellos no lo sabían. Sin embargo, ese orgullo de hija no se podía remediar y aún permanecía ese resquemor de la noche anterior. No iba a bajar a desayunar, pero mientras que me vestía no pude evitar tener que sentarme para no desmayarme. Así que bajé. Ellos estaban allí sentados en la mesa de la cocina. Como siempre. Al lado de la puerta - siempre a la derecha - y pegados a la pared, por lo que entré en la cocina, les volví la espalda, cogí leche de la nevera - que estaba en el lado izquierdo de la puerta - el Nesquik y los cereales que se encontraban en frente de ésta y me largué al salón a desayunar. Al menos algo de fibra serviría para darme energía. Me comí los cereales mientras veía en la tele las noticias de la mañana. Aquella tele de tanta calidad, la cual nos habíamos pasado días y días sentados en este mismo sofá viendo películas sin parar. Aquellos momentos en los que yo aún no había cambiado, en los que aún no había soñado…
Me marché al instituto sin despedirme de ellos. Dejé la caja de cereales y el vaso de leche encima de la mesa, junto con la figurita de duendes que compré cuando nos mudamos allí, el recuerdo del viaje a Londres y los mandos de… a saber para que eran cada uno. Total, ya los vendría a recoger Lola, la limpiadora de la casa.
El estado en el que me encontraba no lo podía explicar con palabras. Sentía una especie de angustia porque no sabía cómo iría a reaccionar Aarón, satisfacción porque dejaría de atormentarme, ya que esperaba que él me diese la respuesta. Inquietud porque no sabía de qué manera podría responder por el hecho de estar cerca de él… Eran muchos sentimientos a la vez y se hacían más fuerte conforme me iba acercando al instituto. Cada árbol que veía lo envidiaba.
Las plantas. Ellas solo se tienen que preocupar de captar luz para realizar la fotosíntesis. No tienen una conciencia que les diga que lo ha hecho mal por no haber captado suficiente luz, no tienen de que preocuparse por no vestir adecuadamente, no son capaces de añorar a otra planta que se fue de su lado, no tienen que enfrentarse a sus problemas… Simplemente permanecen ahí selladas al sustrato. Algunas se mueven por los mares, ríos y lagos pero nunca se sienten culpables por no haber elegido bien el río correcto.
Final e irremediablemente llegué al Walter college. ¿Debería esperar al recreo, o me esperaba a la salida? Decidí que ninguna de las dos opciones cuando Aarón pasó al lado mío ignorándome completamente. Automáticamente me empezó a doler la cabeza. Estas jaquecas me estaban matando. Pero poco a poco ya me estaba acostumbrando.

-¿Vamos a dar una vuelta? No tengo prisas por entrar a Historia. – le ofrecí a Natalia con mi cara inocente.
-Vale. – Se encogió de hombros ante mi interés. – A ver si vemos a Pablo. – añadió sonriente al pensar mejor la opción.

Casualmente, o no, Pablo estaba en la misma clase que él, por lo que fue fácil encontrarlo en el pasillo mientras esperaba a que llegara el profesor. Natalia se puso a hablar con Pablo y yo, con todo el valor que fui capaz, pasé delante de Aarón y hablando apenas en un susurro le dije:
-Sígueme – mi voz fue apenas audible por lo que volví la mirada hacia atrás para comprobar si me había oído y me seguía. Gravísimo error que cometí. Ya que nuestras miradas se cruzaron y el mundo pareció detenerse. Pero seguí. No sé cómo, ni sé con qué fuerzas. Pero seguí adelante.
Quería un lugar sin gente que nos viera, ya que si ocurría como el otro día, no podría aguantar tal dolor de cabeza y tendría que tirarme al suelo. Ahora estaba todo el edificio lleno de alumnos esperando a sus profesores. No había lugar sin multitud, por lo que tendría que saltarme la primera clase, y él también. Aunque ello conllevara otro sermón de mis padres. Lo llevé fuera al banco más alejado del edificio de bachillerato. Una de las ventajas del instituto. No podían vernos al tener tantas extensiones de césped. Una vez allí, los dos solos, el dolor de cabeza se me hizo casi insoportable que la otra vez, pero ahora no me podía rendir y acabar allí tirada al suelo antes de contarle todo.

-Siéntate, por favor. – pronuncié como podía. Sus movimientos eran muy lentos. Se producían con sumo cuidado y parecía realmente asustado. Estaba mirando al suelo y sus manos estaban aferradas a la última barra de madera del banco. Allí, sentado, encogido, parecía tan frágil, tan pequeño… no parecía en absoluto aquel muchacho que me provocaba esas sensaciones, ese frío, ese miedo. Su pelo estaba despeinado. Puntas rebeldes en contra de la gravedad y su ropa no era una de las mejores que podía sacar. Parecía que no había pasado muy buena noche.
-A ver, como empiezo… digamos que me está costando mucho hablarte, muchísimo, no sabes hasta que punto, pero tengo que hacerlo.
-Si tanto te cuesta, ¿por qué me has traído aquí tan alejado de la gente? – seguía mirando al suelo.
-Porque no es una cosa muy simple de explicar. – Oh joder, no sabía por dónde empezar, me tomaría como una loca de las de manicomio – Hasta hace un par de semanas o más, las cosas eran normales y corrientes, dentro de lo que cabe en este instituto. Pero de un día para otro…me sucedió una cosa muy extraña… - largo silencio incómodo, pero él esperaba a que prosiguiera – sentí como algo había cambiado en el ambiente del instituto, me sentía asustada, precavida, hasta veía a la gente esconderse de algo que ni siquiera sabían de que se trataba, cuando de repente encontré la respuesta, tú. – Aunque seguía mirando hacia el suelo se puso rígido como una piedra. – Me encontré contigo mientras esperaba a Natalia, nuestras miradas se cruzaron y sé que tú también sentiste ese flujo de emociones que sentí yo aquella vez.
>> Puede que me tomes por loca, y estás en todo tu derecho, pero yo lo tengo que contar. Entonces a partir de ahí, cada vez que te veía o incluso cuando estabas lejos de mí, sentía un fuerte dolor de cabeza, y aún lo sigo sintiendo, no sabes cuánto me cuesta hablar en este momento. Cada vez que nos miramos, que hablamos, que nos tocamos sin querer, siento ganas de alejarme de ti, de huir, siento que estoy en peligro y que toda la gente que me rodea también. No sé qué es esto, me lleva angustiando mucho tiempo y no sé cuanto podré aguantar. Quiero creer que no eres una persona mala, que todo lo que me pasa es cosa de mi imaginación. Ahora solo te pido que si tienes alguna explicación por lo que me pasa esto, dímelo por favor, estoy realmente preocupada, no sé si me estoy volviendo loca, si de verdad ocurre este dolor de cabeza o yo que sé, pero te lo suplico, si te he contado todo esto ha sido para que me ayudes. Eres la única persona que lo sabe y creo la única que podría ayudarme. – Me había saltado lo de la visión, lo de soñar todos los días, lo petrificada que me quedaba. Ya le había soltado una bomba, no podía soltarle un misil.

Seguía rígido, aferrado con todas sus fuerzas, se le notaba las venas de los brazos musculosos, empezó a temblar. Todo el banco retumbaba, comenzó tener convulsiones. Hice el ademán de acercarme a ayudarle pero no tuve tiempo. Sus ojos chocaron con los míos, ya no eran verdes esmeralda, eran grises como el lápiz al escribir sobre el papel, algo se despertó en él, una llamarada de poder, unas ansias de matar. El dolor fue insoportable, me caí al suelo, aterrorizada. Se levantó, sus ojos enfurruñados atravesaron los míos. Yo no podía moverme ni un milímetro, él estaba allí, de pie, con sus ansias de maltratar jadeando y yo tirada, con las manos apoyadas en el suelo detrás de la espalda, las rodillas dobladas y mis ojos apenas abiertos.
De repente, sentí que mi mente abandonaba mi cuerpo. Se había despegado de mi cerebro, de mi alma. No sabía quién era, a quién conocía, no respondía a mis movimientos. No era capaz de establecer contacto conmigo misma. En ese preciso momento, me sentí planta. Pero esa sensación duró poco, ya que pude notar como algo distinto se introducía dentro del lugar donde antes estaba mi mente. No era yo. Alguien se había apoderado de mi cuerpo. Cada movimiento que hacía estaba guiado por otra persona que lo controlaba por mí. Me sentía muy frustrada. Quería correr. Quería pegarme a mi misma para ver si lo podía sacar de mí , pero era inútil. Me sentía justo como cuando me sentí en el sueño donde comenzó toda esta historia. Una mísera pelusa que era controlada por alguien superior. En contra de mi consentimiento, me levanté. Parecía haber recobrado todas las fuerzas de una sola pasada, sentía la energía fluir por la sangre. Me sentía vívida, flotante, mas no era yo la que estaba cogiendo esa piedra que estaba al lado del banco. Era enorme. Debería pesar más de diez kilos, si hubiera sido yo misma, estoy segura de que no hubiera podido levantarla. Antes de elevarla, miré hacia atrás donde estaba Aarón. Seguía con el entrecejo fruncido, los ojos grises y la mano levantada hacia mí. Acto seguido, me inundó una ola de poder. Sin pensarlo cogí la gigante piedra y sin saber por qué lo hice, me golpeé la cabeza contra ella. Caí en un estado inconsciente, donde poco a poco iba recuperando lo que me pertenecía…mi mente.

-Pues yo los he visto salir juntos esta mañana – oí muy a lo lejos una voz femenina.
-¿Cómo va a ser eso, si a mí me han contado que Aarón ha estado a primera en clase de Matemáticas?
-Eso tiene que ser mentira, si lo han visto ir juntos por detrás del edificio, no han podido ir a primera, ninguno de los dos.
-Seguro que se ha tropezado y el muy desconsiderado la ha dejado ahí tirada.
-O ha sido él quién la ha golpeado, con esas pintas y ese carácter…

No podía soportar más aquello, tenía que darle una lección a aquellos estúpidos entrometidos, estaban hablando sin saber…entonces fue cuando caí en la cuenta de que yo tampoco. Intenté recordar qué era lo último que había hecho, ¿se supone que había ido con Aarón a solas, detrás del edificio? Eso era imposible, jamás me atrevería a estar cerca de él a menos de cinco metros y más aún solos, sin que nadie me pudiera oír si gritase. Traté de moverme pero tan solo conseguí abrir los ojos, en lo que inmediatamente se creó un silencio sepulcral. Lo que vi fue como una veintena de jóvenes ansiosos de cotilleos, el director y la enfermera del instituto, la cual esta última estaba agachada delante de mí, con sus ojos carbón fijados en los míos. Seguía en el instituto y casualmente me encontraba justamente detrás del edificio de bachillerato, como había oído hablar a esa panda de chismosos. Poco a poco la movilidad llegaba a mi cuerpo, pero la voz aún seguía perdida en el estado de inconsciencia. Después de unos dos minutos, calculados con mi mente, ya podía hablar, moverme e incluso hasta levantarme. Al hacerlo sentí como si el mundo se pusiese a girar como en un tiovivo por lo que me tuve que sentar en el césped. La enfermera me ayudó a incorporarme de nuevo.

-¿Estás bien? Tranquila, la ambulancia viene de camino.
-Estoy bastante mareada y me duele mucho la cabeza. – Aunque esto último apenas podía darle importancia.
-Cariño te has dado un golpe en la cabeza muy fuerte. ¿Cómo has tropezado tan bruscamente?
Directamente me llevé la mano a la frente. Pude notar como un líquido caliente bajaba por mi cara y me llegaba hasta la boca. Era bastante difícil de explicar a qué sabía, pero no era muy difícil averiguar de qué se trataba, sangre.
-¡Ay! Duele…no…no recuerdo como me he caído.
-Bueno no pasa nada, tus padres también vienen hacia aquí. – Se volvió hacia el director – Señor, ¿Puede traerme más paños? Está volviendo a sangrar.
El director del Walter College fue corriendo a secretaría. Un acontecimiento casi irrepetible. Como ese hombre de cincuenta y muchos, pelo canoso, barriguita de cerveza, gafas enormes y trajeado iba corriendo para que la alumna de los padres más importantes de la ciudad no sufriera ningún daño.
Cuando ya desapareció el señor García de los oídos de los demás, la enfermera fijó de nuevo su mirada en la mía y me preguntó más seria:

-Ahora que no nos oye, te has peleado, ¿verdad?
-¡¿Qué?! No…bueno…no lo sé, no recuerdo nada.
-Si no quieres decirme nada ya está.

Antes de que llegara el director con los paños, la ambulancia y mis padres ya habían llegado. Los enfermeros me trataron bastante bien, me pusieron una gasa con esparadrapo, tuve que seguir la luz con una linternita pequeña y responder a unas cuantas preguntas. La pelea con mis padres del día anterior se esfumó, y cuando me vieron allí sentada y sangrando no tardaron en abalanzarse sobre mí y darme abrazos. Tuve que subirme en la ambulancia ya que el corte necesitaba puntos y si empezaba a sangrar fuertemente como antes me lo podían disminuir. El tráfico al mediodía no era muy fluido, por lo que estuvimos esperando varios semáforos y coches. No pusieron la sirena ya que no era muy grave, pero si seguíamos sin avanzar la tendrían que hacer sonar.
En la carretera donde todos los días pasaba para ir al instituto, donde estábamos ahora estancados – cuya razón desconocía, ya que no habían semáforos salvo al principio y al final de la avenida – resultaba bastante siniestra a esta hora. No había gente circulando por las aceras, parecía que todo el mundo se había reunido en el centro de la calle, a los coches le pasaba exactamente lo mismo. Pregunté a uno de los enfermeros a ver si sabían algo.

-¿Qué pasa ahí fuera?
-Parece que alguien ha detenido el tráfico y algunos cotillas se han parado a ver.
-¿Pero no es un policía?
-No, es un muchacho.
Aquella respuesta hizo que se me parara el corazón, entonces, caí en la cuenta. La misma calle, las mismas personas, los coches parados…Era lo que había visto en la visión y ahora se estaba cumpliendo. Tenía que ver y asegurarme si era cierto lo que estaba pasando.

sábado, 24 de octubre de 2009

Capítulo 3. Organización.


3 ORGANIZACIÓN
Todas las imágenes me vinieron de golpe, como una película antigua o justo como cuando estás a punto de morir y ves toda tu vida pasar por delante. Pero esto no era mi vida en un rollo de película, las imágenes que vi en mi mente eran muy distintas ya que no me pertenecían. No era yo la que salía en ninguna de ellas. Sólo pude ver a personas gritando de puro pánico en un entorno bastante conocido. Esa calle por la cual había pasado millones de veces, antes de llegar al instituto. Árboles por ambos lados de la acera, carretera de dos sentidos, comercios de todo tipo, el supermercado donde iba siempre a comprar cuando mi madre me encargaba algo, la tienda de chucherías donde iba con Natalia cuando estábamos de bajón, el parque donde jugaban los niños alegremente mientras las abuelas y las madres se sentaban en los bancos de este mientras hablaban tranquilamente sobre su vida… Era la calle que siempre tenía que cruzar antes de llegar al instituto, pero en mi mente, las personas que andaban por allí tranquilamente se tapaban los oídos, se revolvían de dolor, los conductores de los coches se paraban a mitad de la carretera debido a que no podían seguir por un fuerte dolor de cabeza y en una parte de la acera, cerca donde se encontraban las pobres personas sufriendo ese dolor, se hallaba una sombra negra. No se podía distinguir quien era, pero esa persona era la responsable de ese dolor.

Y…todo cesó. Volví a estar en el instituto, agachada recogiendo los libros y el chico ayudándome. Di un salto hacia atrás sobresaltada por lo que acababa de ver sentándome en el suelo y con los brazos extendidos apoyados en las rodillas. Entonces fue cuando miré a la cara al chico que me estaba ayudando. La sangre huyó de mi cara cuando vi que el chico con el que me había topado y con el que al tocarle había tenido esas imágenes tan raras era Aarón. De nuevo, nuestras miradas se encontraron una vez más y mi cabeza empezó a dolerme de tal forma que apenas mi mente podía enviar la señal de contraer los músculos para moverme. Tuve que meter la cabeza entre las rodillas y taparme los oídos para no oír ese tremendo pitido que al parecer solo oía yo, ya que todos estaban riéndose a carcajadas de mí.

-¿Te encuentras bien?

Su voz aterciopelada me sorprendió, escondía alguna preocupación que sin duda no era para mí, sino más bien parecía con el hecho de llamar la atención. No quería hacer el ridículo estando a mi lado por lo que me tendió la mano para ayudarme a levantar, pero no era capaz de articular palabra alguna para responderle. Negué con la cabeza sin mirarle a la cara y se esfumó de allí, a pesar de que le había dicho que no.

Parecía algo imposible, puede que ni siquiera fuera culpa de él, pero cuando se marchó de mi vista, todo ese dolor de cabeza que estaba sufriendo se esfumó. Mi mente volvió a funcionar y pude ordenar mis ideas mientras que me levantaba del suelo y recogía los libros que se habían caído.

Estaba totalmente aturdida, ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? ¿Realmente había visto imágenes como si me las hubieran proyectado? ¿Era posible eso? Esto sobrepasaba mis límites. Jamás en la vida había pensado ni siquiera en el más mínimo instante tener la capacidad de ver imágenes en mi cabeza. Ya era bastante con eso de soñar todos los días, – aunque ahora no lo hiciese – de sentir esos escalofríos y temores cuando veía a Aarón, pero de ahí a ver visiones en mi cabeza eso era pasarse de la raya.
Algo tenía que haber en mí para que me sucedieran estas cosas, quizás un cromosoma mal creado, alguna parte del cerebro que no funcionase correctamente o que no me llegase bien la información al hipotálamo, pero algo raro tenía seguro.
Normalmente siempre solía intentar averiguar o solucionar un problema cuando se me presentaba, pero cuando no tenía base para descubrir lo que pasaba, lo apartaba a un rinconcito de mi mente intentando no pensar en ello. Cuando me pasó lo de Aarón, no tenía ninguna información para hallar el motivo por el cual ocurría eso, pero ahora al menos tenía algo en lo que buscar. Visiones. Esto era realmente absurdo, ni la mejor bruja de esoterismo era capaz de ver tales cosas, pero yo, por una inexplicable razón – al menos por ahora ya que no había buscado en internet – podía visionar imágenes que no me correspondían.
Pero mientras tanto, tenía que seguir con mi vida, con mi rutina. Lo de las visiones estaba muy presente en mí pero podría ser que nada más hubiese sido un lapsus producto de mi imaginación. Aarón me tenía totalmente atontada, realmente no me caía bien este chico, causaba demasiados cambios en mi vida. No lo quería volver a ver más. No quería tocarle, no quería mirarle a los ojos, se había metido en mi vida sin yo darle permiso y me estaba haciendo sufrir. Tenía que pasar página y dejar que todo pasase, si los casos extraños seguían ocurriendo entonces ya me preocuparía, pero no ahora. Ahora tocaba vivir.
Las clases terminaron y ya tocaba irse a casa. Hoy me haría unos macarrones con boloñesa, necesitaba hidratos para mantener las fuerzas, las pocas que me quedaban. Natalia y yo nos despedimos en la puerta del instituto, ella tiraba dirección opuesta a la mía. Me disponía ya a ponerme los auriculares del mp3 y echar a andar a mi casa cuando escuché a alguien gritar mi nombre.


-¡Allegra! ¡Allegra!


La voz me resultaba familiar pero no podía imaginar quien podría ser. Me di la vuelta para ver quién me llamaba. Mi rostro cambió de color cuando vi quien era. No me lo esperaba en absoluto. Me pilló desprevenida. No quería volver a pasar por eso otra vez, así que le di la espalda y seguí adelante dispuesta a darle al play de mi mp3 cuando vi en la sombra de la acera que Aarón estaba dispuesto a agarrarme del brazo para que me diera la vuelta. No quería que me tocara jamás por lo que me aparté lo más rápido que pude y me giré para lanzarle una mirada hostil. Cuando nuestras miradas se encontraron me empezó a doler la cabeza como si me estuviesen dando martillazos y la sensación que siempre me provocaba de miedo y pánico me inundaron, pero hice un esfuerzo superior al que cabía esperar con tan pocas fuerzas, para hablarle.


-¿Qué quieres? – Mi voz sonó cortante.
-Quería preguntarte si te encuentras mejor. – Frunció el ceño. Su voz ocultaba una nota de preocupación. Se mostró bastante amable, pero a mí me seguía doliendo tanto la cabeza que deseaba que se fuera.
-Hasta que has aparecido tú si me encontraba bien. Gracias.
Hice el ademán de marcharme, otra vez estuvo a punto de tocarme. Me aparté rápidamente.
-No me toques. – le ordené
-Perdona.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Porque lo sé y punto. – Me respondió con voz tajante. Su intento de ser cortés desapareció de su rostro.
-Bueno ya has cumplido. ¿Algo más? – Si él empezaba a ser borde, a ver quién era capaz de ganarme.
-No, solo quería ser amable contigo, pero ya veo que no se puede.
-Pues no, no se puede.
-Adiós. – Me tendió la mano para que se la estrechara.
-No pienso dártela. No nos conocemos de nada. ¿O acaso te tengo que agradecer que me recogieras los libros? Para eso es lo que has venido ¿verdad? Eres igual que los demás. – bajó la mano. Su rostro empezaba a pasar por la furia.
-Piensa lo que quieras. Pensé que eras más madura que los niñatos que hay aquí, pero veo que no. Podrías ser educada al menos y estrecharme la mano.


De repente no oía a nadie. Un pitido no dejaba de lastimarme el tímpano y la cabeza empezó a dolerme aún más. Parecía que me iba a explotar allí mismo. Me iba a tirar al suelo de un momento a otro, pero no quería que me viese en ese estado de vulnerabilidad, demasiado para mi orgullo.


-Vete. Me da igual lo que pienses. ¡Vete! – farfullé antes de ponerme a gritar del dolor.

Por suerte, me hizo caso y se fue, tirando calle abajo con la mochila en la espalda y los puños cerrados. Vi como pisoteaba la acera con tanta fuerza que parecía que se habría huellas a su paso. Cuando se dio la vuelta me acuclillé y puse la cabeza entre las rodillas, lo mismo que había hecho esta mañana. Al cabo de treinta segundos el dolor cesó y vi como Aarón había desaparecido de mi visión.
Resultaba extraño que cada vez que se acercaba me empezaba a doler la cabeza después del encontronazo que tuvimos hoy, pero de todos modos, siempre ocurría algo raro cuando estaba cerca de mí.

Llegué a mi casa aturdida, como últimamente. Me preparé los macarrones y comí en la cocina mientras veía la tele. En un canal donde nadie ve nunca, que siempre suelen estar a partir del número veinte, vi una mujer vestida muy estrafalaria. Ya con sus cincuenta y muchos años, llevaba una blusa de flores de hace más de diez años, una falda larga por los tobillos de color morado, un pañuelo con panderetas atado a la cintura y en la cabeza llevaba un moño que lo ocultaba con un paño de color amarillo que en su momento sería amarillo llamativo pero que con el paso del tiempo se fue descoloriendo. Estaba sentada delante de una mesa hablando con otra mujer, ésta menos llamativa pero igual de mayor. Debajo de la pantalla ponía un número que empezaba por nueve cero…, los típicos que querían venderte algún aparato estúpido o que llamases para gastar toda tu tarifa. Estaba a punto de cambiar de canal, pero escuché a la mujer estrafalaria decirle a la otra que había visto en su visión que su marido le estaba siendo infiel. En su visión… ¿podría ser que de verdad estuviera viéndolo? ¿O era simplemente una trampa más como de tantas para sacar dinero? Me di cuenta que era la segunda opción cuando la mujer que parecía ser la vidente intentaba mirar debajo de la mesa para sacar la información que la otra mujer le había preguntado. Pasé de canal inmediatamente y seguí comiendo.
Cuando terminé, fregué los platos y subí a mi habitación a buscar por internet. Palabra clave: visiones. No sirvió de mucho la verdad, solo salían resultados de películas, imágenes de engaño óptico, y foros de gente contando sus sueños “premonitorios”. Dejé la búsqueda dado que internet hoy en día, contaba más historias falsas de las que realmente eran.
Si realmente me iba a obsesionar con esto de las visiones, mi mente ya no podría soportarlo más y se bloquearía volviéndome esquizofrénica, por lo que era mejor apartarlo a un lado – como tantas veces había hecho ya en estos días – , pero el caso era que siempre que apartaba los problemas a un lado, siempre acababa echándoseme encima.
Intenté hacer los deberes pero me venían imágenes de lo sucedido con Aarón. Estos casos extraños paranormales no podían pasar en una ciudad tan perfecta. ¿Desde cuándo existía en el mundo real lo sobrenatural? Había leído cantidades de libro sobre literatura fantástica, pero que ocurriera en la realidad… ¿Acaso había estado cegada demasiado tiempo con este entorno? ¿Me habían absorbido parte de mi esencia al estar rodeada de tanta gente pija y ensimismada? Preferiría pensar que esto llegaba con el paso del tiempo a todos los lugares del mundo, antes de ni siquiera pensar la idea de que se me había pegado algo de esta gente tan… tiquismiquis.
La tarde acabó en un plis plas, se me pasó el tiempo rapidísimo al limpiar la casa, hacer las fichas de inglés y trazar un plan para intentar arreglar el asunto de los dolores de cabeza.
Me estaba haciendo la cena pero mis padres llegaron y tuve que preparar tortilla para dos más. Estaban sentados en la mesa de la cocina, ambos, extrañamente callados. Sabía que tenía la vista fija en mí, porque notaba ese cosquilleo en la nuca cuando me observaban y esto solo significaba una cosa: sermón.
-Cariño, ¿Qué es lo que pasa últimamente? – me preguntó mi madre mientras comíamos la tortilla francesa que había preparado.
-Esto…nada ¿Por qué?
-¡¿Cómo que por qué?! – mi padre levantó la voz a tono de enfadado histérico.
- Antonio serénate. A ver Allegra, lo que intentamos decirte tu padre y yo es que últimamente la gente habla de ti cosas muy extrañas, dicen que te ven por las esquinas de las calles, agachada, que tienes pinta de ser una vagabunda en vez de parecer una muchacha de Walterville, te ven que andas arrastrándote y eso nos preocupa hija.
-¿Qué os preocupa? ¿Qué me encuentre mal o que la gente vaya diciendo chismes de la hija de los abogados más prestigiosos de la ciudad?
-¡Allegra! No te permito que nos hables así. O te comportas… - Dejó la frase sin terminar.
- ¿O qué? Qué más da lo que vaya diciendo la gente, vosotros sabéis como soy yo y lo que pienso de las apariencias y si os importa mucho lo que piensen, mandarme a un puto internado donde no pudiese salir jamás, seguro que así me libraría de toda esta mierda.
-¡Se acabó Allegra Ranzzoni! Te vas a tu cuarto ahora mismo y no quiero verte aparecer por el salón ni por la terraza en una semana. A ver qué maneras son hablarles así a tus padres. – Mi familia siempre era como una comisaría de policía, en la que yo era la acusada, mi madre el poli-bueno y mi padre el poli-malo.
Subí sin apenas probar bocado, pataleando con todas mis fuerzas en los escalones, cerré la puerta de mi habitación con toda la energía con la que era capaz y me tumbé en la cama. Al cabo de dos minutos, toda la impotencia que sentía, todas las cosas que me habían pasado en estos días, todo el miedo y la incertidumbre de los extraños casos, salieron al exterior en forma de lágrimas amargas.
No paré de llorar durante una hora seguida, tenía que limpiar mi alma y renovarme por dentro para afrontar lo que me esperaba de aquí en adelante. Me llené de fuerza, me llené de valor, mis ojos estaban tan hinchados que apenas podía pestañear. Después de tranquilizarme bastante y estar pensando en el día siguiente, como iba a afrontar a Aarón, como iba a contarle todas estas locuras del dolor de cabeza, aunque me tomara por tonta, debía de intentar explicárselo para que me evitara lo máximo posible, caí en un profundo sueño del que no quise despertar.

jueves, 22 de octubre de 2009

Capítulo 2. Encontronazos.


2 ENCONTRONAZOS
Me levanté más confusa de lo que me acosté. No estaba más mareada. No tenía la garganta seca por hablar por las noches. No había restos de lágrimas por mis ojos…no había…nada. ¿Qué estaba sucediendo? Había demasiados cambios en mi vida con tan solo un día de diferencia. No estaba acostumbrada a este tipo de cosas y me estaba ocurriendo a mí. A una insignificante pelusa en este mundo de película de terror. La cual nunca le ocurría nada. Esto era pasarse de la raya. Estaba acostumbrada a una vida monótona y a mi cuerpo débil no le sentía bien esto de los cambios. Me sentía más cansada, más agotada mental. Simplemente me desplazaba de un lado a otro sin ser consciente de nada.

Llegué al instituto después de haber pasado el interrogatorio de mis padres. Les dije la simple verdad, que no había soñado y también a ellos les pareció bastante extraño. No quería seguir con ese asunto así que me dispuse a enfrentarme al otro problema que me rondaba. El chico de mis sueños. No le dije así porque me gustase sino porque era la verdad. Era el chico con el que soñé anoche y ya que no sabía su nombre…


Nunca había tenido un sueño premonitorio. Como los que a veces sueña la gente. Cuando vives algo que habías soñado y no sabes si ocurrió de verdad o fue la sensación de haber ocurrido.

Tenía miedo de volver a encontrármelo de nuevo. De volver a sentir esa angustia y de que me quedara allí pasmada, como si fuera visto un ángel, más bien un demonio en este caso. Tenía que esquivarlo lo máximo posible. Pero ¿y si daba la casualidad otra vez de encontrarnos en los cambios de clase? ¿Y si inconscientemente lo buscaba para volverlo a ver? No sé porque pero me atraía. Era como si fuese un poder que me atrajera hacia él. Pero no quería volver a caer. Esta vez tendría que estar más despierta y no pasearme por los pasillos. Sino más bien, tener los ojos bien abiertos y esquivarlo lo máximo posible.

Natalia llegó más tarde que yo. Ya la estaba esperando en uno de los bancos que había a la derecha, uno de tantos junto con su césped perfecto. Era nuestro banco. Ninguno de los otros se sentaba allí. Ese era nuestro y nos pertenecía, el banco de las raras.

-Hola, ¿qué tal? Hoy te veo mejor. ¿Has dormido bien? – Arrulló todas las palabras de golpe como si decidiese quitarse ese asunto lo más pronto posible.

- Digamos que sí… Hoy he dormido toda la noche sin parar.

- Pues me alegro por ti. Se te ve que tienes mejor cara.

-¿Si? – mi voz sonó una octava más alta.

- Sí… - se extrañó bastante por el cambio de tono con el que había hablado – ¿No debería ser así?

-Supongo…

Sonó el timbre. La hora que tanto deseaba que no llegara, al final se acercó. No tenía ni la más mínima gana de pasar por los pasillos del pabellón. Podría saltarme la clase y no entrar. Pero a los diez minutos de no entrar, llamarían a mis padres y les diría que no fui a clase y eso supondría un castigo más en la lista. No tenía ganas de ganarme un sermón. No tuve más remedio que entrar dentro de él. Con solo hacerlo ya noté ese frío que sentí ayer y me estremecí de arriba abajo. Estaba cerca. Lo presentía. Tarde o temprano me lo iba a encontrar. ¿Qué pasaría esta vez? No quería ni pensarlo. Simplemente dejar que sucedieran los hechos. Porque ¿qué otra cosa podía hacer? No sería capaz de echar a volar o de apartarle de un empujón con unos superpoderes de heroína. Era una insignificante pelusa y tales como yo no podían hacer nada cuando se presentaba este cierto tipo de circunstancias.

Dejé a un lado ese sentimiento que me producía el estar allí dentro junto con él, estuviera donde estuviese y decidí que hoy sería otro día normal. A primera hora tenía matemáticas. Bien, así mi mente estaría atenta toda la clase y no podría pensar. Pero al parecer no era tan fuerte como ya suponía y aunque había apalancado esa angustia a un lado, me vino otra comedura de cabeza que no había tenido en cuenta por estar tan preocupada por el asunto de este chico. No había soñado. Esto me mataba. Desde que me ocurrió aquello, era mi deseo dejar de recordar todo lo que soñaba y poder dormir tranquila. Pero ahora que lo había conseguido – al menos por una noche – me alarmaba más de lo que esperaba. No hacía otra cosa que preguntarme porque me pasaba esto. Solo ha sido una noche, segura que ya mañana volveré a soñar. Me lo repetía una y otra vez para calmarme y poder prestar atención en la clase, pero la verdad, es que desde que me senté al entrar, no la había prestado. De vez en cuando miraba a la pizarra, veía nada más que ecuaciones y gráficas, debíamos estar con geometría, pero no podía estar segura. Para mi sorpresa sonó el timbre. La clase se me había pasado extrañamente rápida. Cuando no quieres que pase el tiempo siempre pasa el doble de rápido.

Salí de clase pitada sin esperar a Natalia para dirigirme a la siguiente, si no recordaba mal, tenía inglés. La clase de inglés estaba en la tercera planta. Con un poco de suerte, no me lo encontraría si salía corriendo escaleras arriba y con los libros cubriéndome la cara. Me choqué con varios chicos y éstos me reprocharon que fuera más despacio, pero logré mi fin.

Había llegado a inglés sin verlo. Quizás si fuera así a todas las clases podría evitarlo. Tampoco no era tan malo, solo tenía que entrar la primera en clase y olvidar a todos con los que me topara. Natalia llegó cinco minutos más tarde – los que nos daban de cambio de clase – donde me lanzó una mirada de reproche. Me tendría que inventar otra magnífica excusa para explicarle este comportamiento. La verdad, es que no sé cómo me aguantaba tanto.

La clase, como la anterior, pasó igual de rápido, pero esta vez intenté prestar más atención. La profesora me preguntó varias veces. Algunas me pillaba sumida en mis pensamientos que quería encerrar con candados, cadenas y cerrojos, y otras estaba tan atenta que sabía cuando me tocaba responder. Nos mandó para casa hacer unas fichas y tres páginas del libro. Lo haría al llegar a casa y así me mantendría algo ocupada junto con las tareas domésticas.

Natalia, al parecer, le duraba el resquemor de haberle dejado tirada en mates, pero es que tenía que hacerlo. No podía contarle lo que me pasó con ese chico, esos ojos olivinos, esa mirada de frialdad, esa relación con la pesadilla anterior, cada vez que me ponía a pensarlo mi cuerpo daba convulsiones y ¿cómo le iba a explicar esto que me pasaba sin que me pusiese a temblar? No, no quería meterla en problemas. Aunque ahora no existiese ningún motivo de ello, pero sabía que tarde o temprano sucedería.

Ahora tocaba educación física en las pistas. Esta vez sí podría ir más tranquila porque sabía que no había forma de encontrármelo, me tocaba abajo y a esta hora solo daba clase en el patio la nuestra. Podría acompañar a Natalia y arreglar las cosas con ella, pero no sin antes bajar las tres plantas corriendo. Siempre había alguna posibilidad de que estuviésemos subiendo o bajando las escaleras al mismo tiempo. Ahora sí podría avisarla para tenerla precavida aunque estuviese mosqueada, pero la esperaría en la puerta que da al exterior.

Fuimos a los vestuarios para cambiarnos de ropa y ponernos el chándal, ninguna de las dos habló. Esta situación estaba empezando a resultar incómoda, aunque no fuera yo la que hablase, Natalia siempre me contaba todas sus cosas. Tenía que arreglar esto como fuera y ahora que estábamos solas las dos, no podía desaprovechar la oportunidad.

-Bueno ¿qué tal con Pablo? - Intenté sacar la conversación con su último rollo a ver si así se le pasaba pero no me respondía, con que tuve que dar por supuesto algunos hechos para que me llevara la contraria, al menos – Te metió mano. – No era una pregunta.

- ¿Qué dices?

Bien, esa era una buena señal. Ya me había hablado al menos. Ahora solo tenía que seguir preguntándole durante unos minutos más para que olvidara estos comportamientos extraños míos.

-Entonces ¿Qué hicisteis el otro día en el centro? – Puse mi cara más interesada que pude.

-Pues lo de siempre, fuimos a la placita del centro y me invitó a un helado.

-¡Vaya! Esto sí que es nuevo, Pablo invitando a una chica.

Pablo, el mejor amigo del popular del instituto. El segundo más solicitado entre las chicas, rubio de ojos azules y pecas en la cara, el más guapo de todos. El que se lo tenía tan creído que siempre pedía a las chicas con las que salía que lo invitasen a comer. Aunque Natalia no vestía igual que él y que las otras chicas del insti, no le disgustaba estar relacionada con ellos.

-Bah…eso debe ser que ganaría suficiente dinero como para derrocharlo con alguien como yo.

-No digas tonterías, aunque Pablo tuviese dinero, nunca invitaría nada a nadie. Le debes de gustar bastante.

-¿Tú crees? – Se acercó a mí con la cara llena de esperanza que siempre me pone cuando hablamos del chico que le gusta, ya debía de habérsele pasado el enfado.

-Pues claro, sino ya me dirás tú, a que viene eso. – Le sonreí todo lo que sabía. Ambas nos miramos y empezamos a reírnos a carcajadas. – Anda, venga, vamos a la clase que ya habrán empezado a calentar.

Por unos instantes había olvidado todo y solo pensaba en reír y disfrutar con Natalia. Si siempre fuera así…

Todos los alumnos estaban alrededor del profesor escuchando alguna explicación de él. Eso era extraño ya que siempre empezábamos a correr dando vuelta a las pistas y luego nos sentábamos en uno de los bancos donde nos explicaba que era lo que íbamos a hacer en la hora. Pero al parecer hoy iba a ser diferente y eso no me gustaba nada. Lo más seguro es que fuésemos a hacer algunas pruebas de preselección para los campeonatos que ya se estaban acercando y la verdad, es que no me apetecía. De repente noté como la sensación de angustia se hacía más grande, como si notara que estuviese más cerca de lo que temía. Pero no le hice caso ya que no quería volver a estropear nuestra recién arreglada amistad. Seguramente sería porque estaba en la primera planta dando clase y la sensación me llegaba más de cerca. No podía estar aquí. Solo estaba nuestra clase en el patio, por lo que guardé ese sentimiento en un baúl y lo cerré con doble candado. Natalia y yo nos acercamos con los demás.

-Hoy va a ser una clase especial como ya he dicho antes. El otro profesor de educación física y yo nos hemos puesto de acuerdo para que los alumnos de segundo de bachiller os de a vosotros una clase, siendo ellos los profesores. Así que a partir de ahora yo supervisaré los alumnos de segundo y a vosotros para ver si les hacéis caso.

De repente, toda mi clase estaba riéndose de nerviosismo. Los y las chicas de segundo dando clase a los de primero. Era como un aperitivo para la vista – según ellos – y eso les encantaba. Empezó a escucharse silbidos y a verse saltos de alegrías por las chicas. Natalia y yo solo nos miramos, sin ningún tipo de motivación.

-Bueno pues según mi lista – continuó hablando Carlos – hoy les toca a Rafa y Aarón. Chicos ya podéis salir.

Dos chicos salieron del departamento, uno de complexión bastante normalita y otro mucho más fuerte, y dos cabezas más altas que el anterior.

El sentimiento que había encerrado en el baúl salió disparado con la máxima potencia posible hasta mi corazón. Cubriéndome por completo de puro pánico y dejándome allí taladrada al mismísimo centro de la tierra, dejándome sin color alguno en la cara y con los ojos abiertos como platos, cuando vi aquellos ojos esmeralda, aquella melenita castaña oscura.

Sus ojos no dudaron ni en segundo en posarse sobre mí. Entre tantos alumnos que éramos, nada más en ponerse en el campo de visión de todos, esos maravillosos ojos se clavaron en los míos como la primera vez que lo vi. No duró más de diez segundos ese juego de miradas, pero para eso yo ya estaba petrificada otra vez, como ayer. La angustia seguía siendo la misma. Esa sensación de terror, de querer correr y huir como cuando está a punto de atropellarte un camión. Pero mi cuerpo quería quedarse ahí, parado, ya que no me respondía.

Ambos chicos eran guapísimos. El chico más bajo, de ojos pardos, nariz puntiaguda, pecas esparcidas por la cara, boca mediana y dientes blancos se llamaba Rafa ya que el profesor lo llamó para pedirle el apellido antes de comenzar y el chico misterioso, el de mis sueños, pero que me producía tal angustia se llamaba Aarón.

Empezó a hablar Rafa una vez que ya estaba todo preparado para empezar la clase, pero yo estaba aún apalancada en el suelo y apenas oía de fondo lo que decía.

-Pues bueno, vamos a dar una clase de bádminton, donde vamos a explicar los distintos tipos de saque, de pase y eso… - se le arrullaban las palabras por el nerviosismo, Rafa se puso colorado por los guiños que recibía de las desesperadas de mi clase.

-Primero vamos a empezar a calentar corriendo durante tres minutos, después estiraremos algo y Rafa empezará a explicar el saque, luego yo seguiré con el pase de globo. – Aarón habló sin vacilar ni un instante.

Su voz era serena, tan suave como la misma seda. Te invitaba a seguir a su lado. A no separarte de él. Hubiera ido hacia él como una hipnotizada si no hubiese estado allí tan asustada.

Aarón y Rafa se pusieron a correr y los demás los siguieron pero yo estaba allá clavada y mis músculos no reaccionaban. Sentía tantas sensaciones distintas y a la vez que se atropellaban todas de golpe. Angustia, dolor, miedo, fascinación, respeto, pánico, atracción, hostilidad…, tantos sentimientos y apenas dos de ellos eran buenos, por decirlo de algún modo.

Todos me miraban, ellos estaban alrededor de mi corriendo y yo allí en medio de tanta gente. Podía sentir como los pelos se me erizaban cada vez que él me miraba. Entonces ese miedo y respeto se multiplicaban el doble. Sentía más ganas de correr como los demás pero en dirección totalmente opuesta a ellos para huir. ¿Es que ellos no presenciaban esa tensión en el ambiente? ¿Y esos comportamientos extraños que habían sentido hace tan solo un día, ya se les había pasado? ¿Esto solo me ocurría a mí? ¿Me estaba volviendo paranoica de verdad? Pero no podía ignorar tantas cosas que mi cuerpo me producía. Debía de ser la tensión de estos días tan ajetreados que había tenido que mis músculos se agarrotaban con el mínimo cambio.

Fue entonces cuando Natalia se acercó a mí y me empujó para correr, ya que si el profesor me veía sin hacer nada me pondría mala nota. Como un robot automatizado empecé a trotar torpemente, destornillando mis pies del suelo y descongelándome del miedo. Apenas sin saber lo que hacía. Solo tenía una cosa en mente y era salir corriendo de allí. Sabía que estaba en peligro estando cerca de él pero no sabía el motivo que me producía esto. Así que solo fui capaz de pararme y mentirle al profesor para que me dejara ir al servicio y quedarme ahí toda la hora.
Estaba fuera del campo de visión de Aarón y me sentía un poco mejor, aunque ese torrente de sensaciones continuaba rondando por mi cuerpo. Tenía que hacer algo con este chico. Averiguar qué era lo que me pasaba y porque cada vez que lo veía me sentía así de mal. De verdad que iba a cogerle miedo a ir a clase con solo pensar que estaba por allí. Tenía dos opciones, o me acostumbraba a esa angustia que me provocaba o preguntarle porque me pasaba esto.


Considerando que la segunda opción me tacharía de loca compulsiva al sentir miedo por un chico normal y corriente, la primera opción ganaba. Debería tragarme esas sensaciones y convivir con ello.

No fui a educación física en toda la hora. Aunque hubiese decidido tragarme todo lo que sentía, necesitaba mi tiempo para asimilarlo.

No había de que preocuparse por un chaval más. Era como los chicos que me gustaba, sí. Sin embargo ese pánico no era por la sensación de sentir amor ni nada parecido. Era miedo de verdad. Pero como no sabía que me provocaba tal cosa, debía de luchar contra ello y hacer como si fuera un chico normal, que de hecho lo era – aunque yo no lo viera así.

Pasaron los días y cada día que pasaba era más capaz de apartar esos sentimientos a un lado y olvidar lo que mi cuerpo percibía cuando lo veía de casualidad. Y con cada día que pasase, eso significaba que pasaba otra noche más sin soñar, sin recordar nada. Era como si tan solo hubiera pasado una hora en toda la madrugada. Todos estos años soñando cada noche y de repente llega un simple día y se termina todo. Así de sencillo. Era como si mente se hubiese cansado de trabajar tanto. Mi cuerpo se encontraba mucho más relajado y me sentía más alegre, con más ganas de afrontar el día. No quería pensar en las razones del por qué me pasaban estas cosas, ya que si me ponía a intentar averiguarlo me volvería loca de remate. No encontraba ninguna razón del porqué. No había ni un indicio que me ayudase a encontrar la respuesta, por lo que solo dejaba que ocurriesen los hechos.


Ya era apenas inmune a la mirada de Aarón. Cuando los martes nos tocaba en la misma planta y en clases opuestas, aunque nuestras miradas se cruzaran de casualidad, ya no me provocaba ese aturdimiento ni ese temor – sabía que sí, lo seguía sintiendo, pero lo había dejado a un lado con tanto esfuerzo que apenas ya provocaba esos efectos que me había causado la primera vez que sentí ese cambio en él.

No me caía demasiado bien, su mirada era hostil. Dejando atrás sensaciones que me provocaba, no parecía un chico demasiado sociable. Siempre iba con los labios sellados y el ceño fruncido. Parecía enfadado con la vida y no me producía confianza.

En un intercambio de clase, cuando iba a la taquilla para coger el libro de biología, yo iba en mi mundo, como siempre. Planeando lo que deparaba esta tarde, que deberes tenía que hacer, que me tocaba recoger y esas cosas… cuando me choqué de lleno con un chico. Se me cayeron todos los libros al suelo que llevaba en la mano. El chico caballerosamente – aún no había mirado quién era – me ayudó a recogerlos y en un momento de casualidad, cuando íbamos a recoger el mismo libro, su mano áspera rozó la mía. En ese momento toda mi vida cambió.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Capítulo 1. Pesadilla.


1 PESADILLA

Puedo ver a lo lejos un prado verde. Tan verde que parece algo irreal. Pájaros cantando a un ritmo relajante. Las nubes dibujando figuras extrañas. El sol pegándome en la cara. El sonido de un riachuelo corriendo por las rocas y mariposas volando por el prado como si fueran lo único que existe en el mundo. Cerca de ahí, un chico y una chica están abrazados y dormidos apoyados en el tronco de un árbol, como tantos hay en el bosque que acecha. De repente, el cielo se vuelve gris. Empieza a llover. Las mariposas se esconden. Todo se vuelve siniestro. Los dos chicos corren hacia el bosque intentando ocultarse de algo, pero no logro saber el qué. Los rayos empiezan a vislumbrarse entre las nubes grises. Todo se queda en absoluto silencio. Hasta el río parece haberse callado. Algo muy malo está a punto de ocurrir. Lo sé. Lo presiento. Mi instinto me dice que tengo que salir corriendo de ahí, huir como los dos chicos que han escapado de esta oscuridad. Intento correr pero mis piernas no me responden. Necesito salir de aquí ya. Añoro la tranquilidad. Veo una sombra que se va acercando hacia mí. Tengo que hacer algo para escapar. Si chillo quizás me oiga alguien y venga a rescatarme pero sé que será demasiado tarde. Ya me habrá cogido. Sea lo que sea que viene. No tengo más remedio que esperar a que venga. No hay otra alternativa. Este es mi fin, aquí va a acabar mi vida. En un prado que ni siquiera sé donde es. Esto es el final. Adiós mamá, adiós papá, no sufráis por mí, yo también os quiero mucho. No puedo más. La desesperación recorre todo mi cuerpo. Las lágrimas y el pánico empiezan a bajar por mi cara. Acurrucada. Así me encontrará la cosa que me esté causando tanto dolor. Aquí me tiene… llorando como una cobarde sin poder correr. ¿Por qué no viene ya? No aguanto esperar. Lo que tenga que ser será. Solo veo unos ojos verdes, tan brillantes que parecen diamantes. Va a matarme. Me causará mucho daño. Empiezo a chillar, mis últimas palabras: No lo hagas.

Pipipí, pipipí, pipipí. Bajé de la cama de un salto, sobresaltada por el ruido del despertador. Estaba aturdida, desorientada. Aún no estaba situada en el presente. Fui al baño para enjuagarme la cara con agua y estar algo más despierta. Mi reflejo en el espejo me trajo de vuelta a la pesadilla que por un momento había olvidado. Fue entonces que me acordé de esos terribles ojos verdes. Esa angustia que nunca antes había experimentado. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Sentía como mi pijama estaba húmedo y unos martillazos que sólo sonaban en mi cabeza. Fui de nuevo a mi habitación para vestirme. ¿Así había dejado mi habitación la noche anterior? Seguro que no… estaba todo desordenado. Las sábanas por los suelos, la almohada en el lado extremo de la cama, los zapatos esparcidos por toda la habitación… no recordaba haberlos sacado del armario.

Me quedé embobada mirando el desastre que era mi cuarto recordando aquella espantosa pesadilla que quería olvidar. Las odiaba a muerte. Cada vez que tenía una de estas siempre solía pensar en algo agradable para relegar lo anterior. Pero ésta había sido especial, nunca antes había experimentado tal miedo y angustia.

Aunque por muy real que fuera la pesadilla, tenía que ser fuerte, levantarme y seguir adelante. Olvidarlo todo, prepararme para ir al instituto y hacer como si nada hubiera pasado. Hoy no era una excepción. No obstante la pesadilla seguía dando vueltas en mi cabeza.

La explicación a la preocupación de este sueño horrible se debía a mi extraño poder de ensoñación. Hace justo siete años mientras dormía profundamente, sentí como un extraño escalofrío y un torrente de poder recorrían mi cuerpo. Cuando desperté no sabía si había sido un simple sueño o había ocurrido de verdad. Pero a partir de aquella noche podía acordarme de todos los sueños de cada día del año. Era muy extraño y de hecho, cuando se lo conté a mis padres, la reacción de ellos fue muy rara.

-Papi, mami… ayer tuve un sueño muy raro. Mi cuerpo se puso a temblar y sentí que alguien me ponía una vacuna. Y, y, y esa vacuna tenía algo que iba andando por dentro de mí. – les conté aquella vez que tuve esa sensación. Los rostros de mis padres se tornaron blancos como la pared y no dijeron ni una palabra más después de mi información.


Ésta de hoy, me había resultado bastante extraña. Los sueños que tenían solían tratar siempre más o menos de lo mismo. Paisajes distorsionados, rostros de personas desencajados, cuadros montados unos encima de otros… Continuamente había algo desfigurado en mis sueños y bastante abstractos. Pero hoy… había sido todo muy real. Parecía estar en aquel lugar observando el entorno que me envolvía, era tan…distinto. Al fin y al cabo… era solo un sueño… ¿no?


Empecé a guardar los zapatos en el armario ovillados para al menos poder pisar sin doblarme un tobillo. Me miré en el espejo de mi habitación. Estaba horrible. Tenía unas ojeras que me llegaban hasta las mejillas, mi pelo estaba hecho un caos, tenía legañas por todos los lados como consecuencia de haberse secado las lágrimas y estaba más blanca de lo habitual.

Fantástico, un lunes y parecía la niña del exorcista. Si ya en el instituto me miraban con cara de rara por no ir vestida como iban vestidos el noventa y cinco por ciento de los adolescentes, hoy que aparentaba una muerta no quería ni pensar como me verían. Decidí ponerme mi pantalón negro y la camiseta gris para igualar mi aspecto.

Perfecto mis padres seguían abajo desayunando. Con un poco de suerte me preguntarían porque tenía tan mala cara. No tenía ganas de recordar la pesadilla que todavía rondaba por mi cabeza.
-Hola cariño, ¿qué tal esta noche? Te he escuchado gritar varias veces. – ¿No me digas?, no me había dado cuenta - ¿Te encuentras bien? – su voz sonaba preocupada.

- Sí mamá, ya sabes otra pesadilla de las mismas, no pasa nada. – intenté quitarle importancia al asunto.

- Bueno Allegra, ya sabes, si nos lo quieres contar, nosotros estamos aquí para lo que sea.
Mi madre siempre intentaba animarme cuando me veía dolida. Pero dejé de contarles mis sueños cuando vi que se aburrían que todas las mañanas su hija de 13 años le contara que había soñado con monstruos que le perseguían. Ya ni siquiera me hacían caso, así que cuando fui consciente de que no les interesaba, me guardé para mí, mis absurdos sueños.

- No mamá gracias, solo ha sido una tontería. – Mi voz se fue desvaneciendo conforme iba hablando hasta quedarse en un susurro. A mí no me parecía una bobada, realmente me había afectado. – Bueno me voy ya, que llego tarde. Os quiero.

Salí pitada de mi casa sin desayunar antes de que se me pusieran a interrogarme. No era una de esas chicas que les contaban todo a todos. Más bien era una reprimida que se callaba todo para sí misma y que arreglaba los problemas por sí sola, sin ayuda de nadie.

Aún era temprano para llegar al instituto. Cogí mi mp3 y me puse a escuchar Paramore. No tenía ganas de hablar con nadie. Cada árbol que veía me recordaba a la pesadilla, cada nube gris, cada pareja que divisaba… todo era tan parecido a la realidad que me estremecía con solo pensarlo. Había algo de real en ese sueño. Sabía que tarde o temprano iba a pasar algo parecido.


No sabía el motivo pero así lo sentía. Tenía una corazonada. Aunque claro, no podía ocurrir tal cual, era algo imposible. Pero mi cuerpo y mente estaban alerta cada paso que daba hacia el instituto, como si notasen algún cambio repentino en el ambiente.

Tenía que pasar de ese tema. Realmente me estaba volviendo paranoica. Empezaba a pensar que llevaban razón todos los que me miraban con cara rara. Puede que verdaderamente lo fuera y lo que es peor, que los niñatos se orgullecieran de llevarla.

La mañana en el instituto pasó ausente. Apenas fui consciente de lo que pasó. Me desplazaba de una clase a otra como lo que parecía, una zombi. No me di cuenta de si realmente los adolescentes, por llamarlos de un modo, me miraban. La verdad es que me importaba poco. Lo que realmente me preocupaba era como relacionaba todo con aquel sueño. Pero al final de las clases logré despejarme y fue donde me di cuenta de algo que no me había fijado antes.

Cuando estuve a punto de entrar por la puerta del instituto, tuve que entrar a la fuerza porque mi instinto y mi cabeza me decían que algo allí había cambiado. Aunque todo seguía en su sitio, la misma entrada de metal recién comprado por quinta vez, el edificio de los de primer y segundo año a la derecha con su color blanco reluciente recién pintado, el primer patio de entrada con sus flores color rosa y amarillas, calzada de gravilla. Todo en orden y limpio. En el centro, el edificio de tercer y cuarto año comunicado con el primero por un túnel también de color blanco, a ambos lados del túnel con ventanas alargadas sin necesidad de rejas,( ya que todo los alumnos eran - yo no me incluía - perfectos y con la media de sobresaliente), más a la izquierda se podía ver las distintas pistas con sus correspondientes redes de vóley y bádminton y al fondo de ellas, a lo más alejado se encontraba el edificio de bachillerato y ciclos, de tres plantas donde en la planta baja estaba el gimnasio. Todo esto a dimensiones de un hotel de lujo, tan grande que te podías perder con solo entrar por el portón de fuera.

Todo estaba en su sitio, tan perfecto como siempre. Pero había algo cambiado, y no era la única que lo sentía. Todos estaban más cautelosos a la hora de hablar, miraban más alrededor por si había alguien escuchándoles, notaban como si alguien hubiera cambiado y ese alguien pudiera estar alerta de todos… alguien peligroso.

Cuando salí de matemáticas, a última, me topé con uno de los pocos chicos que no vestían y eran igual que los demás pijos. No sabía su nombre pero sabía que no era como todos. Vestía con un pantalón vaquero viejo y una camiseta negra con formas abstractas de color blanco.


Normalmente los chicos de este instituto perfecto - sacados de una película de terror - todos iban con sus pantalones de pinza, las faldas y jerséis a cuadros, camisas por debajo de éstos, polos de rombos, colores claros y ninguna de las prendas la usaban más de tres veces al mes.


Realmente no sabía cómo mis padres me habían matriculado aquí cuando vieron que yo no encajaba con ellos. Suponía que no les gustaba que su hija con ya diecisiete años no hubiera pasado la etapa de rebeldía y se hubiera vuelto como los “normales” y al meterme en este infierno se creían que iba a cambiar.


Al toparme con aquellos ojos esmeralda… tan llenos de energía…con ansia de poder - realmente no sabía cómo describir ese encuentro - fue algo como un deja vu. Pero sabía que no lo había vivido antes… O puede que sí. De repente, me acordé del sueño de esta mañana. Aquellos ojos verdes, esos que me iban a matar.

Al chico lo había visto mil veces por el instituto y aunque fuera distinto a los demás, no me había llamado mucho la atención. Si bien era de musculatura fuerte, bastante más alto que yo, con melenita parda, boca pequeña y unos dientes relucientes, eso no significaba que me atrajera. Pero cuando esos perfectos ojos toparon con los míos, verdaderamente tuve que dar varios pasos atrás. Estábamos a solas. Ya casi todos se habían marchado. Todo era tan parecido a aquella pesadilla… Su mirada me produjo tal extraña sensación que tuve que retroceder. No era la misma observación que se producía cuando nos encontrábamos por casualidad en los cambios de clases, su mirada producía verdadero terror. Pero debía de ser que yo que era más rara de lo que me decían debido a que me quedé allí. Aguantándole la mirada. Sobreponiendo mi cabeza a mi instinto. No era el mismo de siempre. En efecto, algo había cambiado en el instituto y ahora tenía la respuesta en frente de mí.

No hablamos ni siquiera. Pero ambos supimos que fue algo sorprendente porque estaba claro que ninguno de los dos tuvimos la mínima idea de que íbamos a tener una guerra de miradas, en el que yo gané. No me produjo una sensación de terror, sino de frío. Mis vellos se erizaron. Pero se rompió ese enlace visual y caminó alejándose por las escaleras para marcharse. Diría que con los puños cerrados, pero no lo pude ver muy bien.

Yo, sin embargo, me quedé allí petrificada como cinco minutos más. Mi cuerpo se había quedado congelado. Al cerebro no le llegaban las órdenes de mis piernas y brazos. No podía pensar. Fue entonces cuando Natalia, mi mejor amiga - otra de las pocas personas que no iban vestidas igual que los demás, pero tampoco igual que yo - me tuvo que sacudir varias veces para que respondiera.

-Allegra ¡eh! ¿Qué te pasa? – Su voz sonaba preocupada - ¡Responde!

- ¡Ah! Hola, ¿qué pasa? – susurré. Todavía no me había repuesto de lo de antes.

-¿Cómo que qué pasa? Que te has quedado ahí taladrada al suelo. Te estaba llamando pero tú pasabas de mí.

-¿Si?

-Sí. Hoy estás muy rara. Apenas has hablado, menos aún de lo que hablas y llevas todo el día paseándote como una zombi de clase en clase. No atiendes en clase y estás en las nubes todo el rato. Ya sé que no sueles contar tus problemas pero no aguanto verte así.

Aún seguía sin saber lo que hacía. Sabía que esperaba una excusa como de tantas que le daba para no tener que contar mis cosas, pero como veía que no respondía, me tomó del brazo y me llevó escaleras abajo hacia fuera del pabellón. Yo me arrastraba sin ganas, prestando cuidado para que no cayera rodando por las escaleras junto con Natalia. Me sacó al aire libre y allí me empezó a dar tortas suaves en la cara para que despertara. Una característica propia de ella, siempre me hacía reaccionar cuando me veía que estaba mal, aunque no supiese lo que me pasaba.

Me despejé bastante, por lo que tenía que encontrar una excusa rápidamente para que no sospechara lo ocurrido con ese chico. Ella acababa de salir de la clase, una de las últimas como siempre, por lo que cuando él ya se fue, aún no había salido.

-Es que ya sabes… estoy con esos días y me pongo bastante embobada, cosas de hormonas, ya ves.

Valiente excusa. Esperaba a que se lo tragara. No se me había ocurrido nada mejor con tan poco tiempo de idealización. Mi imaginación era bastante escasa, aunque, quien lo diría, cuando soñaba todos los días. Debió de tragárselo a la primera porque puso los ojos en blanco y me dio palmaditas en la espalda.

-No digas más entonces. Pero vaya, que forma más rara de afectarte.

-Pues sí, yo y mis casos extraños. – Sonreí sin ganas y fuimos hacia la salida.

En el camino hacia la salida del instituto, apenas hablamos. Nos llevábamos bien porque ella era casi tan reservada como yo, pero a diferencia de mi, sí me contaba sus cosas.

La ayudaba en todo lo que estaba en mi mano. Con sus novios, sus padres, los estudios, etc. Yo me alegraba de tenerla como mi mejor amiga. Solo era la única que se quedaba a mi lado a pesar de que no le contara mis problemas. Siempre estaba cuando me veía mal y nos quedábamos ambas en silencio, cada una metida en sus cosas. Pero aunque no hiciese nada para averiguar qué era lo que me preocupaba, no se movía de mi vera y eso me ayudaba más de lo que ella creía.
Natalia siempre era la que había tenido novios, la que sacaba mejores notas de la clase, pero eso no significaba que fuera como los otros. Ella se diferenciaba de los demás en que le importaba un pimiento lo que pensase la gente. Que si había algo que le molestaba se lo decía a la cara a quien fuese. Tenía un carácter bastante fuerte.

Yo a su lado era un mosquito. Tan guapa, con el pelo bastante corto de puntas hacia fuera y de color dorado. Un poco más alta que yo, bastante fuerte debido a que era cinturón negro de judo… digamos que yo era la amiga de “la cinturón negro”, o sea sé nada. No tenía nada que resaltase en mi expediente. No se me daba ningún deporte bien, era bastante torpe. No tenía ningún talento natural - lo de soñar no se contaba - mi media de notas estaba en un siete... una chica más del montón.

-Bueno nos vemos mañana ¿no? – me dijo. Esperaba a que se me pasase este estado de shock.

-Sí, supongo.

-Venga chao. – sonrío y luego hizo el gesto de despedida con la mano.

-Adiós. – sonreí lo más convincente que pude. No quería preocuparla.

Cuando caminaba hacia mi casa, mis pasos eran cautelosos. No daba más de cinco zancadas cuando me tenía que parar y agacharme para no desmayarme. La gente me miraba con cara extraña y alguna que otra persona mayor venía y me preguntaba si me encontraba mal. Aquello que había ocurrido a última hora, era la situación más extraña que jamás había vivido y mi cuerpo no sabía, en ninguna circunstancia, como tenía que reaccionar ante tal rara disposición.
Llegué a mi casa más zombi aún de lo que salí esta mañana. Lo que me recordó que esta misma noche había tenido una pesadilla horrible y que algo muy parecido había ocurrido luego. Pero me parecía todo lejano.

Por suerte mis padres estaban trabajando y estaba sola. Por lo que no tendría que simular una cara alegre para no preocuparlos. Me hice de comer lo primero que pillé. No tenía ganas de almorzar nada pero mi estómago no decía lo mismo. No había desayunado esta mañana ni había tomado nada en el instituto, por lo que me preparé salchichas y huevo frito.

No tenía ganas de hacer nada, así que dejé los deberes para hacerlos más tarde y me fui a mi cuarto a tirarme en la cama. De repente, todas las imágenes se agolparon en mi mente. La pesadilla, el chico raro, la preocupación de Natalia y mis padres. Se quedaron todas apretujadas, como cuando hay una puerta pequeña e intentan entrar todas las personas a la vez. Se bloquea, así me quedé toda la tarde. Mirando al techo y sin poder pensar en nada. No quería dormir. Sabía que iba a soñar y no me apetecía añadir otra razón más para que mi cuerpo estuviera más tenso de lo que estaba ya.

Mis padres llegaron a eso de las ocho, así que me dispuse a hacer los deberes y a darme una ducha relajante. Mis músculos se aflojaron. Me sentía bastante bien ya que todas las ideas estaban ahí agolpadas y no podía pensar. Hasta que se decidiesen ponerse en orden y salir una a una.

Bajé a cenar con mis padres y disimulé bastante bien eso de hacer el paripé porque apenas me preguntaron. Me volví a tumbar en la cama, esta vez con el pijama ya puesto y preparada para dormir. Pero no podía. Mi mente trabajaba demasiado y no me permitía sumirme en un profundo sueño – hasta que empezase a soñar de nuevo – por lo que me puse a contar ovejitas como una niña pequeña y funcionó. Porque lo último que me acuerdo es de escuchar el despertador, del día siguiente.

Ya estaba dispuesta a cambiarme completamente, cuando recordé de repente, que no había soñado. Nada bueno, nada malo, simplemente había dormido toda la noche sin parar. Era la primera vez en nueve años, que me pasaba esto. No era normal, definitivamente algo había cambiado.

martes, 20 de octubre de 2009

Nueva Presentación. Y Prefacio.


Bueno me presento. Soy una aficcionada a escribir y estoy en proceso de escribir un libro. Se llama A la Luz de la Sombra.

Con este blog pretendo que lean mi historia y comenten sobre qué les parece. Si conforme van leyendo, les va gustando os animo a que lo distribuyais a vuestros amigos, puesto me haría muy feliz saber que hay alguien a quién le gusta.

Cada día iré subiendo un capítulo, puesto que son un poco largos.


También estoy en Tuenti como: Libro sin nombre.


Sipnosis:

Allegra es una simple adolescente, sencilla, invisible, diferente a los demás pero algo le cambia la vida cuando una extraña pesadilla abruma la noche donde ya nada volverá a ser igual. Tendrá que enfrentarse a cambios radicales, adaptarse a lo que se le aproxima, ser fuerte y seguir adelante.

Una historia llena de amor, confusiones, preguntas...¿Te apuntas?





PREFACIO
La calle silenciosa, como si toda la gente a la que conoces hubiese decidido dejarte sola. Tan solo resplandecen las luces de las farolas como tristes estrellas artificiales. Algún que otro coche se escucha rondar por la esquina de la vía donde me encuentro. Sin vida. Un callejón abandonado. Comercios estropeados por el paso del tiempo. Carteles de anuncios de conciertos, grafitis pintados por los restos de las casas que antiguamente han estado llenas de vida… Esto es un infierno. Coches de policías rondando por los alrededores. Sonidos de disparos, gritos, desesperaciones... Estoy absolutamente sola en un mundo rodeado de gente. ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué hago sola en esta calle, vagabundeando como una triste loca que no sabe donde pasar la noche? Tenía que haberlo visto venir. Cuando intento recordar cómo he llegado hasta aquí mi mente reacciona de un modo extraño, se bloquea y el último recuerdo que me llega es el de haber pasado la tarde con Natalia. Pero no consigo evocar el recuerdo de esta noche, la noche en la que quiero olvidar todo lo ocurrido en los pasados meses. Mi mente ha creado una barrera contra todo los hechos malos que me pueden pasar y por este modo quizás no me acuerde porque estoy aquí. No niego que me hayan pasados cosas inolvidables, cosas de cuentos de hadas, pero lo dañino también se queda grabado y a veces se guarda los momentos que siempre habías querido olvidar y te hace tal daño que no lo puedes evitar.